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lunes, 8 de septiembre de 2025

RAMÓN EDER. EL LIBRO DE LAS FRASES TRANSPARENTES

El libro de las frases transparentes
Ramón Eder
Prólogo de Aitor Francos
Editorial Renacimiento
Colección Los Cuatro Vientos
Sevilla, 2025

 

CON ALAS EXTENDIDAS

                                                        
   El hábito es una disposición natural a cumplir con las expectativas. El empeño por reiterar un ciclo estacional que se repite, inalterable, en el fluir remansado del tiempo. Puntual, casi cada año, se aviva el festejo para celebrar la incansable convivencia de Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) con el aforismo. Constituye una tradición que abarca décadas y conforma un proceso personal que ha convertido al escritor navarro en celebrado magisterio y lectura necesaria. El crédito aforístico de Ramón Eder crece, con sorprendente regularidad y una envidiable coherencia estética, según constatan los mejores estudiosos del solar expresivo del laconismo.
  Más allá de su producción concisa, el aforista sondea con paréntesis reflexivos el clima general que mantiene su sensibilidad frente al decir breve. Ramón Eder subraya su preferencia por la intensidad concentrada, la frase telegráfica y las variables temáticas con sentido del humor, un humor proclive a la sonrisa, que no desdeña influencias de Mark Twain, Groucho Marx o Woody Allen. El atinado prólogo de Aitor Francos, sin digresiones inocuas, alerta sobre las condiciones naturales de una cartografía mudable, curadora y transparente: “Con cada punzada de inteligencia y en apenas una línea, combate la intolerancia, pule dogmatismos, suaviza rigideces mentales, y lo hace valiéndose de autoridad y de una agudísima ironía con clara voluntad pedagógica”.
  Eder recalca con el magnífico aforismo de Karl Kraus que la frase sapiencial carece de datos suficientes; a veces es media verdad y otras verdad y media, pero nunca la verdad única y definitiva. De este modo, la realidad se ubica en una inacabable escala de matices, de planos diferentes, para que tome aire y extienda alas la observación subjetiva. Hay que conocer el contexto y recorrer sin pausa los laberintos interiores para dar sentido a la escritura y ser un yo pensante que recrea el mundo desde una vitalista duda metódica: “El aforista hoy en día es una especie de filósofo presocrático con sentido del humor digital”. De los apuntes enunciativos emana también una autobiografía más o menos convincente: “El escritor para ser respetado tiene que conseguir hacerse en los textos una humilde caricatura de sí mismo como un ser desvalido, lleno de contradicciones y sin embargo querible”. Si en entregas anteriores era palpable el anhelo poético, en El libro de las frases transparentes, como señalaba Aitor Francos en la introducción, hay desnudez y despojamiento lírico. Ser opta por la concisión estilística y la poda; por el recorrido telegráfico que une al mismo tiempo lo inconmensurable y lo breve. Quedan en esa mirada a lo esencial los trazos dispares de la condición humana, desde la ironía y el desenfado, actitudes que hacen del relato una delicada forma de la cortesía, un alejamiento de la solemnidad. Vislumbramos un pensamiento cambiante y en continuas tareas de búsqueda, exento de dogmatismos. Toda verdad, por más que recalquemos el trazo, acaba desdibujándose: “La verdad ya no es lo que era”.
  Con esos reflejos de suavidad y resistencia llega la claridad de El libro de las frases transparentes, una escalera argumental cuyos peldaños dibujan los complejos planos de un observador de momentos. La sensibilidad captura sensaciones y mantiene en su mirada un vaso de luz, capaz de contener el misterio de lo cotidiano, ese tiempo que abre un íntimo diálogo entre lo transitorio y lo permanente.
  Los libros de aforismos suelen ser sumas de intereses aleatorios, incluso distantes. En ellos se mezclan sedimentos lectores, reflexiones sobre la esencia del género conciso, o las notas dispersas que el pensamiento toma en torno al discurrir diario. En suma, una dicción ligera, buscando explicaciones al paso sobre las preguntas de siempre. A veces su sentido se diluye, recuerda el agua turbia de un pozo remansado, en el que no se puede calcular la profundidad y resulta difícil la inmersión.
   Ramón Eder acomoda en sus aforismos su personal concepto de la brevedad. La cosecha minimalista nunca se sube al pulpito de la pedantería; quien escribe se contradice a sí mismo, siembra paradojas, camina en círculo por el pensamiento e intenta conciliar enunciados lógicos e ingenio, en tareas de continua vigilia.
   En las brevedades de El Libro de las frases transparentes se habla de libros y autores, como Nietzsche, Cervantes, Shakespeare, Kafka, Josep Pla o Borges; de la sociología literaria que conforman las relaciones sociales: “Qué sensación de bienestar nos producen ciertas personas cuando se van”; y de esas incertidumbres que deambulan casi inadvertidas por el interior buscando sentido a la sutilidad del transitar diario: “Si a la vida no se le mete algo de épica se convierte en un cuento contado por un idiota”. Sin duda, son motivos recurrentes que retratan estados de ánimo o el incansable fluir de la conciencia.
   Si, como escribe el autor, “La realidad es una mezcla de sueños y de realidad” los buenos aforismos dejan la capacidad de moldearla, escuchan la voz tenue de la imaginación. Fortalecen un legado que nunca desdeña el aporte inteligente de la experiencia cultural. La escritura corrige asimetrías. Desde el sedentarismo de las ideas, reordena lo vivido y descubre un sentido nuevo a lo aparentemente insignificante. Frente a los que buscan en la experiencia biográfica el venero semántico principal, Eder mira con frecuencia los estantes de la biblioteca, buscar claves explicativas en las páginas de una selecta nómina de clásicos, y arropa el laconismo con las enseñanzas y asombros de la gran literatura. Al cabo, “escribir aforismos tiene sus peligros porque es poner el cerebro en los límites del lenguaje”.

JOSÉ LUIS MORANTE




 

martes, 13 de junio de 2023

RAMÓN EDER. LOS REGALOS DEL OTOÑO

Los regalos del otoño
Ramón Eder
Editorial Renacimiento
Colección Los Cuatro vientos
Sevilla, 2023

 

UNA PIZCA DE LUZ

  
                                                        
     La literatura difunde un sistema dinámico de géneros con una convivencia plural y  pausada de estrategias expresivas. Sin embargo, hay autores que se decantan por la fidelidad extrema a una propuesta de taller que, de este modo, adquiere un significado definidor del trayecto creativo. Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) es poeta, narrador y artista visual, pero el decir lacónico sostiene la ontología central de su escritura. Así lo ratifica la copiosa cosecha minimalista que suma las entregas La vida ondulante (2012), Aire de comedia (2015), Ironías (2016), Palmeras solitarias (2018), reconocida con el Premio Euskadi de Literatura, 2019, Pequeña galaxia (2018), El oráculo irónico (2019), Café de techos altos (2020), Aforismos y serendipias (2021) y la compilación Aforismos del faro de la Plata (2022), con edición, selección y texto introductorio de Carmen Canet, excelente conocedora del minimalismo verbal. En Ramón Eder el yo profundo sale a la superficie a través del pensamiento conciso: “La manera natural de pensar es a base de aforismos”.
   La pasión por escribir aforismos es constante y retoma presencia en los escaparates con la entrega Los regalos del otoño, fruta fresca de temporada que hace de la madurez un lugar propicio para ofrecer al lector magnífica cosecha. Aunque poco dado al dogmatismo prologal, el escritor abre su nuevo trabajo con el liminar “Maneras de leer los aforismos con lápiz”. En el caminar a solas del lenguaje en busca de lo inesperado emerge un ritmo de lectura; aquí no sirve el paso suelto de quien lee de corrido por el carácter reflexivo de los textos. Hay que pausar itinerarios, atemperar la mirada, hacer reconocibles caligrafía y sentido para que aparezca la pizca de luz, ese brillo solar que cobra relieve en la memoria.
   La organización del libro en secciones está marcada por las conocidas viñetas del escritor. Sus dibujos, de trazo escueto y tinta negra, son el umbral de cada apartado con la pausa complementaria de un aforismo inaugural. En el enunciado del primero está la siguiente tesela escrita a mano: “Dentro de nosotros lucha el ángel con el mono y no siempre gana el ángel”.  En total son trece viñetas las que conforman el recorrido de Los regalos del otoño con similares nutrientes expresivos. En el comienzo predomina la reflexión metaliteraria e indagadora de la pulsión creativa; en ella se busca la identidad real del sujeto verbal, la cercanía a nuestro pensamiento de las redes literarias o las características básicas del decir lacónico, donde la agudeza es ámbar que preserva del discurrir del tiempo. Pero los argumentos no fuerzan un orden lógico; van y vienen, trastean, se quedan quietos en un tema o promueven un largo viaje por intereses plurales. Al cabo, “El aforismo no pretende decir verdades como catedrales sino pequeñas verdades como diamantes”.
   El protagonista refleja una filosofía óptica, supera esa apariencia cuticular de la vida en común, para sondear la propia intimidad y sus relaciones con la superficie visible del entorno. Así se establece una relación bilateral en la que nacen interpretaciones especulares que cobijan actitudes como la ironía, el escepticismo o la contradicción. “Algunos ignoran que la nada es una parte del todo”, “El que es buena persona no puede ser normal del todo”.
   Las secciones multiplican los matices, proponen un despliegue de imaginación que dé solidez a la certeza de que “La vida es fascinante incluso cuando es horrible”, aunque su transcurso también acumule decepciones y luces falsas: “Hay verdades tan tristes que ya en la prehistoria hubo que inventar la mentira maravillosa del arte para hacer soportable la realidad”.
   Siempre que leo a Ramón Eder admiro su manera de disimular el sustrato cultural de sus libros. Los textos afloran con un molde de naturalidad expresiva; pero tras esa simulación de cercanía y lenguaje directo, en el que la erudición adquiere una presencia periférica, hay un lector infinito que conoce muy bien la estela histórica del laconismo: Marco Antonio, Séneca, Baltasar Gracián, los moralistas francés, Cioran o Wilde crean una empatía natural con el sentido cartesiano y la riqueza expresiva del escritor navarro. El intempestivo reflejo de lo inesperado –ese aforismo serendipia ya habitual en libros anteriores- hace vibrar y deja huellas. Se convierte en habitual regalo de madurez lacónica.
  Los aforismos de Los regalos del otoño tienen la solvencia de un tren de cercanías. Entre las páginas que se bifurcan viajan inteligencia, humor, ingenio y la carga justa de simbología que anule la vía del bostezo. Ya es un clásico en Ramón Eder la compilación  de chispazos de filosofía no académica y el aire limpio de la poesía, escritura con genealogía que sobrevive al tiempo y exige leer con lápiz.
 
JOSÉ LUIS MORANTE