miércoles, 10 de enero de 2024

FRANCISCO CARO. ESTE NUEVE DE ENERO

Este nueve de enero
Antología poética
Francisco Caro
Editorial Lastura
Colección Alcalima de Poesía
Madrid, 2019

 ANDAMIOS DEL YO

 

   En los estudios sobre lírica contemporánea, cada etapa generacional –cumpla o no con las condiciones de grupo que definieran las teorías de Ortega y Petersen- se hace cartografía habitable a través de las voces más definitorias del momento. Su inercia suele copar los análisis del colectivo. Este método de trabajo deja al margen a los que se incorporan tarde al fluir de la escritura, cuyo ajuste cronológico plantea un problema de ubicación. Los casos son frecuentes y llenan los márgenes de las panorámicas de poetas islas, de autores sin contexto grupal. Para no extenderme en su enumeración, resumo casos como Antonio Gamoneda, Gloria Fuertes o la misma Francisca Aguirre, que recibió hace unos meses el Premio Nacional de las Letras por la singularidad de su propuesta versal. Algo similar sucede con Francisco Caro (Piedrafita, 1947), quien fecha la amanecida de su escritura en 2006 con la entrega A salvo de ti. Con ella avanza por una década de insólita fertilidad creadora, cuya última salida  es El oficio del hombre que respira (2017), reconocida con el Premio Nacional de Poesía “Antonio González de Lama”.
   La compilación Este nueve de enero acoge los poemas más conocidos, a juicio de sus compiladores, Davina Pazos, Francisco García Marquina, José Luis Morales, Manuel Cortijo Rodríguez, Pedro Antonio González Moreno y Rafael Soler. El recuento nace de forma especial y merece la pena recordarlo: es una antología creada a espaldas del poeta, como homenaje amical para celebrar el cumpleaños maduro. Quien tuviese la suerte de asistir al evento, en el Café Comercial de Madrid, percibiría, como quien esto escribe, la calidez de la efemérides y la interminable relación de amigos que puso voz declamatoria al homenaje.
   Las resonancias del afecto prosiguen en las composiciones. Francisco Caro es un poeta de piel; por tanto, en su escritura tienden a confluir los trazos biográficos y las reflexiones del sujeto poético. El poema aglutina atmósfera sentimental y  los pasos marcados de la experiencia: “Ahora que atraviesa / la edad en donde el pulso / de la sien es más fértil / para la libertad, / para la pausa…”. Así se define en las coordenadas argumentales. Comparten un ideario estético que busca magisterios en la generación del 50. Ya se aprecia en las composiciones más tempranas, en las que sobresale como núcleo de exploración la segunda persona. Al modo de los cancioneros tradicionales, quien canta el dardo amoroso hace suya una visión del mundo, un estado de ánimo en el que el otro es lugar de acogida, encuentro y llegada: “tu voz, conmigo, sé / que el silencio del mar es plenitud”.
   Con frecuencia, el pasado es el discurrir natural del poema. Frente al ahora, siempre condicionado por su estela de contingencia y fugacidad, el ayer se percibe como un espacio cuajado de vivencias aurorales. En él perduran las sensaciones existenciales que definen la infancia como un tapiz sin brumas; un manantial de vida que deja en las palabras frescor y transparencia. Evocarlo no exime de trazar una estela de leve melancolía, que ensombrece las palabras inútiles: “El poema es quemarse –ha dicho- si no puedo / con la voz ordenar / el mundo alrededor / de un fuego incierto”.
   La presencia cálida del intimismo avanza en el cauce del tiempo hacia un verso más indagatorio, marcado por los contraluces del discurrir vital. Cada amanecida es paradójica. Construye su arquitectura de sensaciones sobre los cimientos de la contradicción. Quien vive yuxtapone búsquedas y sondeos, el veneno preciso de la decepción, la verdad sospechada de lo transitorio, la suma de derrotas que se van guardando en los rincones menos visibles: “hoy he vuelto a escuchar / su zumbido y ya sé que son aquellas / que todo muere sé, que todo permanece, / que soy el mismo miedo, que acaso soy el mismo”.
  Al cauce central del temporalismo se adhieren otros sustratos temáticos, entre los que se vislumbra el afán metaliterario, si cabe, con un deje irónico, que resalta en la entrega Cuaderno de Bocaccio, aparecida en 2010, el mismo año de Paisaje (en tercera persona). Se divaga sobre los aspectos formales, la brevedad, el sentido comunicativo y dialogal de las palabras y esa noción conceptual de la escritura como proyecto inacabado, como conjetura que resguarda la luz debajo de la dermis oscura del sentido, sin tener que recurrir a aderezos retóricos ni trucos de magia.
  Alguna vez he leído que los versos figurativos amplifican el realismo desde la sugerencia. Es una excelente definición que hago mía de inmediato. El sujeto verbal no emplea un realismo enunciativo. Busca para la arquitectura del yo andamios nuevos y anula marcas gastadas de etiquetas tópicas.
   Estamos ante una selección que hace de la existencia un largo recorrido introspectivo. La identidad va poblando el espejo con los trazos desvaídos de un yo cambiante, mientras el tránsito diario dispersa las hojas desprendidas de los sueños, esos vulnerables elementos de la condición de ser. Este nueve de enero afianza con brillantez la idea de que cada poeta, llegue cuando llegue a las aceras de la literatura, construye el lugar propio, un espacio singular, que confía en sus variaciones y reincidencias. Con  voluntad de amanecida, el verso se hace mediodía y rasga el aire; proclama el afán del tacto en la espesura para habitar el hueco necesario, para arañar el vacío con el manso buril de la escritura.

JOSÉ LUIS MORANTE



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