jueves, 4 de enero de 2024

MIGUEL DELIBES. LAS RATAS

Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010)

 

                   HOJA ROJA PARA MIGUEL DELIBES

 

Las ratas, Miguel Delibes, Destino Libros, 1986

 
   Hace décadas, aunque parece otro tiempo por la celeridad obtusa del presente, los hombres castellanos eran secos y adustos, vivían en contacto directo con el campo, trabajaban de sol a sol y silenciaban su melancolía liando tabaco picado que aliñaban en papel de fumar. Aquel papel completaba un librito cuya última hoja de color rojo  anunciaba el final. Un día la hoja le salió a Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010), un escritor que ocupó con su obra y con su insobornable coherencia ética un lugar central en la cultura española del pasado siglo. Su muerte, tras una enfermedad que lo apartó de la escena pública, generó un abrumador testimonio de afecto al que ahora me sumo regresando a las páginas de Las ratas (1962), uno de los libros que más mes impactó en su primera lectura.
   Las ratas es el retrato más humilde de Castilla en los años cincuenta, cuando el país vivía en una autarquía rural hecha de adobe, yuntas y principios fundamentales del Movimiento Nacional del régimen franquista. El autor comentaba así su argumento: “Un día, caminando por tierras segovianas, sorprendí a un hombre que cazaba ratas en un arroyo para vendérselas a sus convecinos para su sustento. Este hombre me pareció un símbolo de la Castilla de entonces y lo erigí en protagonista de mi novela (…) colocando a su lado a un niño sabio y generoso, el Nini, que bien pudiera representar el espíritu de Castilla, rico y esperanzado, en dramático contraste con su miseria material”. Es una lectura ética, simbólica, que habla de la conquista de la dignidad en el cieno; de los afectos y de la comunión entre el hombre y la naturaleza, asuntos que hoy parecen extraños, disonantes, ajenos a nuestra forma de vida.
   Y sin embargo, la novela cautiva por que los personajes tienen una fuerza de identidad que no pierde el perfil, ni siquiera, en el humo contaminado del presente. El ratero sobrevive explorando ciénagas y ruinas para buscar el sustento y el niño parece tener la ciencia infusa; su estudio es la observación minuciosa de los ciclos naturales, y esta atención alerta le permite conocer los hielos y las lluvias, la floración de las plantas y los comportamientos de los animales. Son dos figurantes que no necesitan sociedad, que parecen sobrar en el entorno de la dictadura. Son dos supervivientes que aportan el dramático contraste entre pobreza y riqueza, soledad y gregarismo, miseria y poder.
   El fallecimiento de Miguel Delibes llenó los escaparates con reediciones de sus libros más celebrados, El camino, Cinco horas con Mario, Madera de héroe, El hereje…, títulos que le proporcionaron prestigiosos premios, la condición de Académico de la Lengua y reconocimientos de profundo calado popular, aunque el Nobel de su generación se lo llevara Camilo José Cela. También se programará nuevamente en las cadenas de televisión Los santos inocentes aquella inolvidable película de Mario Camus con las interpretaciones ya clásicas de Alfredo Landa y Francisco Rabal. Y por unos años, la literatura de Miguel Delibes se verá en el metro y en algún reportaje de prensa, pero su temple vigoroso y la calidad de su prosa merecen mucho más que una simple visita de cumplido.
   Se lee muy poco a Miguel Delibes y es uno de los pilares centrales de nuestra lengua. Ahora cuando la política deja sus disonancias ocurrentes también en el lenguaje, empujando a la Real Academia a protagonizar una irritante colección de sandeces, hay que volver a su literatura, a esas tardes con lumbre en el paraíso de sus libros que nos muestran las variaciones del destino humano y la senda en el páramo del mejor lenguaje en lengua castellana.

 

                                                                                         JOSÉ LUIS MORANTE

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