Miguel Ángel Contreras
Bartleby Editores, Madrid, 2012
El preludio que abre Libro de precisiones, de Miguel Ángel
Contreras (Guadix, Granada, 1968) dibuja una situación de lugar, vivida a
diario por los habituales del suburbano de la gran ciudad: el viaje constata
que habitamos un vagón repleto de soledades, sin otra conexión que la cercanía
física. De esa circunstancia contextual de mínimo contacto se puede hacer una
lectura simbólica: el ser existencial vagando en las arenas de su propio
desierto interior. De ese modo el protagonista textual deambula por un tránsito
aleatorio en el que debe encontrar rutas hospitalarias, a pesar de que “El
desierto se hace opaco, / como una incesante oquedad abierta, / una oquedad que
se abre eterna / y se desmorona lentamente / casi de forma ingrávida”. El
trascurrir propicia un paréntesis vital de conocimiento reflexivo; en esa suma
de pasos aleatorios están algunas de las respuestas que esclarecen la identidad
del yo, un ser semejante a una sombra de difuso contorno.
Conocer nuestros límites enseña a
buscar razones para no contaminarse por el humo de lo cotidiano, hecho de
propósitos baldíos. Los estrechos logros que alientan las metas no sobrepasan
la posesión material y contradicen aquel espíritu machadiano que predicaba la
levedad, el caminar ligero de equipaje. Progreso y materialismo no son sino
altares con falsos ídolos al sol.
El desierto es un lugar físico,
único a la aridez y a la intolerancia climática. Define nombres propios que
están en las páginas de los estudios geográficos. Pero también el desierto es
una sensación, una inquietud que habita en cualquier recodo del camino. El
desierto es Petra y Cartago, Madrid o Barcelona, Lisboa o París; un subsuelo
abierto que pone en comunicación con el tacto gélido de la soledad.
Si los poemas iniciales comparten
un clima escritural uniforme, definido por esa continua sensación de orfandad y
retiro, el segundo conjunto poemático, “Variaciones en la piedra”, mantiene la
indagación de la conciencia en su propio deambular. El protagonista textual se
difumina, cede protagonismo al entorno. El ser ya no es el centro de gravedad
de las palabras, sino la materia y el paisaje, las formas que aglutinan
opciones entre el equilibrio y el caos. Ya no es la intimidad el lugar de la
palabra sino el contexto, la geografía concreta, la soledad de la materia:
“Vengo a la región de la materia, al espectro / visible que descubre el
paisaje, / al caos y al equilibrio “.
La impresión que domina en los
breves poemas de Libro de precisiones
es el esfuerzo baldío de un náufrago que lucha contra la corriente y que aflora
a la superficie para llenar de aire los pulmones. Los versos que cierran el
poemario dibujan un bregar esperanzado, capaz de poner un poco de calor en la
piel del invierno. El futuro no es sólo una palabra: “no dejo de sentir cada
mañana / que lo mejor siempre está por llegar.”
Suena mucho este libro, es uno de mis pendientes.
ResponderEliminarIncansable amigo, una y otra vez tu latido cercano anima el blog. Entiendes además cuántas horas hay de lectura detrás de cada texto, cuántas letras perdidas se nos quedan en el bolsillo de lo no cumplido. Vuelvo en unos días a tus poemas. Necesito adivinar claves, justificar adjetivos, percibir el clima emocional... El lector es el yo desdoblado que perdimos en los estantes de cualquier biblioteca. Abrazos.
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