El cantar de las caracolas Carmen Salas del Río Prólogo de José Gilabert Ramos Editorial Olé Libros Colección Marginal Valencia, 2020 |
OÍR EL MAR
La identidad poética de Carmen Salas del Río (Cádiz, 1957) se ha
expandido, en un tramo temporal muy breve. En apenas un
lustro de escritura han visto la luz tres entregas, Manto del alma (2016), La
mirada del tiempo (2019) y el libro que enfoca esta mirada crítica El cantar de las caracolas (2020). Este
paso de madurez creadora viene
precedido de una larga experiencia docente, en la que ha sido afán continuo del
transcurso vital el fomento de la lectura y la siembra de brotes renovados de
la expresión literaria. Son facetas que en el ideario estético de Carmen Salas
del Río conforman un entrelazado natural.
En el
fluir remansado del prólogo, José Gilabert Ramos alude a la posesión volátil de
lo efímero, a ese vuelo imprevisible de la memoria en el que la conciencia
construye un lugar habitable, poblado de “recuerdos, emociones y cicatrices”. Los poemas nunca abandonan el signo elegíaco,
ese fulgor crepuscular de los recuerdos que hace de los días de infancia un
tiempo áureo, irrepetible, por más que el discurrir disemine paisajes afectivos.
El mar se hace patrimonio de plenitud; así lo escribe José Gilabert Ramos: “El
lenguaje del mar con su canto profundo, el ritmo de las olas con su ir y venir
en una constante salmodia” constituye la caligrafía esencial del poemario. Poco
a poco, los lugares del pasado son teselas en su sitio, proclives a la crónica
y a la idealización, un inventario de signos expuestos que aspiran a sobrevivir
entre la incansable zozobra del olvido.
La titulación explícita del apartado inicial “Espiral de vida” clarifica de inmediato la semántica del poemario; en los poemas de Carmen Salas del Río hay una clara conexión entre intimismo biográfico y escritura. Son espacios transversales que comienzan a caminar tras el selecto conjunto de citas extraídas de la escritura de Fabrizio Caramagna, Alexandra Pizarnik y Rafael Alberti, donde se busca el eco sentimental del mar como pulso germinal de la palabra.
El uso de la primera persona impregna la palabra de cercanía existencial e intensidad emotiva; el poema profundiza en la evocación de instantes que se hicieron piel y cicatriz. Marca un entorno en el que encuentran sitio los restos del pasado. Lo transcurrido pervive en un reguero de imágenes en las que se asienta la claridad de la memoria. Los versos insuflan vida a un rastro sonoro en el que el cantar de las caracolas adquiere una simbología esencial, cuya música deposita un patrimonio de indicios que permite recordar lo andado: la maternidad, el hijo que hace castillos en el aire, el exilio del tiempo, o el aroma del mar y la plenitud de sus sensaciones.
El estar del sujeto da pie a la levedad del haiku, en el que resulta muy reconocible el amplio sustrato sentimental: “Cierro los ojos / solo escucho el susurro / de caracolas”; “Desde la arena / cantan las caracolas / su desencanto”. Nada tiene un asiento fijo, el tiempo cambia marcos escénicos y marcos emotivos; así se constata en el apartado “Horizontes” en el que las composiciones adquieren una mayor densidad reflexiva. Cada poema se convierte en un tanteo en las pulsaciones del ánimo en el que también se resguardan sombras y temores, amistades interrumpidas, atardeceres.
Ya he comentado que el mar concede una perspectiva amplia sobre su vaivén físico y sobre su simbología como espacio de la memoria y temporalidad. Es un subtema fuerte que monopoliza casi al completo el apartado “El mar y el viento” con una sugerente cercanía discursiva que equilibra ángulos biográficos: “Sentirme casi / en el materno útero de nuevo”
El cantar de las caracolas define con voz evocadora y confidencial un regreso a la memoria para capturar imágenes y vivencias. La palabra se hace litoral, decantado y lúcido, abre páginas a un diario introspectivo, que siempre preserva la amanecida intacta del regreso, la mirada del niño que sigue todavía escuchando el rumor del mar entre sus tímpanos.
La titulación explícita del apartado inicial “Espiral de vida” clarifica de inmediato la semántica del poemario; en los poemas de Carmen Salas del Río hay una clara conexión entre intimismo biográfico y escritura. Son espacios transversales que comienzan a caminar tras el selecto conjunto de citas extraídas de la escritura de Fabrizio Caramagna, Alexandra Pizarnik y Rafael Alberti, donde se busca el eco sentimental del mar como pulso germinal de la palabra.
El uso de la primera persona impregna la palabra de cercanía existencial e intensidad emotiva; el poema profundiza en la evocación de instantes que se hicieron piel y cicatriz. Marca un entorno en el que encuentran sitio los restos del pasado. Lo transcurrido pervive en un reguero de imágenes en las que se asienta la claridad de la memoria. Los versos insuflan vida a un rastro sonoro en el que el cantar de las caracolas adquiere una simbología esencial, cuya música deposita un patrimonio de indicios que permite recordar lo andado: la maternidad, el hijo que hace castillos en el aire, el exilio del tiempo, o el aroma del mar y la plenitud de sus sensaciones.
El estar del sujeto da pie a la levedad del haiku, en el que resulta muy reconocible el amplio sustrato sentimental: “Cierro los ojos / solo escucho el susurro / de caracolas”; “Desde la arena / cantan las caracolas / su desencanto”. Nada tiene un asiento fijo, el tiempo cambia marcos escénicos y marcos emotivos; así se constata en el apartado “Horizontes” en el que las composiciones adquieren una mayor densidad reflexiva. Cada poema se convierte en un tanteo en las pulsaciones del ánimo en el que también se resguardan sombras y temores, amistades interrumpidas, atardeceres.
Ya he comentado que el mar concede una perspectiva amplia sobre su vaivén físico y sobre su simbología como espacio de la memoria y temporalidad. Es un subtema fuerte que monopoliza casi al completo el apartado “El mar y el viento” con una sugerente cercanía discursiva que equilibra ángulos biográficos: “Sentirme casi / en el materno útero de nuevo”
El cantar de las caracolas define con voz evocadora y confidencial un regreso a la memoria para capturar imágenes y vivencias. La palabra se hace litoral, decantado y lúcido, abre páginas a un diario introspectivo, que siempre preserva la amanecida intacta del regreso, la mirada del niño que sigue todavía escuchando el rumor del mar entre sus tímpanos.
JOSÉ LUIS MORANTE
Profunda y acertada tu reseña a EL CANTAR DE LAS CARACOLAS. Muchas gracias José Luis, sabes bien cuánto ayudas con tu saber hacer. Un gran abrazo desde Granada.
ResponderEliminar