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miércoles, 16 de enero de 2019

ANTONIO CRUZ ROMERO. UNA HABITACIÓN DE HOSPITAL CON VISTAS AL MAR

Una habitación de hospital con vistas al mar
Antonio Cruz Romero
Letras Cascabeleras, Poesía
Cáceres, 2018


LA HERIDA DE VIVIR


   Siempre asocio el nombre de Antonio Cruz Romero (María, Almería, 1978) con la traducción al castellano de la última poesía neerlandesa, un espacio lingüístico casi silenciado por completo en la cartografía literaria del presente, resignado a convertir al inglés en el cauce renovador de la lírica. Pero el traductor almeriense personifica un quehacer marcado por la diversidad: es autor de relatos, novelista, antólogo y editor, aunque el rasgo esencial de su perfil creador es la poesía. Retorna al género con la entrega Una habitación de hospital con vistas al mar, un aserto explícito que convierte el mar en paradójico horizonte del dolor.
   Algunos lectores recordarán el cuerpo de afinidades entre el joven poeta y el profesor Hilario Barrero, que aporta al libro la ilustración de cubierta y algunas imágenes interiores. Entre ambos nombres se ha establecido en el tiempo una senda común que integra publicaciones, traducción –y recuerdo aquí La esperanza es una cosa con alas, compilación poética de Emily Dickinson, editada y traducida al castellano al castellano por Hilario Barrero- y aportes de inéditos en las respectivas revistas. En fin, que ambos poetas han establecido un jubiloso viaje de amistad y poesía, una contingencia emotiva que vuelve a constatarse al integrar el nombre del escritor toledano en el pórtico de citas, del que también forman parte Hugo Claus y el conocidísimo principio aforístico de Wittgenstein: “Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo”.
 La poesía de Antonio Cruz tiene desde su inicio un sesgo narrativo, con un fuerte sustrato biográfico. El canto elegíaco está marcado por la desesperanza, como si el sujeto verbal tomase conciencia de que se ha cumplido en la identidad un ciclo de erosión, en el que muestran las desapacibles mutaciones. Ser es abrir la puerta a la incertidumbre. El dolor coloniza el espacio existencial. Es un largo pasillo cuyas paredes expanden humedad y silencio. Huele a convalecencia y enfermedad y marca una fecha en el calendario, casi real en su precisión crítica: 25 de enero, como si fuese necesario recordar cuándo la cirugía se instaló en el corazón sentimental para reiterar en cada latido el significado del otro, el dolor compartido, la inquietud.
   El verso se despoja de utillería léxica, para convertirse en la palabra de una crónica fría. Como en los poemas desolados de Karmelo C. Iribarren o en los fragmentos mínimos de Chantal Maillard, dos referentes coetáneos que enuncia el mismo personaje al dar fe de vida de su tácita soledad. Se ha acostumbrado a leer el desapacible idioma de la herida: sus efluvios, el trazado aleatorio de la cicatriz, la invisible convulsión de las células. La densa lluvia va dejando paso a un cielo abierto, a una contemplación más distante que poco a poco convierte al olvido en epicentro y deja dentro un nuevo espacio para mirar la amanecida; la aurora trae un punto de luz al día siguiente, como si los sentidos necesitasen pasar página y prodigar contornos y formas nuevas: “La tarde camina en dirección opuesta al invierno, / como deseando alcanzar la primavera; / quizá por un camino equivocado; quizá solo el tiempo lo habrá de dilucidar. / Puede que ya todos estemos durmiendo”
  Como una larga meditación existencial en torno al tránsito y la desesperanza, la poesía de Antonio Cruz Romero alerta sobre la decrepitud que acecha cada recorrido existencial. Es un acto de introspección, con una fuerte apoyatura cultural, en el que el yo poético descubre su fragilidad, esa necesidad de construir el mundo desde la presencia del otro, de compartir el paso también en los naufragios y de abrir juntos la ventana al paisaje que deja el sustrato de los días, sabiendo que alzamos una minúscula estatura.
 Sin más: “Aquí solo somos / el insignificante zumbido de un insecto / que ilusos creemos imprescindible para volar”.      



lunes, 14 de noviembre de 2016

ANTONIO CRUZ ROMERO. POESÍA EN NEERLANDÉS

Poesía experimental de los 50
en lengua neerlandesa
Ensayo, traducción y selección de poemas de
Antonio Cruz Romero
RaVeNsWoOd Editorial, 2016

VERSOS EN NEERLANDÉS

Casi ocultas bajo la voz fuerte de sistemas lingüísticos mayoritarios, hay lenguas de uso cuyo patrimonio cultural tiene un espacio de conocimiento restringido. Requieren dedicación y desbroce para que vean la luz sus frutos más logrados a través de traducciones que muestren una visión de conjunto.
Antonio Cruz Romero es un escritor que camina por bifurcaciones como la poesía, el relato, el ensayo y la traducción. De su mano nos llega el volumen Poesía experimental de los 50 en lengua neerlandesa. Es responsable del estudio crítico, la versión al castellano y la selección poemática de trece poetas de dos territorios, Países Bajos y Flandes. Recordemos que el neerlandés es una lengua germánica occidental que tiene en la actualidad unos veinte millones de hablantes, concentrados mayoritariamente en Holanda y Bruselas, pero también en el norte de Francia, en zonas de Alemania y en antiguos territorios del imperio colonial.
El prólogo aborda las conexiones explícitas entre lengua y espacio geográfico. El monótono verdor y la llanura marcan el cromatismo de los ciclos estacionales y ese rumor de vida del tiempo histórico y sus contingencias. La separación política de Bélgica no ha roto la línea continua del neerlandés hablado y escrito, un idioma en el que se plantea, como en los demás, ese desasosiego contenido entre tradición y vanguardia; el conflicto entre antigüedad y amanecida ha gestado los cuatro grandes periodos del acontecer literario neerlandés, del que en este volumen se focaliza en primer plano la generación del 50. En ella percibe Antonio Cruz afinidades estéticas con las vanguardias europeas y el movimiento beat norteamericano.
Las características básicas de la estética experimental son conocidas: afán de búsqueda, experimentación sonora, ritmo libre y lenguaje figurativo con predilección también por los juegos fónicos que se acercan al caligrama. Pero la mirada no es homogénea ya que cada poeta busca el trazo de una travesía singular. No obstante, el tiempo contribuye a delimitar grupos por la presencia activa en revistas, eventos sociales y antologías que definen dos momentos centrales: Los Cincuentistas en Los Países Bajos y el Grupo del 55 en Flandes; ambos tendrán relevante protagonismo literario, a veces con la incomprensión de medios conservadores que lanzan acusaciones de infantilismo caótico, o de abandono a la expresión espontánea del subconsciente. No obstante, el clima rupturista perdura, como constata la antología Atonaal (1951), redactada por Simon Vinkenoog. Otro análisis que contribuye a clarificar la estética y que establece matices entre experimentalismo y vanguardia es el de Paul Rodenko, que será continuado por otros estudiosos que diseccionan idearios, tendencias, conexiones entre los experimentalistas y el arte del grupo CoBrA, nacido en París en 1948, o el amplio catálogo de influencias con el clima cultural europeo coetáneo.
La antología poética realizada por Antonio Cruz Romero se centra de modo exclusivo en la nómina de los Cincuentistas, para delimitar los autores, y añade la obra de Paul Snoech (Del Grupo de 55) y un no adscrito, Ben Cami. De cada poeta incluye una biobibliografía completa y varias composiciones traducidas al castellano, aunque también elabora un anexo que comenta el aporte de otros creadores no antologados.
El resultado final sorprende por el minucioso análisis y por el meticuloso trabajo de documentación histórica en el que la etapa experimental del 50 refleja claramente su legado. El ensayista reactiva una parcela lírica semidormida en el fondo de la maleta del neerlandés y encauza la deriva experimental vinculándola a la práctica de trece nombres propios que muestran la siempre peculiar unión entre lengua y paisaje, donde la introspección profundiza cualquier distraída contemplación pasiva.