LOS CALVOS DE TINDER
La idea encendió su llama en el silencio quieto de la tarde, cuando espiaba
con aprensión el voluminoso rimero de ejemplares de su amanecida poética. Había
autoeditado los poemas a un precio de saldo, pero no tenía distribuidora ni librería
y no había conseguido vender ningún libro. Así que en cinco minutos más tarde
del destello se apuntó a Tinder y rellenó el obligatorio formulario de la red
social. También mandó una cálida fotografía del verano playero. Nerviosa y con
ánimo renacido, se afanó en confirmar un copioso listado de pretendientes hasta
la madrugada. Todos estaban calvos, pero aquel pedregal de alopecia sugería un
atinado perfil de intelectual. Hasta el bostezo final perduró su sonrisa. Durmió
con intensidad. Húmeda acariciaba la rala coronilla sobre las páginas abiertas
de su libro. El poema gimió.
(Del libro Fuera de guion)
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