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LA CHISTERA
Liquidaban por cierre los pertrechos del almacén de magia y compró un
sombrero de copa para animar su tardía vocación de ilusionista. Aquel verano
llegó el primer contrato. Amenizar la líquida madrugada en un chiringuito
playero. Retraído en su quehacer no advirtió la voluntad propia de aquella
oquedad de seda. En vez de conejos, manzanas, pañuelos rojos o naipes sueltos
emergían de su interior estados de ánimo y sensaciones físicas. Todos los presentes
se quedaban tristes, sentían en el pecho la punzada de la melancolía, tiritaban
de frío o manchaban sus camisas de sudor jornalero a pesar del relente.
El auditorio no sabía cómo reaccionar ante aquel vaivén de incongruencias.
Atónito y cejijunto, el dueño del local no soportaba tan prodigiosa insensatez.
En su despacho, ya preparaba la carta de despido por incumplimiento de
contrato. El apabullante inventario de ocurrencias es más locura que magia.
(Del libro en
preparación Cuentos diminutos)
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