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jueves, 15 de octubre de 2020

VICENTE ALEIXANDRE. EL VIGÍA EJEMPLAR

El vigía ejemplar
Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898- Madrid, 1984)
Archivo personal del poeta 

 

LA POESÍA DE VICENTE ALEIXANDRE

  

   En el ensayo Dios es azul. Poesía y religión en la Generación del 27[1] la profesora e investigadora Nuria Rodríguez Lázaro indaga el aleatorio marco que define el concepto «Generación» cuando se aplica a la nómica poética del 27. El aserto grupal no se formula hasta los años cincuenta y, aún entonces, fertiliza incontables reparos críticos. Solo adquiere solvencia si se asume como estrategia de análisis para abordar con mirada totalizadora un contexto histórico que nunca niega la individualidad. Al cabo, cada poeta vive desde los límites del yo su experiencia creadora. Personifica un exilio interior que aglutina carga autobiográfica –el transcurso existencial abastece incansables veneros temáticos- y los incontenibles trasvases relacionales entre sujeto y entorno. Es en la intersección de ambos núcleos donde precisa se revela la identidad pautada del escritor en el tiempo. La fisonomía colectiva requiere cierta fe en el conjunto de rasgos comunes que, conforme a las tesis de Julius Petersen, expuestas en su obra Filosofía de la Ciencia Literaria[2], abarcarían estos factores: a) herencia o continuidad de carácter y espíritu con magisterios y predecesores del canon, b) fecha de nacimiento coincidente, punto de partida en un mismo año o en años muy próximos, c) homogeneidad formativa y afinidad de sustratos educativos integrados en las escalas mentales, d) comunidad personal y vivencias histórico-culturales compartidas, e) experiencias generacionales y creaciones coetáneas que conforman y abarcan una etapa evolutiva simultánea, f) existencia de un guía organizador, modelo o mentor, y de ideales determinados, que conceden al intervalo temporal significación, g) cultivo de un lenguaje trasversal, concebido como organismo vivo y con metabolismo mudable y activo; y por último h) anquilosamiento o presencia crepuscular de la generación precedente. Conviene meditar cómo se reafirman estas cualidades en la voz de cada poeta y en su carácter reflexivo e introspectivo. En la voluntad común del 27 la conciencia de grupo y amistad está presente en los recuerdos autobiográficos y en las variadas manifestaciones escritas de sus integrantes. Así lo reflejan los prolijos epistolarios, donde se hace sustrato la voluntad de recalcar, con más o menos intensidad, una estela común, y se percibe en las abundantes dedicatorias mutuas a medida que el quehacer creador afronta iniciativas y deja constancia de la pluralidad estética. El poeta y ensayista Francisco J. Díaz de Castro analiza así la vigencia del aporte plural:   

              El hecho de que no se resistieran al uso –ajeno y propio de la palabra “generación" a  la vuelta de pocos años pudo deberse a varias razones a la vez. Una de ellas, a la modernidad de un concepto que tanto Miguel de los Santos Oliver, como Azorín, como Ortega, entre otros, había esgrimido para sustentar una visión de la literatura reciente y que, entendido de manera laxa, les ajustaba bien. Otra posible razón obedece a una estrategia literaria nada ajena al diverso propagandismo de las vanguardias, que en ellos estaba reforzado por el intenso sentido de amistad.[3]

    En esa convivencia de contemporáneos que constituye casi una actividad permanente, Vicente Aleixandre conforma una personalidad paradigmática. Ilustra en el conjunto el maltrecho continuismo poético que provocó la Guerra Civil de 1936-1939 y el inacabable itinerario de la dictadura. Con sitio propio en el entorno anquilosado de la España interior del franquismo, se convertirá en figura esencial con un resonante itinerario creador que culmina con la concesión del Premio Nobel de Literatura. Desde su sedentario estar en la casa de Velintonia 3, en el madrileño Parque Metropolitano, creó durante medio siglo un ineludible punto de observación de la realidad poética española. Fue el vigía ejemplar. Escucha y centinela siempre insomne, y generoso mentor de amanecidas poéticas...".

VICENTE ALEIXANDRE: el vigía ejemplar

JOSÉ LUIS MORANTE

Université Jean Monnet

Saint Etienne

Congreso: NUEVAS PERSPECTIVAS SOBRE LA GENERACIÓN DEL 27



[1]  Nuria Rodríguez Lázaro, Dios es azul. Poesía y religión en la Generación del 27, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2015.

[2] Julius Petersen, Filosofía de la ciencia literaria, México, primera edición en castellano en Fondo de Cultura Económica, 1946.

[3] Francisco J. Díaz de Castro,  Poesía, pasión de vida. Ensayos y estudios del 27, Málaga Centro Cultural de la generación del 27, 2001, pág.  13.

[4] Luis Cernuda, «Vicente Aleixandre» (1950), recogido en Prosa II, en Obra completa volumen III, edición a cargo de Dereck Harris  y Luis Maristany, Madrid, Ediciones Siruela, Colección Libros del Tiempo, 1994, pág. 201.


lunes, 5 de octubre de 2020

EL CRISTAL DE LA RÉPLICA

Claridad

 

MÁS ALLÁ DE LA RÉPLICA

sé lo que sé, e ignoro si he sabido

VICENTE ALEIXANDRE

   Mantiene una lucidez extraña. Solo aparece cuando no hay nadie alrededor. En compañía, sus réplicas son prolijas especulaciones.

  La voracidad digital alienta un semillero abierto de actitudes: humor, inquietud, rencor, desprecio, ternura, alegría, desánimo, sospecha… Son semillas que exponen en público el sustrato interior de una identidad. Al cabo, “Dime qué sentimiento quieres crear en el otro y te diré quién eres”.

  Más allá de las conversaciones, tarda en desvanecerse la sensación de dolor cuando nos contradicen los que amamos. Como si la lógica argumental fuera un peso muerto que aplasta los afectos y no dejase respirar.

  Mi sinceridad necesita una enérgica corrección. Debo callar más, hacer caso al letal silencio del escepticismo.

(Apuntes del diario)

 


jueves, 18 de junio de 2020

ISABEL REZMO. OPIUM

Opium
Isabel Rezmo
Editorial Nazarí
Colección Daraxa
Granada, 2019 

VUELOS DE LUZ



   En Isabel Rezmo (Úbeda, 1975) nunca decae una activa vocación indagatoria. Impulsa la práctica de talleres literarios, la gestión cultural, el afán colaborador en revistas y la mirada poética. Tantos enfoques conforman un cuerpo unitario en el decurso existencial, donde se van secuenciando las sucesivas entregas. La primera de las cuales, Paisajes de una dama (2013), se reeditó de nuevo en 2019, año de amanecida del poemario Opium. Es un conjunto de poemas integrado en la colección Daraxa de Editorial Nazarí y dedicado a Inma J. Ferrero, poeta, directora e impulsora de la revista digital Proverso.
   El título del poemario recordará a algunos lectores una ficción ya clásica del poeta y novelista Jesús Ferrero, quien publicó en 1985 un relato de iniciación sobre los misterios del deseo y sobre las huellas sentimentales que el contacto con el otro deja en nuestra piel. Sin embargo en las citas de apertura solo se oye la voz de dos referentes culturales, Vicente Aleixandre y Jean Cocteau, dos autores pasionales que casi nunca eluden la celebración del cuerpo y sus convulsiones en el ánimo del yo.
   Isabel Rezmo vuelca su discurrir reflexivo en poemas en prosa. Esa estrategia expresiva crea un ritmo de serenidad y andar lento, de búsqueda indagatoria en el pensamiento del vuelo de luz de lo vivido.  Desde el ocaso, en esa acuarela suave que diluye el discurrir del día, se van acumulando los indicios del pensamiento. El recuerdo adquiere la fuerza del sedimento donde se asientan los pasos de la incertidumbre; no hay camino trazado sino una senda oculta de tanteos que puede concluir en el abismo. La escritora también recurre al verso libre para acometer las mutaciones del ánimo, esa sensación de inquieta soledad, de habitar un tiempo de crisálidas.
   En el avance del poemario queda patente la dimensión metafórica y la inclinación del poema al velado enunciativo para que emerja un claro aporte surrealista –aquí si se percibe el magisterio del Vicente Aleixandre de Pasión de la tierra y Espadas como labios. La imagen, los nexos lógicos o las relaciones semánticas crean una expresión más hermética, como si el hilo argumental impulsara una realidad distorsionada por el onirismo: “Morir. He muerto. / Casi a las dos después de este cancionero. / Las pisadas mojan los parques / a la altura de mi cadáver. / El trino diluido en los tejados a las ocho menguante”.
   Isabel Rezmo nunca deja al sujeto poético a la intemperie; le hace depositario de un sentir pleno que elude su condición perecedera y forzada a la extinción para que cuaje en su existencia un erotismo sensorial que contagia el lenguaje. Queda patente en estos versos iniciales del poema XLVII: “Se mueve tu piel / labio a labio, / espuma a espuma en el vientre. / Se mueve en dos segundos certeros / de la boca a otra boca, / a otra ingle, / a otro tacto. / Se mueve solo / al pie de una cintura / amotinando la muerte".
    En cita de J. Cocteau, acogida en el libro, se clarifica la semántica de opio como una revelación, como un impulso revolucionario, como una fuerza de mutaciones y cambios. De esta manera el opio se hace símbolo también de la propia escritura poética.  Quien habita el poema no deja certezas sino implosiones que estallan dentro y transforman la identidad. Tras la creación va emergiendo el vacío, la sensación de soledad extrema que se hace piel en el espíritu del yo. El tramo de cierre ya no busca la potencia germinal del amor sino la brusca senda del pensamiento. Ese trayecto descubre la radical soledad del sujeto, cuando la religión tradicional no propaga  sus dogmas. Sobrecoge la voz despojada de creencias y se alerta también sobre la conciencia social al reivindicar un estar igualitario y digno, lejos de esas sombras marginales que empuja la pobreza. Como en Miguel Hernández, gime el dolor del hombre de carne y hueso y la conciencia de esa soledad que va apagando en la memoria recuerdos y vivencias hasta convertirla en un espacio en blanco.
  Fiel a unos esquemas expresivos singulares, Opium de Isabel Rezmo es una escalada de interrogantes. Sus claves apuestas por un lenguaje que entremezcla intensidad emotiva y un discurrir pautado por el ideario surrealista. Los poemas ponen techo al amor como paisaje de gozo celebratorio. Pero también a un existir tortuoso que percibe un ahora convulso. El respirar diario acrecienta la impotencia del sujeto ante un paisaje moral ruinoso, donde la palabra toma cuerpo para resistir. Al cabo, como escribiera J. Cocteau, la poesía es una actitud, una rosa inclinada, una ética.

José Luis Morante


   






martes, 16 de junio de 2020

VACAS EN VUELO

Espejismos
Archivo
de
ETSY


VACAS EN VUELO


   Las mentiras son vacas en vuelo; sus múltiples estómagos contienen una fabulosa capacidad de demonización. Atribuyen actitudes, pensamientos y opiniones a sujetos privados y personajes públicos que, de inmediato, son objeto de una exigente lapidación digital. Acaba de suceder con el cardenal Cañizares, un prelado tosco y ultraconservador que no ha dicho una palabra sobre las vacunas del Covid y sus componentes… Pero hasta cinco periódicos nacionales han propagado el bulo y jaleado a los inquisidores de turno. La red ha hecho el resto: todo, incendio laico y cenizas.

   Para su estado mental, la inteligencia sería un neologismo.

   En España la crítica como hacedora de cicatrices goza de una hinchada entusiasta, de fondo norte. Lo corrobora una miscelánea que enaltece al reseñista entronizado por sus mamporros. Él, tan feliz de ser  peso pesado en la página; y rendidos de admiración los aplaudidores. Muchos. Generalizo, porque no pude contarlos; tiré el libro a la papelera el mismo día.

   Sospecho que hay amistades que no pasan de ser ejercicios de minificción. Cuentos diminutos. No importa; de inmediato, la alegría, el mejor ejercicio de resistencia.

  Con el paso del tiempo, algunas identidades no se hacen más sabias ni más éticas. Lo compensan con un cinismo voluminoso. De talla grande.

   Sigo distribuyendo la antología Ahora que es tarde (La Garúa, 2020); la selección de poemas fija su mirada en el pasado para ubicar cada libro en su contexto, como pone de relieve el trabajo introductorio de Antonio Jiménez Millán. Pienso en Vicente Aleixandre; es verdad, la muestra es un “retrato con nombre”.

(Diario del encierro)






jueves, 30 de enero de 2020

JOSÉ ANTONIO SANTANO. MARPARAÍSO

Marparaíso
José Antonio Santano
Ilustración de cubierta: Miguel Arias
Primer Premio  del XXIV Certamen de Poesía
Rosalía de Castro
Casa de Galicia en Córdoba
Diputación de Córdoba, 2019  


UN LARGO VIAJE


   La ilustración de portada de Marparaíso reproduce un retrato de Vicente Aleixandre y un poema autógrafo del artista Miguel Elías, elaborado en técnica mixta. Evidencia, como el neologismo del mismo título, la sensibilidad que rezuma esta nueva entrega de José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957) incansable caminante de un largo itinerario poético de casi veinte libros, con reconocimientos continuos, cuya fertilidad prosigue intacta como aseveran las recientes salidas, Cielo y chanca y Tierra madre.
   La voz del tiempo ha silenciado un tanto el magisterio del maestro del 27 y su legado poético que obtuvo en 1977 el Premio Nobel de Literatura. La mutación de referentes culturales en el fin de siglo y en las nuevas décadas digitales ha puesto púlpito a otras presencias canónicas y ha dejado en silencio itinerarios que un día fueron columna vertebral como el de Vicente Aleixandre. Nacido en Sevilla en 1898, pero intensamente ligado a Málaga desde los dos años, por un traslado laboral paterno, Aleixandre preservará siempre en su ideario poético aquella ciudad del paraíso, abierta a un mar azul y en continuo vaivén, hecho felicidad y belleza. Sería en el pueblo abulense de Las Navas del Marqués, ya en los años juveniles, donde arrancaría su vocación poética de la mano de Dámaso Alonso, compañero generacional con quien iniciaría una larga aventura personal nunca finalizada en el tiempo. La frágil salud condicionaría su participación en eventos comunes en los que definen los miembros integrantes del grupo del 27, como el Homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla, pero Velintonia, 3, su casa familiar, tras los estragos de la guerra incivil, será siempre diálogo hospitalario y lugar de encuentro por donde pasaron las voces emergentes de la poesía de posguerra y amigos y maestros que buscaron en Aleixandre comprensión, apoyo editorial y amistad. Estas son las claves biográficas esenciales sobre las que amanecen los cálidos poemas de Marparaíso.
   El material paratextual del poemario recurre a la memoria de algunos escritores que conocieron a Aleixandre e intimaron con su complicidad afectiva: Leopoldo de Luis, Blas de Otero, Pablo Neruda y Antonio Hernández, una selección aleatoria porque fueron mucho los visitantes de aquella casa en el parque metropolitano madrileño, junto a la ciudad universitaria. Todos coinciden en cumplir con una verdad diáfana que habla de la acogida del poeta y de su mano permanentemente tendida a la amistad y a la poesía.
   También José Antonio Santano resalta en su emotiva dedicatoria el humanismo del poeta y su acendrado magisterio intergeneracional y hace del mar de Malaga un símbolo de plenitud renacida, abierto al goce sensorial y a la profundidad del pensamiento en la callada umbría de la tarde. Con una luminosa construcción formal, el poeta va reconstruyendo secuencias de la memoria en una evocación que recobra las voces del pasado. Amanece de nuevo aquella inocencia intacta del niño que se asoma a un sueño tangible y abrasadoramente vivo, que convulsiona la contemplación, como si fuese un deslumbrante paraíso. Aquel refugio edénico queda, con sus juegos de luces y su horizonte desplegado, en los primeros pasos de la infancia, cuando perdura intacta la inocencia y la intrahistoria del yo es solo un fulgor auroral, sin mácula ni sombras.
   Ya se ha comentado el papel esencial en la biografía del poeta que juega el recordado domicilio del poeta en Velintonia 3, hoy casi abandonado inmueble por la desidia municipal y por la falta de recursos privados para convertir el simbólico edificio en casa de la poesía. El lugar da nombre al segundo apartado del poemario. La elegía recupera el lento deambular de tardes y otoños donde se fue gestando la vida sentimental del poema, ese entrecruzado de amores y decepciones, de apariencias y sobreentendidos que protagonizó una sensibilidad que conoció con frecuencia la soledad y el silencio. También los encuentros se fueron acallando en el tiempo para convertirse en patrimonio efímero, sombras calladas en una noche oscura que solo deja leve caligrafía en la memoria.
  De esa tenaz lucha contra el tiempo se nutren los poemas finales, compilados en “Nacimiento último”, cuando el amor se convierte en epifanía del deseo. Es la llamada de los cuerpos la que rompe el silencio y hace de la grisura mediodía. En esa caminata interior se diluye la senda colectiva de un país que no sabe borrar de su epidermis colectiva los estragos de la guerra incivil, ni el reguero de muertos anónimos que busca todavía la paz brumosa de los cementerios. El poema final “Duele este silencio” hace de la muerte ese magma de silencio y olvido en el que se diluyen las palabras, como si el tiempo hubiese fondeado en una inmensa grieta.
   Emotivo y germinal en su discurso narrativo, con lenguaje claro y transparente y un componente argumental que muestra su fidelidad al perfil diluído de Vicente Aleixandre en las hechuras del tiempo, Marparaíso hace de la evocación un homenaje de amplio espectro. En sus poemas caben la idealización de la infancia y los avatares históricos, el amor, la amistad y ese rumor callado de la muerte, largo viaje de un trayecto vivido en el que se pronuncian el cero y el vacío.

José Luis Morante

    
  





     











martes, 7 de enero de 2020

ENTRE LA NIEBLA

Paseo


A SOLAS

                                                     esta lírica mano azul sin sueño

                                                          VICENTE ALEIXANDRE

Delgada luz.
Humedecen las manos
peces de niebla.