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lunes, 30 de diciembre de 2019

YOLANDA IZARD ANAYA. LUMBRE Y CENIZA

Lumbre y ceniza
Yolanda Izard Anaya
Premio Internacional de Poesía
Miguel Hernández-Comunidad  Valenciana, 2019
Editorial Devenir
Madrid, 2019


ATARDECER


   En el cauce textual de Yolanda Izard Anaya, profesora de la Universidad Europea Miguel de Cervantes, poeta y crítica, la reflexión metapoética y la introspección del lenguaje frente a su razón de ser han sido impulsos frecuentes de escritura. Con ese núcleo indagatorio amanece el primer poema de Lumbre y ceniza, obra que ha conseguido el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana en 2019. La extensa composición “La poesía debe ser otra cosa” funciona como un umbral que expone al visitante lector las coordenadas de construcción. A través de sus versos trata de captar el movimiento tanteante del poema, la distancia pactada entre asombro y búsqueda que abre nítidas ventanas de interés: el paso firme de la originalidad, la pureza ideológica del texto solo sometido al descubrimiento de la belleza, y la hospitalidad de las palabras para acoger desolaciones y sueños.
  El poema muestra también el empeño formal que se articula mediante una expresión verbal repleta de imágenes que entrelazan visiones oníricas y destellos imaginativos para conexionar pensamiento y sensación emotiva. La luz sentimental ya se encendía con fuerza en la dedicatoria del poemario: “A mi padre, in memorian”; la ausencia formula una pregunta dura e impenetrable que busca en el poema su respuesta. Hay en el apartado “Mi padre” una estela de continuidad; el recuerdo transparenta la pérdida, interioriza esa oquedad donde se cobija el patrimonio intacto del sentimiento filial. Suena fuerte la voz de la elegía y el canto desvela el dolor que comportan las muertes pequeñas del estar transitorio. Quien contempla el discurrir del tiempo mide el pasado como un trayecto cumplido. Se hace del ahora un cansado regreso en el que ya son sitios interiores la noche, la oscuridad y el silencio.
   La sensación de pérdida y despojamiento afecta también al leve vuelo del lenguaje. En el apartado “Deslumbramientos” la poesía se hace material reflexivo, como si las voces del poema trasmitiesen una sensación de afonía, como si la herida y el dolor hubiesen cavado una sima profunda donde habitase ahora un tiempo nuevo, una pulsión oscura que es necesario recordar. Todo es un péndulo en vaivén donde la existencia se balancea entre el ayer y el presente, entre lo que se marchitó y lo que se cobija en la memoria. En sus cartografías todavía habita una niña y su mundo de palabras y sueños.
   Los poemas acogidos en la sección “Cenizas” mantienen una espesa connotación reflexiva. El discurrir apaga el fuego y somete a cada identidad a un áspero proceso de despojamiento que deja en la mirada la luz difusa del atardecer. La piel de las manos adquiere un cierto tacto de fracaso y la sensación de que todo obliga a conjugar un continuo “Me acuerdo”. Las palabras dan fe, como si cuestionaran la materia real de la ceniza, su inconstante naturaleza; se suman a una labor de permanencia en la que participan otras voces que también asumieron en el poema su propia derrota, permanente y ubicua.
    Pero tras la ventana, vuelve la luz y deja un tiempo renacido para que las palabras construyan un nido, se hagan calor y refugio. Con ese mensaje de esperanza se cierra el libro: “Construyo un nido para no rendirme, / para envolverme y que no me delaten. / Solemne y protocolaria, arrimo al fuego de mi sangre / la paja y el papel, / la hoja y el plástico, / el barro y la ceniza. / Me acurruco dentro”
   La propuesta poética de Lumbre y ceniza concede al clamor del tiempo la capacidad de oscurecer el fuego y mitigar las llamas en cenizas. Los poemas trascienden las vicisitudes biográficas del sujeto poético para convertirlas en raíz sentimental y en significativo retorno al pensamiento. También para aprender que el otoño, con fría pulcritud, deshoja los afectos y convierte el jardín en un rincón de sombras.




viernes, 15 de septiembre de 2017

ALEJANDRO TOMASINI. VISIONES DEL HOMBRE

Filosofía moral y visiones del hombre
Alejandro Tomasini Bassols
Devenir, El Otro, Madrid  2012


VISIONES DEL HOMBRE


   Con Filosofía moral y visiones del hombre el profesor Alejandro Tomasini (Tapachula, Chiapas, México) consiguió en el año 2010 el XII Premio de Ensayo Miguel de Unamuno. Para el ensayista la conducta humana es esencialmente significativa y, por tanto, evaluable porque impulsa actitudes intencionadas y refrenda una ética. Cada sujeto selecciona sus reglas morales, lo que explica el plural abanico  de actuaciones.
   La ética como acercamiento a la norma moral no tiene otra fuente que el ser humano a través de la historia, en cada civilización, en cada sociedad concreta;  a su análisis se han dedicado los grandes nombres de la filosofía para elaborar visiones abstractas y teorías divergentes en muchos casos. Al análisis de estos selectivos puntos de vista de reconocidos pensadores se dedica este ensayo que aglutina el pensamiento de Aristóteles, Hume, Kant, Mill, Moore, Nietzsche y Wittgenstein.
   El recorrido se inicia explorando la perspectiva aristotélica sobre el alma y la ética como disciplinas sociales prácticas. El filósofo griego se posiciona con los pies puestos en la tierra; para él la ética está integrada en la ciencia política que regula la existencia comunitaria y fortalece principios de racionalidad práctica que contribuye a establecer puentes entre el hombre y su entorno. Se recupera su doctrina del justo medio, casi el núcleo de la ética aristotélica, estudiando la descripción de sus aplicaciones, las nociones morales que aglutina y su aplicación en el propio contexto.
   La doctrina del griego deja paso a las concepciones de David Hume. Esta transición ideológica aporta un nuevo molde conceptual: “el representacionismo”; las ideas derivan de impresiones y entre ambas categorías hay una relación de semejanza; el conocimiento parte de la experiencia del yo individual. Para Hume es muy importante la moralidad, que conecta con las pasiones y con la voluntad individual como motor de acciones.
   Ejemplo de pensamiento sistemático, la aportación de Kant incorpora mapas conceptuales como la libertad del ser o la idea del conocimiento empírico de la realidad en sus coordenadas de espacio y tiempo; para Kant la ética engloba propósitos intencionales, normas o principios y obligaciones.
   Las aportaciones de J. S. Mill, politólogo y economista, tienen como base el concepto de utilidad. Positivistas y con un evidente enfoque social, los argumentos de Mill unifican ética y política y relacionan utilidad y justicia, aunque no tengan la entidad de un verdadero sistema de ética.
   Perdura la actualidad de Nietzsche por su retórica de impacto y su radical contundencia aseverativa. Su visión del ser humano y su lugar en un mundo natural, regido por leyes inexorables, llevan a la caracterización del superhombre.
   Con G. E. Moore comienza la filosofía moral contemporánea. Al sintetizar las facetas de su sistema normativo resalta la idea de que la ética investiga lo que es bueno, o tiene en sí mismo un valor intrínseco, y el lenguaje de acción que impulsa a realizarse desde una implicación práctica.  
   Cierra el elenco Wittgenstein, cuya labor filosófica estudia la función lógica del lenguaje y su dimensión referencial :“ los límites de mi lenguaje denotan los límites de mi mundo”
  Filosofía y visiones del hombre no es un manual, tampoco un recordatorio superficial de aportaciones relevantes; es un contrastado análisis de respuestas a los interrogantes éticos del hombre como ser individual y como parte activa de un ámbito público. Su autor, Alejandro Tomasini, examina aspectos, formula objeciones y hace más asequible la relevancia de la ética en el discurrir de un tiempo tecnológico y utilitario que, con demasiada frecuencia, considera la filosofía como un asunto menor.  


viernes, 25 de noviembre de 2016

VERÓNICA ARANDA. ÉPICA DE RAÍLES

Verónica Aranda


MAPAS

Épica de raíles
Verónica Aranda
Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández
Comunidad Valenciana 2016
Devenir, Poesía, Madrid

  El transcurso literario de Verónica Aranda (Madrid, 1982) mantiene como clave creadora del sujeto poético la función de observador, el empeño de adentrarse  en una percepción profunda que acumula aperturas, derivaciones y descubrimientos. Así ha ido hilvanando títulos sin divergencias, entre los que sobresalen Poeta en India, Tatuaje, Alfama, Café Hafa y Lluvias continuas. Ciento un haikus, entregas reconocidas con importantes certámenes nacionales.
  En Épica de raíles la razón poética se apropia de un dictum de Álvaro Cunqueiro, integrado en  Las mocedades de Ulises: “Permitámosle al héroe Ulises que comience a vagar no más nacer, y a regresar no más partir. Démosle fecundos días, poblados de naves, palabras, fuego y sed. Y que él nos devuelva Ítaca, y con ella el rostro de la eterna nostalgia. Todo regreso de un hombre a Ítaca es otra creación del mundo”
  Nítida y comunicativa, la lírica de Verónica Aranda comparte los itinerarios emotivos del yo biográfico y hace del intimismo refugio y entorno abierto, como si la realidad fuese un espacio sin lindes que hay que recorrer también entre vislumbres. Así va creciendo una sensación de cercanía; en ella se manifiesta un preludio que conduce el deseo hasta la plenitud. Inasequible y fuerte, ese impulso afectivo envuelve la existencia en una cálida comunión amorosa. El discurrir adquiere en ella un sentido transcendente, “una intensa ebriedad de madrugada” en la que el tiempo se torna casi irreal y suspendido. Espacio y tiempo conforman una selva azarosa y profunda, una herida densa y frondosa, como un gran sueño sostenido en el aire.
  Muchos poemas de Épica de raíles postulan una identidad femenina, una sensibilidad que interroga sentidos y busca en la brújula del discurrir las direcciones que traspasan el umbral calmo de lo sedentario y hacen de la retina un mapa desplegado en el que van sumando topónimos concretos: Goa, Panjim, Tumkur, Calcuta, estaciones de paso que conceden a quien mira un estado de ánimo, un argumento lírico que duerme después en la memoria. El retorno al yo elige como mirador de tantas fugaces estaciones el rumor en tránsito del tren; desde su humilde asiento se empeña en anotar su épica de raíles, ese estar trashumante que convierte al espacio en marco accional en el que se desarrolla una representación, donde cobran relieve mínimos actores entrevistos en la incertidumbre.
  En el discurso poético de Verónica Aranda el viaje es una liberación. En él se filtran las cercanas presencias de otros ámbitos que atrapan el silencio de un yo que sale de si mismo para sondear lo cercano, para apropiarse de su cromatismo y de la luz difusa que  marca sus contornos. Los poemas rezuman una evocación emotiva, la certeza de que el regreso hizo suyas otras miradas, una perspectiva donde persiste la sosegada concordia de cada estación, ese vislumbre de claridad en un mapa de niebla.


lunes, 10 de octubre de 2016

ÁNGEL GONZALEZ

Ángel González 
(Rivas-Vaciamadrid, Madrid, 2001)

DÍAS CON ÁNGEL GONZALEZ

Uno de los momentos más gratos de mi admiración por la personalidad literaria e intelectual de Ángel González se produjo durante el encuentro Ángel González en la generación del 50. Se celebró en Oviedo los días 7 y 8 de noviembre de 1997 y estuvo organizado con animosa hospitalidad por la Asociación Cultural Tribuna Ciudadana. Fue un homenaje explícito, vibrante y múltiple en torno al poeta y académico. Era tiempo de celebraciones: acababa de ser nombrado “Doctor Honoris causa” por la universidad de Nuevo México en Albuquerque, donde impartió clases de Literatura española durante décadas, y donde vivió una larga e intensa relación sentimental con Susana Rivera; su labor poética era reconocida con el Premio reina Sofía de poesía Latinoamericana y había ingresado en la Real Academia. Así que la ciudad en pleno festejaba aquel primer plano de Ángel González como protagonista central de la  cultura española.
Su generación, la del medio siglo, se consagraba como una aportación tutelar que daba la palabra y la mirada a las promociones siguientes en un claro diálogo de afinidades y resonancias.
Antes y después tuve ocasión de compartir con el poeta otros eventos en Rivas, Béjar o Madrid siempre con esa admiración desplegada de quien sabe que los privilegios deben aceptarse con humildad y máximo respeto, como esos dones intangibles que nadie olvida, a los que la memoria siempre tienen necesidad de volver.
Ahora retorna el protagonismo del poeta de la mano de Pablo Carriedo y su ensayo La fuerza del desaliento, una investigación sobre el acontecer biográfico y literario centrada en su primera etapa creadora y editada por Devenir. Con Pablo Carriedo y Juan Pastor hablaré del andar lento de la poesía de Ángel González en el sosegado camino de la permanencia.  Como escribió Emilio Alarcos Llorach, es una obra que “atestigua y da fe de una existencia humana incluida –gozosa o dolorosamente – en un tiempo y en un lugar concreto del devenir histórico”.
Os esperamos el viernes 14 de octubre, a las 19 horas en la librería Alberti de Madrid, con la gratitud de siempre, con el mismo afecto.   

    

jueves, 18 de agosto de 2016

ANTONIO VILANOVA. LA LETRA Y EL ESPÍRITU

La letra y el espíritu
(1950-1960)
Antonio Vilanova
Prólogo de
Adolfo Castro Sotelo
Devenir, El Otro, Madrid, 2012
 


OFICIO CRÍTICO

    Son muchos los que conceden a la escritura de reseñas un valor tangencial, la inocua consideración de un apunte de urgencia  destinado a consumir un plazo efímero. Sin embargo, la tesis argumentada de un buen reseñista sobrevive al tiempo y deja en cada acercamiento a las estanterías de novedades una meditación perdurable. Así sucede con el sumatorio acogido en La letra y el espíritu, una muestra de trabajos de Antonio Vilanova, publicada en las páginas del semanario Destino durante la década del cincuenta.
  El largo introito de Adolfo Sotelo Vázquez documenta y contextualiza el quehacer analítico  de Antonio Vilanova, quien ya en el amanecer de su afán lector consiguió juicios muy favorables sobre su lucidez crítica. Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre percibieron en el joven profesor universitario una encomiable capacidad para el ensayo. Los poetas del 27 acertaron en su valoración; pronto el perfil de Antonio Vilanova consolida sus rasgos en una demarcación muy amplia. El discípulo de Ortega y Gasset concitó el asentimiento  general de los intelectuales del momento por su preparación y por la batería argumental de sus ideas.
  En el volumen La letra y el espíritu se comentan ediciones de novela y poesía de autores universales que han superado en casi todos los casos la prueba del tiempo. Están las obras de Rilke, T. S. Eliot, W. Faulkner, George Orwell, Albert Camus… Autores singulares, de fuerte carisma, que tras sus primeras salidas consiguieron reputación universal y cuyo influjo fue iluminando poco a poco el maltrecho clima cultural de la posguerra. Muchos de los escogidos fueron merecedores del Premio Nobel de Literatura.
  En casi todos los artículos percibimos un sólido conocimiento del entorno escritural del autor analizado y una panorámica de conjunto que ayuda a trazar las coordenadas estéticas de cada universo escritural. Antonio Vilanova es un crítico formado y sus lecturas, en un tiempo complejo que no hacía fácil la percepción global de la literatura europea y norteamericana que permitía entender cada salida editorial en su dimensión adecuada.
  Hablé al comienzo de la devoción por Ortega y Gasset del autor de La letra y el espíritu. Del filósofo proceden los principios vertebradores del trabajo crítico del profesor Vilanova, esa pasión por entender  antes de juzgar con meditaciones esenciales como la que sigue: “El crítico ha de ser, ante todo, un hombre de su tiempo, ha de tener como misión primordial interpretar y explicar las obras de su época, y hacernos comprender el arte del momento en que vive, que es también el nuestro, que a menudo valoramos a través de sus ojos, tal como ha sido juzgado por él”. Con el sólido soporte de Ortega,  alzó una tribuna crítica que divulgó un buen puñado de obras maestras de la literatura universal.
 
 


viernes, 27 de mayo de 2016

ÁNGEL GONZÁLEZ. LA FUERZA DEL DESALIENTO

La fuerza del desaliento
Ángel González y la poesía del medio-siglo español
Pablo Carriedo Castro
Editorial Devenir, Ensayo
Madrid, 2016

LA PRIMERA POESÍA DE ÁNGEL GONZÁLEZ

Desde su gestación, el grupo del 50 no ha hecho sino afianzar un magisterio vigente y dar continuidad al paso firme de  promociones posteriores. Así lo constata el incansable fluir de monografías, debates y ensayos que exploran el legado de sus nombres más relevantes, entre los cuales es vértice cimero el poeta ovetense Ángel González (1925-2008). Al primer tramo de su travesía dedica un detallado enclave crítico Pablo Carriedo Castro (León, 1978), doctor en Filología Hispánica, especialista en Teoría Crítica y autor del volumen Pedro Garfias y la poesía de la Guerra Civil española.
   El prólogo incide en la relevancia del asturiano y su proyección intelectual y expone los motivos que justifican la lírica inicial de Ángel González como argumento reflexivo. Es el tramo donde se moldea la personalidad creadora que entregas posteriores fortalecen con manifiesta coherencia. La etapa abarca las entregas Áspero mundo (1956), Sin esperanza, con convencimiento (1961), Grado elemental  (1962), Palabra sobre palabra (1965), Tratado de urbanismo (1967) y el libro de cierre Breves acotaciones para una biografía, editado en 1969. En suma, una cosecha con un entorno biográfico condicionado de lleno por la realidad histórica. El sujeto verbal interroga, juzga, asiente y elabora trazos de un discurso ideológico y de una sensibilidad característica. El yo no se repliega sobre sí mismo porque el devenir resulta ineludible. De este modo, la escritura se convierte en testigo y conciencia de ser. El arte poética se reconcilia con la verdad de la Historia y asoma en cada poema una reflexión sobre el tiempo.
  La fuerza del desaliento. Ángel González y la poesía del medio- siglo español plantea en su arranque una intensa indagación sobre los días de infancia, donde se producen dos acontecimientos con inmediatos efectos secundarios: la revolución minera asturiana del 34, que lleva como coda una feroz represión, y el pronunciamiento militar de 1936. Para recrear el periodo el ensayista recurre con frecuencia a la novela de Luis García Montero Mañana no será lo que Dios quiera, sondeo biográfico de gran verosimilitud porque se basa en los recuerdos del poeta y en las anotaciones de carpetas destinadas, en principio, a elaborar un diario personal.
   De estas páginas emerge la idea de la niñez como etapa áulica, un paraíso feliz en el que todo sucedía a resguardo. La existencia guarda un espacio de luz, una recreación idealizada y sin fisuras. Por tanto, el entorno es un elemento clave de la educación sentimental que muda con severidad en el trascurso de la guerra civil. Cuando concluye la contienda es otra la identidad: el niño deja en el umbral a un joven marcado por la derrota republicana que debe adaptarse de inmediato a una situación familiar sombría. La nueva España es un país quebrado, con ánimo revanchista, donde se imponen las líneas centrales del nacionalcatolicismo. La cultura se tutela y en ese monopolio ideológico no hay grietas: es la primavera del endecasílabo que convive con el ideario falangista.
  El tiempo discurre lentamente. Ángel González concluye bachillerato y comienza a estudiar derecho y diversas asignaturas de Magisterio. Es la etapa, entre 1946 y 1949 en la que se escriben los primeros poemas. Vive un paréntesis de tres años, recluido en Paramo del Sil, en la montaña leonesa, donde se cura de una tuberculosis. Allí lee obras esenciales en su formación. Resultan decisivas la Segunda antología de Juan Ramón Jiménez, y algunas salidas de la generación del 27, junto a la antología sobre poesía española contemporánea preparada por Gerardo Diego. En estos libros encuentra un amplio repertorio de modelos e influencias. Esta biblioteca formativa crece al regreso cuando toma contacto con la poesía social en las voces de Blas de Otero, Gabriel Celaya, José Hierro y otros antiformalistas. Mientras, aparecen algunos trabajos en prosa como crítico musical de un periódico asturiano.
   Otro apartado del libro describe la foto de grupo del medio siglo. La generación del 50 aglutina identidades que se mueven en un tejido sociológico cubierto por un magma totalitario que persigue cualquier apertura ideológica. Se ve en el análisis de variables del momento: la vigencia de la censura, los grupos editoriales más representativos, las revistas que muestran los nombres en boga y la andadura del incipiente movimiento realista donde desemboca la literatura de Ángel González.
   El crítico valora el relieve que tuvo la instalación en Madrid y la mano tendida de Vicente Aleixandre, a quien conoce a través de Carlos Bousoño, amigo de infancia y ya reputado poeta y ensayista. Allí asiste a tertulias, establece contactos personales, y suma amistades valiosas. También vive temporalmente en Sevilla y en Barcelona, donde Manuel Lombardero le consigue un puesto de lector y corrector, y donde nace su obra en prosa, El maestro, un texto didáctico que enaltece la función social de la docencia.
  1956 es un año decisivo para el escritor. Aparece Áspero mundo, reconocido con un accésit del Premio Adonais, y entabla relación con el núcleo central de la Escuela de Barcelona, en un proceso de acercamiento amistoso que servirá más tarde como efectiva plataforma. El ámbito amical será una constante del grupo – así lo subraya el aserto de Carme Riera: “partidarios de la felicidad”- que no impide el camino en solitario de cada integrante. La arquitectura creativa de Áspero mundo descubre los elementos esenciales del recorrido posterior: la voz testimonial, el estado de incertidumbre ante la realidad, la restauración onírica del pasado y de las ilusiones, la perspectiva amorosa o el componente existencial. Son señas de identidad que permiten adivinar trazos del dibujo general de Ángel González.
   La montaña bibliográfica que ha acumulado el sesgo creador de la generación del 50 casi anula el descubrimiento de facetas novedosas o inexploradas. Ahí están, rotundos e inalterables, los acercamientos de Emilio Alarcos Llorach, Laureano Bonet, Carme Riera, junto a las páginas autobiográficas de Carlos Barral, José Manuel Caballero Bonald, o Jaime Gil de Biedma que comentan con voz testimonial y directa las contingencias personales. El trabajo de Pablo Carriedo, minucioso y expansivo, completa y da continuidad a sendas ya trazadas y aglutina con precisa cronología el tramo inicial de Ángel González, con un enfoque argumental notable del contexto histórico. La fuerza del desaliento condensa el fluir de una existencia creadora en íntima empatía con su época. Despliega el legado de una voz que personaliza la mejor tradición de nuestra poesía. 
 
        

viernes, 30 de octubre de 2015

ALBERTO SUCASAS. LA SHOAH EN LÈVINAS

La shoah en Lévinas: un eco inaudible
Alberto Sucasas
Premio Internacional de Ensayo
Miguel de Unamuno
Devenir, El Otro,
Madrid, 2015

TUMOR EN LA MEMORIA


   El corpus investigador del filósofo y profesor Alberto Sucasas hace del legado judío centro esencial. Su propuesta La shoah en Lévinas, reconocida con el XV Premio internacional de Ensayo Miguel de Unamuno en 2014, representa un paso más sobre la incisión cultural judía en la tradición occidental en los últimos setenta años, tras el final de la II Guerra Mundial. Para el filósofo el traumatismo de Auschwitz y el genocidio nazi ocasionan un seísmo histórico sin precedentes, cuyos efectos colectivos se acumulan hasta el ahora. Es sabido que ante esa historia desgarrada se han mantenido interpretaciones polarizadas. La respuesta  intelectual es un delta que abarca légamos colaboracionistas, como Céline, Pound o De Man, angustiados gritos de denuncia como las voces de Adorno, Arendt o del superviviente Celan, y difusos asentimientos, todos integrados en la imprescindible tipología de Enzo Traverso.
  El rastreo indagatorio de Alberto Sucasas focaliza el aporte filosófico de Enmanuel Lévinas y su compromiso con la memoria del horror. Un reto que discurre mediante el registro de los enunciados levinasianos cuyo resultado ya anticipa el subtítulo: un eco inaudible que exige en el vislumbre de su estela rigor y profundidad.
   Para ser testigo de la evidencia extrema de Auschwitz es necesario un lenguaje disponible, una semántica abrasadora que exprese el exterminio. Lévinas no fue ajeno a esa impotencia del nombrar la soledad absoluta de las víctimas; su vacilación determina el aserto “lo que ocurrió”; la shoah no encuentra un espacio semántico codificado y se convierte en declaraciones fragmentarias y entrecortadas, exentas de trabazón. Hay evidencias, la devastación nazi constata un cielo vacío que hay que reconstruir en el regreso y se hace deber de la memoria el recordar, pero la conciencia crea un tumor gravoso, una culpa inexpiable por haber sobrevivido a la catástrofe.
   Los recientes inéditos de Lévinas publicados en París abordan un plan de edición  que integra esbozos de dos novelas incompletas, notas heterogéneas  y poemas. Buscan sitio en el lector referencias autobiográficas, lecturas críticas y reflexiones metaliterarias que trazan puentes entre filosofía y literatura. En esta etapa una inquietud básica del filósofo es la metáfora que se define –y copio la excelente formulación de Sucasas- como “constelación de nociones en que se materializa un proyecto filosófico”. En la teorización de la metáfora el lenguaje se convierte en un sistema de señales que desborda lo literal y la experiencia sensible, y posibilita por vía elusiva e indirecta el acceso a la alteridad.  La shoah obliga a repensar la condición humana y a integrar en ella nociones semánticas como obsesión, pasividad, experiencia de la culpa, trauma del superviviente y responsabilidad. Son enunciados que proclaman la experiencia trágica de un testimonio.
  El tema principal de este ensayo de Alberto Sucasas sobre la presencia de la barbarie nazi en la reflexión escritural de Lévinas  tiene detrás un insistente rastreo, años de reflexión metódica y madurez; de ahí la solidez y contundencia de sus argumentos: el itinerario  de Lévinas lleva en las entrañas la conmoción de la shoah, el signo indeleble de una barbarie que el tiempo no puede borrar, que solo halla expresión de su identidad monstruoso en el silencio