martes, 18 de abril de 2023

MARÍA AVEIGA DEL PINO. CÓDICE DE VOCES

Códice de voces
María Aveiga del Pino
Editorial Trashumante
Quito, Ecuador, 2022

 

LA VOZ DEL TIEMPO


  La nueva entrega de María Aveiga del Pino (Quito) Códice de voces se aleja del concepto romántico de la poesía moderna como indagación en los estratos interiores del hablante lírico para conceder a su escritura un tono enriquecido con la mirada antropológica, acorde con la formación universitaria de la escritora y empresaria ecuatoriana. A efectos poéticos la entrega propone un recorrido por los enigmas de distintos momentos históricos. Así nace un impulso exploratorio que reordena el legado de mitos, leyendas y códices, empeñado en reconstruir el lenguaje especulativo de signos y señales marcados en la piel del tiempo.
 Ante la complejidad de esta propuesta para algunos lectores alejados de esta intrahistoria cultural, María Aveiga del Pino, en texto epilogal, enumera los campos de investigación y el profundo asidero de enlaces culturales de los que parten sus poemas. También el prólogo del poeta, editor y ensayista Fernando Albán propone un camino reflexivo sobre el contenido versal que busca argumentos teóricos al poema, convertido en cauce de la memoria y en prolongación de aquellos códices minuciosos escritos con caligrafía artesanal en pieles de venado. Como sugiere el ensayista, el tiempo es “un enjambre de espejos en el cual todos los seres yacen metamorfoseados, atrapados, cautivos de la imagen, del reflejo”. Desde ese fondo inasible y paradójico llega la pulsión versal; las palabras palpan lo profundo, dan forma al espejismo de la interpretación, evocan, palpan el lodo fértil de lo ancestral.
   Los contenidos están fragmentados en varias secciones que comienzan con el poema épico “Ocho Venado, Garra de Jaguar”, una recreación histórica de un gobernante y conquistador mixteca, reunificador de los reinos del sur en el litoral mexicano del Océano Pacifico. La poeta intercala enunciados en prosa y versos escritos con la caligrafía en negrita del códice; de este modo el poema camina en dos tiempos, el testimonio histórico y los esquejes de pensamiento que buscan perdurar en el presente, como lo hicieron en las pieles marcadas, muchas de las cuales desaparecieron tras la conquista española. Pero el periplo biográfico de Ocho venado, gracias al Movimiento, tuvo un desplazamiento continuo, un viaje a todos los puntos cardinales, cuyos itinerarios marcan el discurrir del libro y su estructura. Ese tránsito es también regreso al punto de origen, como el recorrido del búmeran, dejando entre las manos del que escucha su latido, su coral polifónica.
 “El cerro oscuro” es el espacio asentado en el norte; el lugar donde Yo Venado toma la palabra para convertirse en cronista directo de su biografía. Su origen tiene mucho de momento epifánico, de creación auroral y génesis de la voluntad de los dioses. Su final dicta el horror de la conquista: “Brazos y muslos fueron desmembrados. / Esparcidos en territorios cautivos / entre los muros, las aguas y el miedo. / Un golpe de sol fragmenta el cielo / y cuchillos de pedernal caen sobre la tierra”. Ese sacrificio multiplica y fertiliza la herida abierta de la tierra, impulsa a continuar viaje como una germinación hacia adentro, caminando a solas con la fuerza sobre el hombro de todos los que partieron antes, haciéndose recolección y ahora: “Bajo las calles vivifico / algo que me pertenece.” La historia repite sus grietas y asedios, como ratifica el poema “Flores de diésel”, sobre las migraciones clandestinas, o “Cruz rosada”, sobre los asesinos de Ciudad Juárez.
   La ubicación del este corresponde a “La colina del sol” donde persisten las voces de los códices. Su fuerza expresiva convulsiona el pensamiento y deja sitio a la evocación elegíaca, como sucede en el poema “Sofía”, hija y nombre central en la biografía de la poeta, como refrenda la dedicatoria del libro. El apartado rastrea la memoria del ahora, busca secuencias emotivas para convocar a presencias cercanas que dejan el latido de su propia voz. Arbitra la convivencia de pasado y presente transformados en puentes que cruzan cuerpos, sentimientos y deseos.
   Edifica la geografía del sur “El templo del Cráneo” o La casa ancha. La voz se hace canto, acoge la cuenta de los días, impulsa los sentidos a la contemplación de ciclos que encarnan amanecida y renovación, como mínimas tortugas que emergen de la arena luminosa buscando la lejanía del agua, o cantos de ballenas  que propagan su armonía natural en la superficie convulsa del lecho marino, ajenos todavía a la destrucción y al reverso sombrío de lo extraordinario:” La secuencia de la materia en el transcurrir / canta la imagen / espejo de sonidos y tiempo es su mirada”.  
   La sección compila poemas que mudan la senda de lo cotidiano en dolor y muerte. Quedan en la lectura estremecida composiciones como “Lo útil” sobre el desguace atroz de la caza de ballenas, o “Pelo azul, ojos negros”, que denuncia la violación de una niña y su muerte, símbolo de esa violencia sin alma que destruye la conciencia y anula la condición humana, cubierta de escoria y tristeza, como si formara parte de una voz colectiva que se une bajo la superficie disgregando la identidad concreta en un todo común.
   Cuarto punto cardinal, el oeste se hace fluir continuo en el apartado “El río de ceniza”. Como ese fenómeno natural del viento del Sahara transportando en el aire toneladas de polvo que luego fertilizará selvas y suelos, las voces vuelan en el tiempo, se propagan e inauguran otras voces. El poema se hace viento persistente, moldea las formas, dibuja nuevos flancos de dunas, revela secretos naturales y sugiere una naturaleza en permanente mutación y desvelo en el que cada elemento, tras su fugacidad, cumple su propósito. Así se lee en composiciones descriptivas como “Cantos de arena”, “El Chad” y “Polvo del Sahara”, donde el desierto, visualizado como espacio indagatorio emerge convertido en presencia central.
   Sirve de cierre del poemario Códice de voces el quinto punto con poemas nucleados en “El templo del cielo”, un apartado final muy breve. La mutación se completa; la presencia del yo se transforma en señal en la página, se define como una realidad atemporal que ofrece refugio a lo transitorio. El canto suena fuerte, igual que una palpitación extendida que multiplica sus ecos en el aire, se hace misterio que contiene imágenes del pasado y  “Mapa para el ritmo de los seres / las preguntas y las obras”. El pasado se hace amanecida, de nuevo vuelve el búmeran para sentir los pasos del regreso y dejar que las palabras a solas, mansas, sedentarias y dilatadas por el fluir del tiempo, cumplan su destino.


JOSÉ LUIS MORANTE



 


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