martes, 3 de septiembre de 2024

MANUEL RICO. QUEBRADA LUZ Y EL MURO TRANSPARENTE

Quebrada luz
y
El muro transparente
Manuel Rico
Olifante, Ediciones de Poesía
Tarazona, Zaragoza, 2024

 

SECUENCIAS

 

   Con motivo de la celebración del XLV Aniversario de la amanecida de Olifante Ediciones de Poesía, catálogo poético fundado y  dirigido desde su inicio por Trinidad Ruiz Marcellán, se reeditan en un solo volumen dos entregas del poeta, narrador y crítico Manuel Rico (Madrid, 1952). La primera, Quebrada luz, llegó a los escaparates literarios en 1997, tras ser reconocida con el Premio Esquío de Poesía en castellano en 1996, y la segunda, El muro transparente, fecha su primera impresión en Ediciones Libertarias en 1992. El poeta ha optado por sumar ambos libros porque los considera “secuencias de un mismo impulso ético y estético, de una misma obsesión por hacer de la poesía tierra de reflexión en torno a sus capacidades para explicar las zonas no visibles o solo esbozadas de la realidad”. Con todo, ambos trabajos preservan autonomía singular y vocación de aglutinar los esquejes argumentales con empeño unitario porque “todo poema es una construcción de la lengua que tiene que revelarnos algo no siempre definible, transmitirnos un temblor misterioso, añadir emoción a nuestra vida”.  En nota prologal el autor añade a su forma de entender la poesía dos empeños sostenidos en el discurrir verbal: palabra reveladora, que busca estratos y puertas de salida entre los interrogantes existenciales, y conciencia crítica ante un contexto próximo y heterogéneo, un mundo incomprensible y extraño, nunca exento de contingencias e insatisfacciones.
   Quebrada luz contiene una cita definitoria del poeta Wallace Steven, quien asemeja la luz con una araña que avanza entre los bordes de la nieve y se abre paso entre sombras, abriendo una tregua de claridad y transparencia. Desde esa sensación de presencia fuerte, la luz se confirma como elemento genesíaco; salva la memoria y sorprende los contornos difusos de aquello que no existe. Pero la luz también tiene un reverso; es zozobra y huida hacia la sombra, la claridad quebrada de quien mira a través de la niebla o entre la espesa densidad del humo. En esa aurora extinguida el sujeto poético descubre un territorio incógnito, hecho de soledad y de grisura, de podredumbre e intemperie, donde los sueños se desvanecen y caminan hasta el desamparo.
   A lo largo de las composiciones, la luz simboliza despertar y transparencia, pero también las erosiones del transitar, ese largo viaje hacia el crepúsculo en el que va perdiendo energía hasta mudar en un espacio de sombra, en un lugar a solas, en la penumbra, donde duerme el fracaso y en cuyos andenes trastean los sueños no cumplidos.
  Más allá del despertar vital, se oye crujir el tiempo, las hojas secas de un azaroso trayecto que fue sumando luces y sombras, que puso voz a la belleza y la infamia en el empeño de vivir.
    Publicado en 1992, El muro transparente contiene una amplia suma de composiciones, organizada en cuadernos. El muro representa hermética clausura y seguridad, esa contradicción que convierte el refugio en cárcel para negar la amanecida al otro lado. El aserto también permite una lectura en clave metaliteraria en la que la palabra escrita es el muro a construir que oculta y protege de la realidad. En el primer cuaderno prevalece un entorno nocturnal, hecho de sendas envejecidas, cuajado de recuerdos. El ayer aparece, sin rumbo, para mostrar un patrimonio escueto que invita a cerrar los ojos y cobijar su textura de nieve en el poema; así nace una vocación literaria que hace de Juan Ramón Jiménez empuje y magisterio para moldear un desván de palabras; es tiempo del todo por decir que intuye “la fortaleza del arte”.
   Son frecuentes entre los textos los paisajes conocidos de lo cotidiano: los reencuentros con otras presencias afectivas, las lecturas sobre la mesa de trabajo, la geografía difusa de la ciudad con “sus rincones de madera, de niebla y de vino”. El segundo cuaderno se define como un canto celebratorio al tejido sentimental; el amor pasa a primer plano para que se encuentren la piel y las palabras, la brasa que alza luz entre la niebla.
   Más reflexivo, el tercer apartado acoge en su brevedad indagatoria los estados que cobija el espacio íntimo de la conciencia. La sospecha de que vivimos en un tiempo ilusorio fortalece las dudas y los signos confusos de la palabra; invita a refugiarse en la voz poderosa de la lectura y en el convencimiento de habitar una madurez cansada por la costumbre que recuerda y evoca.
   Con luz de estío, los poemas acogidos en el tramo final moldean el trazado de un afán colectivo, de entusiasmo difícil e ideales grisáceos, de paisajes con sombras que definían los límites del extrarradio y su entramado de remotas calles. También algunas prendas, como la chaqueta de pana, definían las maneras de salir al día y soñar con una tierra de fraternidad. El poema “Dirty realism” es un cálido homenaje a Raymond Carver y su querencia natural en las tramas narrativas por lo anónimo, lo vulgar y por las vivencias de seres normales; es también una manera de posicionarse en una estética que traza una épica de seres normales, de presencias concretas, que parecen huir de la vida mostrando sus espacios de sombra.
   En la poesía de Manuel Rico el tiempo ocupa un vértice central. Su transcurso genera una definición secuenciada de la existencia que aglutina la infancia como espacio angular de la luz y convierte a los días de madurez en un estar crepuscular, marcado por el tedio ambiental de lo cotidiano. En este ciclo de nomadismo vital, el verano –tan definido en el apartado “Quinto cuaderno” “Palabras para una noche de verano”-, refleja plenitud y esplendor, ese campo inmaterial de los sueños cumplidos: “Esta adherencia a la memoria / de todos los veranos / lleva dentro de sí / imborrables siluetas, testimonios / de amores fugitivos / e historias sin relieve / cuyo valor reside sobre todo / en el temblor oculto del paisaje…”.
   El muro transparente se hace en el cuaderno final la evocación de quien inventa una nueva realidad, tangible en el papel, que hace presente lo vivido y recupera súbitos destellos: “De nada sirven los relojes / cuando la vida encuentra /la contención del arte”, ese oficio tenaz que transforma lo fugitivo en permanencia.
   En la poesía de Manuel Rico lo autobiográfico es tema recurrente, no como tentativa de recuperar secuencias concretas, sino como intento de ajustar los rasgos comunes de una generación marcada por un pasado histórico sombrío y como forma de dar sentido y transfigurar la realidad a través de la expresión literaria. Una poesía intimista y profundamente vital, con una permanente evocación del recuerdo para habitar el presente y reconstruir, grano a grano, ilusiones y sueños.
 


JOSÉ LUIS MORANTE
 
 
 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.