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miércoles, 29 de abril de 2020

ANTONIO COLINAS. SOBRE MARÍA ZAMBRANO

Sobre María Zambrano
Misterios encendidos
Antonio Colinas
Editorial Siruela
Madrid, 2019


AFINIDADES Y ENCUENTROS


   La posición central de María Zambrano en el pensamiento español contemporáneo ha impulsado investigaciones biográficas, incontables ediciones de su multiforme legado creador y complejas calas para discernir claves del ideario estético. Es difícil, por tanto, sacar materiales nuevos que clarifiquen con nitidez la permanencia en el tiempo de su obra. El volumen Sobre María Zambrano. Misterios encendidos es una compilación de trabajos de Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) quien mantuvo con la pensadora una prolongada amistad, un entrelazado de afinidades y encuentros. De ese diálogo afectivo y personal quedan cartas, entrevistas, páginas autobiográficas con significativas anécdotas, y ensayos críticos que inciden en la experiencia ética y estética del personaje.
   Para María Zambrano “escribir es defender la soledad en la que se está” y “descubrir el secreto y comunicarlo”. A ese trazado intelectivo se aplicó, tras culminar sus estudios universitarios e iniciarse en la vida cultural de la II República, con un activismo, implicado en iniciativas como las Misiones Pedagógicas, que quedó truncada por la Guerra civil. Son años de profundos desengaños, de radicalismos extremos y de una fractura intelectual que aboca en odios y resentimientos. La implantación de la dictadura condenó a la pensadora a un largo exilio por países de América y Europa. Son demorados años de lejanía en los que María Zambrano mantiene una soledad enriquecedora. Como escribe  Antonio Colinas, “el viaje hacia la soledad no es, en el fondo, sino un viaje hacia uno mismo, hacia una interiorización muy profunda”, aunque las circunstancias que rodeen la creación son complejas y abocadas a una subsistencia familiar repleta de estrecheces. Con ánimo fuerte, María Zambrano consigue una abstracción cristalina de su pensamiento, un entrelazado entre conocimiento filosófico y cauce poético; ambos son frutos de una sensibilidad luminosa, precisa, capaz de trascender la realidad para indagar en los aspectos esenciales de la existencia.
   Las afinidades lectoras de María Zambrano y Antonio Colinas son amplias; integran a los presocráticos, Plotino, el pensamiento oriental, la mística o los románticos centroeuropeos. Facilitan el intercambio de cartas que postulan la experiencia interior de la lectura, las impresiones sobre nuevos títulos o los quehaceres pendientes del taller. Las cartas abren espacios de confianza donde reconocerse y dejan paso a los destellos más personales de la intimidad. El epistolario crea una senda de conocimiento en la distancia en la que se conjuntan razón y corazón. Pero también se multiplican enlaces sentimentales. Antonio Colinas seguirá el periplo biográfico de María Zambrano en Roma, y estará cerca también de su persona tras el análisis de sus novedades literarias, siempre abarrotadas de símbolos como lenguajes del misterio.
   Si bien los contactos personales son limitados, las cartas permiten explorar el cauce doméstico de la pensadora, sus problemas de salud y las preocupaciones originarias previas al retorno. La vuelta es compleja e implica múltiples gestiones de la Dirección General del Libro, impulsadas de forma notable por Jaime Salinas. Culminan en 1984 y abren para la filósofa un tiempo nuevo en el que sentirá cerca el afecto de un reducido grupo de poetas y también la estela abierta en círculos universitarios como el Aula de María Zambrano, creada por un grupo de jóvenes universitarios de Sevilla.
  No descuida el poeta los años aurorales de infancia y juventud, donde se hace más fuerte la influencia de su padre Blas Zambrano, amigo personal de Antonio Machado e impulsor de una educación esmerada y profunda que despertó una precoz curiosidad intelectual. Es una etapa vital que enciende el conocimiento con un cúmulo de lecturas tempranas que fomentan una naciente vocación para la inmersión reflexiva y para captar las estelas de una cultura popular y diversa. Su asistencia a las aulas universitarias sumó otras influencias esenciales en su pensamiento de la mano de profesores y maestros como José Ortega y Gasset, Xavier Zubiri o Manuel García Morente. También marcó su entidad intelectual la cercanía a círculos selectos de la capital como la Residencia de Estudiantes y el Lyceum Cub Femenino.
   Antonio Colinas organiza el libro desde miradores intelectivos complementarios. La semblanza biográfica que rescata los principales episodios domésticos convive con el análisis de las principales entregas de la filósofa y la gestación de sus obras o con la participación política en el clima cultural de la época. Y el poeta refuerza también la lectura de sus títulos esenciales para constatar la influencia de los mismos en su propio ideario poético, al convertir la mirada filosófica de María Zambrano en un venero repleto de claves órficas y símbolos. Gran implicación entre ambos tiene el apartado “Cuatro poemas y una ópera con su comentario” donde Colinas integra poemas directamente inspirados en la figura de María Zambrano. Los versos sintetizan aspectos nucleares de su magma teórico desde los hallazgos de la razón poética y sirve de coda al capítulo el texto que David Hoyland dio forma musical en la ópera “La muerte de Armonía”.
   Los breves ensayos recogidos en Sobre María Zambrano. Misterios encendidos sortean lo circunstancial para mostrarnos la complejidad de una personalidad a contracorriente, que así adquiere unidad y un correcto perfil intelectual. Una existencia que acumuló sobresaltos y padecimientos, y soportó un ambiente duro y seco que creó una sensibilidad hacia dentro, que hizo del yo un refugio de profundidad en aquel dramático tiempo social. Dejan su misterio encendido; la semblanza de la escritora desde un punto de vista personal pero también las claves ensambladoras del pensamiento esencial zambraniano y su sentido de universalidad; la unidad entre la sincera subjetividad de la escritura y el cauce  del sentir existencial.

JOSÉ LUIS MORANTE

Revista Turia, nº 132

    

lunes, 20 de octubre de 2014

JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. LA MUERTE OCULTA

La muerte oculta
Javier Sánchez Menéndez
Vitela Gestión Cultural, 2014
RINCONES
   Lo suelo comentar con los amigos como curiosidad entomológica: la reedición de un libro de poesía contemporánea es una anomalía porque el mercado se ha asentado en la indigencia. Así que el hecho de encontrarme en los escaparates, por segunda vez, con el poemario La muerte oculta, cuya amanecida en la colección Arca del Ateneo de Córdoba se realizó en 1996, es fuente de alegría y justificado motivo para emprender la lectura. Su autor, Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) ha multiplicado su presencia en el circuito literario, como editor de la Isla de Siltolá, escritor activo en varios géneros, e impulsor de una obra en marcha con recientes entregas como la antología Por complacer a mis superiores y el volumen en prosa El libro de los indolentes.
   El poeta gaditano apenas ha modificado, salvo algunas variantes formales, el poemario La muerte oculta, que en esta edición incorpora prólogo de Antonio Colinas y epílogo de Tomás Rodríguez Reyes. El liminar “Para revelar lo verdadero”, firmado por Antonio Colinas, subraya  como rasgos identitarios la claridad, la simbología y la contenida emoción de una entrega que ha aguantado con entereza el vendaval del tiempo. Coincido con las aseveraciones de Colinas y coincido también con el propio poeta cuando define esta salida como un contacto final entre la poesía y la vida.
   La semántica de este breve poemario es nocturnal. La palabra del hablante lírico elige rincones de sombra para reformular un discurso reflexivo sobre la existencia; los versos tienen el son conclusivo del epitafio como si persistiera en el aire la sensación de acabamiento y finitud. La conciencia del sujeto dibuja en la retina el angosto cerco de una realidad senil y mustia que induce al pesimismo. La materia se impone; aquel verso de Novalis realza su certidumbre: “Buscamos por todas partes lo infinito, / y no encontramos sino cosas”.
   De ese estado de decepción se nutre el apagamiento de la voluntad de ser; el andar resignado no es más que una estrategia de un sueño crepuscular, de la tangible presencia del fracaso. Pero el tiempo prosigue su manso itinerario y se abre la claridad; tras el alba se diluye esa sensación de estiaje y cansancio de una memoria hecha rincones sumergidos para cobijar el amor, la plenitud de la belleza, la senda recorrida hacia el otro o el resplandor del tiempo.
  El verbo reflexivo del arranque está hecho de introspección y ensimismamiento, mientras que las composiciones del segundo apartado recurren a referentes culturales. El monólogo dramático concede sugerentes identidades a la voz poemática para recorrer con las palabras un tiempo de amor y sueños, para alcanzar en la sección de cierre una identidad de sombra. Toda la sección gira en torno a la noche, entendida como amor y discordia, como destino conclusivo y fin de viaje, donde la oscuridad impone su silencio.
   Clausura esta entrega de Javier Sánchez Menéndez el texto de Tomás Rodríguez Reyes, un análisis que descifra la simbología del poemario y su sentido de lo poético, siempre inadvertido y más allá de lo racional, ese viaje circular que lleva desde la noche a la claridad, a esa muerte oculta que no está hecha de finitud sino de disolución profunda e interna.
   La muerte oculta, tras su salida en 1996, sumió al autor en un largo silencio literario. Hoy llega su voz como si aquel silencio fuese una epifanía germinal, el retorno feliz de quien regresa desde un territorio inexplorado, con palabras repletas de belleza y poesía.  

 


viernes, 2 de mayo de 2014

JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. LA MUERTE OCULTA.

La muerte oculta
Javier Sánchez Menéndez
Prólogo de Antonio Colinas
Epílogo de Tomás Rodríguez Reyes
Vitela/Poesía, 2014

RINCONES DE LA NOCHE
 
   Lo suelo comentar con los amigos, como curiosidad entomológica: la reedición de poesía actual es una anomalía porque el mercado se ha asentado en la indigencia. Así que el encuentro en los escaparates, por segunda vez, con el poemario La muerte oculta, cuya amanecida en la colección Arca del Ateneo de Córdoba se realizó en 1996, es fuente de alegría y justificado motivo para emprender la lectura. Su autor, Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) ha multiplicado presencia en el circuito literario, como editor de la Isla de Siltolá, escritor activo en varios géneros, e impulsor de una obra en marcha, con recientes entregas como la antología Por complacer a mis superiores y el volumen en prosa Él libro de los indolentes.
   El poeta gaditano apenas ha modificado, salvo algunas variantes formales, el poemario La muerte oculta, que edición incorpora prólogo de Antonio Colinas y epílogo de Tomás Rodríguez Reyes. El liminar “Para revelar lo verdadero”, firmado por el poeta novísimo subraya  como rasgos identitarios la claridad, la simbología y la contenida emoción de una entrega que ha aguantado con entereza el vendaval del reloj. Coincido con las aseveraciones de Colinas y coincido también con  la autorreflexión de Javier Sánchez Menéndez cuando define esta salida como un contacto final entre la poesía y la vida.
  La semántica del breve poemario es nocturnal. La palabra del hablante lírico elige rincones de sombra para reformular un discurso reflexivo sobre la existencia; los versos tienen el son conclusivo del epitafio, como si persistiera en el aire la sensación de acabamiento y finitud. La conciencia del sujeto dibuja en la retina el angosto cerco de una realidad senil y mustia, que induce al pesimismo. La materia se impone; aquel verso de Novalis realza su certidumbre: “Buscamos por todas partes lo infinito, / y no encontramos sino cosas”.
   De ese estado de decepción se nutre el apagamiento de la voluntad de ser; el andar resignado no es más que una estrategia de un sueño crepuscular, de la tangible presencia del fracaso. Pero el tiempo prosigue su manso itinerario y se abre la claridad; tras el alba se diluye esa sensación de estiaje y cansancio de una memoria hecha lugar sumergidos para cobijar el amor, la plenitud de la belleza, la senda recorrida hacia el otro o el resplandor del tiempo.
  El arranque está hecho de introspección y ensimismamiento, mientras que las composiciones del segundo apartado recurren a referentes culturales. El monólogo dramático concede sugerentes identidades a la voz poemática para recorrer con las palabras un tiempo de amor y sueños, y para alcanzar en los poemas postreros una identidad de sombra. Toda la sección gira en torno a la noche, entendida como amor y discordia, como destino conclusivo y fin de viaje, donde la oscuridad impone su silencio.
   Clausura esta entrega de Javier Sánchez Menéndez el texto de Tomás Rodríguez Reyes, un análisis sobre la simbología del poemario y su sentido de lo poético, siempre inadvertido y más allá de lo racional, ese viaje circular que lleva desde la noche a la claridad, a esa muerte oculta que no está hecha de finitud sino de disolución profunda e interna.
  La muerte oculta, tras su salida en 1996, sumió al autor en un largo silencio literario. Hoy llega su voz como si aquel silencio fuese una epifanía germinal, el retorno feliz de quien regresa, desde un territorio inexplorado, con un equipaje de palabras repleto de belleza y poesía.