domingo, 23 de febrero de 2025

ANTONIO MACHADO. ELEGÍA

Una conversación con Don Antonio Machado
Casa Museo del Poeta, Segovia
Fotografía
de
Adela Sánchez Santana

 
ANTONIO MACHADO. ELEGÍA
 
 
   Antonio Machado es uno de los poetas más significativos y transcendentes de la lengua castellana; su poesía no se contiene en el intervalo temporal que vivió el escritor, sino que enlaza con los magisterios germinales que cimentaron el milagro de su voz insomne y con la incontinente estela de discípulos que considera su obra un monumento lírico, pleno de relevante permanencia. La esencia de su escritura muestra una lúcida conciencia de lo humano. Conocer su biografía es descubrir al yo sentimental, con sus emociones y pensamientos, en el perfil exacto del sujeto poético. Las composiciones de Antonio Machado están habitadas; en ellas se perfilan las distintas etapas vitales y los devaneos existenciales que gestaron 
su periplo vital. Como escribiera Rafael Alberti: “el poeta lírico va diciendo su autobiografía en sus versos”.
 
(Poema “Retrato)

 
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
 
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
 
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
 
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
 
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
 
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
 
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
 
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
 
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
 

   El poema se habrá de convertir en una memorable acuarela poética, aprendida de memoria por muchos lectores, y utilizada como inagotable paratexto de cuadernos, libros y antologías. Había aparecido suelto en el periódico El Liberal, el 1 de febrero de 1908, y uno de los más tempranos estudiosos del legado poético machadiano, Heliodoro Carpintero, estimó que el texto fue escrito en 1906 (véase Ínsula, n.º 344-345 [1975]).
  “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…”. En esa ciudad nació un 26 de julio de 1875 en una extensa familia entre los ocho hijos que tuvieron Ana Ruiz y Antonio Machado Álvarez y que incorporaba también a los abuelos paternos. Gracias a su abuelo, eminente zoólogo, se trasladan a Madrid y entran en contacto con la Institución Libre de Enseñanza.
   Poco a poco la situación económica de la familia va empeorando hasta hacerse crítica cuando mueren tanto el padre como el abuelo de Antonio Machado. Pero tanto Antonio Machado hijo como su hermano Manuel son jóvenes, casi pueden vivir del aire, y lo que les interesa de verdad es la vida nocturna y bohemia de la capital. Se entregan a ella, con preferencia por el mundo del teatro, pero enseguida les sabe a poco. Marchan los hermanos Machado a París, primero Manuel y luego Antonio donde profundizan en el conocimiento del modernismo.
En 1902 aparece su primer libro de poesía Soledades, que luego ampliará con Soledades, Galerías y otros poemas. Es el año 1907, importante para Machado porque en él se traslada a Soria. Hay una razón de peso: ha aprobado unas oposiciones a profesor de francés en un instituto. En Soria conocerá el amor. Pronto se enamora de una mujer que es una niña aún, de hecho tiene que esperar para casarse con Leonor, a quien lleva más de quince años. También descubre la tierra, la textura de sus paisajes, del carácter… Poco a poco todo aquello va cristalizando en poemas que compondrán Campos de Castilla.
En 1910 el matrimonio parte a París con una beca para la ampliación de estudios de Antonio Machado. En la capital estudia junto a Bergson y frecuenta a Rubén Darío. La experiencia no pudo ser más desastrosa a juzgar por el final. Su mujer Leonor cae enferma y morirá a la vuelta a Soria, en 1912.
La tristeza y el mundo se le hace insoportable al poeta que busca escapar y cambiar si no de vida, sí de escenario. Llega a Baeza donde vivirá los siguientes siete años. En esa época se concentra en el estudio de la filosofía y por lo que respecta a la poesía, conocerá al poeta de Granada Federico García Lorca. Revive en él, quizá gracias a esa amistad, el gusto familiar por el folclores y la música popular. Su producción se renueva con el libro Nuevas canciones. 
   Destinado como profesor de francés, Antonio Machado llega a Segovia el 25 de noviembre de 1919. Se aloja en una modesta pensión de la calle de los Desamparados, ahora convertida en Casa-Museo. Hoy recorro sus habitaciones que siguen preservando un aliento de época. Antes de adentrarme en la casa, he realizado fotos del busto del poeta esculpido por  Emiliano barral y he conversado largamente con César, quien regenta la pequeña librería de viejo del patio, donde he comprado algunos ejemplares.
La visita guida se inicia en el pasillo, donde están las fotos de la patrona, quien mira a la cámara con el orgullo de cumplir las normas de la hospitalidad ante un huésped tan ilustre. Cerca de allí, la cocina despliega un inventario de cachivaches domésticos que se completan con la inefable máquina Singer, donde las amas de casa consumían su tiempo entre labores. En la alacena, de suelos rojizos, la aceitera, los cántaros, la caja metálica para cobijar las galletas… detalles que hablan de un ambiente muy similar en casi todas las casas castellanas.
   En el salón, con amplia mesa y ventana despejada se celebraban las tertulias o se esperaba con resignación el escueto refrigerio; no eran días para el agasajo. En las paredes fotos de la hermosa Leonor y del poeta, la partida de matrimonio, portadas de periódicos de la época donde colaboraba Machado e imágenes de los acontecimientos que saludaron la llegada de la segunda república. También primeras ediciones y algunas estanterías con los libros del poeta. La más entrañable pieza del museo es la habitación de Don Antonio: amplia cama de cabezal metálico, mesa camilla, alacena y espejo donde todavía se contempla la sombra del poeta.
  Empieza a anochecer cuando abandono la casa del poeta. En mis manos los nuevos libros. Abro Proverbios y cantares.


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