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domingo, 6 de noviembre de 2022

FILOSOFÍA, NATURALEZA Y POESÍA

El Temblar
(Otoño en el Valle del Ambroz, Cáceres)
Poetas en los pueblos de España

 

LA MIRADA OCASIONAL
 
(Naturaleza y poesía)
 
No toda mirada es capaz de engendrar visiones
MARÍA ZAMBRANO
 
   Para establecer un punto de partida conjetural sobre el diálogo entre filosofía y poesía en el que se integra la indagación sobre la naturaleza en el tiempo, podríamos decir que la mirada filosófica es aquella que contempla en el mismo plano el sentir y el pensar. Ambos conforman un espacio de meditación sin rupturas, un recorrido que busca entender y propicia una liberación personal y colectiva, espigando prejuicios y dudas, ataduras y sombras.
   Esta concepción del quehacer poemático requiere un espíritu de fe en las posibilidades del lenguaje como manifestación y reflejo del ser, como razón extrañada entre pensamiento y sentir, capaz de sistematizar y definir, de alentar un espacio de comprensión y estimular la eclosión abierta de los sentidos.
  La poesía filosófica enciende una reflexión plural que diserta sobre las razones de su escritura, repasa el legado de la tradición y deja constancia de una cala en profundidad sobre el sujeto concreto y el contexto social donde se mueve. De este modo, establece un perfil íntegro y total, una concepción ontológica completa que siembra indicios sobre el dinamismo de lo vital.
   Asunto central del acto de escribir es construir una interpretación de lo real, en la que cada elemento adquiera su sentido y se ubique en el laberinto relacional que le corresponde. Este enraizamiento cognitivo alza en el tiempo una arquitectura mudable, donde queda inmersa nuestra experiencia vital.
   El poeta tiene en la infancia un despertar privilegiado, una amanecida en la que el entorno se muestra con sencillez, sinceridad y autenticidad. Estas cualidades aluden a una perspectiva de la naturaleza conocida por intuiciones vitales directas. El paisaje se presenta conectado al asombro, entendiendo el asombro como pujanza energética para preguntarse por el cuerpo ontológico de las cosas. La realidad se interioriza en el sustrato emocional del yo como una topografía viva, resistente, tenaz. En ella se vislumbra lo insólito, un trasfondo que enriquece y muestra sus espasmos más íntimos. Con los años, aquel horizonte moldea una dimensión irrenunciable. Pero es un lugar insular, perdido, que ha de revelarse poco a poco mediante la evocación y la elegía y que se habita desde la memoria, adaptándose a las distintas etapas vivenciales del hombre.
    En los años juveniles, con el comienzo de la formación universitaria, la naturaleza se desvanece en el itinerario biográfico. Personifica un sueño que oculta su tamaño en otra realidad en la que el hablante poético toca fondo y debe hacerse hueco. La ciudad mineraliza su espacio, vinculado a la contingencia temporal y cercanía del yo colectivo. En la urbe se construye un nuevo escenario reflexivo protagonizado por otros figurantes del pensamiento; el yo se transforma en un sujeto pensante, menos intuitivo, empeñado en ordenar y reubicar lo que sucede en la ciudad como silueta poligonal de encuentros.
   El paisaje entonces se deja oír en estilo indirecto, tiene los trazos de una ausencia concreta y mantiene con la situación vivencial del yo una metamorfosis de rasgos que conlleva una clara idealización. Muchas veces el pensamiento se hace grito ensimismado, caligrafía abierta de poemas escritos para cauterizar el dolor, para dejar constancia de que la existencia es sólo un hilo frágil. Cada vez es mayor la conciencia del tiempo. El paisaje queda al margen, se recuerda como un acto de fe, cuya belleza se muestra como una razón persuasiva, una creencia que ensancha el ser del hombre.
   La ciudad moderna contempla la naturaleza desde la carencia, lejos de sus procesos naturales y con un escaso tacto ecológico. La arquitectura habitual desnaturaliza y relega los espacios verdes a la periferia, condicionados por las construcciones y la movilidad. Perece la singularidad de los paisajes y nace un tablero visual de elementos uniformes seriados, que crean la sensación de ser parques temáticos, copias miméticas o extravagantes. La naturaleza urbana se torna insulsa o neutra y con poco peso específico en lo literario.
   A veces, sin embargo, la naturaleza se reafirma de nuevo desde la elegía. Mediante la contención expresiva, la hondura y la vibración anímica, se da una nueva temporalización a lo perdido, se recorre al paso la geografía familiar y el pretérito encuentra expresión emocionada y temblor humano en el material poético. La naturaleza retorna cargada de fuerza, con plena densidad significativa, como un ámbito humanizado en el que la intimidad del poeta germina en su lugar preciso.
   La voz poemática ya no es la de un yo desubicado y desvalido, en la intemperie, sino la de un sujeto activo que abre la claridad a sus recuerdos, a esa estela vital de lo vivido. El gesto de reconstruir puebla el poema de símbolos, renacen los ciclos estacionales y se alzan puentes que unen las riberas del pretérito con el latido indagatorio del ahora. Las palabras se arropan en una sensibilidad meditativa que haya en el pensamiento un refugio protector, un rastro de intimidad y meditación donde se escuchan las señales del tiempo.
  La escritura personal suma en su discurrir anotaciones e incertidumbres, pasos que conforman en cada entrega una manera de andar y de sentir. Los poemas esclarecen una concepción poética en tránsito, que parte del confesionalismo cotidiano y despliega en su madurez un entrelazado espiritual, en el que resulta eje central la esencia del entorno. Su coherencia modula una cosmovisión más racional que expositiva; la poesía concede a la conciencia del ser un carácter trascendente y revelador, pasado por el filtro de la conciencia. Es el abrazo pleno del yo con el velado horizonte de lo esencial; la certeza de que cada hoja caída busca de nuevo rama y reverdece.   
   El material lírico aspira el olor de la tierra, la carga sinestésica de un no lugar que transciende cualquier alabanza de aldea para sumirse en un estado de contemplación ascética que propicia un estar ensimismado. La percepción se consolida. Culmina caligrafías sensoriales; invita a tender las manos del pensamiento para retener lo que ofrece el transcurso del tiempo para incidir en la condición de ser en medio de los ciclos naturales.
  La naturaleza propicia una sensación de estatismo, un devenir que alienta la quietud y el despojamiento y que halla en la imagen de  cualquier elemento natural el reflejo de la propia esencia de vivir; se van agotando los afanes y las pretensiones, los elementos del paisaje muestran una común actitud de calma  que acrecienta la soledad del que contempla o ese desamparo que lleva a buscar el abrazo del otro para librarse del escalofrío.
   La poesía adquiere el tono justo de la confidencia; no levanta una voz que apenas cambia con el tiempo, otea el horizonte y se encoge de hombros, convencido de que la naturaleza tiene un destino marcado, una cadencia que invita a reflexionar sobre los signos de lo  mudable y a guarecerse  a cielo abierto, detrás del pensamiento.
 

JOSÉ LUIS MORANTE





viernes, 4 de noviembre de 2022

EXÉGESIS/CUADRIVIUM. Monográfico en homenaje a MARÍA ZAMBRANO


 

MARÍA ZAMBRANO. MEMORIA DEL TIEMPO 

 
EXÉGESIS / CUADRIVIUM
(Exégesis, revista de la Universidad de Puerto Rico en Humacao)
(Cuadrivium, revista del Departamento de Español de la UPR en Humacao)
MONOGRÁFICO EN HOMENAJE A MARÍA ZAMBRANO
Segunda Época, Nº 4, Año 34, Otoño 2020-Primavera 2021
Número 15, Año 22, Otoño 2020-Primavera 2021
 
 
  Sobre la imagen de María Zambrano (1904-1991) sobrevuela el compromiso humano y estético de su filosofía. Esta realidad, ya consolidada en el discurrir temporal, ha moldeado la recepción de núcleos básicos de su aporte intelectual. La identidad de la escritora sustenta una creación plural, de la que el discurrir del tiempo hace memoria.
   Desde los años veinte, la poesía estuvo muy presente en los desvelos de su imaginación. La leña del verso es fuego y rescoldo, expresión inspiradora y ámbito para sondear el sentido existencial. Alzó, desde sus imágenes aurorales una pared sustentadora, capaz de unir poesía y pensamiento en el espacio insondable de la cosmovisión estética. 
   Como es sabido, el empeño de reunir el legado al completo comienza en 2011, coordinado por el filósofo, investigador y poeta Jesús Moreno Sanz, para la editorial Galaxia Gutenberg. Aquel año se publica el volumen III, que servirá de apertura a otras entregas de Obras completas, como el volumen VI, aparecido en 2014. En esta entrega se integran Poemas (1928-1990). La recuperación del material lírico la realiza, con excelente pórtico, Javier Sánchez Menéndez, en 2018 para La Isla de Siltolá. El editor contextualiza con certera incisión la masa gravitatoria que la lírica adquiere por su capacidad para fijar y dar savia al núcleo vivo del pensar filosófico. La poesía se entiende como potencia reveladora que expande el espacio acotado por la razón. Las consideraciones conforman una inmersión profunda que recorre una travesía donde resulta esencial la relación entre filosofía y poesía. El itinerario es un estar desvelado entre el pensamiento que pregunta y el magma poético que, en su “impasibilidad inoperante”, busca dentro y responde. Surge un ideario que tiene como impulso germinal la mística y sirve para adentrarse en la musicalidad del pensamiento, más allá del logos. Junto a la mística, es palpable la admiración por San Juan de la Cruz, Spinoza, Rilke y Lezama Lima, aunque la pensadora mantiene los inspiradores pilares filosóficos de Platón, Aristóteles, Kant, Spinoza, Nietzsche y la razón vital de Ortega y Gasset.
   María Zambrano halla en la aurora el símbolo esencial de la recreación; la fusión de la vida, más allá de la voluntad irruptora del poder humano. La revelación poética se hace epicentro de todo su sistema reflexivo que, a partir de 1954, toma una palpable impronta ética y una mayor poetización. Tal giro se percibe en los logrados frutos de los poemas líricos y delirios, que apelan a la subconsciencia y al sentir.
 La correspondencia de María Zambrano con escritores contemporáneos permite establecer una cartografía de afinidades e influencias. Aglutina nombres como Emilio Prados, Antonio Machado, León Felipe, Juan Ramón Jiménez o Miguel Hernández. A ellos se suman amistades tardías, pero esenciales, con José Ángel Valente y José Miguel Ullán; y dos relaciones básicas para su imaginación creadora: Louis Massignon y Henry Corbin.
  La presencia de María Zambrano en el pensamiento contemporáneo ha impulsado investigaciones biográficas, incontables ediciones y complejas aproximaciones críticas para discernir claves. Es difícil, por tanto, sacar materiales nuevos que clarifiquen con nitidez la permanencia en el tiempo de su obra. Sobre este empeño se conforma el volumen extraordinario en el que se dan la mano las dos publicaciones de más larga existencia en el ámbito académico caribeño: Exégesis y Cuatrivium. Juntas dan voz a una compilación de trabajos que propicia un diálogo renacido y personal con la obra total. De ese diálogo se nutre el sumario, con un primer apartado de creación, en el que colaboran con poemas Inés María Guzmán, Mario Pérez Antolín, Pedro Sánchez Sanz, Roger Swanzy, que elige como estrategia expresiva una decena de aforismos encadenados, Gloria Díez y Soledad Álvarez, quien aporta una composición enunciativa que recupera secuencias biográficas de la pensadora en la Habana.
   El dossier central de Exégesis suma trabajos en prosa de Ángeles Rivas, Rosa Mascarell Dauder, Isabel María Jimeno Benítez, quien ha resultado fundamental como editora invitada para la realización del monográfico y la gestión de los principales invitados del volumen, como experta en la pensadora, a quien ha dedicado una tesis doctoral sobre el pensamiento místico de la filósofa. La poeta, profesora e investigadora aporta también un escrito de celebración incluido en "Palabra inicial" y el ensayo "Como murmullo de paloma: La palabra que redime en María Zambrano". Corresponde, por tanto,  hacer pública la enhorabuena por su papel protagonista esencial, elemento básico de esta entrega y un horizonte abierto para despejar dudas en los distintos hilvanes del pensamiento zambraniano. Otras colaboradoras son Alba Silva Cuesta, Mercedes Gómez Blesa –sin duda, una de las más atinadas especialistas en el legado de la pensadora-, Andreu Navarra, Rogelio Blanco, otro estudioso con magníficos sondeos críticos que inciden en la experiencia escritural del personaje, Igor Goienetxea, Basilio Belliard, Antolín Sánchez Cuervo, Mónica Manrique de Lara, quien recurre al género epistolar para establecer una senda apelativa, de complicidad afectiva y filosófica, con el humanismo heterodoxo integrado en el libro Claros del bosque. También diserta sobre la misma publicación Alinaluz Santiago Torres. Completan las colaboraciones María José Iglesias Suárez, Simona Langella, Olga Amarís Duarte, Rocío González Naranjo y Sonia Petisco, entre otros. Quiero destacar el hermoso cierre poético del magister invitado José Mármol. El excelente poeta integra en la coda del monográfico un conjunto de composiciones de amplio calado lírico.
 Para María Zambrano “escribir es defender la soledad en la que se está” y “descubrir el secreto y comunicarlo”. Como escribiera  Antonio Colinas, “el viaje hacia la soledad no es, en el fondo, sino un viaje hacia uno mismo, hacia una interiorización muy profunda”. Con ánimo fuerte, la escritora consigue una abstracción cristalina de su pensamiento, un entrelazado entre conocimiento filosófico y cauce poético; ambos son frutos de una sensibilidad luminosa, precisa, capaz de trascender la realidad para indagar en los aspectos esenciales de la existencia. 
  Los miradores del monográfico exploran la compleja personalidad a contracorriente y los ejes más importantes de su pensamiento que así adquiere unidad y un correcto perfil intelectual. Son las modulaciones de una voluntad fuerte, capaz de crear una sensibilidad hacia dentro, un refugio interior para preservar su misterio encendido, universal. Orillas entre la sincera voz de la escritura y el cauce  del sentir existencial.
 

JOSÉ LUIS MORANTE    






viernes, 21 de octubre de 2022

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. LA LEÑA

La leña
Mónica Manrique de Lara
Prólogo de Óscar González Palencia
Editorial Isla Negra
Coedición Centro de Arte Moderno de Madrid
San Juan, Puerto Rico, Madrid

 

COMBUSTIÓN

 
   Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974) Licenciada en Traducción e Interpretación y profesora de un instituto público andaluz, inicia trayecto con la entrega Devoción de las olas, una densa reflexión poética en torno al amor y la naturaleza que convertía el mar, como espacio físico y territorio onírico, en una sugestiva propuesta simbólica, capaz de transcender las limitaciones contingentes del entorno. Aquel primer libro, impulsado en común por las editoriales Isla Negra y Crátera, implicaba al pensamiento en un incansable caminar cognitivo, en un estar en vela sustentado en descubrir bifurcaciones entre razón y destino con la naturaleza como territorio conjetural.
   El nuevo libro La leña elige como aserto definidor un título fuerte y matérico y antepone a los poemas una parada crítica, “Hacia la perpetuidad”, sobre la semántica y caracterización del poemario, firmada por el poeta Óscar González Palencia. El prólogo concede a estas composiciones una condición fronteriza entre pensamiento y poesía, entre la ontología del ser y la definición de la identidad a partir de sus nervaduras interiores. De este carácter reflexivo de la entrega nace una escritura a contracorriente, alejada del ámbito experiencial y urbano, que vislumbra el discurrir como una percepción transversal y aglutina disertaciones en su fragmentaria captación del entorno. La observación del sujeto poético se caracteriza por su carácter subjetivo y por la fragmentación enunciativa de su discurso. Son cualidades  muy presentes en el enfoque de la primera sección “Sol en el corazón” que impulsa un horizonte temático desplegado. Ahí están los poemas que sondean el sentido del mundo y que convierten el verso en un trayecto intelectivo ligado a la búsqueda de respuestas ontológicas y actitudes morales. Tras el epitelio de las apariencias está lo que se adivina, lo que fluye invisible por las arterias de la temporalidad.
   Tras la mirada indagatoria de María Zambrano y la complicidad lírica de Miguel Veyrat, uno de los magisterios orbitales de la poeta, el tramo “Sol al corazón” supone un encuentro entre paisaje y memoria; pero también la sensación nocturna de finitud y vacío. El sujeto es barro y leña caída, conciencia que percibe las grietas de lo ideal. Desde el deambular del ser se siente cómo el calor y combustión de la esperanza languidecen. Cerca la noche, la indecisión, lo oscuro, en el aire de la madrugada esperando, tal vez, la conformada senda del nuevo día.
  En el apartado central “Cruzar paisajes” nuevamente es la claridad reflexiva de María Zambrano quien abre el pensamiento para deletrear los signos del entorno, mientras el fluir del recuerdo se desplaza en su viaje interior. Todo parece abocado a una germinación inadvertida cuyo último sentido se desconoce. Como una semilla que se lanza al vacío y debe encontrar en el silencio su fuerza embrionaria para ser raíz y fruto, el ser es entrega continua, voluntad para sortear la niebla del tiempo y fijar pasos más allá de la intemperie: “¿Hay alguna luz / por la que caminar desnudo sin ser leña”?
   El apartado “Los espejos” asienta en el marco del poema la presencia del yo desdoblado, la imagen que se teje con los hilos de luz y que habla de soledad y ausencia. El sujeto contempla su desnudez como si solo cubriera su carne un epitelio de sueños en el que adquiere forma el rostro de la aurora.
   La coda final “cartas de amor y duda”, la poeta recurre al poema en prosa para dialogar con la escritura de María Zambrano. El verbo aspira a despojarse de imágenes para propiciar un encuentro con la nada y el vacío que aspira a convertirse en viaje ensimismado; al cabo, la palabra se repliega en dirección a sí misma para comenzar a ser solo poesía.
   Escribía en su texto de arranque Óscar González Palencia que “la poesía es camino hacia sí mismo" porque en su deambular cobran voz las cuestiones que aglutina el pensamiento: la fragilidad de la razón para captar relaciones, las inquietudes de la conciencia y las conexiones del yo con el entorno natural. Desde la palabra, la razón metalingüística sostiene esa pretensión de la escritura de sortear la temporalidad, junto a la necesidad de mantener un pensamiento crítico desvelado que encuentra en la parquedad formal del poema breve una amplia cosecha reflexiva. En la práctica escritural de Mónica Manrique de Lara se percibe una orientación metafísica que concede a La leña  un espacio propio y singularizado, en algunos momentos oscuro y con vectores surrealistas que abre campo al discurso intimista, pero alejado del realismo coloquial, donde se exploran las cuestiones centrales de la existencia con una exigente voluntad de rastreo. Con la levedad de quien contempla sombras en el jardín.

JOSÉ LUIS MORANTE


miércoles, 29 de abril de 2020

ANTONIO COLINAS. SOBRE MARÍA ZAMBRANO

Sobre María Zambrano
Misterios encendidos
Antonio Colinas
Editorial Siruela
Madrid, 2019


AFINIDADES Y ENCUENTROS


   La posición central de María Zambrano en el pensamiento español contemporáneo ha impulsado investigaciones biográficas, incontables ediciones de su multiforme legado creador y complejas calas para discernir claves del ideario estético. Es difícil, por tanto, sacar materiales nuevos que clarifiquen con nitidez la permanencia en el tiempo de su obra. El volumen Sobre María Zambrano. Misterios encendidos es una compilación de trabajos de Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) quien mantuvo con la pensadora una prolongada amistad, un entrelazado de afinidades y encuentros. De ese diálogo afectivo y personal quedan cartas, entrevistas, páginas autobiográficas con significativas anécdotas, y ensayos críticos que inciden en la experiencia ética y estética del personaje.
   Para María Zambrano “escribir es defender la soledad en la que se está” y “descubrir el secreto y comunicarlo”. A ese trazado intelectivo se aplicó, tras culminar sus estudios universitarios e iniciarse en la vida cultural de la II República, con un activismo, implicado en iniciativas como las Misiones Pedagógicas, que quedó truncada por la Guerra civil. Son años de profundos desengaños, de radicalismos extremos y de una fractura intelectual que aboca en odios y resentimientos. La implantación de la dictadura condenó a la pensadora a un largo exilio por países de América y Europa. Son demorados años de lejanía en los que María Zambrano mantiene una soledad enriquecedora. Como escribe  Antonio Colinas, “el viaje hacia la soledad no es, en el fondo, sino un viaje hacia uno mismo, hacia una interiorización muy profunda”, aunque las circunstancias que rodeen la creación son complejas y abocadas a una subsistencia familiar repleta de estrecheces. Con ánimo fuerte, María Zambrano consigue una abstracción cristalina de su pensamiento, un entrelazado entre conocimiento filosófico y cauce poético; ambos son frutos de una sensibilidad luminosa, precisa, capaz de trascender la realidad para indagar en los aspectos esenciales de la existencia.
   Las afinidades lectoras de María Zambrano y Antonio Colinas son amplias; integran a los presocráticos, Plotino, el pensamiento oriental, la mística o los románticos centroeuropeos. Facilitan el intercambio de cartas que postulan la experiencia interior de la lectura, las impresiones sobre nuevos títulos o los quehaceres pendientes del taller. Las cartas abren espacios de confianza donde reconocerse y dejan paso a los destellos más personales de la intimidad. El epistolario crea una senda de conocimiento en la distancia en la que se conjuntan razón y corazón. Pero también se multiplican enlaces sentimentales. Antonio Colinas seguirá el periplo biográfico de María Zambrano en Roma, y estará cerca también de su persona tras el análisis de sus novedades literarias, siempre abarrotadas de símbolos como lenguajes del misterio.
   Si bien los contactos personales son limitados, las cartas permiten explorar el cauce doméstico de la pensadora, sus problemas de salud y las preocupaciones originarias previas al retorno. La vuelta es compleja e implica múltiples gestiones de la Dirección General del Libro, impulsadas de forma notable por Jaime Salinas. Culminan en 1984 y abren para la filósofa un tiempo nuevo en el que sentirá cerca el afecto de un reducido grupo de poetas y también la estela abierta en círculos universitarios como el Aula de María Zambrano, creada por un grupo de jóvenes universitarios de Sevilla.
  No descuida el poeta los años aurorales de infancia y juventud, donde se hace más fuerte la influencia de su padre Blas Zambrano, amigo personal de Antonio Machado e impulsor de una educación esmerada y profunda que despertó una precoz curiosidad intelectual. Es una etapa vital que enciende el conocimiento con un cúmulo de lecturas tempranas que fomentan una naciente vocación para la inmersión reflexiva y para captar las estelas de una cultura popular y diversa. Su asistencia a las aulas universitarias sumó otras influencias esenciales en su pensamiento de la mano de profesores y maestros como José Ortega y Gasset, Xavier Zubiri o Manuel García Morente. También marcó su entidad intelectual la cercanía a círculos selectos de la capital como la Residencia de Estudiantes y el Lyceum Cub Femenino.
   Antonio Colinas organiza el libro desde miradores intelectivos complementarios. La semblanza biográfica que rescata los principales episodios domésticos convive con el análisis de las principales entregas de la filósofa y la gestación de sus obras o con la participación política en el clima cultural de la época. Y el poeta refuerza también la lectura de sus títulos esenciales para constatar la influencia de los mismos en su propio ideario poético, al convertir la mirada filosófica de María Zambrano en un venero repleto de claves órficas y símbolos. Gran implicación entre ambos tiene el apartado “Cuatro poemas y una ópera con su comentario” donde Colinas integra poemas directamente inspirados en la figura de María Zambrano. Los versos sintetizan aspectos nucleares de su magma teórico desde los hallazgos de la razón poética y sirve de coda al capítulo el texto que David Hoyland dio forma musical en la ópera “La muerte de Armonía”.
   Los breves ensayos recogidos en Sobre María Zambrano. Misterios encendidos sortean lo circunstancial para mostrarnos la complejidad de una personalidad a contracorriente, que así adquiere unidad y un correcto perfil intelectual. Una existencia que acumuló sobresaltos y padecimientos, y soportó un ambiente duro y seco que creó una sensibilidad hacia dentro, que hizo del yo un refugio de profundidad en aquel dramático tiempo social. Dejan su misterio encendido; la semblanza de la escritora desde un punto de vista personal pero también las claves ensambladoras del pensamiento esencial zambraniano y su sentido de universalidad; la unidad entre la sincera subjetividad de la escritura y el cauce  del sentir existencial.

JOSÉ LUIS MORANTE

Revista Turia, nº 132

    

lunes, 19 de noviembre de 2018

JOSÉ LUIS TRULLO (Ed). FILI MEI: LOS AFORISTAS Y LA PATERNIDAD

FILI MEI
Los aforistas y la paternidad
José Luis Trullo (Ed)
Libros Al Albur
Sevilla, 2018


LOS AFORISTAS Y LA PATERNIDAD


   Cada papel social tiene su itinerario. Una ruta que sosiega el reloj y fortalece, como si fuera un tónico. Ayuda a encontrar sitio en la polis comunitaria. La ruta del padre ha estado transitada durante siglos por el privilegio. Desde los orígenes de la civilización occidental, la presencia paterna fue vértice e impulsora de la escala social y se subordinaron a su omnipotencia todos los integrantes del clan familiar.
  Como un Jano moldeado por el devenir, el sujeto padre vive en el ahora momentos de incertidumbre e indefinición, ya que el ser igualitario del siglo XXI impulsa otros modelos de familia; el padre y la paternidad han descendido escalones para equiparar singularidades, derechos y deberes con los demás componentes de la célula social. Al amparo de estas mutaciones del rol, el editor y aforista José Luis Trullo, impulsor de la colección Libros al Albur, ha seleccionado una decena de autores  contemporáneos, que lanza el dardo de sus textos a la diana argumental del motivo.
  En cita celebratoria que abre el pequeño volumen, G. Papini asocia el ser padre con el perfecto amor, el puro y desinteresado amor. Alguien que firma la hipoteca pendiente del dar mucho a cambio de nada, sabiendo que todo lo bueno que ocurra al hijo es bendición recibida por vía interpuesta. Frente a ese optimismo desplegado, el prólogo analiza el día laborable del sustantivo en las convulsiones acontecidas por la deriva individualista. La Modernidad ha dejado en la cartografia social una multitud de damnificados; todo es sombra y en ella los signos del padre se han diluido hasta ocupar una posición cuestionada y secundaria.
   De ese seísmo emocional se nutren los enunciados de los diez aforistas invitados.  Para todos ellos, el vínculo de la paternidad se aproxima a la fuente de sentido del existir. Provoca una metamorfosis íntima que obliga a replantearse el eje de coordenadas de lo personal y somete a una rara dependencia; difunde otra relación entre mundo y sujeto. Una vez producido el milagro de la vida, el yo se sitúa en un balcón frente a la incertidumbre, como si fuera espectador dispuesto a una representación escénica. Cuando comienza el crecimiento físico del hijo cambia el tono; lo subjetivo se pospone para establecer con el hijo un pacto de bifurcaciones y actitudes.
  Cada aforista aporta su experiencia sobre la paternidad y deja su visión desde las emociones primarias del ser hasta los estratos de madurez que, no pocas veces, conllevan independencia y decepción, declive y afectos condicionados por otras circunstancias. Leer a Jordi Doce, Elías Moro, Jesús Cotta, Luis Acebes, León Molina, Jesús Montiel, Juan Manuel Uría, José Luis Morante, Mario Pérez Antolín y Emilio López Medina es vislumbrar, con sobriedad inteligente, esa búsqueda del equilibrio entre las emociones y los resquicios de temporalidad y contingencia que abren sitio a lo imprevisible.
   La socorrida indefinición genérica del esquema verbal es evidente. Muchos enunciados son simples aportes reflexivos, sin la nitidez, el destello y el chispazo preciso del aforismo. Apenas recuerdos o pensamientos en torno a la idea, o fragmentos de un pensar autobiográfico. También hay algunos aforismos estupendos: "Su hijo es quien más se le parece, pero no sabe nada de él. Su hijo es quien más se le parece, pero no sabría reconocerlo" (Jordi Doce); "Tan solo me consuela un pensamiento, el tiempo que a mí se me escapa rumoroso fluye hacia ti" (León Molina); "El hombre con hijos es más vulnerable. Por eso tiene que ser más fuerte" (Jesús Cotta); "Espero que me recuerdes lo que fatalmente he ido olvidando" (Juan Manuel Uría); "En la mirada de mis hijas palpita la raiz de mi mundo" (Elías Moro); "Mis hijos me arrebatan el tiempo. Pero lo llenan de sentido" (Jesús Montiel); "Los hijos que no se ocupan de enterrar a sus padres, comienzan pronto a desnacer" (Mario Pérez Antolín); "Aquel que tiene hijos, ya no podrá esconderse de la vida. Este es quizás el precio más gravoso de la paternidad" (Emilio López Medina). 
   Ser padre es aceptar la conquista azarosa de la libertad, dejar al yo en otra vuelta del camino, al amparo del tiempo, buscar el aire límpido de la tarea cumplida y saber que la experiencia depara sabiduría y ternura. Es también la conclusión clarificadora de la gratitud. Nada más grato que la libertad de conciencia de la paternidad. 
  El encuentro se dilata hasta que los hijos se transforman en aves migratorias. Su estela entonces se hace creación, autobiografía y experimentación literaria. Y a ella se aplican los aforistas elegidos por José Luis Trullo. Saben, como María Zambrano, que ninguna injusticia podrá desterrar del alma esa ingenua confianza en la vida de quien fue guiado por la ternura de la paternidad en sus primeros pasos.