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jueves, 15 de junio de 2023

SANTOS DOMÍNGUEZ. CUADERNO DE ITALIA

Cuaderno de Italia
Santos Domínguez
Nota inicial de Marcela Filippi
Ediciones de la Isla de Siltolá, Poesía
Sevilla, 2023

 

ARTE Y VIDA

                                
   Desde hace muchos años, la literatura de Santos Domínguez (Cáceres, 1955) se bifurca entre la poesía y la crítica, con un destacado reconocimiento lector en ambas estrategias expresivas. Su quehacer poético ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales y se ha trasladado a otros idiomas. La entrega El tercer reino (Pre-Textos, 2021) fue candidata al Premio de la Crítica y al Premio Nacional de Poesía. La aproximación a su obra constata una obra de madurez decantada por un ideario estético humanista y reflexivo; un trayecto creativo incardinado en la tradición que expande un claro aliento clásico.
   Cuaderno de Italia ubica como pórtico una breve nota de Marcela Filippi Plaza, quien ha vertido una parte importante de la obra lírica de Santos Domínguez al italiano. La traductora subraya que nos hallamos ante un compendio poético en el que percibe el sosegado testimonio del viajero. En los escenarios no hay rastros de la retina urgente del turista. Cada monumento y cada experiencia cultural son percibidos como un viaje interior a las raíces que clarifica y recrea el contexto histórico y las vetas argumentales de su estar en el tiempo.  De este modo, concluye Marcela Filippi, “Al leer Cuaderno de Italia el  lector tendrá la impresión de contemplar un maravilloso crepúsculo, creado por el genio humano”.
  Dos nombres del canon, plenamente relacionados con la ciudad del Tíber,  Goethe y Rafael Alberti, conforman el mínimo paratexto que refrenda, sobre cualquier otra contingencia, el legado clásico de la ciudad en el pensamiento occidental. Más allá del territorio físico de las siete colinas está el abrazo continuo entre arte, literatura, desplazamiento y suceder. El decir poético emprende una transición contemplativa para entender la copiosa cosecha artística italiana y sus rincones más deslumbrantes. Sale a la superficie, a través de la mirada del poeta, el latido vivo de la antigüedad que retorna al ahora para mostrar pigmentos y volúmenes, esas imágenes de plenitud sensorial que hablan en silencio al espectador. Dejan, como lluvia fresca, la certeza de que el arte es redención y vida, la arquitectura que resguarda lo efímero de la erosión del tiempo.
   Cuadros y estatuas transcienden los elementos matéricos para encender una constante reflexión sobre la temporalidad, la muerte y el material dormido de los recuerdos. El azaroso magma del discurrir histórico entrelaza formas, tiempos y presencias que construyen una realidad con estratos oníricos. En el trayecto habita una etérea armonía secreta que requiere el espejismo de permanencia del lenguaje, esa distancia  de la que emergen los pensamientos del sujeto: “Trazan sus laberintos / un mosaico de edades y piedras y ladrillos, / una oscura metáfora del tamaño del hombre”.
  La mirada es punto de partida para una intensa indagación interior sobre la frágil consistencia de la naturaleza humana, como sugiere este magnífico fragmento del poema “SAN COSIMATO IN MICA AUREA”: “Porque el dolor y el miedo, la belleza y la vida / buscan consuelo aquí: en este claustro en sombra, / en esta luz que tiembla como un candil en pena / sobre el tiempo y la frágil / levedad de su arena dorada por el tiempo, / sobre el frío incandescente / de la piedra que piensa y el corazón que duele. “
   El recorrido va llenando las páginas del cuaderno con su caligrafía de incertidumbre. Más allá del paisaje, el poeta contempla el pasar ondulante de los días, el regreso frágil del pretérito que sobrevuela sobre las cosas marcando su belleza, su fulgor intangible que, poco a poco, adquiere la levedad del sueño. Como sucede en el mítico Viaje a Italia de Goethe, sin duda un referente básico para este volumen de Santos Domínguez, los poemas plantean una reflexión de ajustado perfil y perfecta alzada poética, sobre el quehacer artístico, los intervalos temporales y los desplazamientos. De este modo se conforma la conciencia estética individual, su manera de percibir, más allá de lo descriptivo, y la minuciosidad del detalle. La observación directa y la experiencia del viaje conllevan el empeño de aprehender la realidad y transformar el pensamiento. Cuaderno de Italia descubre la íntima conexión entre arte y devenir existencial. Despierta en el aire limpio de la amanecida el deseo de mirar las cosas con la luz del espíritu.
 

 JOSÉ LUIS MORANTE



 

domingo, 8 de diciembre de 2019

HOMMAGE À RAFAEL ALBERTI (1902-1999)

Hommage à Rafael Alberti
(1902-1999)
Poésie, théâtre,Peinture
Gilles del Vecchio, Nuria Rodríguez Lázaro
Edición en francés y castellano de Orbis Tertius
Binges, Francia, 2019

IMAGEN DE RAFAEL ALBERTI


   El volumen Hommage à Rafael Alberti es una edición que aglutina enfoques críticos en castellano y francés en torno al celebrado escritor andaluz. Ha sido coordinado por los profesores universitarios y ensayistas Gilles del Vecchio y Nuria Rodríguez Lázaro y cuenta con el soporte institucional del CELEC (Centro de Estudios sobre literaturas Extranjeras y Comparadas) y de varias entidades docentes de España y Francia; por tanto tiene un claro despliegue universitario, aunque sus investigaciones abren en el espacio público del lector líneas de cercanía y estudio sobre una personalidad universal.
  La introducción repasa el itinerario biográfico de Rafael Alberti, nacido el 16 de diciembre de 1902 en Puerto de Santa María (Cádiz), a partir de los testimonios directos de La arboleda perdida (1942). Aquel memorial autobiográfico recupera recuerdos infantiles y juveniles en el seno de una familia burguesa, los estudios temporales en los jesuitas del puerto de Santa María y su vocación inicial por la pintura, primero, y la poesía, después, a partir de su larga convalecencia en la Sierra de Guadarrama para superar una enfermedad pulmonar. La infancia perdura como un territorio epifánico; será fuente de inspiración de los primeros libros, tan cuajados de nostalgias marineras.
  La voluntad creativa, siempre expansiva y plural, facilita secciones críticas muy bifurcadas. Aparece el poeta vanguardista que se afana en dar más recorrido a las sendas estéticas del lenguaje y está el poeta cívico, comprometido, que se integra en el devenir histórico de una etapa convulsa, con activismo incansable. Por eso, para comprender la obra en su exacta dimensión es necesario aglutinar miradas en torno a la poesía, el teatro y la pintura, pero también repasar el trayecto biográfico en los distintos segmentos vitales. De ese repaso vivencial se ocupa Luis García Montero en “Las huellas de Alberti”. El contacto personal con el poeta y su sólido magisterio en la poesía de la experiencia permiten volver los ojos a las raíces de su propia concepción estética; así perfila una lectura de tradiciones y tejidos, de razones de aprendizaje que pusieron el suelo firme de su propia voz. Queda intacto en este recuerdar la realidad vital tras el exilio y la meditación histórica de su compromiso ideológico.
   En el abanico de propuestas indagatorias, Pedro Ruiz Pérez se ocupa de contextualizar la pertenencia generacional al grupo del 27. El investigador cordobés evoca el homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla y la influencia del poeta clásico en la obra albertiana en un doble momento: el neopopularismo tradicional y la búsqueda vanguardista que impulsa una incisión exploratoria en el lenguaje poético.
   Otras cuestiones apuntan más al rincón del especialista. Así sucede con Federico Bravo, cuando indaga en “los nombres de Alberti” la corporeidad de su poesía y su carácter material frente a lo transcendente. El poema emplea el nombre propio como función generativa, con lo que se convierte en una ampliación onomástica. Por su parte, Elvezio Canonica sondea el naufragio de la infancia como umbral a la amanecida del verbo, con lo cual la poesía encarna una irrupción enajenadora que suplanta el pretérito y lo dota de una dimensión atemporal.
  Un aspecto singular, la poesía bélica de Rafael Alberti es tratado con acierto por Nuria Rodríguez Lázaro. La ensayista extremeña entronca el contexto histórico y la noción de compromiso cívico. Tal postura ante la escritura exige una voz implicada y directa que potencia el mensaje, con riesgo de convertir el texto en panfleto propagandístico. Así sucedió en escritores de uno y otro bando en la guerra civil que difundieron estridencias agotadas por el consumo inmediato en la trinchera. No sucedió lo mismo con composiciones de Pablo Neruda, César Vallejo y Miguel Hernández, que han permanecido intactas en el tiempo, o con los poemas albertianos reunidos en Capital de la gloria que perduran como ejemplos de composiciones bélicas logradas desde el punto de vista estético.
  El sondeo al cauce lírico se completa con el trabajo de Gilles del Vecchio, quien explora en francés la lírica popular de Alberti, ejemplificada en “Mi corza”. No se trata de un mero ejercicio de mimetismo sino de reactivar la lírica tradicional como expresión del sentir colectivo y acoger sus situaciones vitales de manera sencilla y aparentemente espontánea. Los libros iniciales de Alberti entroncan con el legado de los cancioneros y el romance medieval castellano, aunque con voz más estilizada y culta, cuidando que no se pierda la vibración emocional y su calidad narrativa. Como señala el profesor Gilles del Vecchio la canción de Alberti, aunque inspirada en el cancionero, introduce notable variantes y cambia radicalmente el ambiente del poema, acrecentando su misterio y enigma, creando un punto de convergencia entre vanguardia y poesía tradicional.
   El propósito del volumen es integrar facetas complementarias del escritor para moldear un legado estético plural, con afinidades internas, que comparte contexto personal y obsesiones temáticas. Así sucede con el teatro, estudiado en el volumen por Enmanuel Le Vagueresse, quien centra el enfoque en las obras de urgencia emitidas por radio o representadas por los milicianos durante el tiempo de guerra. Mientras que la perspectiva de Dominique Bretón recupera las claves esenciales de “El hombre deshabitado” una pieza escrita en 1930 que muestra la influencia directa de Sobre los ángeles en una reencarnación alegórica. Como comenta en una entrevista el mismo Alberti, se trata de “sacudir un poco la escena. Crear sensualmente un mundo de sentidos, instintos y pasiones, procurando darle realidad más profunda, sin caer en el realismo habitual de nuestro teatro”.
   Casi paradigmática, la bulimia cultural de Rafael Alberti aporta teselas estéticas a la pintura, la iconografía y la música y hace de su amistad con creadores y artistas una forma de conocimiento. Así sucede con su complicidad con Pablo Picasso, cuyo recorrido es trazado por Juan Carlos Baeza Soto, mientras que  Benédicte Mathios traza su perspectiva crítica en la conexión entre imagen y texto y Philippe Merlo-Morat recorre los cuadromusicopoemas de Alberti como aportes de intertextualidad.
   Clausuran el cruce crítico dos acercamientos relacionados con el amanecer lírico de Alberti. Rafael Morales Barba recorre el simbolismo semántico de la luna en los libros iniciales y Marie-Claire Zimmermann hace su trabajo indagatorio en los poemas de Marinero en tierra (1925), carta de presentación que muchos siguen considerando el hito clave de la trayectoria.
   Los análisis integrados en Hommage à Rafael Alberti  redactan un manual de conocimiento sobre la peripecia biográfica y creadora del poeta andaluz. Proyectan las comunicaciones internas que entrelazan sus sendas en la poesía, el teatro y la pintura. Nos recuerdan, veinte años después de su muerte, que Alberti personifica, más allá del emotivo territorio de lo elegíaco, una insólita contribución polifónica al espacio coral del siglo XX.

José Luis Morante






martes, 30 de abril de 2019

MARINA CASADO. DE LAS HORAS SIN SOL

De las horas sin sol
Marina Casado
Prólogo de Andrés París
Huerga & Fierro editores / Poesía
Madrid, 2019


ECLIPSES Y AMANECIDAS


   Marina Casado (Madrid, 1989), docente en activo, Licenciada en Periodismo y Doctora en Literatura Española, combina en su taller  la poesía y el quehacer crítico, con dos ensayos editados en torno a los referentes literarias del pop-rock y a la intimidad creadora de Rafael Alberti. Fue en 2014 cuando firma la carta de amanecida, Los despertares, que pronto tuvo continuidad con Mi nombre de agua y el trabajo que ahora presenta Huerga y Fierro De las horas sin sol, lo que hace de la poesía senda principa, aunque la escritora sume bifurcaciones con la práctica del relato y la coordinación de algunas antologías.
   En el prólogo, el joven poeta Andrés París se aleja del mero cumplimiento epistolar de los afectos para vislumbrar coordenadas, un ideario que busca sitio a “una fisiología del alma y el tiempo en que la mejor opción es dejarse bogar inerte como un tronco por los ríos y cataratas que despliega la poeta”. El pautado análisis yuxtapone un proceso que integra la pérdida, la evocación desde el recuerdo y el destello esperanzado de la aurora.
  La sensación de ensimismamiento y orfandad de “Los condenados a la realidad” también emana de los versos de Manuel Altolaguirre que preceden a los apartados del libro: “Hubiera preferido / ser huérfano en la muerte, que me faltaras tu / allá, en lo misterioso, / no aquí en lo conocido”. Y se prolonga en la semántica nocturnal de Rafael Alberti. De este modo el sujeto verbal muestra los mimbres de una voz entumecida y solitaria que hace recuento de un estar a la intemperie. La mirada de la infancia se aleja, como estratos que muestran sus límites difusos ante un presente miope, que va borrando las formas de otro tiempo. En su lucha tenaz contra el olvido, el ahora se llena de indicios de otros días: una canción en las manos del compromiso, un olor conocido, un simple pilot. Testifican un espacio compartido y la plenitud de un pretérito que sale al día con la nitidez dolorosa de lo cumplido.
   En este primer apartado sobresale por su textura reflexiva “Partida de ajedrez” un texto en prosa estructurado en tres movimientos enunciativos. En él se vislumbra la existencia como un terco movimiento de piezas en las que siempre el sujeto verbal se asigna el callado papel del perdedor; aún así merece la pena volcar en cada instante sentimientos y percepciones para recuperar aquello que definía un estar feliz. Acaso ser es caminar hacia el otro, aceptar que la luz es una puerta que alguien abre.
   Los poemas de “Temerás a los vivos” suponen la aceptación del desasosiego como estado natural del existir. Son esquejes de un árbol que perdió la raíz y ahora se alza como una veleta sin norte: “Tengo miedo del fuego que no he visto / y de la nada blanca que flota en los resquicios del presente”. El reloj se demora en una larga noche donde la amanecida refuerza la sensación de intangible espejismo. Habitar el ahora requiere el dogmático catálogo de la supervivencia, esas “Trece verdades con las que construir un puente al otro mundo”.
   Pero un hilo de luz es siempre una posibilidad de renacer. Así lo atestiguaba el cantautor Jaume Sisa en los laberintos opacos de la dictadura: “Cualquier día puede salir el sol”. Y así lo enuncia también Marina Casado, con la palabra limpia del regreso, en el poema “Un faro con el nombre de esperanza”, enunciado que también recuerda a otro cantautor: Manu Chao. La voz se hace más sosegada y dispuesta a la celebración, encarece el instante para preservar en él aquellos frutos que impulsan una nueva latitud: “Ahora que he despertado, / no me cierres tus ojos, / sigue siendo aquel faro / en la noche con niebla de la pena, / aquel faro que el mundo / conoce con el nombre de esperanza”.
   El epílogo se apropia de un conocido tópico del legado clásico para agrupar las huellas finales. El apartado “Ubi sunt” rastrea el ser fugaz del tiempo, la cadena de instantes vivenciales como tránsito hacia un horizonte crepuscular. Lo cotidiano tiene la imaginería gastada de un pase de cine: “Tengo los ojos llorosos de pretéritos. / Tengo todos los sueños conspirados / para perder la fe en la realidad. / La vida se disfraza de domingo con las alas cerradas”. En esa elegía de la memoria hay una exaltación de lo singular como lucha continua contra lo gregario. La poesía se convierte en oficio de náufragos, en locos desclasados que reclaman una causa perdida. También perdura la estela en el agua de los sentimientos, ese amor más allá de la muerte que merece un estar a resguardo en la evocación; o la calidez del homenaje a la identidad materna que brilla con emotiva luz entre la niebla del ahora. Y sobre todo esa dermis que deja en la ciudad las pisadas de un tiempo compartido de paraguas abiertos y arcoíris.
   De las horas sin sol propone una conversación con la voz íntima de la memoria en la que guardan turno de palabra la mirada sombría de la pérdida, el poso de amargura de lo transitorio y la claridad dormida del estanque en cuyo fondo reposan los reflejos de la felicidad. En él encuentran sitio los remolinos aleatorios de lo cotidiano y el terciopelo de la amanecida, ese empeño que pide, con palabras de familia gastadas por el tiempo, el instante callado de quien busca todavía la luz tras el eclipse; ser feliz.        
 


martes, 17 de mayo de 2011

RAFAEL ALBERTI: CIEN POEMAS

En 2006 María Asunción Mateo, última compañera sentimental del poeta, prologó el libro Rafael Alberti. 100 poemas, una variada compilación del maestro de la Generación del 27. La edición, correcta y con cubierta de tapa dura, permite una mirada de fin de semana y me acompaña hasta el litoral con el deseo de escuchar de nuevo el eco de un discurso lírico casi perdido entre los pliegues de la memoria.
Fue al inicio de la década de los ochenta -pocos años después de su regreso del exilio- cuando el poeta de Cádiz más cerca estuvo. Aprendí muchos versos de Marinero en tierra, soporté con afecto el deambular vanguardista y las conexiones entre la lírica y su vocación más temprana: la pintura; creí en el poeta social que vivió el compromiso en la trinchera, cuando España era una lenta piel de toro desollada, y sentí la nostalgia del desterrado que se siente extraño y sin raíces.
   Este nuevo acercamiento no acaba de engancharme. Hay poemas absolutamente prescindibles, como los de El burro explosivo, que tanto enaltecían los ánimos de las milicias comunistas. Me disgusta también la fatigosa pirotecnia verbal que acumula trabalenguas y enumeraciones torrenciales.
   De la vasta producción sólo funcionan las elegías de Retorno de lo vivo lejano, Ora marítima y Baladas y Canciones del Paraná.
   Frente a los azules de Morro de Gos cierro el libro, tras recitar despacio la Canción 8: "Hoy las nubes me trajeron..." mientras la larga cabellera de patricio romano se pierde en el blanco y negro de la melancolía.