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jueves, 28 de agosto de 2025

JOSÉ LUIS CANCHO. EL MURMULLO DE LOS OTROS

El murmullo de los otros
Diario
José Luis Cancho
papelesmínimos / narrativa
Madrid, 2025

 

MEMORIA PERSONAL
 

   Toda la obra de José Luis Cancho (Valladolid, 1952), en sus diferentes registros –ficción narrativa, voz poética, literatura del yo y diario- es un caminar reflexivo, un desplazamiento en círculo por los parajes de la introspección. El acto creativo impulsa un nomadismo ensimismado, que trata de comprender la propia identidad. Aprendemos a ser en el discurrir mudable del tiempo. Así se percibía en la entrega autobiográfica Los refugios de la memoria (2017). Aquella salida puede considerarse antesala de El murmullo de los otros, primer diario del poeta, novelista y fundador de las revistas Caballo Canalla a la Calle y Los infolios, esta última publicación junto a Miguel Casado, poeta, ensayista, antólogo y crítico.
  Las notas de El murmullo de los otros recuperan vivencias cotidianas. Abarcan desde finales de 2022 hasta diciembre de 2024. Un intervalo, que conecta al protagonista biográfico con el figurante verbal, para hacer de la observación un entrelazado de lecturas, recuerdos personales y miradas críticas sobre una actualidad contingente. Son incisiones que moldean el contexto histórico y personal del diario, tras el encierro colectivo de la pandemia.
  Junto a los nombres de Chema Elena y Fernando Arnaiz, José Luis Cancho integra en la dedicatoria su compromiso afectivo con Sergio Gaspar (impulsor de DVD) e Imanol Bértolo (Creador de papeles mínimos ediciones), dos editores independientes referenciales que han dado visibilidad y confianza a su literatura. Y, sin preámbulos introductorios, ordena el contenido fragmentario por años para agrupar las diferentes teselas, siempre lacónicas y ligeras en su extensión.
  De inmediato la muerte se convierte en uno de los temas decisivos de la escritura. Los fallecimientos de Miguel Suárez y Christian Bobin, con su carga de efectos secundarios, marcan el amanecer de esta literatura que subraya nuestra finitud; la decepción y la incertidumbre generan un presente frágil y mudable. No son las únicas ausencias. Se habla también de Tomás Salvador, Marta Agudo, Javier Marías y de compañeros, ajenos a la grada literaria, que llegaron a la última costa para ser, después, memoria y recuerdos.
  Pronto abre senda, por contingencias circunstanciales, el ambiente literario más cercano. La conexión de José Luis Cancho con el grupo de Valladolid, su ciudad natal, que alentó su práctica literaria en la década del noventa: Miguel Casado, Olvido García Valdés, Miguel Suárez, Ildefonso Rodríguez, Tomás Salvador, Luis Javier Moreno… Nombres ligados al trayecto de algunas revistas literarias y a una determinada sensibilidad poética, siempre confrontada con el realismo figurativo de la poesía de la experiencia.
   Pero el traslado al Pais Vasco abre nuevos afectos con narradores, poetas y aforistas del norte, como Eli Tolaretxipi, Karmelo C. Iribarren o Mikel Lasa. O con amigos de otros entornos como Eduardo Moga o Jordi Doce. Llega la soledad, se amplía el tiempo personal y la voz interior se replantea el lugar propio; con precisa cadencia se delimita la forma de estar ante lo cotidiano, con un severo proceso de renuncias y contemplaciones. La calle y la estridencia de la actualidad percibidas a través del periódico languidecen. Los cambios del estar cotidiano no pasan desapercibidos. El comportamiento se remansa al saborear el casi inadvertido asombro de lo diario. La presencia del yo va ocultando la cabeza en la propia intimidad para sentirse cada vez más ajeno al ideario que vertebró el discurrir biográfico durante tantos años. La existencia se enrosca en la contemplación. La banal actualidad se diluye; acumula sedimentos de una realidad inadvertida en la que nada permanece como si cada instante fuese solo una espera pactada de lo esencial.
  El diario El murmullo de los otros se convierte en un espacio de claridad. Se hace habitable geografía donde se escucha el latido de la existencia. Lo vivido perdura, está ahí, exige permanencia y reconstrucción. También gratitud por conservar fragmentos del trayecto personal capaces de iluminar los puntos ciegos. Es la pupila abierta de un testigo que se mira a sí mismo mientras aprende a tomar distancia para preservar  la arqueología de la evocación, para airear la lumbre en la calma sosegada de los afectos.
 

                                                      JOSÉ LUIS MORANTE






martes, 9 de julio de 2024

ANTÓN LOPO. DIARIOS (1) AZUL MONFORTE

Diarios (1) Azul Monforte
Antón Lopo
Traducción al castellano de Ismael  Ramos
Ediciones Papeles Mínimos, Colección Poesía, 16
Edición bilingüe gallego-castellano
Madrid, 2024

ANDAR AL PASO

 
   El activismo literario de Antón Lopo (Monforte de Lemos, 1961) se ha ido diversificando en el tiempo hasta convertir al escritor en nombre central de la cultura gallega contemporánea. La sensibilidad creadora aglutina poesía, narración, periodismo y propuestas escénicas; es un magisterio dimensional, de amplios efectos en las hornadas emergentes y con un discurso reivindicativo fuerte, de renovación y afirmación del legado tradicional gallego.
  Su entrega poética Diarios (1) Azul Monforte ha sido reconocida con el Premio de la Crítica, convocatoria anual, impulsado por A Asociacion Gallega da Crítica, y ya tiene versión al castellano a cargo del poeta y traductor Ismael Ramos en la colección de poesía de Papeles Mínimos.
   El título aclara de inmediato las claves escriturales de esta salida. Es la autobiografía sentimental de un hablante lírico, cuya voz anota el andar al paso. La palabra asume de inmediato una visión enunciativa; la visión de un viajero en el tiempo que entrelaza percepciones y vuelve los ojos hacia el páramo de los días idos. La reflexión empieza vislumbrando el ser transitorio de la conciencia. La huella de la lectura, como sucede con el diario del escritor y fotógrafo barcelonés Jordi Esteva, desgrana secuencias vitales hechas patrimonio en la terquedad del tiempo. Una travesía iniciática, fragmentada en momentos, que adquiere al ser interiorizada densidad matérica. La línea confidencial de lo autobiográfico contamina al lector con un epitelio vital de gravedad y desasosiego; así sucede también los diarios de Rafael Chirbes, cuya experiencia lectora depara un aprendizaje cognitivo que fortalece y redacta un didáctico manual de supervivencia; un ideario escrito con la tinta clara de la lucidez que alumbra el propósito escritural de Antón Lopo: “ Yo quería escribir lo que no se escribe (lo invisible). / Darle cuerpo a lo que no existía. (Write me on )". Desde esta arquitectura evanescente de la memoria comienza el poema. Las palabras aprenden a construir desandando, buscan en el cielo raso del pasado el vuelo de la evocación, como sucede en el excelente poema que da título al libro “Azul Monforte”, en el que la figura materna se convierte en identidad referencial. Lo mismo sucede en el texto “No era consciente de lo que se avecinaba”, en el que se versiona el deterioro físico que lleva a la mirada crepuscular que anticipa el olvido: “… Llevo nueve años inventando / la supervivencia de una mujer desahuciada y me / pregunto si tiene sentido algo de lo que he hecho”.
   El acontecer del entorno también se ubica en las composiciones, abriendo la trama argumental con estratos heterogéneos. Una mirada al obituario, el rescate de algunas presencias de la intrahistoria cultural, como Ernesto Guerra da Cal, o imaginativas estampas familiares conviven en las anotaciones, comentando los trabajos y días del sujeto verbal, cuyos caminos interiores, plenos de percepción emocional, son las más fértiles vetas argumentales. La observación directa de la realidad convencional y los estados de ánimo conceden a los textos un significado testimonial, un aire limpio de certeza y verdad que enlaza quehacer literario y travesía biográfica. Comprender es entender que el carácter ficcional es la propuesta central de la escritura, aunque “todos mentimos demasiado sobre la Verdad”.
   Quien habita en los poemas apuntala su memoria y mantiene claras afinidades con el yo biográfico y con su carga  de  recuerdos, afectos olvidados y sucesos perdidos que afloran un instante, como si precisaran recuperar destellos. Esta certeza da pie a considerar al protagonista verbal como un yo desdoblado, como un certero dibujo especular. De ahí la fuerza expresiva y emocional que transmite, esa cadencia cómplice que origina un estado de recepción que libera de cualquier intemperie.
   Creo necesario constatar el empeño metapoético de la composición “Embelga”. Dado el carácter anfibio de la escritura entre la poesía y la prosa, el ámbito sosegado del escritor se pregunta a sí mismo: “¿Cómo hacer un poema que dure exactamente / el tiempo que el poema tarda en hacerse? / Un poema que se construye a sí mismo, / sin mecanismos literarios o rasgos estéticos / (sin voluntad sonora), legible / en cuanto a la apariencia aunque no posea fondo / y sea únicamente transcurso (movimiento)”. Las certidumbres dogmáticas del taller son mínimas; se trata de conceder a los versos la sensación de ser, un vuelo atemporal e inaprensible. Algo que pasa y solo tiene las coordenadas simbólicas de un espacio mental.
  Henchido de recuerdos, el ayer se precipita para poblar con instantáneas la puesta en escena. Desde el fondo de la memoria se vislumbra de nuevo presencias llenas de ternura y mensurable transparencia; el tiempo se convierte en un horizonte repleto de señales cuyos reflejos alzan los diferentes estratos de lo real y los estados de conciencia; el patrimonio afectivo del yo que descifra mensajes, “esas claves ocultas de los hechos fortuitos”. Para el poeta la escritura es “registro de los huecos que crean las palabras”.
  La recuperación de sensaciones e imágenes de Diarios (1) Azul Monforte hace evidente la pérdida, el suspendido rastro de ausencias que integra a los que no están y acoge en sus manos cambios y  mutaciones,. Todo bajo un cromatismo indeciso, simbólico, que entrelaza cercanía y sueños. En el mapa azul de la memoria los espacios vividos ya no están en su sitio; se desplazan tangenciales para quedar sobre la caligrafía del tiempo, en esa página íntima y confidencial que deja dentro una mirada introspectiva de la temporalidad  y la continua mudanza de lo cotidiano.


JOSÉ LUIS MORANTE



 
 
                             

lunes, 3 de octubre de 2022

KARMELO C. IRIBARREN. EL ESCENARIO

El escenario
Karmelo C. Iribarren
Colección Visor de Poesía
Madrid, 2022


CON LUZ DE NOVIEMBRE

  

   Poco a poco el entorno vital se va vistiendo con luz de noviembre. Reconstruye con paso sereno un itinerario de madurez en el que se despliega la conciencia, buscando su razón existencial. La mirada entonces se hace más honda, más esencial, más lenta. Karmelo C. Iribarren (Donosti, 1959) ha hecho de su poesía un cuaderno de viaje en el que buscan cauce las aguas neblinosas de la vida, esas huellas recientes de lo transitorio.
  Y este es el marco escritural de El escenario, la entrega más reciente del poeta, tras la compilación Poesía completa (1993-2018), itinerario de largo recorrido con prólogo de Pedro Simón, y la reedición en Papeles mínimos de su obra en prosa Diario de K (2022), una indagación autobiográfica en la que los concisos contornos del aforismo albergan los matices del pensar.
   El pulso en claroscuro del tiempo se ajusta con las citas de Luis Antonio de Villena, Luis García Montero y Ángeles Mora, tres voces que se asoman al camino para percibir su continuo deambular hacia el atardecer y su fuerza de arrastre. El poeta inicia escritura con una reflexión sobre el movimiento continuo, centro orbital de la filosofía de Heráclito, y la naturaleza paradójica del agua: “Quiere irse y no puede, / quiere quedarse y tampoco.”
   Pablo Macías, el mejor estudioso de la poética del donostiarra, ha resaltado la naturaleza de testigo activo del sujeto poético. La contemplación se convierte no en objetivación enumerativa del escenario sino en vía de conocimiento e interiorización. Muchos poemas moldean cálidas secuencias urbanas; conforman acuarelas verbales que retratan un ambiente y una conversación en soledad con el transeúnte que percibe. Es el caso de poemas como “Estampa invernal”, “Desde mi ventana”, “San Sebastián, Café Viena, Invierno”, “La vida en los cafés” o “Los cisnes”. Todos exploran mínimos horizontes cobijados en la memoria. Alzan arquitecturas de recuerdos, imágenes y sensaciones que dejan el tacto de que lo cotidiano se repite y vuelve. Respirar postula un largo viaje interior que nos conforma como sucesivos extraños que miran el mundo con el aire apagado del cansancio, como si poco a poco fuese languideciendo la fuerza del asombro sin hallar nada nuevo. Es el tiempo de los claroscuros: “Hay días grises, / tediosos / que, a última hora, / cuando ya no esperas nada / te sorprenden / con un crepúsculo espectacular. / Yo los llamo / días paradójicos: / su muerte los salva”; pero también de mantener intacta la verticalidad de la esperanza y a salvo de decepciones. Leemos en “Evanescencia”: Al despertar / de la siesta / -todavía un instante- la sensación de haber soñado / que un mundo mejor, / más habitable, / más humano / era posible. / Pero fue abrir los ojos / y olvidar los detalles”.
   La sensibilidad del tiempo y su disposición a la finitud está muy presente en El escenario. En cada amanecida resulta palpable que el discurrir tiene sus propios planes y es necesario abrir los ojos para perfilar cambios y mutaciones, esos inadvertidos arabescos de lo rutinario. Persiste en la retina un color otoñal, un fondo de imágenes que la memoria guarda al fondo para constatar su propia historia, su estela mínima de ascuas encendidas entre la noche al raso.
  Los poemas de El escenario trazan una estética de la humildad, una fotografía de poesía cercana, a trasmano de solemnidades y transcendencias. Prefieren un figurante cercano y reconocible en sus actos cotidianos, que adquieren una perfecta verosimilitud. Un paseante solitario se asoma al entorno y a sí mismo para encontrar un poco de seguridad y esperanza en el equilibrio inestable de la incertidumbre que le permita volver a casa. El tiempo se ha adueñado de las calles, marca ausencias, y va poniendo sombras en el recorrido, ese trayecto breve, repetido, tenaz, que se extiende “de la esperanza a la melancolía”.
   Desde esa certeza atenuada, nos llega la penúltima visión de casi todo, la perspectiva de un paisaje personal por el que deambulan sombras que pugnan por definir sus trazos, espaciosas aceras que tienden la mano a algún encuentro o acrecientan el frío de la soledad. Son los trabajos y días de un secundario, de una de esas identidades que parecen estar fuera de foco y que ajustan su inexistencia aparente a una poética en voz baja. Qué excelente reflexión metapoética en “Mis palabras”: Ni proponen enigmas / ni resuelven misterios, / son solo / esas palabras que utiliza la gente / para hablar de los asuntos de la vida / cuando se encuentra por la calle. “. Jaime Gil de Biedma habló en su poesía de esas palabras de familia tibiamente gastadas, y Karmelo C. Iribarren las abriga en la dicción coloquial del hombre común, de quien muestra en ellas sin muchas expectativas, mientras dibuja con pacientes apuntes  los límites de su mundo.
     El escenario no pierde nunca sus coordenadas de representación.  En él se dan las manos solitarios y ausentes. Soledades que dejan sombras de inquietud sobre la pared para ratificar lo inmediato; su paso itinerante y los efectos del tiempo. La caligrafía de esas horas lentas del crepúsculo que, poco a poco, se encaminan hacia un fundido en negro.
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 
 
 
  

sábado, 16 de mayo de 2020

KARMELO C. IRIBARREN. SAN SEBASTIÁN BLUES

San Sebastián Blues
Karmelo C. Iribarren
Prólogo de José Luis Cancho
Papeles mínimos / Poesía
Madrid, 2020



GRADACIONES Y PASOS


   La estimulante presencia de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) en el laberinto poético actual es un hecho, pese a la indigencia mental de algunos críticos, ya sea a través de la significativa producción reunida en Poesía completa (1993-2018), impulsada por Visor en 2019, o en compilaciones parciales como La ciudad (2014), Pequeños incidentes (2016), Amor, ese viejo neón (2017) o Los cien mejores poemas de Karmelo C. Iribarren (2018), selecciones que despliegan claves interpretativas de distinto alcance teórico. A estas valoraciones de trayecto se suma ahora San Sebastián Blues, editado con su sobria elegancia en Papeles mínimos. El título de la antología suena a jazz y concede a la ciudad natal del poeta un singular espacio trascendido que acumula gradaciones y pasos. Con ese fondo azul en la pupila se escribe la condensada indagación intimista de José Luis Cancho, autor del apunte “Alzar un plano”. La mirada omnisciente recupera el contexto existencial del poeta y las mudanzas de su sensibilidad. Cancho nos deja en sobrios trazos la identidad de un paseante que recorre su entorno cívico convencional con itinerarios imprevisibles, como si ese avanzar a la deriva quisiera calibrar a cada paso la dimensión del tiempo.
  En la organización de la obra percibimos el deseo de que estén representados en la antología todos los poemarios, incluido Un lugar difícil (2019) y tres poemas inéditos. Desde esta voluntad camina la veracidad del protagonista implicado, moldeando casi un nuevo libro que muestra la soledad como estación final. La etapa de madurez traslada la conciencia del sujeto a las afueras; la voz se hace más introspectiva, menos dispuesta a prestar atención a las naderías de la calle. El hablante verbal reivindica su derecho a vivir en tierra de nadie, practicando el patriotismo de la indiferencia. Sabe que su tiempo es otro. Deja en reposo el atlas de geografía humana de la vida social, como si el polvo superficial de las apariencias hubiera sido borrado y solo quedase al descubierto la claridad de la indagación, el autorretrato del sujeto ante sí mismo con la voz sabia del amanecer.
  Desde la distancia del recuerdo, las señas de identidad del entorno adquieren una atinada definición. El enclave norteño se define por la galerna, la presencia de la bahía, la mirada estival de los cuerpos al sol de los bañistas, los puentes, el río, los bares del casco viejo, o el teclear intenso de la lluvia. La implicación del espectador es fuerte. Así se despliegan las anotaciones que acogen el clima de relación entre sujeto y entorno. Las composiciones recuerdan mínimas acuarelas que hacen de cada poema, lejos del apunte de taller, un cálido bosquejo del discurrir.
   Los versos revelan la lenta elaboración de una vivencia y el pulido final. El sesgo narrativo de mínimas secuencias existenciales. Son poemas de cielo claro y expresividad directa, ajustando los pasos de un personaje reconocible. En él perduran los peculiares caracteres del ego, aunque los párrafos se hacen más esquemáticos. Se alternan los estados de ánimo, las leves descripciones, las lecturas reflexivas del silencio. Son avances que van adquiriendo todos los elementos en la versión final de la identidad del yo y en los claroscuros que transmite su geografía afectiva.
   Karmelo C. Iribarren es un magnífico creador de ambientes. Sus poemas configuran atmósferas tangibles con pinceladas incisivas, capaces de convertir la gastada realidad cotidiana en un símbolo resistente al devenir temporal. En las composiciones de San Sebastián Blues la ciudad cristaliza como una presencia viva, estimulante, contradictoria, que ofrece a los desplazamientos un espacio de libertad, la soledad en compañía que cada día despunta a plena luz. Me gusta mucho la poesía de Karmelo C. Iribarren, su verdad conjetural sin artificios, su forma de decirnos sin lenguajes cifrados que vivimos una fuga en solitario, donde la derrota aguarda siempre como estación final. 


                                                                                            JOSÉ LUIS MORANTE


miércoles, 3 de junio de 2015

50 ESCRITORES, CINCUENTA CIUDADES

50 escritores
Dibujos de César Fernández Arias
Papeles mínimos, Graphica
Madrid, 2015
 
 
UBICACIONES
 
  La arquitectura verbal de aportaciones incuestionables es un espacio de solidez que se renueva con el ejercicio de la relectura. Suele aparecer ligado en los itinerarios biográficos a topónimos concretos de ciudades y pueblos difusos. La escritura se hace arquetipo de una ubicación y, a la vez,  el lugar  se moldea como  un reflejo especular de la tinta escrita. Con esa idea de fundir en simbiosis senda literaria y periplo vital ve su amanecida  50 escritores, libro ilustrado por César Fernández Arias. El volumen contiene textos breves de autores contemporáneos que glosan la asimetría relacional entre el sujeto y su ámbito de origen.
  Cualquier selección es arbitraria y postula en su claridad formal azarosos criterios. Ésta también, pero el panorama dibujado resulta colorista, hospitalario y se lee con el gusto inmediato del quehacer bien resuelto. Papeles mínimos ofrece una entrega de exquisito diseño y orientación diversa: hay notas realizadas con el afán didáctico que sondean los indicios de la geografía en el temblor del párrafo; otras bordean la gratitud del homenaje, y las hay que prefieren la impresión de lo coyuntural, ese párrafo abierto a lo transitorio que aliña sitios y minucias domésticas.
  Son circunvoluciones entrelazadas que conforman un todo unitario.  Pero cada acercamiento al centro o a la periferia hace justicia al peso vigente de una tradición en la que los escritores seleccionados – desde Austen a Zweig- son raíces nutricionales de los talleres en plena producción del ahora activo.
   Al cabo, la literatura es una acumulación de renglones escritos en el mismo libro que va llenando el cauce del tiempo. Y en ese acontecer estos cincuenta nombres propios vuelven a caminar. Algunos recorren el callejero urbano como sombras furtivas; otros se dejan ver en medio de la acera como relevantes protagonistas de un tiempo histórico, y todos coinciden en mostrarnos su espacio íntimo, ese lugar germinativo donde se fueron forjando los trazos de la identidad cultural colectiva.
  En 50 escritores  están las coordenadas situacionales del lugar y su memoria, un mapa de puntos que señala la complejidad de un escenario dubitativo, donde conviven constancia y cambio.  Cincuenta ciudades que aguardan el regreso y tienen las dimensiones de una página.