miércoles, 7 de septiembre de 2022

SANDRA BRUNO. HUMANOSIS

Humanosis
Sandra Bruno
Texto de contracubierta de Antonio Díaz Mola
Editorial Olé Libros, Colección Poesía Ites
Valencia, 2022

 

LA PIEL SIN ALAS
 
 
   En la poblada senda del mapa poético contemporáneo Sandra Bruno (Toulon, Francia) es una voz de amanecida. Aunque comenzó muy pronto su relación con la literatura, como lectora precoz y escritora de algunos relatos, su primer poemario La piel incierta no se publica hasta 2021. Pocos meses después deja nueva colección de poemas en la editorial valenciana Olé Libros.
   Se me permitirá iniciar esta mirada crítica al quehacer de la escritora con dos consideraciones previas: la potente expresividad del título y la llamativa cubierta diseñada por Artedelínea. Sandra Bruno echa a volar el neologismo “Humanosis” construido a partir del sufijo griego “osis”, cuya semántica originaria alude a formación, impulso o conversión, y cuyo empleo más frecuente se asocia a patologías corporales y enfermedades, como corroboran términos como cirrosis, escoliosis o trombosis…
   El poema prologal “Humanos sin piel” refrenda lo expuesto hasta aquí: ”Nosotros, los humanos, / hemos mudado sin pedirlo a otra especie sin piel, / con los huesos empapados en incertidumbre / y los ojos llenos de presente ahogado / en un lago de proteicas condiciones”. Como aquel inolvidable Gregorio Samsa kafkiano, el yo existencial regresa de la noche convertido en un monstruoso insecto, de naturaleza indefinible. La mutación alude a un cambio de identidad que ha perdido sus claves referenciales.
   Desde esa semilla argumental alza su estructura orgánica un poemario distribuido en tres apartados: “Sin piel”, “Crisálida” y “Sombra sin alas”. El apartado inicial emplea una cita del poeta, ensayista y traductor Josep Maria Rodríguez de tonalidad umbría: “¿Alguna vez pensaste que tu cuerpo / es solo la envoltura/ del gusano de seda de la muerte”. La potente metáfora refrenda de nuevo la brusca transformación del yo en otro y la existencia de un pasado perdido en los repliegues de la memoria que no se corresponde con un presente angosto y zarandeado por la contingencia. El ahora amenaza derrumbe y es necesario emprender la tarea de la reconstrucción; hay que buscar dentro un espacio habitable: “la vida conecta con un mundo interior hecho cemento / uniendo alfareros de esperanza / con raíces de barro y seguridad”. Ya no se trata tanto de buscar una utopía lejana e ilusoria sino de abrir paso al sosiego del ser consigo mismo y su arquitectura existencial. La realidad ha reducido su estridencia para que germine intacta entre el silencio una floración de sueños: “Ahora toca vestirnos / con nuestra verdad, / sin maquillaje ni más colores / que los del arcoíris /        de un nuevo despertar”. Sin embargo, la soledad prosigue su caminar al paso, condena al encierro y al ensimismamiento, como si el estar en un tiempo de pandemia, que dejó tanta desolación y muerte, hubiera fosilizado los relojes y nos hubiera deshumanizado un poco más.
   La poeta emplea el sustantivo “Crisálida” para agrupar los textos del tramo central. Es un término asociado al asombro infantil y la impaciencia por ser testigo del proceso de crianza del gusano de seda, encerrado en una humilde caja de zapatos. El paso de larva a crisálida supone la construcción del capullo y ese tejer un refugio cárcel con hilos de seda. La mutación abre un discurrir temporal aleatorio en el que se van cristalizando esperanzas e ilusiones, como ovillos sueltos que dejan ver sus grietas de incertidumbre: “Entre pavesas nadan los sueños rotos, / sin más corriente que la de un presente / huérfano de futuro y de pasado”. A pesar de esta sensación de aspereza en el entorno, el trayecto no borra rincones de esperanza. Así lo enuncian composiciones como “Marcharse” que transforma la ida al umbral del regreso, a esa voluntad enardecida que, tras la pausa del desánimo, retoma pasos pendientes y el largo recorrido de la alegría. La vida invita a la exploración de otros horizontes de luz que buscan lugares renacidos para el prodigio: Madrid, San Sebastián o esa hermosa acuarela azul del litoral.
  Hay una nítida unidad expresiva en la construcción del libro. Los poemas avanzan creando un clima sensorial que anuda emociones y pensamientos. El tramo final “Sombra sin alas”, en el que se acumulan nombres cimeros del legado literario como Rosalía de Castro, Emilio Prados o Vicente Aleixandre, alude al efecto Fata Morgana, ese espejismo que da vida a realidades visuales alternativas; los deseos más profundos del yo buscan liberarse de sus ataduras para emprender vuelo y altura; se trata otra vez de recuperar esa inocencia infantil que añora el tacto de las mariquitas, sus nítidas manchas de vida al paso en este ahora de sueños perdidos que ha mudado la piel del ser humano: “De nosotros, los humanos, quedan rescoldos / de lo que fue nuestra esencia / entre lágrimas cristalizadas / donde yacen, presos, los fantasmas / de una generación tatuada / con la sangre fresca de su asombro”.
   Sandra Bruno deja en Humanosis un espejo de nuestro tiempo y de su deshumanización; un aviso de que esta soledad ensimismada nos ha transformado casi en motas de polvo y ha borrado el propio camino de conocimiento y aprendizaje. Así consolida, en palabras de Antonio Díaz Mola, "una poética del asombro donde se indaga la esencia de lo humano desde una mirada interior, introspectiva" Solo quedan en la piel fragmentos divididos de sueños y esperanzas, indicios vitales que airean su dolor estremecido. Y en este triste rumbo hay que volver al día. Nos reclaman, con entonación estremecida, la transparente piel de las palabras, la sed de ser nosotros.

JOSÉ LUIS MORANTE




   
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