Daniel Rodríguez Moya
Visor, Madrid, 2013
XXXIX Premio Ciudad de Burgos
Lo que hace singular a un libro como Las cosas que se dicen en voz baja es su
capacidad para generar interrogantes y expectativas que reflejen las huellas digitales del presente. Su autor, Daniel
Rodríguez Moya, nació en Granada en 1976. Su labor creadora se compone de los
poemarios Oficina de sujetos perdidos,
El nuevo ahora y Cambio de planes, que han propiciado su inclusión en muestras como Poesía ante la incertidumbre. Además ha
preparado aproximaciones al mapa lírico nicaragüense y una antología de Ernesto Cardenal.
El título de su último poemario, reconocido
con el Premio de poesía Ciudad de Burgos, es un eco de un conocido verso de
Ángel González: “Me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja”. Predomina en
estas composiciones un tono existencialista que en su inicio está ligado al
sentido de la palabra poética, a su esfuerzo por dialogar con lo esencial de
las cosas que hallan puerto franco donde guarecerse, cuando
la confusión pone telarañas sobre el pensamiento.La realidad se muestra fragmentaria, oculta
la claridad del sentido y siembra indicios en un desorden manso que
difumina el itinerario de la conciencia. La intuición es esencial
para captar el murmullo de fondo que encubre los gestos cotidianos.
Si en el primer tramo, los versos
formulan sentimientos e ideas sobre las palabras, en el siguiente apartado, "Apuntes para un retrato generacional”, irrumpe el rumor inquieto de lo social.
El yo poético no es un sujeto abstraído frente a las formas vivas de la
realidad ambiental; las palabras se adaptan a las circunstancias externas, ya
sea el lento declinar del exilio, tras la guerra civil, o la situación
dramática de la pobreza que busca en los raíles hacia el norte un camino de
esperanza. Los versos,descriptivos y testimoniales, aportan
relumbres de esperanza en rincones aparentemente desconectados entre
sí.
Frente a la zona umbría de lo real, llena de
óxido y aristas, existe un espacio diáfano y habitable, no contaminado por la
fragilidad, en el que sucede el hecho extraordinario de la normalidad –del que
tanto escribiera Jorge Guillén-, que depara sensaciones gozosas y propicia
versos celebratorios. Abunda esta visión auroral en el último tramo de Las cosas que se dicen en voz baja. Pero,
como sucede en apartados anteriores, los hilos temáticos no son uniformes; está
el amor, esa felicidad con tacto de lluvia, y está la muerte, en el hombre tendido en la playa, con los labios morados y los ojos
sin luz. A veces la celebración se hace homenaje al recrear los años
infantiles, una cronología edénica llena de puentes hacia la felicidad, o se
torna gratitud hacía el magisterio poético de Claribel Alegría, la gran poeta
nicaragüense.
Eduardo Chirinos, José Emilio Pacheco,
Gonzalo Rojas, César Vallejo, Roque Dalton… Casi todo el paratexto del poemario
alude a la copiosa tradición lírica transoceánica. En ella encuentra Daniel
Rodríguez Moya amistades y magisterios, para hablar en voz baja, con esa
calidez sostenida que ensancha la libertad creadora.
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