Soñar con bicicletas Ángeles Mora Tusquets Editores Colección Nuevos Textos Sagrados Barcelona, 2022 |
LA HUELLA DE LOS SUEÑOS
Ángeles Mora nació en Rute, agradecido
municipio cordobés que en 2017 nombró a la escritora “Hija predilecta”. Allí abrieron
surco sus composiciones de aprendizaje, casi en la adolescencia, recuperadas
parcialmente en el libro Caligrafía de
ayer (Rute, 2000). Pero el perfil literario más definido conecta
directamente con la ciudad de Granada, donde se instala a comienzos de los años
ochenta y concluye la Licenciatura en Filología Hispánica. Pronto participa de
lleno en la pujanza cultural del momento, un intervalo de agitación y
compromiso que ya forma parte de la historia literaria más reciente bajo dos
etiquetas de alto significado: la Otra sentimentalidad y la poesía de la
experiencia. Allí alzaría vuelo en 1982 su libro Pensando que el camino iba derecho. Tras esta primera salida el
itinerario creador prosigue con La
canción del olvido (1985) y, en el cierre de la década, en 1989, encuentran
andén La guerra de los treinta años,
reconocida con el Premio Rafael Alberti, y La
dama errante (1990). Hitos importantes en su poblado recorrido lírico son Contradicciones, pájaros (2000), que
consiguió el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla y Ficciones para una autobiografía (2015),
reconocido con el Premio de la Crítica
(2015) y el Premio Nacional de Poesía (2016).
Dejo al margen compilaciones,
balances, cuadernos y otros títulos del trayecto para centrarme en la verdad poética
de Soñar con bicicletas, donde el
ideario de Ángeles Mora se define desde una sensibilidad que enlaza la voz verbal
y la condición del yo ficcional zarandeado por sus retos existenciales. De
nuevo conviene recalcar el magisterio literario del profesor y ensayista Juan
Carlos Rodríguez y su insistencia en que
el río versal está ligado a un tiempo histórico.
La poesía se gesta alrededor del patio oscuro
de la memoria, y ese es el latido que impulsa el apartado “Mi vida secreta”
donde escribir es abrir ventanas a un estar oculto, inadvertido, que trasciende
los estratos aparentes del entorno para escarbar en la claridad dormida de los
sueños. La conciencia percibe que la existencia tiene contraluces y asimetrías,
decepciones y una brumosa soledad que invita a la renuncia. Toma cuerpo en el
pensamiento la condición de mujer, ese empeño en soñar con bicicletas y
mantener en vilo las grafías oníricas para que se ensanchen las aceras angostas
de lo cotidiano: “Buscar la luz, / no mirar por los rotos /donde el rencor
oculta / su negrura infinita”:.
El recuerdo reivindica sitio;
pone un foco de luz en el ámbito privado de la intimidad. Allí donde se
asientan esos vértices tradicionales que construyen la identidad femenina en el
mercado, en las tareas de la casa o en las relaciones sociales restringidas.
Los roles secundarios se ocultan bajo el vestido de novia y el sometimiento a
unas convenciones que borran la luz y la alegría para respirar el aire
contaminado de la rutina. El tiempo impone su andadura y todo se transforma en
el polvo dormido del pasado, como si las vivencias durmieran dentro, calladas y
exhaustas, como “cosas lejanas que no vuelven nunca, / ni tampoco se van”.
La senda metaliteraria llevar
al espacio de las palabras en la segunda sección “La luz del poema” que ubica
como umbral el título memoria de la
melancolía. Recuerda la autobiografía de María Teresa León que narra sus teselas
vitales en los años de la república y el exilio. La poesía se desnuda; convoca
hilos de intensidad y sustrato emotivo. Apoya su voz en lo cercano para enlazar
con el tono humilde del sentir cotidiano sin retóricas grandilocuentes ni esteticismos
hueros. El poema cobija imágenes, adquiere a veces la textura del homenaje,
como sucede en “Flores del pensamiento” dedicado a las invisibles poetas del
27, despojadas de las estanterías de la literatura, para ser solo voces de una
historia dictada por el olvido. En “Ayer” encontramos otro homenaje a la luz y
la memoria de Antonio Machado, junto a una reflexión sobre el deambular del
tiempo. El apartado cobija otras presencias intangibles como Federico García
Lorca, Chopin, Teresa de Jesús o la ya citada María Teresa León, renacida en el
monólogo dramático de “Una mirada en el exilio”.
El libro dedica el tercer
apartado “”Underworld” (Inframundo) a perfilar los rasgos del yo que se asoma a
las pesadillas de la propia conciencia en esa distancia continua entre la
realidad y el sueño. Lo transitorio asola, nos convierte en oquedades sin luz
en medio del fluir de las cosas. Del mismo modo, en el páramo de la historia, el
yo femenino ha ido buscando su definición, acotado en su condición marginal que
convertía su presencia en una estela dolorosa de mujeres rotas. El poema
“Imágenes para una exposición” clarifica el compromiso de la poeta con la
defensa de valores de igualdad, tolerancia y respeto, y el derecho a un mundo
nuevo más habitable, sin miseria y
explotación.
Poco a poco el confinamiento
de la pandemia se diluye en la memoria, como si hubiera sido un paréntesis de
soledad y sombras, de calles clausuradas, y de ausencias que callaron su voz en
los días más duros del encierro. Poemas como “Extraña primavera” y “Siempre es
domingo” evocan aquella soledad deshabitada de las avenidas sin nadie esperando
la luz del nuevo día.
Uno de los nombres cimeros de
la novela negra, Raymon Chandler, presta su voz para la coda final del libro,
“El largo adiós”, un grupo de poemas dedicado a Juan Carlos Rodríguez. En los
estratos argumentales conviven el intimismo del yo poético y el marco habitable
de la ciudad dormida; esa ciudad tan ligada a la propia existencia cuyo
callejero ha sentido día a día el paso de la historia, las mutaciones de un
tiempo en el que se cobijan las historias del aprendizaje sentimental.
El recuerdo del compañero de
vida y del maestro persiste con la fuerza del amor, tan nítidamente reflejada
en “¿Qué hacer?: “Todo al fin me lo diste. / Todo te lo llevaste: la
literatura, la vida (…) Esa provocación. / Bien sabías que me bastaba / para
seguir queriéndote.”. Y junto a esos instantes compartidos los pasos de la
madurez preservados en la memoria, los rostros y señales que anidan en lo
emotivo como diligentes fotogramas de una hermosa película que son fieles
testigos de lo que nunca vuelve.
Ángeles Mora ubicaba en el
pórtico de su libro el poema breve “Unbalanced”
(Desequilibrado), cuya filosofía asocia el caminar por una realidad
contradictoria al esfuerzo de la voluntad por sostener sus pasos en el tiempo, buscando
verticalidad y equilibrio, como notas sobre un pentagrama. Se trata de alcanzar
el destino marcado para sentimientos y sensibilidad, ese atardecer que trae la
noche y nos deja a solas con el temblor del frío, para poder soñar con
bicicletas.
JOSÉ LUIS MORANTE
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