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Alma de caracol Susana Benet Ediciones la Garúa Colección Haiku, dirigida por Jesús Aguado y Joan de la Vega Barcelona, 2024 |
BROTES VERDES
Prosiguiendo su sólido repliegue en la senda
concisa, que comenzara hace más de veinte años, Susana Benet (Valencia, 1950), Licenciada
en Psicología, pintora de acuarela, narradora y poeta con perseverante
dedicación al minimalismo expresivo, tras la publicación de Espejismo (y otros relatos) (2020), retorna a la sensibilidad de la estrofa
japonesa con el libro Alma de caracol (2024).
En la nueva entrega, sorprende la escritora
al incluir en el pórtico paratextual, junto al espléndido kaiku de Kobayashi
Issa, una cita de la escritora estadounidense Patricia Highsmith. Es un nombre
vertical de la narrativa policiaca, cuyo magisterio estaba presente en la
compilación de sus relatos: “El hombre no tiene más alma que un caracol de
jardín. Lo que quiero decir es que el caracol de jardín también tiene alma”.
Desde esa perspectiva igualitaria que acerca el sujeto al entorno y equipara la
condición de ser de todos los integrantes del paisaje, comienza una entrega
donde la observación de lo doméstico se convierte en transitado venero
argumental. El haiku de Susana Benet ahonda en la mirada clásica de la
tradición. Convierte el esquema versal en objetiva plasmación del instante que aloja
en sus destellos el singular misterio de lo cotidiano, el frescor del asombro:
“Brilla la luna / en el rastro reseco / del caracol”, “Entre hojas verdes /
zigzaguea la mosca / ebria de sol”, “Tejió su tela / la araña entre mis
plantas. / Nueva inquilina”.
El volumen Alma de caracol arranca con una serie de textos vinculada a la
observación directa que propicia la cercanía y el amor a los relieves y
destellos de la tierra. La naturaleza cobra una presencia fuerte. Sus elementos
multiplican sensaciones e imágenes. Los sentidos escuchan y hacen de la
reflexión una vigilia en la que se moldea la sensación con una fuerte
contundencia: “Puede la noche / ocultar las petunias, / no su perfume”. Así
llueven los haikus que en su levedad tampoco olvidan el matiz crítico y el
desamparo de la naturaleza frente al incontinente desasosiego del progreso que
va dejando signos desapacibles en las rastrojeras del paisaje: “El carril-bici.
/ Quién recuerda que allí / crecía un ciprés”, “Un niño trata / de devolver al
árbol / la rama rota”.
El día a día forcejea con la rutina; siembra
esa reiteración de hábitos que convierte el sedentarismo del hogar en un
refugio de evocaciones, soledad y melancolía: “Tardes ociosas. / El perro
dormitando, / las nubes quietas”, “Un nuevo sábado, / el periódico trae /
noticias viejas”, “Cuánto ha cambiado / el bar de aquellos tiempos. / Qué
triste el vino”, “Todo cerrado / en el día festivo. / Menos el sol”.
La lectura del contexto cercano es una forma
de percibir, dentro de la soledad, el abrazo cálido de la compañía. También la
mirada del tiempo, siempre dispuesta al balance vivencial del presente. Laten
las horas; el discurrir apunta una variada gama de situaciones vitales. Tras el
amplio abanico de la diversidad se entrecruzan el desconcierto diario, la
quietud existencial del tedio y la incertidumbre generada por el entrelazado
relacional donde discurre la convivencia con los demás. Mirar dentro es
quedarse a solas con la conciencia, advertir los rincones de la imaginación,
saber que la escritura es una manera de resistir: “Toda la noche / el tráfico
incesante, / las obsesiones”, “Salir del sueño / como salir al mundo / por vez
primera”.
A los veneros del asombro y la imaginación, se
une el ir y venir de las sensaciones, la vehemencia de ser un integrante más de
la naturaleza, esa acuarela de cromatismo renovado que muestra su gran fuerza
expresiva. Además, el oficio de vivir recrea itinerarios de memoria y olvido,
de propósitos y recuerdos que diseñan la caligrafía de cada conciencia, el
testimonio abierto de su introspección. A su paso, el día regala la belleza de
lo inadvertido en las cosas humildes y cercanas que expanden en su
contemplación la seguridad de lo conocido, una multiplicidad de espigas que
conforma la tierra del recuerdo.
Susana Benet ya es una voz clásica en nuestro
entorno poético. Como se ha dicho, comenzó a utilizar la estrofa hace más de
veinte años y mantiene en el tiempo una preceptiva sin virajes. La escritora
practica un haiku despojado, una instantánea verbal donde sombran los adjetivos
y emplea los verbos con concisión extrema. Quien contempla los ciclos
estacionales de un mundo cambiante, lo hace con la empatía de quien percibe a través
del asombro. La observación captura la belleza del instante. El sujeto, a su
paso, anida dentro un patrimonio sensitivo que busca una inasible arquitectura,
el esplendor callado de lo perdurable.