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Leve curva del vivir Florinda Salinas Alonso Ediciones del Orto Madrid, 2024 |
INVITACIÓN A SER
El universo literario de Florinda Salinas Alonso es cuajado y coherente, como
una cosecha macerada por el sosiego del discurrir. Despliega vuelo desde el
periodismo, al que ha dedicado una larga vida laboral en distintos medios, como
las revistas Telva y Hola y como redactora-jefe del
diario El Mundo. Su itinerario
poético aglutina las entregas Este sueño
presuroso y Las cosas que te callas.
Completa el friso de su escritura el ensayo La
mujer visible. Feminismo para el siglo XXI, un conjunto de espacios
reflexivos en torno la identidad femenina y la particular sensibilidad de
género.
En la temperatura poética el yo está siempre entre líneas. Un yo verbal que se moldea con el verbo confidencial de la intimidad. Contenidos en el fondo de la mirada afloran los ángulos de su relación con el mundo, los cambiantes paisajes intimistas de lo cotidiano y los estratos de la experiencia. Como si esta sensación se ratificara de forma explícita en el nuevo libro de poemas, Florinda Salinas Alonso agrupa sus poemas inéditos bajo el aserto Leve curva del vivir. Es una estrategia expresiva para subrayar el hilo argumental del libro: la invitación a ser; una destilación que aborda la preocupación central del sujeto poético: el despertar febril de cada amanecida.
La cita inicial recobra unos versos de la escritora cordobesa Elena Medel. En ellos se recupera el tono evocador de la memoria, ese retorno al origen para respirar el clima afectivo de la madre, o la claridad abierta de la casa. Desandar el tiempo alienta la necesidad de identificar el manantial primigenio que nos conforma; concede al pasado el desvelo de una dimensión de nostalgia y asombro.
La primera sección del poemario “Lo que aprendí sola” muestra el aula abierta de la realidad. El entorno exige una constante vigilia. Un despliegue de emociones y pensamientos donde arde la lumbre sentimental del yo pensante, con frecuencia entre claroscuros tenebrosos. De este modo, la muerte de un niño, en las playas de Lampedusa, asienta la denuncia y la crítica social: un ángel de luz yace en la arena ante la general indiferencia de los bañistas. Pero ese ejercicio de tristura convive con el recuerdo. Los sentidos evocan instantáneas de ayer, donde una niña observa curiosa el laborar doméstico de la madre, frente a un artesanal palanganero.
El pensamiento sondea la finitud del yo, esa fecha de caducidad inscrita en el discurrir temporal, tan presente en poemas como “Cuerpos y almas”. “Los que llegaron”, “Apuntes de la libreta”, “Recuerdos” o “Ancianidad”. En ese pentagrama elegíaco, la voz poética siembra claridad expresiva para superar los efectos del tiempo y la transformación del canto en soledad y silencio. El entorno se ha renovado. Es otro. El protagonista verbal intensifica su pupila observadora en la que confluyen devaneos, inquietudes e incertidumbres. El silencio duplica el peso de las carencias y convierte el amor y el deseo en vivencias dormidas que se apagaron, aunque las presencias compartan la misma casa, como evoca el hermoso poema “Quien ama a quién”.
Sometido al arrastre continuo del ahora, quien vive advierte alrededor la silueta desdibujada de los otros, recorre tramos de tiempo a paso lento donde la luz muestra sus reflejos gastados y la tarea pendiente. Hay en muchos poemas un claro trazo del incansable papel de la madre como centro de la convivencia diaria, iluminando un mundo. Se lee en “La mano”, “El día ha sido”, “Lo que hago con mis manos” o “Mira a esta mujer”.
El segundo tramo “Cerca no hay nada”, comienza con una hermosa cita sensorial de los poemas esenciales de Emily Dickinson. El paisaje pasa al primer plano y va dejando sus signos en el pergamino de la vida. Las cosas están ahí, cerca, livianas y tangibles, cubiertas de aparente nadería expresiva.
Florinda Salinas Alonso concede al discurso lírico de Leve curva del vivir un enfoque existencial. Hace de la arcilla de lo vivido y los recuerdos asideros reiterados del poema. El verso enlaza intervalos vitales, como la infancia o la adolescencia, en un claro intento de responder a las cuestiones centrales del existir. Los efectos quebradizos del trayecto hacen de erosiones y pérdidas un quehacer natural. El avance argumental, desde la imaginación y la intrahistoria, dibuja un perfil especular del hablante lírico. Abre itinerarios para sondear la voz confidencial, el testimonio silencioso de la palabra; la ceniza calcinada de lo que permanece y quema.
En la temperatura poética el yo está siempre entre líneas. Un yo verbal que se moldea con el verbo confidencial de la intimidad. Contenidos en el fondo de la mirada afloran los ángulos de su relación con el mundo, los cambiantes paisajes intimistas de lo cotidiano y los estratos de la experiencia. Como si esta sensación se ratificara de forma explícita en el nuevo libro de poemas, Florinda Salinas Alonso agrupa sus poemas inéditos bajo el aserto Leve curva del vivir. Es una estrategia expresiva para subrayar el hilo argumental del libro: la invitación a ser; una destilación que aborda la preocupación central del sujeto poético: el despertar febril de cada amanecida.
La cita inicial recobra unos versos de la escritora cordobesa Elena Medel. En ellos se recupera el tono evocador de la memoria, ese retorno al origen para respirar el clima afectivo de la madre, o la claridad abierta de la casa. Desandar el tiempo alienta la necesidad de identificar el manantial primigenio que nos conforma; concede al pasado el desvelo de una dimensión de nostalgia y asombro.
La primera sección del poemario “Lo que aprendí sola” muestra el aula abierta de la realidad. El entorno exige una constante vigilia. Un despliegue de emociones y pensamientos donde arde la lumbre sentimental del yo pensante, con frecuencia entre claroscuros tenebrosos. De este modo, la muerte de un niño, en las playas de Lampedusa, asienta la denuncia y la crítica social: un ángel de luz yace en la arena ante la general indiferencia de los bañistas. Pero ese ejercicio de tristura convive con el recuerdo. Los sentidos evocan instantáneas de ayer, donde una niña observa curiosa el laborar doméstico de la madre, frente a un artesanal palanganero.
El pensamiento sondea la finitud del yo, esa fecha de caducidad inscrita en el discurrir temporal, tan presente en poemas como “Cuerpos y almas”. “Los que llegaron”, “Apuntes de la libreta”, “Recuerdos” o “Ancianidad”. En ese pentagrama elegíaco, la voz poética siembra claridad expresiva para superar los efectos del tiempo y la transformación del canto en soledad y silencio. El entorno se ha renovado. Es otro. El protagonista verbal intensifica su pupila observadora en la que confluyen devaneos, inquietudes e incertidumbres. El silencio duplica el peso de las carencias y convierte el amor y el deseo en vivencias dormidas que se apagaron, aunque las presencias compartan la misma casa, como evoca el hermoso poema “Quien ama a quién”.
Sometido al arrastre continuo del ahora, quien vive advierte alrededor la silueta desdibujada de los otros, recorre tramos de tiempo a paso lento donde la luz muestra sus reflejos gastados y la tarea pendiente. Hay en muchos poemas un claro trazo del incansable papel de la madre como centro de la convivencia diaria, iluminando un mundo. Se lee en “La mano”, “El día ha sido”, “Lo que hago con mis manos” o “Mira a esta mujer”.
El segundo tramo “Cerca no hay nada”, comienza con una hermosa cita sensorial de los poemas esenciales de Emily Dickinson. El paisaje pasa al primer plano y va dejando sus signos en el pergamino de la vida. Las cosas están ahí, cerca, livianas y tangibles, cubiertas de aparente nadería expresiva.
Florinda Salinas Alonso concede al discurso lírico de Leve curva del vivir un enfoque existencial. Hace de la arcilla de lo vivido y los recuerdos asideros reiterados del poema. El verso enlaza intervalos vitales, como la infancia o la adolescencia, en un claro intento de responder a las cuestiones centrales del existir. Los efectos quebradizos del trayecto hacen de erosiones y pérdidas un quehacer natural. El avance argumental, desde la imaginación y la intrahistoria, dibuja un perfil especular del hablante lírico. Abre itinerarios para sondear la voz confidencial, el testimonio silencioso de la palabra; la ceniza calcinada de lo que permanece y quema.
JOSÉ LUIS MORANTE
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