viernes, 30 de septiembre de 2022

JUAN ANTONIO MORA. LA SILLA VACÍA

La silla vacía
Juan Antonio Mora
Editorial Corona del Sur
Colección Almud Literario
Málaga, 2022

 

PELDAÑOS
 

   Los últimos años de Juan Antonio Mora Ruano (Andújar, 1950) desmienten cualquier conformidad literaria; evidencian una incansable fertilidad creadora. Conforman una etapa en la que han salido entregas referenciales del poeta e impulsor durante muchos años de la revista La hamaca de lona, como el balance La alegría del aire (2019), selección del trayecto prologada por la complicidad lectora del poeta y ensayista, Alberto García-Teresa y un poemario de altura, Nubes, enriquecido por la palabra sabia del artista multiplidiscipinar y excelente poeta Juan Carlos Mestre. En ambos trabajos busca sitio el mismo empeño estético, una fuerza creadora el que aborda la subjetividad del yo como apretura hacia el otro. El afán literario es una forma de existir, una manera de adaptarse al contexto y sus circunstancias cambiantes desde una conciencia crítica. La sensibilidad poética deja escuchar su latido a través de un sondear profundo e introspectivo. Lejos de cualquier esteticismo, las palabras configuran coordenadas para el refugio y la compañía; son lumbre encendida frente a la intemperie. O como subraya con sosegada certeza en su prólogo Alfredo Ybarra: “En La silla vacía encontramos a Juan Antonio Mora buscando la verdad de sus palabras, de sus versos, revisando su vida, buscando su propia verdad, doliéndose siempre desde el aliento del verso. Porque las palabras cuando están cargadas de su autenticidad son la puerta que da paso a la plenitud”.
  La estela creadora derrama en el umbral un amplio abanico de reflexiones en boca de Cioran, Walter Benjamin, Fernando Pessoa, Juan Carlos Mestre, Jorge Riechmann y José Luis Morante. Todos comparten esquirlas pensativas que unen pensamiento y poesía; saben que el arte ha de conmover y que los poemas nunca son neutrales y conmocionan a quien les abre ventanas interiores. Como advirtiera Miguel de Unamuno las palabras nos salvan, entrelazan sentimientos y pensamientos, alzan vuelo a la exploración de una tierra de nadie en la que se define la voluntad de ser, el compromiso cívico del yo con la realidad, desde donde aflora siempre el horizonte de las pérdidas.
   Por eso en La silla vacía –qué hermosa manera de definir la ausencia- están íntimamente entrelazados el recorrido existencial y la fuerza del lenguaje para dar un sesgo de vida a lo transitorio. Nace así un deseo de transcender lo perecedero, de buscar el significado de esos grandes conceptos que someten al fluir de la conciencia a una continua lucha contra el tiempo. Juan Antonio Mora no ha cambiado en absoluto su forma de decir las cosas; ama el despojamiento y la desnudez, el tono íntimo de la confidencia. La tristeza parece imponerse sobre lo cotidiano y apagar los colores diarios, con su cadencia inesperada. Llena al yo poético, sumido en una estela de soledad y grisura.
   Empeñado en entenderse a sí mismo, todo empuja al hombre a una larga búsqueda de sentido y de asumir el propio destino personal; un destino que es también el destino de todos porque en cada uno de nuestros bolsillos perdura una revolución pendiente. El marcado deambular del desasosiego recorre la zona umbría del paso del tiempo, el desgaste físico que cada vez más aflora desde la zanja abierta del espejo; y el cúmulo de ausencias que la muerte convierte en lejanía y olvido, creando una intensa desolación interior: “Hoy, en esta tarde ociosa,  / yo, esencialmente vivo, / me pregunto qué será / de mis amigos muertos / Luis, Javier, Tomás, Eladio, / dónde habitarán sus almas / en este hastío sereno / en esta quimera absurda / en el ocaso del pensamiento moderno”:
  La palabra en el tiempo del sujeto verbal sufre también la inclemencia de la historia, esas sombras tenebrosas que han marcado itinerarios colectivos convirtiendo cada ciudad, como escribiera Dámaso Alonso, en las irrepetibles páginas de Hijos de la ira, en una inacabable fosa colectivo. Por eso es preciso recordar, alzar el dedo y denunciar, pronunciar como Zola el yo acuso para que algún día sea posible la luz de la esperanza., para que los temas que causan dolor se sienten a dormir su largo sueño en el arcón de la memoria y podamos volver a la evocación y la elegía, a aquel hermoso sueño de pureza e ideales que guardaba la infancia.
   Juan Antonio Mora muestra en los poemas de La silla vacía las cicatrices de lo vivido; su generación pertenece a un tiempo marcado por la guerra civil y por aquella línea siniestra entre vencedores y vencidos. Por eso, en este puente de palabras y vida, que crean sus versos despojados  hay dolor, el dolor abierto de la injusticia, la decepción ante un mundo de sombras que ha perdido sus columnas éticas.  Y en ese caminar hacia la última costa cada gesto adquiere un claro perfil ético, el paisaje limpio de la coherencia, la firmeza de ser poeta sin estridencias contra sí mismo y contra el tiempo.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 


 
 

 

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