Clamor en la memoria Dionisia García Editorial Renacimiento Colección Mediodía Sevilla, 2022 |
MAPA DE TI
La poeta abre su mirada creadora con un breve prólogo, “Caminos
transitados” donde expresa el epitelio de esta entrega y su textura sentimental:
“No es fácil escribir sobre un suceso cuando el referente, la persona amada, ya
no está. Es por ello que he procurado mantener velada la herida, el dolor por
su ausencia, a través de la palabra. Las cosas del alma se malogran si te
acercas a ellas con descuido. Tú, Salvador, estás aquí con nosotros, en
nuestros hijos”. En el laconismo de esta nota queda el núcleo interior de la
escritura: despliega, sobre cualquier otra contingencia, un “mapa de ti”, un
homenaje que recupera los itinerarios vividos en común, las pertenencias
sentimentales que aposan incertidumbres e ilusiones, el variado contexto de la
complicidad. La poesía se hace meditación y memoria; recobra los trayectos al paso, las etapas que aletean ahora en la lejanía: “Todo ha pasado /
fugaz y luminoso, / con recorridos / que la memoria olvida. / Solo tú en el recuerdo”.
Las palabras recobran las manos cálidas de una identidad en el tiempo, como si esta presencia completara las formas del entorno y no faltase nada en la casa de siempre. Los días antiguos pierden su color desvalido para mostrar de nuevo la pujanza de una sonrisa en flor y su empeño de dar aliento al presente. En la frágil verdad del existir, el tránsito recobra evocaciones, vivencias mitigadas por los pasos del tiempo que acogían lecturas, músicas y trayectos que tenían “el olor a comienzo”.
El yo es un pasajero fugaz del transcurrir. Su condición recuerda el verbo sabio de Montaigne: “Las vidas más hermosas son, a mi entender, las que se conforman al modelo común y humano”. El balance personal parece un mero patrimonio rutinario, en el que hay que saber descubrir la singularidad: el vuelo auroral de un nuevo proyecto literario, un viaje lejano, el primer hijo, la oscuridad habitable de una sala de cine; en suma, la incansable ruta de aprendizaje y gozo que abren los días, mientras se pone el sol de otra manera.
En esa senda común las jornadas viajan hacia la última costa; alumbran el destino final. Llega la despedida que moldea la separación definitiva y el frío denso de la soledad. Las palabras ahora parecen una oquedad sin fondo y sin sentido. La realidad muda en páramo de soledad y espera, que solo cobra voz en la elegía: "Tu mirada me llega / como hilo de luz en lejanía, / y ya no supe más de la presencia. / Un despertar inquieto / me llevó a darme cuenta: / la habitación oscura, / y yo ya estaba sola.”. Queda solo el misterio de la ausencia, el desgarro en silencio de una herida que no puede curar y se hace escritura. Quien no está es ahora el mudo resplandor de lo vivido, la ausencia que define el clamor palpitante del camino común.
Las palabras recobran las manos cálidas de una identidad en el tiempo, como si esta presencia completara las formas del entorno y no faltase nada en la casa de siempre. Los días antiguos pierden su color desvalido para mostrar de nuevo la pujanza de una sonrisa en flor y su empeño de dar aliento al presente. En la frágil verdad del existir, el tránsito recobra evocaciones, vivencias mitigadas por los pasos del tiempo que acogían lecturas, músicas y trayectos que tenían “el olor a comienzo”.
El yo es un pasajero fugaz del transcurrir. Su condición recuerda el verbo sabio de Montaigne: “Las vidas más hermosas son, a mi entender, las que se conforman al modelo común y humano”. El balance personal parece un mero patrimonio rutinario, en el que hay que saber descubrir la singularidad: el vuelo auroral de un nuevo proyecto literario, un viaje lejano, el primer hijo, la oscuridad habitable de una sala de cine; en suma, la incansable ruta de aprendizaje y gozo que abren los días, mientras se pone el sol de otra manera.
En esa senda común las jornadas viajan hacia la última costa; alumbran el destino final. Llega la despedida que moldea la separación definitiva y el frío denso de la soledad. Las palabras ahora parecen una oquedad sin fondo y sin sentido. La realidad muda en páramo de soledad y espera, que solo cobra voz en la elegía: "Tu mirada me llega / como hilo de luz en lejanía, / y ya no supe más de la presencia. / Un despertar inquieto / me llevó a darme cuenta: / la habitación oscura, / y yo ya estaba sola.”. Queda solo el misterio de la ausencia, el desgarro en silencio de una herida que no puede curar y se hace escritura. Quien no está es ahora el mudo resplandor de lo vivido, la ausencia que define el clamor palpitante del camino común.
JOSÉ LUIS MORANTE
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