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jueves, 2 de enero de 2025

MARINA CASADO. OTROS SABRÁN DE MÍ

Otros sabrán de mí
Marina Casado
Premio Paul Beckett de Poesía
Fundación Valparaíso
Mojácar, Almería, 2023

 

CRONOLOGÍAS


 
   La obra poética de Marina Casado (Madrid, 1989), profesora de Lengua Castellana y Literatura en un instituto público, Licenciada en Periodismo y Doctora en Literatura Española, personifica una de las propuestas más significativas de la poesía emergente. Despliega en su planteamiento un intimismo trascendido, una voz elegíaca, que hace de la memoria patio de regreso y lugar propio.  Así se constata en la entrega  Otros sabrán de mí, conjunto de composiciones reconocido con el Premio Paul Beckett en su vigésimo cuarta edición.
  La poeta clarifica el emotivo título con una dedicatoria prologal que busca las raíces de la identidad en el pasado. El yo poético aspira a reconocerse en las secuencias discontinuas que habitan dentro, con la luz encendida del sondeo introspectivo; también con la certeza de que la travesía existencial se hace con andenes habitables y encuentros que preservan, encendidos, las brasas más cálidas de presencias, actitudes y sentimientos. En el trasiego de vivencias, la mirada del otro, según reafirma la cita prologal de Emilio Prados, es el necesario anclaje para persistir en una realidad en continua mutación: “Otros sabrán de mí, porque me pierdo”.
   La cercanía entre periplo biográfico y registro evocativo hace del poema un reflejo de la intrahistoria personal. Las palabras abren la puerta al yo pretérito. Reconocen un tiempo a resguardo que camina con voluntad indeclinable hacia la nada final. Como si volver los ojos permitiera convertirnos en otros, los poemas rastrean el legado de luces y sombras que ilumina los días. El poema siembra certezas sobre nuestra condición temporal y transitoria: “Cruzarás una puerta, la llamarás “futuro” / y no podrán seguirte los que tanto te aman. / Yo no sé qué decirte; todo esto es inútil. / ¿Nunca has pensado que también se mueren las estrellas”?.
  Lo vivido conforma los estratos dormidos de la melancolía: la niñez habita cada rincón del patrimonio sentimental. Sus palabras alzan una casa en el tiempo con la fascinación de estar repleta de elementos visuales llenos de vida, dormidos en la morosa quietud de quien espera un lejano retorno hasta el ahora. El ayer se puebla de vicisitudes que se empeñan en crecer junto al yo poético, convencidas de que el discurrir solo es instante, un presente nunca transitorio. Desde la eternidad azul de la memoria, la escritora vislumbra el vuelo fugaz de la educación sentimental. La calidez del padre se hace árbol fuerte que sostiene la casa, también cuando la ausencia. El poema “Física elemental” es una hermosa evocación de un intermedio en el que labores en el aula, lecturas y libros, alzan una presencia fuerte, cristalizada en momentos de vida, contrapuesta a la ingenuidad de quien poco a poco va descubriendo el mundo, todavía exento de naufragios y pérdidas.
   Pero las erosiones llegan y con ellas el desgaste y las demoliciones e intemperies, el callado silencio de un inerte patio de butacas. Poco a poco se difuminan los personajes de la mitología y el suelo rasante se puebla de héroes caídos. Las calles cotidianas transforman su apariencia, como esos cines de antaño, y sus acogedoras pantallas en blanco y negro, convertidos ahora en tiendas de consumo. Todo parece abocado a una expulsión del paraíso. Al destierro de un amanecer que poco a poco pierde la luz y se convierte en crepúsculo. Todo el apartado “Destierros” une poemas con esta atmósfera de acabamiento y anochecida. Quien percibe el entorno encuentra en su contemplación un espacio vacío, de desolación y lejanía: “Es difícil vivir en tales circunstancias: / respirando la sombra en palabras no dichas, / confiándote al tiempo, / burlando la distancia con un álbum de fotos. / Sería más sencillo hacer un día la maleta, / abandonar por fin este lugar. “. Todo empuja a la huida de estas horas sin sol, por más que todavía la propia percepción recuerde que nadie puede abandonar  los sueños cumplidos y el íntimo paisaje de la niñez, aunque alrededor solo se asiente el frío de la noche.
   Cuando todo es un eco que pierde intensidad, expandido en la frágil memoria del aire, la escritura es el empeño de perpetuar la fugacidad. La poesía es refugio y hondura, dejar constancia de los recuerdos. Las fértiles pesquisas ponen claridad y precisión, hondura filosófica y continuidad de lo vivido. Marina Casado captura en el caminar del tiempo los contornos precisos de un regreso; la memoria viva de quien dejó un inmarchitable patrimonio de sueños y esperanza.

JOSÉ LUIS MORANTE


viernes, 11 de noviembre de 2022

ANDRÉS PARÍS MUÑOZ. DESDE EL AZUL DEL MUNDO

Desde el azul del mundo
Andrés Paris Muñoz
Prólogo de Marina Casado
II Premio Internacional de Poesía Joven "José Antonio Santano"
Editorial Alhulia S. L., Ayuntamiento de Baena (Córdoba)
Salobreña, Granada, 2022

 

LAS MANOS DEL TIEMPO

 
  En los últimos años, incluso en el tiempo gris de confinamiento y pandemia, la floración de voces nuevas ha sido una constante. El brotar poético constituye un legado fuerte donde se dan la mano generaciones y grupos. Los orígenes literarios de Andrés París Muñoz (Madrid, 1995), Graduado en Bioquímica y estudiante de doctorado en Biociencias Moleculares por la Universidad Autónoma de Madrid, están ligados al grupo poético Los Bardos, una propuesta coral que tiene en Marina Casado su estela creadora más fecunda. Es, precisamente, la escritora quien firma el prólogo “Un mundo azul y fértil para encontrarnos”. Allí hilvana una definición de la llamada “Poesía científica” como perspectiva conceptual que alude al compromiso emocional del poema con la ciencia. Desde ella nace la experiencia poética de Desde el azul del mundo con una senda de cinco tramos yuxtapuestos y con una atmósfera común al conjugar la hondura del entorno. Los apartados recurren a sustantivos y asertos germinales de la experiencia existencial: “Nada”, ”Átomo”, “Solitaria célula”, “Otro virus” y “Mundo”. Desde esa afinidad enérgica que impulsa el campo científico, Marina Casado concluye: “El cientificismo de la poesía de Andrés París parte de la búsqueda de un conocimiento profundo y amplio de la realidad, que no es aséptica sino fecunda y florida; por eso no puede limitarse al orden, sino que es en el caos donde encuentra una mejor respuesta”.
   El autor de Desde el azul del mundo acerca sus textos a dos ecosistemas referenciales, cuyo balance verbal asienta un magisterio continuo: Vicente Aleixandre y Wislawa Szymborska. Sus citas recalcan la proximidad de la disciplina científica como sustrato integrador de lo humano. Son entrada al único poema que contiene la primera parte, “Nada”. Desde una cronología de partida que parece aludir a un instante cósmico y genesíaco, la pulpa del poema difumina el discurso de la solemnidad y lo fragmenta con un venero argumental cuajado de romanticismo becqueriano: “El beso fue / el primer átomo”.   
   Muestra el apartado “Átomo” variedad temática, aunque en sus poemas persiste la introspección en torno al amor como oferente verdad que nos deja en las manos del tiempo. La poesía reunida permite conocer un material muy rico en imágenes, donde se entremezclan memoria y evocación; las plenas vibraciones que generan lirismo en el transitar. Como escenario dispuesto, la ciudad se convierte en un bosque en el que refuerzan su silueta firme esos dos árboles que comparten brotes y raíces, las ramas que cobijan el amor, el deseo o la incertidumbre. De esa armonía presencial nace el nosotros: “Dos gotas / confunden su perfil / para ser tierna lluvia”.
   Andrés París Muñoz abre su poética a una terminología que enlaza con su formación universitaria, para que las palabras mantengan  su piel elástica y generen una enriquecedora simbología. La sección “Solitaria célula” compagina la plenitud sensorial del cuerpo, como lumbre celular, con la meditación amorosa. En el transcurso del poema, la plenitud de lo vivencial adquiere un aliento clásico donde todo parece subordinado a la presencia del yo desdoblado en sus emociones.
  Los poemas de “Otro virus” parecen ajustarse a la dinámica de la pandemia y al crisol doméstico que originó el aislamiento. Se recordará que el virus inició senda en marzo de 2020 y evidenció la extrema fragilidad del cuerpo social. Todo se hace posibilidad y espera, reajuste de un nuevo orden en el decurso lírico. La soledad va marcando las huellas firmes del yo interior, hasta interpretar una autobiografía con secuencias dispersas en torno a una textura metaliteraria. La palabra semeja una afinidad completa con los elementos sensoriales. El poema completa un ejercicio que busca en el teclado las palabras precisas que cobijen el cauce existencial.
  En el trazado de “Mundo” conviven las fluctuaciones argumentales. El poeta busca en el excelente poema homónimo, a partir de una cita de Ángel González, una idealización de la realidad, esa conciliación de la imaginación y el tacto gregario de lo cotidiano. Los versos muestran la geometría variable del entorno que expande sus incertidumbres y despierta las inclinaciones subjetivas de un dolor compartido. El destino es proclive a lanzar preguntas a la identidad, a formular lo que no tiene respuestas: Qué somos. Así nace una metafísica de la incertidumbre que solo encuentra paz en la comprensión mutua.
   Otro poema sobresaliente del libro es “Jardín de las Delicias”, cuyo título remite de inmediato al tríptico del Bosco. La pérdida de aquel paraíso edénico sume al ser en un silencio que propicia el olvido completo; nadie guarda esa conciencia en vela que invita al regreso. Todo es soledad y hastío. De ahí nace la sensación de que  sobrevivimos en el margen, en un lugar donde todo es un gregario espejismo sensorial, una posición de lejanía.
   Sorprende por su originalidad “Adenda” el apartado final. Es un conjunto de traducciones a varios ámbitos idiomáticos de “Inexistencia ebria”, un texto que formaba parte de la sección “Solitaria célula” y delimitaba la tácita dependencia de la otredad. Concluye así un poemario con el que Andrés París Muñoz percibe en el sentimiento amoroso la más plena superación de nuestra condición fugaz y transitoria; el retorno de la luz a la mirada. El intimismo marca un libro emotivo, cuyo léxico incorpora un sensitivo acopio de imágenes para buscan el el pulso emotivo del tiempo; ese equilibrio frágil del latido sentimental que crea la música del corazón.  El silencio invita a la quietud, a la soledad habitada de quien se reconoce en la zona de sombra. El sujeto que halla en su pulsión indagatoria la necesidad precisa del nosotros.

JOSÉ LUIS MORANTE


martes, 15 de febrero de 2022

MARINA CASADO. LOS OJOS FRÍOS DEL VALS

Los ojos fríos del vals
Marina Casado
Prólogo de Andrés París
BajAmar Editores
Gijón, Asturias, 2022

 

OLAS Y ADELFAS
 

 
   En el fecundo activismo de Marina Casado (Madrid, 1989), profesora de Lengua Castellana y Literatura en un instituto público, Licenciada en Periodismo y Doctora en Literatura Española, siempre es posible lo inesperado, ese esfuerzo por habitar la calle del aire del lenguaje con pasos que caminan a solas, lejos de modas y etiquetas críticas transitorias. La escritora combina en su taller páginas en prosa de recuperaciones literarias y viajes en el tiempo, en el prestigioso diario El País o en la revista 142; trabajos de investigación, con ensayos en torno a los referentes literarias del pop-rock y a la intimidad creadora de Rafael Alberti; ficción narrativa, cristalizada en relatos y en la novela Los doce reinos del tiempo, y una obra poética cuyo conjunto engloba Los despertares, Mi nombre de agua, De las horas sin sol, y Este mar al final de los espejos.
   Como sucediera en De las horas sin sol, el liminar lo firma el poeta Andrés París, uno de los lectores que mejor conocen el trayecto creador de la poeta. El título ”Orgullo modernista” focaliza un ideario canónico que, por inclinación natural, remite a Rubén Darío. No viene mal recordar que el cuerpo troncal del modernismo, gestado a finales del siglo XIX, impulsa una vigorosa renovación literaria. Nace en su seno una conciencia del arte vinculada a la exaltación de la creatividad y la belleza, al refinamiento de la forma artística y al cultivo de la percepción singular y subjetiva, capaz de traducir desde el ensueño y la fantasía la esencia de la naturaleza y el íntimo paisaje del sujeto interior. El análisis de Andrés París recuerda los orígenes del movimiento y la crecida conservadora ubicada al otro lado de la trinchera. Desde esta situación histórica, que ya es página de manual, entronca con la apuesta de Marina Casado concebida como un gesto de hondura filosófica; augura una estela de continuidad, un neomodernismo capaz de integrar refugios oníricos para la evocación introspectiva y el destello esperanzado de quien contempla la aurora con ojos de cisne; es decir, sin prejuicios de fundamentos filosóficos, dejándose arrastrar por el simple discurrir de la belleza.
  La sensación de habitar el margen justifica la hermosa concisión lacónica de André Gide: “Aquello que te critiquen, cultívalo, porque eso eres tú”, y dicta también los enunciados de “Una confesión previa”, empeñados en resucitar al cisne, devolverlo a la vida para olvidar el ensimismamiento y la orfandad de la noche. De este modo, Marina Casado abre la voz a un sujeto verbal que hace recuento del discurrir de la memoria y que somete al cauce expresivo de las composiciones a una persistente acumulación metafórica, como constatan los versos de “Deus ex machina”: “la libertad nace en los ojos de las adelfas. / El mar, en cambio, es una lenta sucesión / de ataúdes vacíos”. El presente contamina el legado inmarchitable de los sueños y es preciso habitar un corazón de niña, impulsar la arquitectura de mundos imposibles, capaces de burlar un tiempo, prisionero del tedio.
   Los intereses del poema se multiplican, no hilvanan una línea recta sino que entrelazan diversidad: los recuerdos del sur, la prístina claridad de los cuentos, el territorio umbrío de la historia, tan presente en el poema “1936” o el cúmulo de sensaciones de esa vigilia en “Museo del Prado”.
  En el conjunto central “Estampas para Odile” la poeta recurre a los personajes de “El lago de los cisnes” para abordar la dualidad entre el bien y el mal, el cisne negro Odile, frente a la inocencia de Odette; ese conflicto entre luz y sombra trastoca lo real y convulsiona la marcha inerte del lenguaje. La poeta busca la verdad del personaje, tantea los relieves de su identidad y trasciende la máscara de Odile para asumir las dermis aparienciales que cubren nuestras contradicciones; al cabo “Odile viaje por debajo de todas las pupilas”. Otros poemas testifican la soledad diaria, la fuerza del cine, en la imaginación de Billy Wilder o el espacio compartido con los gatos, esas presencias cálidas hechas de ternura y silencio.
   En el apartado final “Historia de la noche” sobresale la textura escénica; la escritura introduce un subtítulo orientador “Poema representable en cuatro actos” que estructura los movimientos enunciativos en el marco de representación temporal. Como un proceso marcado por el tiempo, se vislumbra la existencia como un viaje onírico, un movimiento de piezas en el mundo de la laguna que permite al sujeto recuperar protagonistas y materiales del sueño. La muerte del cisne, el ocaso de la noche y el canto de las aves son elementos simbólicos que trastocan el sentido del tiempo y dejan en escena otros personajes como el dragón, también anclado en ese escenario atemporal de lo ficticio que, poco a poco, se va diluyendo, como si aquel entorno borrara sus formas para siempre, encerrado en un mundo secreto, sin regreso. 
   Los ojos fríos del vals supone un entreacto en el espacio lírico de Marina Casado por su rescate de una estética a trasmano. Las composiciones alientan una dicción que engarza con los espejismos de la imaginación, como si la realidad estuviese sumida en una larga noche, donde todavía es posible habitar el otro lado del espejo. Mirar el día con el hilo de luz de la inocencia.
 
JOSÉ LUIS MORANTE



martes, 20 de octubre de 2020

REVISTA CULTURAL 142, NÚM. 7, OCTUBRE-DICIEMBRE, 2020

142 Revista cultural
núm. 7, 7 Euros
Octubre-Noviembre- Diciembre 2020
Dirección: Paco González Fuentes
Ferran González
Suscripciones: revistacultural142@gmail.com

 

DESTELLOS

 

   Amanece la séptima entrega de la publicación 142 en pleno confinamiento pandémico y en un ambiente literario que muestra alarmantes síntomas de pesimismo. Es obligado, por tanto, felicitar a sus directores Ferran González y Paco González Fuentes por mantener el plazo de edición trimestral y seguir ofreciendo una propuesta cultural de excelente diseño y contenidos complementarios.
   El número concede a la poesía protagonismo vertebrador. De modo que sirve de apertura una entrevista de Ferran González al poeta, novelista, ensayista y crítico literario Toni Montesinos. El escritor ha publicado un intenso ensayo biográfico sobre Walt Whitman, circunstancia convertida en hilo central del diálogo, para comentar el periplo biográfico y el contexto histórico en el que adquirió fuerza su forma de entender el hecho literario.
   Por su parte, la conversación de Paco González Fuentes con José Luis Morante –se me disculpará que esta vez hable de mí- aborda los treinta años de escritura poética, integrados en la antología Ahora que es tarde, un volumen publicado por La Garúa editorial, al cuidado de Joan de la Vega y de la experiencia de un quehacer literario diverso que aglutina crítica, poesía y otros géneros.
   Otras entrevistas completan las indagaciones en facetas creativas como la música, la plástica visual o la narrativa. La dedicada al músico Faustino Núñez Pérez, con textos de Esther Paredes y Ferran González, recorre un trayecto profesional que busca, en su construcción progresiva” un estado de asombro y serenidad”. El diálogo entre Ricardo Benaim, creador visual, y la profesora e investigadora Daniela Pérez Larralde sondea el drástico contexto de la alarma sanitaria, su textura de soledad y la necesidad de reinventarse a través de un taller en línea, concebido como viaje para compartir sensibilidad, emociones y vivencias. La experiencia de vivir construye la conversación con Ernesto Pérez Zúñiga, poeta, narrador y autor de Escarcha, una novela de aprendizaje; lo cotidiano es solo la punta del iceberg de un territorio repleto de emociones, sentimientos e incertidumbres, en el que la infancia siempre se refugia como semilla de identidad afectiva.         
  Con su doble enfoque creador de poesía y relato, el apartado integra textos poéticos de César Rodríguez de Sepúlveda, Roxana Sánchez Seijas y Llanos Monteagudo Ródenas, completando sumario con un relato de Graziella Moreno.
  Como entreactos temáticos, los artículos breves muestran diversidad en sus hilos argumentales. Del exilio republicano y de la amplia diáspora de trasterrados se ocupa P. G. F. recordando el recorrido humano y literario de José Gaos. Por su parte, Marina Casado sondea la poesía como voz en el tiempo y cómo se hace nervio generador en Galdós y en las versiones cinematográficas. Palabras, recuerdos y paisajes conducen al pasado para mostrarnos la frágil condición del existir y la continua pérdida de nuestros refugios personales más añorados. Solo queda aspirar al tiempo de los dioses, esa forma de inmortalidad que se cobija en los mejores versos, dice la poeta que acaba de ser galardonada con el Premio de Poesía Carmen Conde.  El análisis de F. Javier Gallego Dueñas extrae uno de los temas musicales que definieron el final del franquismo y el cielo auroral de la Transición, el tema de Cecilia “Un ramito de violetas”; desde ese enfoque explora la sociología del secreto, cuya verdadera naturaleza, según su excelente definición “no es la ocultación sino la transmisión controlada” de su silencio comunicativo. Y clausura este abanico de artículos breves la mirada social de Laura Antonia Bosch Torres en “Mujeres supervivientes”, una evocación de su quehacer con mujeres víctimas de malos tratos y violencia machista. El análisis del problema requiere desterrar estereotipos  e ideas como al fragilidad femenina y su dependencia económica. Hay que impulsar procesos de liberación en el proyecto de una vida propia, expuestas en ejemplos concretos que sirven como didácticas de voluntad y superación afectiva.    
   Plural y actualizado, el escaparate de “Propuestas de Lecturas” recuerda entregas de Joan Margarit, Marcela Serrano, Joseph Roth  y Olga Tokarczuk, entre otros. La mirada a la estantería se enriquece con el análisis de Anna Miralles de la novela Las tres de la mañana de Gianrico Carofiglio, ficción sobre las relaciones paterno filiales, publicada hace unos meses por Anagrama. 
   La portada de esta séptima entrega de 142 admite una lectura simbólica; es un faro cuya silueta se refleja en el sosegado fluir de la corriente. Sería bueno pensar que, a pesar de este momento social penumbroso y de escarcha, la cultura sigue iluminando, conecta con los sentidos y la inteligencia, sigue nutriendo el engranaje emocional del yo para poner en los pasos cotidianos un poco de regreso y esperanza.





viernes, 9 de octubre de 2020

MARINA CASADO. ESTE MAR AL FINAL DE LOS ESPEJOS.

Este mar al final de los espejos
Marina Casado
Premio Carmen Conde de Poesía 2020
Ediciones Torremozas
Madid, 2020

 SEDENTARIO MAR 

  Con madurez infrecuente, porque apenas sobrepasa la treintena, la singladura literaria de Marina Casado (Madrid, 1989) ya es una constante referencia entre las voces emergentes. Su fértil activismo es polisémico. Aglutina ensayos, la coordinación de varias antologías, y colaboraciones en prensa sobre aspectos culturales de Madrid, en el diario El País; pero el camino de la palabra que recorre con más entusiasmo es la poesía. Autora de Los despertares (2014), Mi nombre de agua (2016) y De las horas sin sol (2019), añade a su corpus lírico Este mar al final de los espejos editado por la emblemática Torremozas, tras ser reconocido con el Premio Carmen Conde de Poesía 2020. Alejandra Pizarnick hizo del poema una conciencia explícita; y a ella recurre Marina Casado para ubicar la apertura de Este mar al final de los espejos. El libro tiene como pórtico la composición “Tres espejos sonámbulos”, donde aflora un yo desdoblado en el espejo, que hace de su dibujo en el cristal una incisión reflexiva. Tiempo y noche crean el ámbito de un conocimiento y un estar en el que la razón poética se convierte en cumplimiento y destino. El poema sirve también como clave orgánica de los tres apartados iniciales. El primer espejo es oquedad y contenido; se titula “El hueco” y hace suya una cita de Rafael Alberti: “Es verdad que los fosos inventaron el sueño y los fantasmas”. En la realidad diaria convive lo diverso, como si el discurrir estuviese compuesto de inadvertidas floraciones; así, el espejo abre su fondo manso para dejar sitio al yo que fuimos, esa presencia casi borrosa que nos hace ser el trazo desvaído de un reflejo. También en su vacío, los pasos del ayer, aquella luz de una mirada limpia, que cobijaba miedos y veranos en la mano protectora, o las historias imposibles del corazón adolescente. Sueños con viajes y trayectos, hechos para el amor y la espera, aunque el certero instinto orientador de la decepción y el invierno apaguen pronto la esperanza. Prevalece en las imágenes de este tramo un pensamiento onírico, que guarda la fugacidad de lo transitorio o evoca secuencias que ya pertenecen a un calendario epocal, como el trágico final de John Lennon. La ausencia y el olvido se hacen vectores temáticos en la sección “Espejo II. La herida”. Constatan que la claridad ingenua de los sueños adquiere un perfil crepuscular. En el poema “El baile de los decapitados” el sugerente mundo de Alicia y sus maravillas es solo el aliento frío de las ilusiones marchitas y melancolía. La soledad del presente prodiga sensaciones de invierno, convocadas con excelente trazo en el poema en prosa “Noche ácida”, donde el estar conlleva una vigilia informe y “la memoria es un poco donde vivir a solas”, sin capacidad para conjugar los tiempos verbales de la amanecida. El epígrafe “Espejo III. La poesía” toma el pulso al estrato metaliterario y al lenguaje como punto de reflexión. No se dicta un ideario estético sino que se concibe el poema como un trayecto emotivo hacia el otro. Los versos convocan geografías de ausencia; a veces, concretas, como la que perfila el poema ”Madrid”; otras son territorios que siguen la estela de itinerarios existenciales; se hacen instantes vividos, como anticipa el guiño literario a Javier Egea, en el Paseo de los Tristes, o en aquella Roma de gatos y caminantes que se hace homenaje a Rafael Alberti.  La coda “Este mar al final de los espejos” se articula como un único poema fragmentado en el que el yo poético busca recuperar su espacio personal en el mundo, aunque sienta el hueco de la herida. La ausencia deja escarcha entre las manos; deposita en el hueco de un litoral sin nadie. En el temblor azul que cobija lo perdido, no hay respuestas para saber si el final es también apertura y comienzo: “Hay un mar al final de todos los espejos / donde mirar y recordarnos. / Llegará el día en que terminen los poemas / y una explosión azul, un precipicio, nos dirá lo que somos: se abrirán nuestros ojos / en los ojos del sol”. La poesía y el mar tienen la misma naturaleza, tangible y consistente. Los dos son símbolos inalterables de afirmación vital. Marina Casado lo sabe y lo celebra con un libro muy hermoso.




martes, 30 de abril de 2019

MARINA CASADO. DE LAS HORAS SIN SOL

De las horas sin sol
Marina Casado
Prólogo de Andrés París
Huerga & Fierro editores / Poesía
Madrid, 2019


ECLIPSES Y AMANECIDAS


   Marina Casado (Madrid, 1989), docente en activo, Licenciada en Periodismo y Doctora en Literatura Española, combina en su taller  la poesía y el quehacer crítico, con dos ensayos editados en torno a los referentes literarias del pop-rock y a la intimidad creadora de Rafael Alberti. Fue en 2014 cuando firma la carta de amanecida, Los despertares, que pronto tuvo continuidad con Mi nombre de agua y el trabajo que ahora presenta Huerga y Fierro De las horas sin sol, lo que hace de la poesía senda principa, aunque la escritora sume bifurcaciones con la práctica del relato y la coordinación de algunas antologías.
   En el prólogo, el joven poeta Andrés París se aleja del mero cumplimiento epistolar de los afectos para vislumbrar coordenadas, un ideario que busca sitio a “una fisiología del alma y el tiempo en que la mejor opción es dejarse bogar inerte como un tronco por los ríos y cataratas que despliega la poeta”. El pautado análisis yuxtapone un proceso que integra la pérdida, la evocación desde el recuerdo y el destello esperanzado de la aurora.
  La sensación de ensimismamiento y orfandad de “Los condenados a la realidad” también emana de los versos de Manuel Altolaguirre que preceden a los apartados del libro: “Hubiera preferido / ser huérfano en la muerte, que me faltaras tu / allá, en lo misterioso, / no aquí en lo conocido”. Y se prolonga en la semántica nocturnal de Rafael Alberti. De este modo el sujeto verbal muestra los mimbres de una voz entumecida y solitaria que hace recuento de un estar a la intemperie. La mirada de la infancia se aleja, como estratos que muestran sus límites difusos ante un presente miope, que va borrando las formas de otro tiempo. En su lucha tenaz contra el olvido, el ahora se llena de indicios de otros días: una canción en las manos del compromiso, un olor conocido, un simple pilot. Testifican un espacio compartido y la plenitud de un pretérito que sale al día con la nitidez dolorosa de lo cumplido.
   En este primer apartado sobresale por su textura reflexiva “Partida de ajedrez” un texto en prosa estructurado en tres movimientos enunciativos. En él se vislumbra la existencia como un terco movimiento de piezas en las que siempre el sujeto verbal se asigna el callado papel del perdedor; aún así merece la pena volcar en cada instante sentimientos y percepciones para recuperar aquello que definía un estar feliz. Acaso ser es caminar hacia el otro, aceptar que la luz es una puerta que alguien abre.
   Los poemas de “Temerás a los vivos” suponen la aceptación del desasosiego como estado natural del existir. Son esquejes de un árbol que perdió la raíz y ahora se alza como una veleta sin norte: “Tengo miedo del fuego que no he visto / y de la nada blanca que flota en los resquicios del presente”. El reloj se demora en una larga noche donde la amanecida refuerza la sensación de intangible espejismo. Habitar el ahora requiere el dogmático catálogo de la supervivencia, esas “Trece verdades con las que construir un puente al otro mundo”.
   Pero un hilo de luz es siempre una posibilidad de renacer. Así lo atestiguaba el cantautor Jaume Sisa en los laberintos opacos de la dictadura: “Cualquier día puede salir el sol”. Y así lo enuncia también Marina Casado, con la palabra limpia del regreso, en el poema “Un faro con el nombre de esperanza”, enunciado que también recuerda a otro cantautor: Manu Chao. La voz se hace más sosegada y dispuesta a la celebración, encarece el instante para preservar en él aquellos frutos que impulsan una nueva latitud: “Ahora que he despertado, / no me cierres tus ojos, / sigue siendo aquel faro / en la noche con niebla de la pena, / aquel faro que el mundo / conoce con el nombre de esperanza”.
   El epílogo se apropia de un conocido tópico del legado clásico para agrupar las huellas finales. El apartado “Ubi sunt” rastrea el ser fugaz del tiempo, la cadena de instantes vivenciales como tránsito hacia un horizonte crepuscular. Lo cotidiano tiene la imaginería gastada de un pase de cine: “Tengo los ojos llorosos de pretéritos. / Tengo todos los sueños conspirados / para perder la fe en la realidad. / La vida se disfraza de domingo con las alas cerradas”. En esa elegía de la memoria hay una exaltación de lo singular como lucha continua contra lo gregario. La poesía se convierte en oficio de náufragos, en locos desclasados que reclaman una causa perdida. También perdura la estela en el agua de los sentimientos, ese amor más allá de la muerte que merece un estar a resguardo en la evocación; o la calidez del homenaje a la identidad materna que brilla con emotiva luz entre la niebla del ahora. Y sobre todo esa dermis que deja en la ciudad las pisadas de un tiempo compartido de paraguas abiertos y arcoíris.
   De las horas sin sol propone una conversación con la voz íntima de la memoria en la que guardan turno de palabra la mirada sombría de la pérdida, el poso de amargura de lo transitorio y la claridad dormida del estanque en cuyo fondo reposan los reflejos de la felicidad. En él encuentran sitio los remolinos aleatorios de lo cotidiano y el terciopelo de la amanecida, ese empeño que pide, con palabras de familia gastadas por el tiempo, el instante callado de quien busca todavía la luz tras el eclipse; ser feliz.