lunes, 20 de febrero de 2023

MANUEL RICO. TIEMPO SALVADO DEL TIEMPO

Tiempo salvado del tiempo
(Antología 1980-2018)
Manuel Rico
Prólogo de Fanny Rubio
Ediciones El Sastre de Apollinaire
Colección Poesía, 45
Madrid, 2020

 

FRENTE AL ESPEJO

 

  La singularidad creadora de Manuel Rico (Madrid, 1952), licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid,  acumula un sugestivo mosaico de vetas expresivas: poesía, relato, novela, crítica, literatura de viajes, ediciones misceláneas y páginas autobiográficas. En el conjunto de su obra palpita una realidad literaria múltiple que intercambia géneros y propone en sus salidas un diálogo coral con la escritura en su intento de ubicar la posición del sujeto lírico en la realidad múltiple de lo cotidiano.
 Sus coordenadas poéticas han dejado en la imprenta más de una docena de libros. Un fértil recorrido que cobra vida en 1980, cuando el ideario novísimo, con un profundo surco de afinidad y reconocimiento en la década del setenta, evidenciaba un notable desgaste  y hacía necesario el trazado de nuevos trayectos estéticos.
   Las breves reflexiones de Fanny Rubio miran, desde la lejanía del tiempo, aquella amanecida de Poco importa romper con las alondras (1980), libro casi olvidado del que se recupera en esta antología la composición “La visita”, un texto revisado y corregido. Con perspectiva de evocación liberadora, el poema incorpora un pensamiento repleto de conexiones simbólicas y una vocación de autoconocimiento que busca desasirse de lo contingente mediante un largo viaje introspectivo que reordena vivencias. Como escribiera Antonio Machado, en cita que sirve de entrada al callejero poético: “No olvidemos que, precisamente, es el tiempo (el tiempo vital del poeta con su propia vibración) lo que el poeta pretende intemporalizar, digámoslo con pompa: eternizar”.
  En esta suerte de relato confidencial con resonancias evocativas encontramos nudos con magisterios preclaros como Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, a los que se suman la cercanía afectiva de amigos y maestros como José Hierro, Blas de Otero, Félix Grande, Francisca Aguirre, Manuel Vázquez Montalván o Diego Jesús Jiménez. Desde estas presencias se conjuga la fuerza sostenida del poema hecha expresión del yo confidencial y asiento de un sentimiento generacional incardinado en un transitar histórico que incide en la memoria para mostrar “el tiempo salvado del tiempo”
  Recordar es percibir la memoria como naturaleza viva. De esa recuperación mana el hilo argumental de “La visita” que sirve de pórtico para asentar algunas claves escriturales del poeta: la cotidianidad de la vida diaria se convierte en sustrato indagatorio. Así sucede con las composiciones de El vuelo liberado (1986) donde cobra presencia central la finitud del yo y la visión recordatoria de la muerte en un paréntesis transitorio despojado de cualquier esperanza: “Y fue también celebración del miedo / el maldecido oficio / de reescribir, con terquedad, la Historia / contra vidrios helados y alacenas, / contra la brisa triste que dejaba / la noticia del plomo en aquel barrio”. Pero también en la desolación de la periferia  y los márgenes el amor expande raíces fuera para buscarse. Esa vía sentimental muda la percepción de los sentidos; es claridad y destello, materia perecedera y afán de vida que guarda el prodigio de la lluvia y abrillanta la soledad oscura de los parques. También desde la observación de un entorno crepuscular se escriben los poemas de Papeles inciertos (1990), cuya voz enunciativa enlaza con el rumbo marcado por la lírica realista y figurativa de algunos nombres del 50, como Jaime Gil de Biedma, Ángel González o Carlos Barral. La realidad cuestiona la equívoca luz de los sueños.
  Las composiciones elegidas de El muro transparente (1992) y Quebrada luz recuperan el tono evocativo, donde conviven el miedo y la amenaza. Retorna el ambiente sombrío de la época en los años finales del franquismo y los primeros pasos del nuevo régimen ensimismado y estéril, todavía con la sombra próxima de la dictadura. De esos años queda la definición del compromiso y la presencia de objetos que reivindicaban una manera de ser y de pensar, como la chaqueta de pana o los claveles rojos de la revolución portuguesa. Son siluetas recortadas en el respirar de la época que muestran una luz que no prescribe, como describe el poema elegido para abrir el libro Quebrada luz (1996). Como sucede en las sombrías secuencias que muestran los cuadros de  Hopper, el discurrir se desvanece entre escenas de quietud y  silencio, para constatar que detrás de los cristales habita una intemperie estática, deshabitada, fría.
   Para muchos lectores del poeta, entre los que me incluyo, La densidad de los espejos (1997) es uno de los títulos centrales del trayecto. En él habita una fuerte conciencia de la muerte y la persistente estela de la temporalidad, un recorrido repleto de estancada ceniza. A este desazonado caminar hacia el olvido se contrapone la epifanía de la plenitud sentimental con poemas tan hermosos como “Imborrable amor”, un canto íntimo de celebración y esperanza.
  El estrato metaliterario de Donde nunca hubo ángeles (2002), aunque despojado de cualquier dogmatismo teórico en torno al lenguaje, explora la utilidad difusa del empeño lírico, la condición de senda movediza que busca transcender los pasos cotidianos en un quehacer oscuro en el que respira la orfandad del sujeto frente al muro cambiante de la realidad. Se vislumbra el paso de la Historia, no como verdad objetiva, sino como página abierta a la interpretación de la conciencia del sujeto.
   El largo tramo escritural concede a la ciudad un protagonismo continuo. El barrio, casi periférico y marginal, las transformaciones del entorno urbano o las secuencias que protagonizan anónimos viandantes solitarios dibujan un entorno humano en el que la reflexión sobre la convivencia colectiva y los laberintos interiores del yo cohabitan en el aire indagatorio del poema. Con esa sensación se leen muchas composiciones de la entrega De viejas estaciones invernales (2006). Tras el paréntesis luminoso del verano en el pueblo, casi un enclave de libertad y armonía, tocaba regresar a la rutina y al gregarismo de los horarios con los tercos itinerarios de costumbre.
   Una atmósfera similar se aborda en la entrega Fugitiva ciudad  (2012), como si los poemas fueran misteriosas recetas para engañar el vaivén temporal que poco a poco se va poblando de dolorosas ausencias, como recuerdan los estremecedores versos de “De la orfandad completa”; con el temblor de un íntimo homenaje, de recuerdo a la madre para borrar cualquier lejanía.
  Cierra la antología una breve representación de Los días extraños (2015), algunos textos inéditos y el epílogo “El sentido del poema”, firmado por el propio escritor. Es una hermosa poética en prosa que vuelca su indagación sobre el lenguaje como estado de conciencia y como experiencia propicia de conocimiento y emoción. La palabra es “muro transparente entre lo invisible y lo opaco”.
   La obra poética de Manuel Rico concede a la memoria densidad y peso. Sigue el azaroso curso del tiempo. Explora transparencias para buscar reflejado en sus aguas la voz estremecida del vivir; el paso caminante de estaciones y nubes  que pone en pie lo que se desvanece.


JOSÉ LUIS MORANTE





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