El libro no existe hasta que un editor confía en su calidad y lo transforma en producto cultural. Hasta ese momento, no era sino la esperanzada labor en el tiempo de un escritor, un puñado de folios que duerme en el cajón esperando la aurora de la imprenta. Así que hoy, domingo de sol frío y calma municipal, me corresponde hacer el elogio del editor como máximo responsable de la presencia social de cada género. Su papel es bien conocido por todos los que escribimos. Yo además soy un afortunado: mantengo con mis editores una entrañable relación personal. No hay contrato más ecuánime y valioso que la amistad. Mis editores son mis amigos:
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Con Javier Sánchez Menéndez Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla |
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Con Josune García López Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid |
No pueden faltar en estas líneas Luis Felipe Comendador, editor de Reencuentros, en Lf ediciones, Marino González Montero, editor de Mejores días, en De la Luna libros y Francisco Peralto, editor de Corona del Sur, que puso en las estanterías Nubes, mi cuaderno de haikus. Un abrazo grande. Seguimos cerca. Seguimos.