lunes, 22 de noviembre de 2021

OSCAR AYALA. YACIMIENTO

Yacimiento
Óscar Ayala
Huerga & Fierro Editores
Colección La Rama Dorada
Madrid, 2021

EXILIOS


   Óscar Ayala (Carpio de Tajo, Toledo, 1967), desde el comienzo de su itinerario poético con Atanor. Parque de atracciones poéticas (2001), ha hecho de la situación de extrañamiento, ese exilio en el desconcierto de quien pregunta, un elemento indispensable de su legado creativo. Y así se percibe de inmediato en Yacimiento, subtitulado Poema para expandir fragmentada su materia verbal, con textos arrítmicos y versos cortados con signos gráficos. Pero el hilo argumental pervive; marca una intensa introspección que incluye la necesidad de una voz que enuncie y sondee las aristas más dolorosas de la identidad. El lenguaje se concibe como un legado babélico, capaz de mostrar orfandad y vitalismo, el azaroso deambular de ser.
   De este modo el denso discurso reflexivo se hace búsqueda, asume que el avance es tanteo y no línea recta y previsible. Corresponde descubrir entre las ruinas del yo los valiosos estratos que sobreviven a lo contingente. Desde allí nace una escritura como expresión de pliegues y pulsiones internas, que conecta con otros itinerarios del acervo lírico; a nadie pasará inadvertida en el primer fragmento la locución de Bécquer y Cernuda “Donde habite el olvido” y la inclusión textual en el poemario de incisos de Eliot, Pound, Panero o Claudio Rodríguez. El poeta se siente cerca de la trinchera del conflicto, del experimentar con la expresión, porque sabe que el espacio expresivo pierde vuelo y es domesticado si solo se somete a la lógica como único norte. Sumar palabras es construir suelos conceptuales, yuxtaponer teselas, enmendar sentidos y carencias. Pero también asumir que cada experiencia es parcial, se sustenta en un ángulo de subjetividad que tiene cerca otros ángulos inadvertidos, anticipos de una revelación intuida, como esas arquitecturas imaginarias que duermen en el subconsciente y que a menudo somos incapaces de descifrar, por más que se revelen en el pujante onirismo de los sueños.
  En el acto de creación la lectura, como absorción del otro expandido,  se convierte en sedimento identitario. Deja en manos del sujeto verbal una copiosa disolución de signos; esa certeza transforma la ausencia de camino en claridad y epifanía, en un renacer de ojos abiertos: “El mundo  huidizo / por fin / apresado / encadenado / al poema se lamenta”.
   Emily Dickinson integró en sus versos abundantes guiones, como si fueran pausas en el transcurrir del poema; del mismo modo, el signo gráfico que aparece en muchos poemas de Óscar Ayala, más allá de la ruptura rítmica y del blanco que propicia al final del verso, es una interrupción de la idea continua. Fragmenta, crea su tensión particular, invita a ser el lector activo de su peculiar significado o de su posibilidad estética, como un corte inmóvil en la leve estructura del poema.   
   Uno de los aciertos de Yacimiento es la potencia semántica de las imágenes. De un estado de dolorosa postración y de convaleciente quietud, llega la plenitud poderosa del verso “que no sea el confortable nido del otoño antibiótico”; al cabo, el lenguaje deja en el taller de quien escribe “los residuos del deslumbramiento” y “la obligación de restaurar el ruido / de la luz que transita por el largo camino trazado entre dos versos”. El pensamiento es liberación y ventana con luz, se hace “víbora que eleva su veneno a la dignidad de esperanza”, sacude la indigencia para adentrarse en lo inefable y escuchar el latido atemperado de la conciencia.
   Óscar Ayala construye el poema con manifiestos cambios de ritmo, pero casi siempre confía en el lenguaje como núcleo germinal de cada fragmento. A veces, el texto recurre al verso dilatado de la prosa poética para que la composición asuma un tono de denuncia social. La palabra se hace solidaridad frente a la injusticia, pone en la luz  los claroscuros de una realidad enferma que hace del poder, las ideologías o las injusticias sociales perpetuos asentamientos de la desigualdad y las carencias, de exasperante olor a tristeza. Otras veces recurre a los versos elusivos que confían en las asociaciones sorprendentes para vadear los entornos del intimismo, ese yacer acallado en el tiempo donde el yo se busca a sí mismo, como un mundo huidizo y profundo, hecho de luz y ausencia.
   Como si fuera un intermedio aforístico, los treinta y tres “milagros” recuerdas notas o microesferas semánticas. El completo inventario de “gotas de rocío sobre la mejilla” no pierde los rasgos distintivos del libro: la potencialidad de las imágenes, los encuadres fragmentarios y la autonomía de un sentido oculto, subterráneo. Son tiempo remansado, brotes de luz, segundos que pulsan el existir desde el cabalgar sin rumbo del inconsciente, o desde la soledad postrada por la fiebre.
   Yacimiento es el quehacer de quien busca la palabra enterrada bajo la luz; concibe al sujeto verbal como un alucinado fluir en la tierra baldía de los significados, allí donde “toda flor es esperanza de flor”, nunca realidad tangible, nunca la culminación de un proceso cerrado. Solo palabras sin función ni oficio, que respiran en silencio el polvo de ser. 
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 
 
 

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