martes, 18 de febrero de 2025

MARÍA PILAR CONN. LA SOMBRA QUE CARGAMOS

La sombra que cargamos
María Pilar Conn
Prólogo de Manuel Madrid García
Cuadranta Ediciones
Murcia, 2024

 

HACIA EL CREPÚSCULO


 
   Un recorrido por el quehacer creador de María Pilar Conn (Indianápolis, USA, 1968) muestra de inmediato la convivencia de facetas como la poesía, la narrativa –centrada casi siempre en la ficción gótica- y la ilustración. La autora, con domicilio desde hace décadas en Murcia, ciudad donde estudió Artes y Oficios, colabora habitualmente en cuadernos ilustrados y publicaciones digitales, mientras impulsa un camino poético que ya ha dejado en las estanterías las entregas La almendra y el maíz (2019) y Paseando con Schopenhauer (2020). En el taller de la escritora la poesía sigue marcando pasos firmes, como se hace palpable en la nueva salida La sombra que cargamos (2024), cuya cubierta, cargada de onirismo, es de la propia autora.
   María Pilar Conn sedimenta su poemario en el canon y deja sitio a citas de clásicos como Séneca, Miguel Hernández y Carmen Conde. Añade además un liminar, claro y sosegado, de Manuel Madrid García, cuyo título es “Ansias de profundidad en la poesía”. En él se indaga el ideario estético recordando que cualquier tema es poético si consigue transcender lo cotidiano y ajustar la exacta dimensión de verdad y belleza, esa capacidad silente de “buscar el misterio de la vida” detrás de las palabras. El fluir lírico se hace testigo para comprender los azarosos itinerarios de emociones y sentimientos mediante la elegancia de estilo, la riqueza imaginativa, y la lograda expresividad de un léxico intimista y reflexivo, con un denso sustrato de lecturas filosóficas.
  Tras el sondeo del texto introductorio, la poeta añade su mirada al espejo del verso con una interpretación reflexiva en torno al sentido del poemario. La escritura germina entre la incertidumbre y la confidencia compartida. Se interroga a sí misma sobre el milagro de existir en un universo “vasto y asombroso” en el que nuestro cuerpo percibe que la existencia es perecedera y vulnerable, un continuo proceso impulsado por el conflictivo convivir entre realidades y sueños.
  Desde el comienzo de La sombra que cargamos, junto a la riqueza de imágenes, emplea una expresión coloquial que lleva en su semántica un claro sustrato de resignación. Se escucha el empeño de la voz poética de habitar las composiciones con el recuerdo de presencias cercanas que abrieron el camino del tiempo hasta el presente. La evocación recobra la claridad azul de los que dejaron entre las manos las respuestas sobre el transitar de la temporalidad. La inexorable marcha de los días desprende una continua sensación de despojamiento. Va recortando sueños y creencias para perfilar la esencia del estar, la lumbre cálida de lo que de verdad importa porque da claridad a los enigmas de la travesía vital: “No hay droga que calme el clamor que hay en mi interior. / Contemplo el valle oscuro desplegado frente a mí. / Termino las noches de insomnio / observando la nebulosa que gira en el cielo. / Mi conciencia, una venganza / que no me deja libertad para huir.”.
   El avance del libro llena de mutaciones la existencia. El sujeto, como espectador de su cauce vital, advierte cómo el tiempo abre etapas sucesivas que nos llevan hacia la madurez y más tarde hasta la senectud. El envejecimiento es inevitable y solo deja entre las manos soledad y silencio, un entorno decrépito de erosiones que acercan hacia un territorio que solo deja sitio a las evocaciones y recuerdos. El amanecer cotidiano reescribe la caligrafía gris de una melancolía anunciada; llena las pupilas de ensimismamiento y soledad, mientras todo alrededor se desvanece. La vejez difunde la sensación de que todo está lejos. Se hace necesario ceder la palabra a los recuerdos para que recuperen vivencias e instantáneas que pudieron haber sido alguna vez. La luz crepuscular extiende sobre las cosas la piel envejecida de la resignación. Se deshilacha la mente, mientras las horas dejan su latido con la pereza de lo rutinario. El vacío va colonizando cada rincón de la casa y la conciencia hace suya la sensación de que cada existencia es un paréntesis cerrado de finitud, un cuarto oscuro y triste que pone a cada sensación una etiqueta de material perecedero que un día dejará de existir.
   En las composiciones finales perdura el enfoque crepuscular de quien se siente una difusa mota de polvo perdida en la profundidad del universo. La insignificancia no deshace lo evidente; el cuerpo es un caminar polvoriento hacia el vacío mientras la nostalgia copa casi por completo la conciencia de ser.
  Los poemas finales buscan líneas argumentales que subrayan la sombra: “La nada”, “El hombre mayor”, “La espera” y “El jubilado” muestran un existir zarandeado por el cansancio que siente cerca el aliento de nieve de la muerte. Cuando el viaje existencial parece acercarse al último andén, no queda nada por hacer salvo esperar y aceptar los parámetros de caducidad. Las palabras vislumbran el viaje hasta la sombra. Quien hace balance del tiempo personal cobija un patrimonio inevitable de equivocaciones y errores, de decisiones que alejaron el corto vuelo de los sueños cumplidos. Otra vez la tristeza parece ser un centro orbital en la poesía de Maria Pilar Conn. La escritora deja un recorrido poco complaciente con el transitar del yo profundo, como si la tristeza fuera el auténtico reflejo natural de lo cotidiano, como si el viaje interior por la conciencia nos mostrara un equilibrio aleatorio entre la sombra y el fulgor, entre el pesimismo y la creencia personal. Mantener un alba de esperanza requiere una verdad sólida y perenne, una chispa encendida para que, más allá de las sombras que cargamos, el párpado descubra una sonrisa, la sanación cercana de lo transcendente,  la claridad solar del universo.  



JOSÉ LUIS MORANTE




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