domingo, 8 de septiembre de 2024

LAS TECLAS DEL SARCASMO

Dentadura con caries
Fotografía publicitaria
de 
internet

 

LAS TECLAS DEL SARCASMO

Nos hacemos más solitarios a medida
que conocemos bien a la gente.

ARTHUR SCHOPENHAUER

   Hay sujetos disonantes, que tocan a menudo las teclas del sarcasmo. Las pulsan, convencidos de su sonoridad y su eficacia, como si provocaran en el amansado tímpano de los los oyentes un asentimiento placentero, el descubrimiento de que la burla cruel o la ironía mordaz son altas expresiones de ingenio de un intelecto activo.
   Convivo con un entorno amable –soy un tipo afortunado- en el que disuena de forma estrepitosa el sarcasmo. Y por eso he tardado en descubrir la razón de mi tolerancia o la quieta paciencia que me lleva a dejar sin respuesta una actitud que no soporto.
   Sé cuántas razones llevan al sarcasmo: la inseguridad de quien carece de certezas y piensa que todo es relativo; la soledad, la insatisfacción personal, el fracaso afectivo, el resentimiento de quien hace culpables a los que se sientan al otro lado del yo, o los efectos secundarios de la ignorancia, la mezquindad, o la envidia… Sé también que no existe ninguna razón para soportarlo.
   Pero el cansancio aflora y uno encuentra el sarcasmo, vomitivo y vulgar como un pelo en la sopa. Es el pasajero incontinente que puebla los asientos del día, cuando invitamos al viaje y se abonan todos los peajes.
   El sarcasmo está en la mirada rugosa que descubre en un mural de años de trabajo la cagada de una mosca; felicita con toses; besa con salivillas y extiende una mano sudosa si saluda. Me tortura el sarcasmo y solo aspiro a encontrar en un instante la coartada maravillosa que cambie el sarcasmo por un definitivo epitafio de bien morir.

(Notas del diario)


 

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