I. ATLANTIC OCEAN
Uno no acaba de aceptar nunca lo ajeno que resulta a quien se oculta tras el mostrador del aeropuerto el gesto ilusionado del turista. Para la empleada de Iberia la cola de pasajeros es un fastidio incordiante. Por eso, muestra esa cara agria, esa parsimonia exasperante, ese regocijo en las minucias que demoran el viaje.
El optimismo enseña a poner a prueba la realidad. El océano está bajo mis ojos. Volamos hacia Florida. Nueve horas en ruta.
Hay libros que presentan razones contundentes para ser recordados en el tiempo. El escaparate juvenil de mis lecturas acoge todavía Las aventuras de Tom Sawyer. Vuelvo a abrir el libro de Mark Twain. Los primeros capítulos me aburren. Pero aguanto el tipo. El chico inquieto, ruidoso y pendenciero me dejó algunas horas de felicidad. Tom es un hombrecito de provecho que colecciona canicas de colores, fragmentos de cristal, piedras raras y llaves que no abren ninguna puerta.
En la pantalla sobre mi cabeza el itinerario recorrido y datos del vuelo: 4370 Km, Temperatura exterior: -55°, Altura: 10639 m, Velocidad: 789 km/h. Datos convincentes que separa mis pies del suelo.
El largo vuelo tiene un epílogo. En el Aeropuerto Internacional de Miami una tormenta tropical impide el aterrizaje. Hay que sobrevolar en círculo durante una hora. Después, los rigurosos trámites de seguridad, la búsqueda de maletas y, tras el cristal, los primeros abrazos con Javier. Estamos en Florida. Estamos.
Jopeta... viaje, vuelo y aventura por el mismo precio... te quejarás de vacaciones... eso da por lo menos para una epopeya...
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