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martes, 28 de marzo de 2023

CARMEN SALAS DEL RÍO. SALITREMENTE


Salitremente
Carmen Salas del Río
Prólogo de Gerardo Rodríguez Salas
Editorial Olé Libros
Colección Imaginal
Valencia, 2021

 

LA SAL DEL TIEMPO

 


   Carmen Salas del Río (Cádiz, 1955), docente jubilada con casi cuarenta años de práctica educativa, tituló su entrega anterior El cantar de las caracolas (2020). Enlazaba el material lírico con el mar como concepto simbólico y con significado expandido. En su nueva entrega emplea como título el neologismo Salitremente que,de nuevo enlaza el ideario estético con la plenitud sensorial del agua en vaivén. Sobre estos esquemas reflexivos camina el extenso prólogo del poeta, traductor y profesor universitario Gerardo Rodríguez Salas.
   En ese enfoque introductorio, titulado “El salitre del ocaso”, se indaga en la semántica original del término, en ese término derivado que añade contundencia a la sustancia salina. La palabra aflora en la memoria como recuerdo esencial del Atlántico, un espacio ligado al deambular biográfico de la poeta y a su madurez expresiva.
   Toda poesía muda la evocación en un pensar de asentamiento y emotividad. Alimenta un rincón que enlaza memoria y presente, sobre todo cuando el agua del tiempo recorre una senda de madurez que acerca, casi de forma inadvertida, hacia los meandros de la última costa. En cada tramo del libro Salitremente los textos invocan la retina elegíaca. Es transparencia introspectiva que esencializa percepciones y recuerdos de un transitar irrepetible de luces y sombras, de amanecidas y melancolías, por más que el largo recorrido invoque decepciones y disemine paisajes afectivos.
   La palabra se hace tiempo. Busca con un cierto epitelio de escepticismo el patrimonio de vivencias que moldea la identidad, donde el amor, núcleo central de la segunda parte, es una constante salmodia. Gracias a la casa encendida de la poesía la introspección del yo encuentra en las páginas vividas un inventario de signos expuestos que aspira a sobrevivir entre la incansable zozobra del olvido.
   La titulación del apartado inicial “Poesía y camino” se acompaña con una hermosa cita del poeta extremeño Basilio Sánchez: “Hay en el interior de cada uno / un hombre conmovido / que no nombra las cosas con grandeza / sino con gratitud”; no se trata de airear declamaciones solemnes desde el púlpito de la grandilocuencia, sino de clarificar de inmediato que la existencia aloja en la mirada el agua clara de los dones diarios. Como sucede en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo, en los poemas de Carmen Salas del Río hay una clara conexión entre intimismo biográfico y escritura. La palabra se hace celebración, canta el arroyo de las caricias recibidas y los sueños que encontraron costa abierta en la aurora. Todos esos tesoros de humildad que ofrendó cada día para que se guardaran piel adentro.
   Las palabras descubren claridad y transparencia, olor sedentario para que las sílabas abran paso a las instantáneas del yo y muestren en cada paso cercanía existencial e intensidad emotiva. El poema profundiza en la mirada al transitar; restaña sueños y heridas; marca un espacio en el que encuentran sitio los pasos hacia el otro, el reguero de imágenes donde se asienta la claridad de la memoria.
  Los versos de Ángel González y de Edel Juárez marcan el paso del segundo apartado “Piel salitre”, ese rastro que queda en la epidermis para dar fe de vida del tacto del mar, para  ratificar que se camina hacia otro tiempo, donde se muestran alrededor las acuarelas otoñales de las hojas caídas. Caminamos hacia un inevitable otoño. Se hace cada vez más tangible la certeza de la fugacidad y la necesidad de asirse al amor como muro firme de cobijo y resguardo, como piedra filosofal que da sentido a cada instante.
  “Piel silente” convierte al silencio en una presencia más, como si el yo verbal hubiese descubierto que también la voz es estela leve que ha de borrarse. Los sentimientos se amordazan y se ocultan detrás de la voz adormecida. La lumbre se apaga y solo sobrevive una grisácea línea de ceniza mientras las brasas se han consumido. El silencio atrapa, permanece flotando en un vuelo ingrávido. El lenguaje se despoja hasta alcanzar la brisa leve del haiku.  El estar del sujeto da pie a la levedad del haiku, en el que resulta muy reconocible el amplio sustrato sentimental.
  El fluir existencial conjuga nuevos marcos escénicos y emotivos; así se constata en el apartado “Como arena” en el que las composiciones adquieren una mayor densidad reflexiva en esa búsqueda continua del yo que busca caminar hacia sí mismo y conocerse en  una senda versátil e indecisa, donde cada paso se convierte en un tanteo en las pulsaciones del ánimo. Se resguardan sombras y temores para que se preserven las esencias mientras el tiempo arrastra “hacia ese hondo abismo de la decrepitud”.
  El pensamiento concede una perspectiva amplia sobre la presencia del ser en un espacio físico marcado por la precariedad de la existencia. El abanico poético final “De mente” mira los territorios del ahora donde sedimentan destellos marcados por la temporalidad. En el futuro no hay certezas ni existen esas respuestas que la niña interior –ese símbolo de idealización y esperanza que habitaba dentro- buscaba en la sugerente cercanía de los sueños cumplidos. En la cansada espiral del camino queda el frío.
   Salitremente es un largo viaje introspectivo, un ejercicio de meditación lírica de un testigo que mira el tránsito efímero entre el mediodía y el crepúsculo. Alza la voz para caminar hacia dentro por el sendero de la evocación para aseverar, como decía la conciencia narrativa de  Carmen Martín Gaite, que lo raro es vivir y que hay que guardar a cada instante los últimos rescoldos. La palabra se hace interrogante, se asoma a universos extraños, a veces anodinos y silenciosos, que van componiendo un diario introspectivo en el que lo importante no es la verdad sino lo que cada uno encuentra en su interior. En él se preserva la piel dormida en las manos del tiempo, la purpurina brillante del salitre que siempre guarda la perplejidad, esa semilla que el tiempo siembra entre las manos.

JOSÉ LUIS MORANTE


miércoles, 23 de diciembre de 2020

CARMEN SALAS DEL RÍO. EL CANTAR DE LAS CARACOLAS

El cantar de las caracolas
Carmen Salas del Río
Prólogo de José Gilabert Ramos
Editorial Olé Libros
Colección Marginal 
Valencia, 2020 
 

OÍR EL MAR


   La identidad poética de Carmen Salas del Río (Cádiz, 1957) se ha expandido, en un tramo temporal muy breve.  En apenas un lustro de escritura han visto la luz tres entregas, Manto del alma (2016), La mirada del tiempo (2019) y el libro que enfoca esta mirada crítica El cantar de las caracolas (2020). Este paso de madurez creadora viene precedido de una larga experiencia docente, en la que ha sido afán continuo del transcurso vital el fomento de la lectura y la siembra de brotes renovados de la expresión literaria. Son facetas que en el ideario estético de Carmen Salas del Río conforman un entrelazado natural.
   En el fluir remansado del prólogo, José Gilabert Ramos alude a la posesión volátil de lo efímero, a ese vuelo imprevisible de la memoria en el que la conciencia construye un lugar habitable, poblado de “recuerdos, emociones y cicatrices”.  Los poemas nunca abandonan el signo elegíaco, ese fulgor crepuscular de los recuerdos que hace de los días de infancia un tiempo áureo, irrepetible, por más que el discurrir disemine paisajes afectivos. El mar se hace patrimonio de plenitud; así lo escribe José Gilabert Ramos: “El lenguaje del mar con su canto profundo, el ritmo de las olas con su ir y venir en una constante salmodia” constituye la caligrafía esencial del poemario. Poco a poco, los lugares del pasado son teselas en su sitio, proclives a la crónica y a la idealización, un inventario de signos expuestos que aspiran a sobrevivir entre la incansable zozobra del olvido.
   La titulación explícita del apartado inicial “Espiral de vida” clarifica de inmediato la semántica del poemario; en los poemas de Carmen Salas del Río hay una clara conexión entre intimismo biográfico y escritura. Son espacios transversales que comienzan a caminar tras el selecto conjunto de citas extraídas de la escritura de Fabrizio Caramagna, Alexandra Pizarnik y Rafael Alberti, donde se busca el eco sentimental del mar como pulso germinal de la palabra.
   El uso de la primera persona impregna la palabra de cercanía existencial e intensidad emotiva; el poema profundiza en la evocación de instantes que se hicieron piel y cicatriz. Marca un entorno en el que encuentran sitio los restos del pasado. Lo transcurrido pervive en un reguero de imágenes en las que se asienta la claridad de la memoria. Los versos insuflan vida a un rastro sonoro en el que el cantar de las caracolas adquiere una simbología esencial, cuya música deposita un patrimonio de indicios que permite recordar lo andado: la maternidad, el hijo que hace castillos en el aire, el exilio del tiempo, o el aroma del mar y la plenitud de sus sensaciones.
  El estar del sujeto da pie a la levedad del haiku, en el que resulta muy reconocible el amplio sustrato sentimental: “Cierro los ojos / solo escucho el susurro / de caracolas”; “Desde la arena / cantan las caracolas / su desencanto”. Nada tiene un asiento fijo, el tiempo cambia marcos escénicos y marcos emotivos; así se constata en el apartado “Horizontes” en el que las composiciones adquieren una mayor densidad reflexiva. Cada poema se convierte en un tanteo en las pulsaciones del ánimo en el que también se resguardan sombras y temores, amistades interrumpidas, atardeceres.
   Ya he comentado que el mar concede una perspectiva amplia sobre su vaivén físico y sobre su simbología como espacio de la memoria y temporalidad. Es un subtema fuerte que monopoliza casi al completo el apartado “El mar y el viento” con una sugerente cercanía discursiva que equilibra ángulos biográficos: “Sentirme casi / en el materno útero de nuevo”
   El cantar de las caracolas define con voz evocadora y confidencial un regreso a la memoria para capturar imágenes y vivencias. La palabra se hace litoral, decantado y lúcido, abre páginas a un diario introspectivo, que siempre preserva la amanecida intacta del regreso, la mirada del niño que sigue todavía escuchando el rumor del mar entre sus tímpanos. 


JOSÉ LUIS MORANTE