Libro de familia
Hilario BarreroColección Abezetario, El Brocense, Cáceres, 2012
El transcurrir poético de Hilario Barrero
(Toledo, 1948) parece tener un cierto carácter discontinuo. Su carta auroral, Siete sonetos, se edita en 1976, dos
años antes de su traslado a Nueva York, donde desempeñará una fértil labor
docente en la universidad. Ya en 1999 publica In tempore belli y abre el tramo de madurez con las entregas Luz Ilesa, el cuaderno Agua y humo y su aportación más
reciente, Libro de familia, volumen
que compendia la lírica de la última década.
Todas las composiciones de la sección
inicial, “Predadores”, incluyen la palabra “luz” y comparten un similar enfoque
elegíaco. No es una claridad auroral, de amanecida, sino la luz de la casa
encendida en el regreso; la mirada de vuelta que hace balance de mudanzas.
Quien retorna es otro y siente su cuerpo apagado y distinto. De esa condición
frágil se derivan las estampas situacionales en las que también los sentimientos
llevan fecha de caducidad. La imagen del protagonista verbal en la madurez
contrasta con la ufanía de un muchacho apoyado en la esquina de la plenitud,
todavía inconsciente de que cualquier emoción antes o después se integrará en
el río del olvido.
Resalta en este apartado el poema
“Predadores”, con un cierre para la memoria del lector: “Que entre la
destrucción al menos queden / tus ojos, la fecha y el nombre que te di, / que
quede nuestro amor. / Nada perdurará y tú lo sabes. / Ni siquiera este amor ".
En “Silla para la muerte” los matices del
desgaste se acentúan; el ser de las cosas adquiere un epitelio de moho y
abandono y el sujeto textual se convierte en observador de la carencia. La
decrepitud se multiplica; está entre los fondos pictóricos de una pinacoteca,
en la sombría quietud del cementerio, entre los viejos sentados a la puerta de
un casino o en el ajuar gastado de un museo diocesano. Son escenarios
diferenciados, pero todos cobijan los netos indicios del ser para la muerte.
La parte final, “Libro de familia”, ofrece un
panorama desencantado y sombrío de la sociedad finisecular. La voz poética se
objetiva para narrar con precisa sencillez observaciones capturadas en el quehacer
existencial comunitario. De este apartado se hace materia prima el joven
desconocido que conserva en su representación plástica la atemporalidad de una
belleza inmarcesible, pero también lo oscuro, el dolor de los padres que en la
sala de espera, tras el resultado de una operación quirúrgica. Se incorporan al
devenir poético biografías ajenas en las que se cumple el ciclo de la vida, no
sólo en el deterioro de la fisiología sino en el desconcierto de tantas
esperanzas que el musgo de los días recubrió sin cumplimiento. Más introspectivos, los poemas de cierre de “Libro de familia” dibujan un
autorretrato, hecho de referencias temporales que se
convierten en lejanas secuencias, como si fuesen el patrimonio afectivo de un
desconocido. Las composiciones ralentizan el
tenebrismo, ese instante del encuentro con una muerte real, cercana, vencedora,
capaz de borrar la existencia de la madre, o de dar cita al
recuerdo de las vivencias compartidas.
Hilario Barrero se ha ganado el aprecio de todos al verter a
nuestro idioma la poesía de Jane Kenyon, Ted Kooser y Donald Hall y ha dejado
muestras de otras facetas de su escritura en sus abundantes páginas
autobiográficas y en su libro de relatos breves. Ahora, con Libro de familia completa retrato
literario con poemas hechos de heridas sentimentales, tachaduras y rescoldos.
Poesía cernudiana, de aire clásico, tanteos de una meditación evocativa que mide el paso de lo temporal.
Muchas gracias! A punto de volver a NY me llevo conmigo esta mirada tuya tan penetrante e incisiva.
ResponderEliminarGracias por tu hermoso regalo, al que no he podido corresponder todavía. Si no nos hemos visto en el sosiego de Rivas o en calor estival de Madrid, nos veremos entre las líneas verticales de Nueva York, una ciudad que siempre invita al regreso. Un abrazo fuerte.
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