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martes, 5 de junio de 2018

ÁNGEL GONZÁLEZ. DONDE LA VIDA SE DOBLEGA, NUNCA

Donde la vida se doblega, nunca
Antología poética  de ÁNGEL GONZÁLEZ
Selección y prólogo de
Susana Rivera
Valparaíso Ediciones
Granada, 2017


DONDE LA VIDA SE DOBLEGA NUNCA


   Caminar por el legado poético de Ángel González es recorrer una playa mediterránea y hallar en su calidez huellas firmes. El escritor, nacido en Oviedo en 1925, personaliza uno de los recorridos más perdurables de la generación mediosecular. Pertenece por edad a una nómina creadora cuyos integrantes aguantan con solvencia las acometidas del tiempo; siguen sólidos los magisterios activos de Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Francisco Brines, o José Manuel Caballero Bonald. El balance del conjunto no diluye los valores personales de cada sensibilidad.
  Más allá de la lectura circunstancial, quien se acerque a la actividad creadora de Ángel González refrendará un perfil clásico, capaz de sobrevivir a la persistente dialéctica entre tradición y ruptura. El yo biográfico está marcado por la  dictadura de Franco, los picachos grises del régimen y un orden social repleto de prejuicios, con una severa censura tutelar.
  En 1973, en el último tramo del franquismo, el escritor fija su residencia en Estados Unidos. Tiene contrato temporal como profesor de Literatura española en las universidades de Utah, Maryland y Texas. Desde 1974 reside en Albuquerque y ejerce la docencia en la Universidad de Nuevo México. Allí conoce a Susana Rivera, joven estudiante con quien establece una larga relación personal que perdura hasta su fallecimiento en Madrid, el 12 de enero de 2008.
  Cuando se cumple el primer aniversario de su muerte, en la presentación de la antología La primavera avanza, Susana Rivera reúne una muestra de los poemas más significativos de Ángel González; así emerge una galería de espejos interiores con varias capas de significación, precedida de una lúcida indagación crítica. Aquel texto sirve de base al prólogo de Donde la vida se doblega, nunca. En él, la profesora universitaria recorre los magisterios del poeta, su ideario estético, el contexto histórico que empañó su biografía y las piezas más notables del taller creador.  
  El trayecto despliega al paso una voz propia. La entrega Áspero mundo amanece en 1956. Recrea una atmósfera urbana sentida y vivida como un escenario que concede a los poemas un carácter testimonial. Pero el trasfondo histórico se impone y el rasgo social aparece de inmediato; el poeta participa en un acontecimiento generacional emblemático: el viaje a Colliure de 1959 para el homenaje a Antonio Machado en el vigésimo aniversario de su muerte. Poco después, en 1961, publica Sin esperanza, con convencimiento en cuyos versos late el proceso interior de la conciencia. En su tono sencillo y directo se cobija una intensa reflexión sobre ideas de contornos difusos como la esperanza o el porvenir colectivo.  La escritura es un continuo ejercicio de actualización; junto a los trazos secuenciales del intimismo, el diálogo coloquial y el sesgo amoroso germinan también el didactismo, la ironía y la parodia, formas de resistencia del lenguaje que enaltecen el sentido crítico. Los poemas de Grado elemental reconocen el magisterio de Antonio Machado. El tránsito existencial es una sucesión de contrastes que oscurece la linealidad del discurso: en su contundencia expresiva, las palabras son lecciones de cosas, llanuras y repliegues.
   El aserto de un poemario muy breve, Palabra sobre palabra, que integra cinco composiciones  amorosas, y ve la luz en 1965, servirá en el tiempo para reunir toda la obra. Su primera edición, fechada en 1968, contiene un hito creador, Tratado de urbanismo, editado en el Bardo un año antes; es un trabajo maduro que fusiona con admirable celo recursos personales como la denuncia social, y una ironía casi extremada hasta la plenitud verbal del sarcasmo.  
  Con Breves acotaciones para una biografía comienza un nuevo ciclo escritural que integra tres títulos; junto al citado, abarca Procedimientos narrativos y Muestra corregida y aumentada de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan. En ellos se configura un renovado personaje poético y se enaltece el uso de fórmulas y rótulos estilísticos. Ángel González escribe con mayor libertad expresiva y se intensifican rasgos antipoéticos como el prosaísmo, la ironía y el humor.
   Las confluencias entre pensamiento y voz crepuscular dan pie al evocador lenguaje de Otoño y otras luces; la experiencia de la realidad invita al pesimismo; se intensifica el tono elegíaco. El discurrir acentúa los matices entre vitalismo y fugacidad. El ensimismamiento del sujeto germina en melancolía y cada vez resulta más audible la voz de la resignación y el escepticismo; el largo viaje se aproxima a la estación final y la proximidad de la ceniza no puede evitar evidenciarse con un rumor severo y trágico. En Nada grave, título póstumo del poeta, el discurso lírico está contaminado por la llegada a la última costa. Quien habla entre los versos tiene el dolor aprendido del tránsito, lleva en la piel la insistente caligrafía de la experiencia. Quedan lejos la ternura del recuerdo, la ironía y el escepticismo y la afirmación elegíaca. El ahora es un espacio lastrado por el pesimismo. En el fondo de la noche el vacío revela sus contornos. No se niega la contundencia de la vejez, la pérdida del impulso vital o la carencia de razones para afrontar la amanecida, cuando todo es caminar por las aceras de la senectud.
   Susana Rivera entiende el libro con un carácter más diáfano. El caos de la vida “cuando se desvanece definitivamente se hace sueño, y lo que queda brillando para siempre en la oscuridad de la nada es el amor, si tú fuiste capaz de darlo. Por eso consideraba que su ingreso en la nada no era grave y aceptaba el trance final con tranquilidad, aunque no exenta de melancolía”  (pág. 30)
   Abordar la permanencia de una obra con claridad cartesiana es una utopía. Cada voz literaria es una síntesis de lecturas y experiencias, que se va gestado en un recorrido muchas veces oculto e inadvertido. Queda por tanto, como método de estudio el rastreo de los rasgos estructurales y vislumbrar esos paréntesis temporales en los que es una presencia fuerte: por tanto, la poesía de Ángel González enlaza con las poéticas de la introspección. Son estratos creadores que recurren al anecdotario biográfico y que focalizan la presencia del yo, un aporte neorromántico que tiene en el ahora status atemporal. En esta poesía se hace norma el lenguaje realista y enunciativo; un verbo coloquial y cotidiano que deja en el receptor una impresión de cercanía. La reiteración de núcleos argumentales subordina la originalidad a la indagación profunda. Se reiteran acercamientos a la identidad subjetiva como portadora de un destino temporal y transitorio; ese sujeto escindido casi siempre del yo biográfico habita en una plaza social que refuerza el papel cívico de la palabra.
  En Ángel González es palpable la ausencia de proclamas programáticas; sus paseos por laberintos metaliterarios son mínimos ya que considera que el centro motriz de la escritura es el poema y en él dormita su justificación teórica. Esto no borra un conocimiento profundo de la geografía consensuada del canon, ni le impide considerar al signo lingüístico como portavoz desvelado de una realidad más honda.
  En el volumen Donde la vida se doblega, nunca, con selección y prólogo de Susana Rivera, se describe con diáfana precisión “un pleno dominio de la alquimia del verbo que posibilita trasmutar las palabras en ritmos y sensaciones para crear varios niveles de realidad“ (pág. 24). Ha transcurrido una década desde la llegada de Ángel González a la oscura cartografía de la inexistencia, pero sus poemas siguen latiendo alrededor, hospitalarios y atemporales, anclados en el río de Heráclito.

JOSÉ LUIS MORANTE




lunes, 9 de octubre de 2017

ÁNGEL GONZÁLEZ. FE DE VIDA

Ángel González, poeta

ÁNGEL GONZÁLEZ. FE DE VIDA.


   Abundan los estudios críticos que consideran a la Generación del 50 como epicentro del panorama lírico contemporáneo. Esa promoción de límites abiertos incluye en su núcleo a Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, José Manuel Caballero Bonald, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez y Ángel González; son autores de obra sólida, voces matizadas, con un estilo singular y reconocible. Compañeros de vocación creativa, casi todos protagonizan la imagen generacional más recordada: el homenaje a Antonio Machado en Colliure el 22 de febrero de 1959, al cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte. Aquel encuentro canaliza una andadura creativa conjunta, con amplias afinidades.  
   Ángel González nace en Oviedo, en 1925. En su niñez vive el acontecer hostil de la contienda de 1936 y más tarde los condicionantes biográficos de la posguerra, cuyo rigor alcanzará exacta precisión en su literatura. La entrega inicial, Áspero mundo, es un libro intuitivo; el protagonista verbal comparte circunstancias vitales que avanzan impulsadas por una sensibilidad emotiva. Ceñido a límites concretos y finitos, el yo poético es el resultado de un proceso vital; esta gestación demorada lo sitúa en un ámbito de inquietud, un áspero mundo, hecho de desajustes y  pérdidas, pero también abierto a la esperanza, a los pasos que buscan el sol de la mañana. Esta amanecida poética está influida por dos lecturas tempranas, Segunda Antología, de Juan Ramón Jiménez, y Poesía española contemporánea, una muestra seleccionada por Gerardo Diego que matiza temas y perfecciona el tratamiento formal. Sin embargo, hay composiciones que cogen el testigo de la poesía social – Blas de Otero, Gabriel Celaya, Eugenio de Nora, José Hierro…- y hacen suyas las preocupaciones del hombre de la calle, los laberintos de la existencia individual en una geografía histórica. Esa ética solidaria es una constante en Sin esperanza, con convencimiento; sus versos no ignoran los desajustes de la realidad. En esta entrega aparece un recurso muy utilizado por el autor, la ironía, cuyo aprendizaje se atribuye al libro de José Agustín Goytisolo Salmos al viento. El reiterado empleo de la ironía supera la idea de mero procedimiento expresivo, se convierte en parte de lo expresado: la realidad es contradictoria e irónica en sí misma. En Grado elemental el sustrato ideológico se define, de forma explícita, a través de un sujeto textual que expone preocupaciones e intereses en una época que exige una mirada crítica. Los poemas inciden en el cuestionamiento de las estructuras sociales a partir de una aproximación racionalista. Ese factor didáctico se muestra con un tono paródico, en el que abundan las alusiones intertextuales. Todavía en 1965, tras publicar Grado elemental, consigna: “Al margen de las discusiones y de la polémica, yo sigo teniendo fe en esa poesía crítica que sitúa al hombre en el contexto de los problemas de su tiempo y que representa una toma de posiciones respecto a estos problemas. Más que posible, esa poesía me parece inevitable”. También el intimismo se preserva y es semilla germinativa de las composiciones de Palabra sobre palabra. Como herramienta del yo, la palabra posibilita conocimiento y comprensión y delimita el entorno; pero esa función básica enaltece su semántica en el poema porque relaciona elementos y proporciona claves. El poeta empleará el título en 1968, en Seix-Barral, cuando aglutina en un solo volumen el corpus lírico editado. En él son palpables la continuidad y unidad interna de una poesía que restablece simetrías entre contenido y expresión
   Poco antes de su  asentamiento en Estados Unidos comienza una segunda etapa lírica en la que se intensifican, como señaló Emilio Alarcos Llorach, los rasgos irónicos, el aparente prosaísmo y una progresiva objetivación del yo que toma distancia y vela el testimonialismo biográfico. La entrega que marca este giro es Tratado de urbanismo, que amanece en 1967 y se reedita en El Bardo, la colección dirigida por José Batlló, en 1976. Esta segunda edición aporta un breve liminar firmado por Martin Vilumara, que resalta la continuidad de algunos recursos de escritura: el afán comunicativo, el enfoque irónico y la pupila escéptica ante una realidad contradictoria.
  Sólo siete poemas forman el libro Breves acotaciones para una biografía, libro editado en Las Palmas, en 1969. La mínima selección diversifica sus argumentos; se reflexiona sobre el hecho de escribir: “Escribir un poema se parece a un orgasmo: / mancha la tinta tanto como el semen, / empreña también más, en ocasiones “; y regresa lo vivencial, siempre con un toque irónico. Son rasgos que permanecen en Procedimientos narrativos, con una clara deriva hacia el juego conceptual. Se rechaza al poeta ensimismado en su interior para volcarse en un ámbito más general, hecho de imágenes hilarantes, en cuya expresión se preserva el sentido crítico.

   Las nuevas obras coinciden con su estancia en Nuevo México, donde desarrolla una intensa experiencia docente. Como es sabido, la eclosión del discurso novísimo, tras  la aparición  de la antología Nueve novísimos poetas españoles, promulga la relevancia del hecho estético frente a la actitud moral, vigente en los modelos del realismo social. Esta opción no afecta al posicionamiento lírico de Ángel González, quien publica en 1977 Muestra corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan.  A nadie escapa la intencionalidad paródica del enunciado ni la presencia de textos confrontados con el ideario dominante. Como confirman composiciones como “Oda a los nuevos bardos”, existe una expresa distancia crítica; no comparte el abandono de preocupaciones éticas ni el difuso compromiso con el marco contextual.
   En Prosemas o menos el desvanecimiento del presente y la temporalidad son los detonantes poéticos iniciales. Sobrevuela la certeza de que somos efímera materia que se va consumiendo en la renovada cadencia de los días. El libro aporta además un nuevo escenario, Albuquerque, ciudad donde el yo poemático es testigo del ciclo estacional. Forma el epílogo una muestra de textos en la que es común la referencia bíblica, una excusa cultural,  despojada de sentido religioso. Y el cierre vuelve los ojos a lo metaliterario, con generoso homenaje a los magisterios de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Blas de Otero. 

   El último tramo de su escritura es el más elegíaco. Se define por una aguda conciencia del tiempo, cuyos efectos configuran una visión moral hecha desde la meditación serena. En él se integran Deixis en fantasma, Otoños y otras luces y el libro póstumo Nada grave.
   Los poemas de Otoño y otras luces componen una lúcida aceptación del destino; modulan un recorrido vital que desemboca en el curso bajo de la senectud; hay, por tanto, un tono crepuscular que preludia la despedida. En esa moratoria la evocación de presencias (hay una sentida glosa al compañero de generación Claudio Rodríguez) y lugares se convierte en palabra salvadora; los versos mantienen el resplandor, empeñados en oír los latidos naturales del pasado.
   Antes de la salida en Visor, se adelantan poemas de Nada grave en la revista Litoral que en 2002 dedica un monográfico al ovetense, coordinado por Susana Rivera. Nihilista y desesperanzado, Nada grave  es un libro de cierre, editado en mayo de 2008, unos meses después del fallecimiento del poeta. Sus veintiocho composiciones comparten un idéntico enfoque: la muerte es una realidad omnisciente, ominosa, sombría; un túnel angosto que nos lleva a la nada. Atrás quedan recuerdos y cicatrices vitales y el estar fugaz de todo lo que amamos. Todos los textos reiteran la profunda crisis del protagonista textual. La arquitectura formal es severa, se extrema la precisión y se anulan otros recursos como la ironía, mientras que se usa con frecuencia la paradoja para dar el perfil del yo frente a sí mismo en la última hora.

   Recuerdo el itinerario creador del poeta, mientras regreso a Asturias, para hablar en la Cátedra Ángel González, de la Universidad de Oviedo, mañana martes, diez de octubre, en el edificio histórico de la calle San Francisco, junto a la profesora e investigadora Araceli Iravedra. Así que todos entenderéis la emoción y la esperanza de que mis palabras constituyan un pequeño homenaje personal a un magisterio fuerte, que sigue en cada verso, con rumor sosegado, hablando al corazón de la memoria.    





lunes, 10 de octubre de 2016

ÁNGEL GONZALEZ

Ángel González 
(Rivas-Vaciamadrid, Madrid, 2001)

DÍAS CON ÁNGEL GONZALEZ

Uno de los momentos más gratos de mi admiración por la personalidad literaria e intelectual de Ángel González se produjo durante el encuentro Ángel González en la generación del 50. Se celebró en Oviedo los días 7 y 8 de noviembre de 1997 y estuvo organizado con animosa hospitalidad por la Asociación Cultural Tribuna Ciudadana. Fue un homenaje explícito, vibrante y múltiple en torno al poeta y académico. Era tiempo de celebraciones: acababa de ser nombrado “Doctor Honoris causa” por la universidad de Nuevo México en Albuquerque, donde impartió clases de Literatura española durante décadas, y donde vivió una larga e intensa relación sentimental con Susana Rivera; su labor poética era reconocida con el Premio reina Sofía de poesía Latinoamericana y había ingresado en la Real Academia. Así que la ciudad en pleno festejaba aquel primer plano de Ángel González como protagonista central de la  cultura española.
Su generación, la del medio siglo, se consagraba como una aportación tutelar que daba la palabra y la mirada a las promociones siguientes en un claro diálogo de afinidades y resonancias.
Antes y después tuve ocasión de compartir con el poeta otros eventos en Rivas, Béjar o Madrid siempre con esa admiración desplegada de quien sabe que los privilegios deben aceptarse con humildad y máximo respeto, como esos dones intangibles que nadie olvida, a los que la memoria siempre tienen necesidad de volver.
Ahora retorna el protagonismo del poeta de la mano de Pablo Carriedo y su ensayo La fuerza del desaliento, una investigación sobre el acontecer biográfico y literario centrada en su primera etapa creadora y editada por Devenir. Con Pablo Carriedo y Juan Pastor hablaré del andar lento de la poesía de Ángel González en el sosegado camino de la permanencia.  Como escribió Emilio Alarcos Llorach, es una obra que “atestigua y da fe de una existencia humana incluida –gozosa o dolorosamente – en un tiempo y en un lugar concreto del devenir histórico”.
Os esperamos el viernes 14 de octubre, a las 19 horas en la librería Alberti de Madrid, con la gratitud de siempre, con el mismo afecto.   

    

miércoles, 6 de abril de 2016

ÁNGEL GONZÁLEZ. ANTOLOGÍA POÉTICA.

Antología poética
Ángel González
Prólogo de
Luis Izquierdo
Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo
Madrid, 2016 (tercera edición actualizada)
LEGADO BÁSICO

  Cada intervalo temporal acoge la convivencia de voces fuertes que muestran su plena amanecida y proporcionan un legado básico a las nuevas hornadas. De la última mitad del siglo XX perdura como referente central la generación del 50. A ella pertenece Ángel González, de quien Alianza Editorial reedita por tercera vez Antología poética.
  Es un mural lírico elegido en su día por el autor que agrupa una significa aportación de cada una de sus entregas. Ahora se completa la edición princeps con cuatro poemas pertenecientes a Nada grave, libro póstumo que Visor publica en 2008, con la producción inédita del asturiano.
  Como ocurre con sus compañeros de viaje, la poesía de Ángel González se aleja del hermetismo ensimismado para convertirse en testimonio de una realidad colectiva. Con el grupo de Barcelona comparte posiciones ideológicas, actitudes de compromiso, e intervenciones significativas como el homenaje en Colliure a Antonio Machado, al cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte.
  La palabra del poeta se fue desgranando en libros espaciados en el tiempo que trazan una línea firme de coherencia, aunque con mutaciones en sus enfoques. De su análisis se encarga el umbral reflexivo de Luis Izquierdo y puede confirmarse, desde la propia lectura, a partir del encuentro con su obra Palabra sobre palabra, que ha ido creciendo con similares claves de escritura.
  Áspero mundo es su carta más temprana y sus poemas se vinculan con el rechazo de una realidad forzada; un río existencial que arrastra las consecuencias de la guerra civil y el clima de opresión de la posguerra, que tanto condiciona la educación sentimental del poeta, por las creencias republicanas de su familia. La palabra se hace resistencia frente al estar precario; los versos suenan con marcado acento crítico. Pero aflora también en el tramo de cierre otra línea temática, la voz sentimental, una cadencia que convierte al amor en elemento estático que sobrevuela y pone luz a lo cotidiano.
  Desde Sin esperanza, con convencimiento emprende nuevas estrategias comunicativas que se decantan por una mayor objetividad crítica. Las composiciones vislumbran el marco de convivencia social “como una espuma sucia”, que aflora a tierra desde la marea; y velan el intimismo confesional que, de este modo, deja sitio a una mayor conciencia crítica. Desde la derrota y el despojamiento, el yo inicia trayecto hacia un porvenir que se vislumbra lejana evanescencia. Son obras que participan de un bagaje generacional manifiesto y en ellas es fácil encontrar enlaces con las entregas de Carlos Barral, José Agustín Goytisolo  y Jaime Gil de Biedma. También se acentúa en este momento el empleo de la ironía cuyos efectos señaló, en el monográfico de Litoral, Susana Rivera: “le sirve para distanciarse de sí mismo,  para expresar la condición equívoca de la realidad, para poner en tela de juicio ciertas creencias y actitudes sociales y para crear un lenguaje a primera vista sencillo y natural que tampoco es lo que parece”. El acierto de estas premisas puede comprobarse en “Discurso a los jóvenes”. El inicio postula una arenga impulsiva que llama a la acción y es en los versos finales con su inesperado quiebro cuando se rompe el significado previsible. El didactismo de la palabra poética, como transmisora de valores continuistas y apegados al presente, es una estrategia de crítica y cuestionamiento. Resalta en títulos como Grado elemental y Tratado de urbanismo, donde entender el entorno requiere un disuasorio aprendizaje, donde lo sentimental discurre con énfasis dramático.  Cuando aparece Tratado de urbanismo en 1967 la avanzada novísima ha colonizado el paisaje poético con un formalismo escapista que está muy lejos de la trayectoria de Ángel González, cuyas claves perduran: intimismo, mirada escéptica y desengaño en los enunciados existenciales por asumir como irrealizable cualquier esperanza, sin ceder en las propias convicciones.
  El despliegue de recursos prosigue en sus obras de madurez donde captamos un mayor son elegíaco y un claro escepticismo ante la conciencia de lo transitorio. El poeta sabe que el tiempo es “tenaz y lento como un buitre” y vuelve los ojos hacia la rememoración de un pasado lleno de sinestesias.
  Como el epílogo tardío de quien hace verdad inapelable el destino cumplido, los poemas de Nada grave desdeñan la queja inútil o la lamentación que transparenta esa materia frágil que moldea ilusiones. En las palabras queda reflejado el rictus amargo de la muerte.
  Esta mirada a la biografía poética de Ángel González asegura la plena vigencia de una voz de profundo impacto, que ha sembrado muchas afinidades en la lírica más joven, que ha trazado una ruta natural hasta el ahora para que cada verso siga reflejando  la verdad, la belleza y el compromiso del hombre frente al tiempo.



viernes, 4 de diciembre de 2015

ÁNGEL GONZÁLEZ. ACOTACIONES

Ángel González (1925-2008)

ÁNGEL GONZÁLEZ. ACOTACIONES.

(a Luis Felipe Comendador,
que vivió conmigo tantas jornadas con Ángel) 
  

  Abundan los estudios críticos que consideran a la Generación del 50 como epicentro del panorama lírico contemporáneo. Esa promoción de límites abiertos incluye en su núcleo a Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, José Manuel Caballero Bonald, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez y Ángel González. Son autores de obra sólida, voces matizadas, con un estilo singular y reconocible. Compañeros de vocación creativa, casi todos protagonizan la imagen generacional más recordada: el homenaje a Antonio Machado en Colliure el 22 de febrero de 1959, al cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte. Aquel encuentro canaliza una andadura creativa conjunta, con amplias afinidades.  
   Ángel González nace en Oviedo, en 1925. En su niñez vive el acontecer hostil de la contienda de 1936 y más tarde los condicionantes biográficos de la posguerra, cuyo rigor alcanzará exacta precisión en su literatura. La entrega inicial, Áspero mundo, es un libro intuitivo; el protagonista verbal comparte circunstancias vitales que avanzan impulsadas por una sensibilidad emotiva. Ceñido a bordes concretos y finitos, el yo poético es el resultado de un proceso vital; esta gestación demorada lo sitúa en un ámbito de inquietud, un áspero mundo, hecho de desajustes y  pérdidas, pero también abierto a la esperanza, a los pasos que buscan el sol de la mañana. Esta epifanía poética está influida por dos lecturas tempranas, Segunda Antología, de Juan Ramón Jiménez, y Poesía española contemporánea, muestra seleccionada por Gerardo Diego que matiza temas y perfecciona el tratamiento formal. Sin embargo, hay composiciones que cogen el testigo de la poesía social – Blas de Otero, Gabriel Celaya, Eugenio de Nora, José Hierro…- y hacen suyas las preocupaciones del hombre de la calle, los laberintos de la existencia individual en una geografía histórica. Esa ética solidaria es una constante en Sin esperanza, con convencimiento; sus versos no ignoran los desajustes de la realidad. Ahora aparece un recurso muy utilizado por el autor, la ironía, cuyo aprendizaje se atribuye al libro de José Agustín Goytisolo Salmos al viento. El reiterado empleo de la ironía supera la idea de mero procedimiento expresivo, se convierte en parte de lo expresado: la realidad es contradictoria e irónica en sí misma. En Grado elemental el sustrato ideológico se define, de forma explícita, a través de un sujeto textual que expone preocupaciones e intereses en una época que exige una mirada crítica. Los poemas inciden en el cuestionamiento de las estructuras sociales a partir de una aproximación racionalista. Ese factor didáctico se muestra con un tono paródico, en el que abundan las alusiones intertextuales. Todavía en 1965, tras publicar Grado elemental, consigna: “Al margen de las discusiones y de la polémica, yo sigo teniendo fe en esa poesía crítica que sitúa al hombre en el contexto de los problemas de su tiempo y que representa una toma de posiciones respecto a estos problemas. Más que posible, esa poesía me parece inevitable”. También el intimismo se preserva y es semilla germinativa de las composiciones de Palabra sobre palabra. Como herramienta del yo, la palabra posibilita conocimiento y comprensión y delimita el entorno; pero esa función básica enaltece su semántica en el poema porque relaciona elementos y proporciona claves. El poeta empleará el título en 1968, en Seix-Barral, cuando aglutina en un solo volumen el corpus lírico editado. En él son palpables la continuidad y unidad interna de una poesía que restablece simetrías entre contenido y expresión
   Poco antes de su  asentamiento en Estados Unidos comienza una segunda etapa lírica en la que se intensifican, como señaló Emilio Alarcos Llorach, los rasgos irónicos, el aparente prosaísmo y una progresiva objetivación del yo que toma distancia y vela el testimonialismo biográfico. La entrega que marca este giro es Tratado de urbanismo, que amanece en 1967 y se reedita en El Bardo, la colección dirigida por José Batlló, en 1976. Esta segunda edición aporta un breve liminar firmado por Martin Vilumara, que resalta la continuidad de algunos recursos de escritura: el afán comunicativo, el enfoque irónico y la pupila escéptica ante una realidad contradictoria.
  Sólo siete poemas forman el libro Breves acotaciones para una biografía, libro editado en Las Palmas, en 1969. La mínima selección diversifica sus argumentos; se reflexiona sobre el hecho de escribir: “Escribir un poema se parece a un orgasmo: / mancha la tinta tanto como el semen, / empreña también más, en ocasiones “; y regresa lo vivencial, siempre con un toque irónico. Son rasgos que permanecen en Procedimientos narrativos, con una clara deriva hacia el juego conceptual. Se rechaza al poeta ensimismado en su interior para volcarse en un ámbito más general, hecho de imágenes hilarantes, en cuya expresión se preserva el sentido crítico.
 Las nuevas obras coinciden con su estancia en Nuevo México, donde desarrolla una intensa experiencia docente. Como es sabido, la eclosión del venecianismo, tras  la aparición  de la antología Nueve novísimos poetas españoles, promulga la relevancia del hecho estético frente a la actitud moral, vigente en los modelos del realismo social. Esta opción no afecta al posicionamiento lírico de Ángel González, quien publica en 1977 Muestra corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan. No pasa inadvertida la intencionalidad paródica del enunciado ni la presencia de textos confrontados con el ideario dominante. Como confirma “Oda a los nuevos bardos”, existe una expresa distancia crítica; no comparte el abandono de preocupaciones éticas ni el difuso compromiso con el marco contextual.
  En Prosemas o menos el desvanecimiento del presente y la temporalidad son los detonantes poéticos iniciales. Sobrevuela la certeza de que somos efímera materia que se va consumiendo en la renovada cadencia de los días. El libro aporta además un nuevo escenario, Albuquerque, ciudad donde el yo poemático es testigo del ciclo estacional. Forma el epílogo una muestra de textos en la que es común la referencia bíblica, una excusa cultural despojada de sentido religioso. Y el cierre vuelve los ojos a lo metaliterario, con generoso homenaje a los magisterios de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Blas de Otero. 
 El último tramo de su escritura es el más elegíaco. Se define por una aguda conciencia del tiempo, cuyos efectos configuran una visión moral hecha desde la meditación serena. En él se integran Deixis en fantasma, Otoños y otras luces y el libro póstumo Nada grave.
  Los poemas de Otoño y otras luces componen una lúcida aceptación del destino; modulan un recorrido vital que desemboca en el curso bajo de la senectud; hay, por tanto, un tono crepuscular que preludia la despedida. En esa moratoria la evocación de presencias (hay una sentida glosa al compañero de generación Claudio Rodríguez) y lugares se convierte en palabra salvadora; los versos mantienen el resplandor, empeñados en oír los latidos naturales del pasado.
   Antes de la salida en Visor, se adelantan poemas de Nada grave en la revista Litoral que en 2002 dedica un monográfico al ovetense, coordinado por Susana Rivera. Nihilista y desesperanzado, Nada grave es un libro de cierre, editado en mayo de 2008, unos meses después del fallecimiento del poeta. Sus veintiocho composiciones comparten un idéntico enfoque: la muerte es una realidad omnisciente, ominosa, sombría; un túnel angosto que nos lleva a la nada. Atrás quedan recuerdos y cicatrices vitales y el estar fugaz de todo lo que amamos. Todos los textos reiteran la profunda crisis del protagonista textual. La arquitectura formal es severa, se extrema la precisión y se anulan otros recursos como la ironía, mientras que se usa con frecuencia la paradoja para dar el perfil del yo frente a sí mismo en la última hora.
  Cuando tomo la obra de Ángel González para la relectura no percibo una trayectoria cerrada sino una presencia activa que muestra afinidades con muchos poetas contemporáneos sobre los que el asturiano ejerce un magisterio continuo. Ángel González perdura. Sigue abierto un taller literario que deja en el tiempo sus procedimientos habituales: depuración expresiva, sentido del ritmo y cuidado formal, vocación autobiográfica e implicación directa en el diálogo con el lector. Sus poemas no son textos contingentes sino escritos vivios que recuperan la dimensión literaria de una voz que nunca duerme.      

     

miércoles, 4 de marzo de 2015

Una conversación con SUSANA RIVERA

Susana Rivera, junto al retrato de Ángel González


Una conversación con SUSANA RIVERA


Conoció a Ángel González en Albuquerque, donde fue su alumna en la Universidad de Nuevo México,  y durante décadas Susana Rivera mantuvo con el poeta una intensa relación personal. En 1993 se casaron. Esta conversación recupera el itinerario biográfico común y valora el legado literario de un escritor de amplio magisterio.

JLM.- Albuquerque sin Ángel. Otro tiempo distinto en el que usted sigue ejerciendo como profesora en el departamento de español de la Universidad de Nuevo México. Frente al espejo deformador del tiempo, ¿se ha mantenido la presencia poética de Ángel González?

SR.-Yo creo que los grandes artistas nunca mueren aunque desaparezcan físicamente, y la presencia poética de Ángel González se ha mantenido constante tanto aquí como en España, e incluso en otros países. Aquí, en Albuquerque, le hicimos un gran homenaje a los pocos meses de su fallecimiento en el Instituto Cervantes, y otro en la Universidad de Nuevo México en el 2012. De alguna manera u otra lo incluyo en todas mis clases, por supuesto en las de poesía, pero también en las de narrativa o cine, y ha suscitado tanto interés que varios alumnos me han pedido que diseñe un curso dedicado exclusivamente a él y su tiempo, en eso estoy. Albuquerque, en muchos sentidos, tiene mucho Ángel.

JLM.- Usted preparó en 1988 una antología sobre un trayecto que los críticos suelen fragmentar en tres etapas, la inicial, más proclive al realismo crítico y al uso de la ironía, una segunda etapa elegíaca y la última, marcada por el intimismo y la temporalidad. ¿Comparte este análisis crítico?

SR.- Sí, sí, esas tres etapas definen acertadamente la trayectoria de Ángel González. El componente crítico es un producto de las circunstancias históricas que lo definieron, la guerra civil y la dictadura muy especialmente, y son una evaluación moral, ética, de sus vivencias en ese clima hostil, propicio al odio, que contradice su cosmovisión. La ironía era un recurso para eludir a la censura o impedir caer en el sentimentalismo. Me divierte su explicación de este procedimiento:“La ironía me sirve para marcar la distancia que me separa de él [se refiere al “personaje poético” que lo sustituye en sus poemas]. A veces trata de engañarme también a mí, pero no lo consigue nunca; sé que su verdad es el reverso de mi mentira, y yo lo trato como a uno de esos muñecos de magia negra, a quienes los brujos clavan alfileres para producir dolor en sus enemigos. Lo que ocurre es que, en vez de clavarle alfileres, yo se las quito”. El tono elegíaco e intimista se percibe en toda su obra, los versos “Te tuve/ cuando eras/ dulce…” abren su primer libro, pero se acentúa a medida que el viajero va imaginando ya el final del camino cuando todo se convertirá en deixis en fantasma.

JLM.- En la obra abundan los poemas amorosos. ¿Qué sensaciones le depara esa celebración de la vida y lo emotivo?

SR.- Me gusta mucho la formulación de su pregunta que destaca la “celebración de la vida” unida a los poemas amorosos. Ángel tiene fama de pesimista, pero no lo era, aunque sí es cierto que pasó por momentos pesimistas; creo que haría suya una frase de Saramago, “No es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo”. Creía, como Bécquer, que el amor es “la suprema ley del universo; ley misteriosa por la que todo se gobierna y rige…”. La palabra al que se refiere en el título de su obra completa, Palabra sobre palabra, es “amor”.  En el poema que abre la sección con ese mismo título del libro Grado elemental, dice:

Igual que un pájaro
salta desde una rama,
de ese modo
surgió en el aire limpio de aquel día
la palabra:
amor.
Era
suficiente.

Y hacia el final proclama:

La palabra fue dicha para siempre.
Para todos, también.

Ángel hubiera preferido no tener que escribir algunos de sus poemas críticos más célebres aunque decayera su fama, por ejemplo, “Inventario de lugares propicios al amor”, donde empieza afirmando que “son pocos” debido a la opresión que lo rodeaba. Hubiera preferido enfocarse en la luz que ilumina la belleza de un mundo bien hecho sin verse obligado a denunciar las sombras que lo oscurecen. La imagen de la figura amada es un símbolo de esa luz que nos salva incluso de la muerte, como dice en el poema “Inmortalidad de le nada”:

Todo lo consumado en el amor
no será nunca gesta de gusanos.


Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene que temer del tiempo.

Creo que los poemas amorosos son los que mejor definen la esencia de Ángel González, son los que reflejan su idealismo, retratan el mundo en el que le hubiera gustado vivir.

JLM.- También ha editado las colaboraciones periodísticas en el libro Cincuenta años de periodismo a ratos y otras prosas. ¿Qué importancia tiene esta faceta, tan poco conocida, en la obra del escritor?

SR.- Creo que en esos textos se pueden apreciar más desarrolladamente algunos de los temas que a Ángel más le preocupaban y que sólo se insinúan en los poemas, y por lo tanto añaden algo al perfil literario y humano del poeta. Se puede columbrar también cómo su obra va evolucionando hacia una escritura más personal que se vislumbra ya definitivamente en su poesía. Especialmente interesante me parecen las notas de ironía, a veces mordaz y agresiva, que aparecen desde el principio y que persisten cuando ya se habían atenuado en su obra lírica. Sobresale además el humor y el ingenio desenfadado. Elpoeta Fernando Valverde escribió su tesis sobre esta faceta de Ángel, ojalá la amplíe y publique como libro.

JLM.- Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y el grupo poético del 27 coparon los estudios críticos del poeta. ¿Se pueden añadir otros magisterios relevantes?

SR.- Sí, sus grandes amigos y maestros Gabriel Celaya y Blas de Otero de los que destacó su postura ideológica y el uso del lenguaje coloquial convertido en arte. También estudió a Rubén Darío, y aunque nunca haya escrito sobre él, las clases que ofrecía sobre César Vallejo eran brillantes.

 JLM.- Víctor García de la Concha, tantos años presidente de la Real Academia, resumió en tres palabras la personalidad de Ángel González: poesía, amistad y música. ¿Refrenda esos elementos o prefiere otros?

SR.-Yo cambiaría amistad por solidaridad porque abarca un territorio mucho más amplio e incluye el amor en todas sus modalidades. Bonhomía también lo definiría a la perfección. Ángel creía vehementemente que la poesía podía cambiar el mundo para bien, pero no en el sentido en que decía Celaya, sino porque pensaba que a través de ella se podía modificar nuestra percepción del mundo, y por lo tanto, en cierta manera, cambiarlo. La música trasciende el placer que produce escuchar una bella melodía para convertirse en el eco de la armonía de las esferas que suena incesantemente, y así se convierte en metáfora de la eternidad.

JLM.- Acaba de comenzar andadura la cátedra Ángel González en la Universidad de Oviedo, y lo hace con una magnífica revista dedicada a difundir el legado literario del poeta y de su generación. ¿Qué opinión le merece esta iniciativa?

SR.- La cátedra lleva ya dos años en marcha y estoy contentísima con el trabajo que ha realizado hasta ahora, y estoy segura que con el tiempo irá a más. La directora, Araceli Iravedra, gran conocedora de la obra de Ángel y de su generación, junto con Leopoldo Sánchez Torre, especialista también en la poesía de esa época, y Vicente Domínguez, vicerrector de Extensión Universitaria de la que depende la Cátedra, están desarrollando una labor con gran seriedad y profesionalidad, y muy importante, respeto a Ángel. Me encanta sobre todo que estén organizando actividades por toda Asturias, sé que a Ángel le gustaría también porque como dijo en el poema “A la poesía” él quería sacar la poesía a las calles:

Ya se dijeron las cosas más oscuras.
También las más brillantes.
…………………………………….
Ahora,
tan bella como estás,
……………………………………
Quiero tomarte
……………………………………
Y sacarte a las calles,
despeinada,
ondulando en el viento
--libre, suelto, a su aire—
tu cabello sombrío
como una larga y negra carcajada.

 Creo que Ángel y su obra están en buenas manos, en manos de personas motivadas únicamente por el amor al arte, confío en que van a hacer lo posible por mantenerlo siempre presente.

JLM.- ¿Percibe la influencia de Ángel González en la poesía más reciente?

SR.- Muchísimo, no hay ninguna duda de que ha pasado un Ángel… González por la poesía española. A mí, personalmente, me interesa sobre todo la influencia sutil y profunda que revela una asimilación de su quehacer poético y forma de aprehender el mundo. Me gusta mucho la manera en que José Luis Piquero explica cómo se hizo poeta gracias al ángel de Ángel: “El poeta que yo iba a ser recibió su impulso definitivo con aquellos textos llenos de inteligentes aristas que velaban un fondo de profunda delicadeza. En ellos comprendí la importancia del compromiso de la escritura… He escrito poesía porque en el momento preciso, en un momento sensible de un aprendizaje del que podía salir algo o no haber nada, leí unos poemas que contenían algo crucial: la intuición de unas pocas verdades perdurables, el modo de nombrarlas, la necesidad de cada palabra”. Destaca “la complejidad de su obra, la hondura emocional y riqueza estilística que escondía su aparente sencillez, la capacidad de ‘decir’ la realidad en toda su entereza”. Y aprendió de él que “Se podía usar el lenguaje de la calle, hablar de lo directamente cotidiano, poner el dedo en la llaga sin alzar la voz”.

JLM.- La edición póstuma de Nada grave recogía composiciones inéditas. ¿Hay posibilidades de que exista todavía obra  sin editar?

SR.- Casi todos los poemas de Nada grave se publicaron antes en revistas. Contrario a lo que se dice en la nota introductoria Ángel había dado por cerrado el libro y lo iba a enviar a Tusquets, pero la muerte nos lo arrebató antes de que pudiera hacerlo. Estaba escribiendo un Almanaque en un tono muy juguetón e ingenioso, los nueve poemas que tenía completos se publicaron en Cuadernos Hispanoamericanos y creo que sí deberían recogerse, podría ser un libro ilustrado precioso. Yo creo firmemente en lo que dijo W.B. Yeats, “Accursedwhobringsto light of daythewritings I havecastaway”. Si aparecen más textos habrá que meditar muy cuidadosamente y consultar con especialistas antes de darlos a la luz, yo tengo “la obligación moral de ser inteligente” (Lionel Trilling).

JLM.- Quiero acabar esta entrevista agradeciendo esta mirada a la obra poética de Ángel González desde los ojos privilegiados de Susana Rivera; un placer extraordinario este diálogo. Muchas gracias.

SR.-Y yo le quiero agradecer a José Luis Morante esta oportunidad de reflexionar sobre Ángel, es lo que más me gusta.
Susana Rivera, entrevista inédita, 4 de marzo, 2015
  

jueves, 16 de agosto de 2012

ÁNGEL GONZÁLEZ. SIEMPRE.


Es tanta la complicidad que emana de la poesía de Ángel González que junto a cada lectura -y hoy tengo entre las manos Nada grave, su libro póstumo- emerge el recuerdo indeleble del escritor. Rememoro nuestro primer diálogo en su domicilio madrileño de San Juan de la Cruz, a mediados de los años noventa, para realizar una larga entrevista que publicaría en las páginas de El Correo de Andalucía. Fue el punto cero de una serie de encuentros personales en los que el poeta se convirtió en amigo y maestro.
Consumí con Ángel y Susana Rivera días inolvidables en Béjar, invitados a unas jornadas de verano por mi hermano del alma Luis Felipe Comendador, que me legaron un valioso anecdotario y asistí al homenaje que Oviedo tributó al poeta en 1997 en el que se realizaron lecturas y mesas redondas que se plasmarían en un libro fiel a la puesta en escena que cada cierto tiempo recupero de mis anaqueles.
Aprovecho el descanso estival para releer por enésima vez a uno de los mejores poetas del siglo XX. Hoy no pretendo asentar juicios críticos; hablo del amigo ausente y de una poesía que nunca decepciona y sube lentamente por las escaleras de la memoria para sentarse aquí, conmigo, a contemplar, en una silla plegable, un horizonte calmo que imita una fachada de cristal. Nada grave.