Cuidados intensivos Arturo Gutiérrez Plaza Ediciones Lugar Común, Lancini Caracas, 2014 |
CUIDADOS INTENSIVOS
En el inicio de Cuidados
intensivos se agrupan citas de Enrique Lihn, Seamus Heaney, Wislawa
Szimborska y Czeslaw Milosz, como si el aserto coloquial del título, sugeridor de motivos confesionales, se arropara en el abrazo de una tradición
diversa que permite caminar entre una soledad acompañada. Arturo Gutiérrez
Plaza (Caracas, 1962), poeta, ensayista y profesor universitario, ha
protagonizado un amplio quehacer literario. Sus propuestas
líricas arrancan en los años noventa con Al margen de las hojas (Monte
Ávila, 1991). Aquella entrega abría puertas a una etapa anclada en la memoria
vital y en las difusas fronteras del pensamiento evocativo, pero también en el
sondeo cómplice de una biblioteca cercana que aposenta compañeros atemporales. Ya en el umbral de la década retorna a la poesía con De espaldas al río (1999) y prosigue con
Principios de contabilidad (2000), Pasado en limpio (2006) y la obra que
ahora nos ocupa, Cuidados intensivos (2014).
Son libros que permite explorar la continuidad en el tiempo de una mirada
lírica sin fracturas en su discurrir y sin cambios bruscos en la consolidación
de un espacio reconocido con espaldarazos como el Premio de Poesía Mariano
Picón Salas, el Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz y
el Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana.
Al indagar el legado de Arturo Gutiérrez Plaza se percibe en el orden cronológico un venero argumental que aglutina el desconcierto del sujeto al
habilitar pactos imposibles con la realidad, la derrota de los sueños, la
renuncia a la inocencia o la soledad de un protagonista que se vislumbra a sí
mismo sometido a un ventisquero desapacible. Existir es erosión y pérdida.
En Cuidados intensivos se
despliega con lucidez un sondeo en los espacios interiores de la identidad que
aglutina siete secciones. En la primera, “Antesala sin diván” la voz poética
nunca pierde de vista el desgaste cotidiano; no hay grandeza épica sino
asunción de un fracaso que requiere la terquedad de una leve ironía para huir
del patetismo, con esa distancia objetiva que propicia la madurez que aprende a
convivir con el roce de los recuerdos.
Cuando el ahora se convierte en marco temporal se confirma su estar
desangelado; su discurrir deja el cauce de un tiempo de pérdidas que
convulsiona profundamente la dermis del hablante. Se percibe en composiciones
como “Urgido en ti”, una elegía que medita sobre la oscura despedida que
propicia el silencio final. Excluida la complacencia en la espera cotidiana, la
melancolía deja oír su voz apaciguada en una caligrafía de recuerdos como los
acogidos en los apartados “Anotaciones de invierno” y “Postales del Midwest”
que se convierten en “efímeros testimonios de una vaga intimidad”, pero también
en un enunciativo retrato del contexto americano que en algunos momentos recuerda
a la plástica de Hooper o a los concisos poemas inquietantes de Raimond Carver.
El conjunto poético “Obreros en la vía” añade una mirada social, hecha
con los trazos asimétricos que marcan nuestro tiempo. En el escenario poliforme
de México el poema “Renuncien a defender las buenas costumbres” contiene de
forma casi literal las respuestas del narco Marcola, uno de los jefes de los
cárteles del narcotráfico que legitima su oficio entre la miseria periférica
de la urbe, la migración, el control territorial de las bandas ante la
ineficacia del poder político y la ausencia completa de cualquier rastro de
conciencia: “Renuncien a defender las buenas costumbres. / Estamos en el centro
de lo insoluble. / Como dijo el divino Dante: “Pierdan las esperanzas, estamos
en el infierno”. La emulación de la prepotencia verbal del hablante refuerza
una opinión trasgresora, un enfoque que asienta el alcance de lo paródico. Otra
composición, “Paseo de la Reforma” concede al hilo narrativo una ubicación
concreta al mencionar la avenida más importante y emblemática de Ciudad de
México, centro de celebraciones, hechos históricos, manifestaciones populares y
actividades cívicas.
La coherencia temática de ese apartado convierte a la urbe en
ubicación espacial. Los poemas contienen diversos elementos plásticos y
resaltan impresiones en las que domina el sentido crítico. Otra vez la ciudad
se hace lugar desapacible, adquiere el sentido de sitio germinal del
desamparo. Véase, por ejemplo, “Los secretos vicios de Tenochtitlán”, donde los
secundarios que pueblan el poema semejan identidades acuosas. Como si reiterase
el retorno de Ulises a Ítaca y su síndrome del viajero continuo, los versos
acogen el impacto emocional de la extrañeza, tan bien reflejado en “El extranjero”;
cada sujeto es un ciudadano común de trazos indescifrables, incapaz de
adaptarse al entorno.
En “Confesionario” se agrupan las composiciones que refrendan el amor como
un pacto de solitarios. Da igual si la otra identidad es una forma imaginada en
la espesura del sueño, o una piel habitable que cruza las aceras del deseo; la
voz del sujeto encuentro en sí una implosión sentimental capaz de argumentar
sentidos en el afán diario.
La disposición temática del poemario convierte al tramo “Anteversus” en
un apartado metaliterario que inquiere las razones del poema. Pero lo poético
no se percibe desde el mirador hermenéutico de la teoría conceptual sino desde
una voluntad cercana, empeñada en cobijar en el poema el paso consciente de la
realidad, “esa trama de instantes indispuestos al olvido”, una red de palabras
empeñadas en descifrar los misterios del yo para explicar el mundo.
En los textos de “Abrevadero” se respira un aire aforístico. Los poemas
en prosa se resuelven como mínimos islotes en los que dialogan lírica y
filosofía: “La escritura no es anterior a las palabras, no obstante siempre
estuvo en su interior, esperando germinar”. El poema en prosa se acerca a la
máxima, busca en lo mínimo destellos en los que vibran juntos el pensamiento y
la emoción: “Aprender a escuchar el silencio. No hacer silencio sin escuchar”.
Al abordar el cierre del poemario se evidencian dos aspectos que
mantienen una rigurosa coherencia con la escritura de Cuidados intensivos: unas breves notas en las que se comentan los
pormenores que estuvieron en el germen de algunas composiciones y el epílogo
crítico de Miguel Gómez, junto a una posdata de Arturo Gutiérrez Plaza.
Subjetiva y existencial, la voz lírica de Cuidados intensivos aborda un despliegue de opciones en el que se
entrelazan el paso autobiográfico del sujeto y la dimensión social de la
actualidad histórica. Nace así una poesía de dicción coloquial, una meditación
lúcida que profundiza en los espesos enigmas de siempre: el amor, el tiempo, el
lenguaje y la muerte, esas estaciones que jalonan el deambular hacia la
atardecida.
Los seguidores del blog y los lectores saben ya mi admiración por la geografía poética de Venezuela y mi dedicación a nombres esenciales de la lírica actual. Debo esa actitud a la poeta Gabriela Rosas, que me demostró que mi conocimiento parcial necesitaba nuevas puertas. también agradezco la generosidad editorial de Marlo Ovalles y David Alejandro Malavé, que han llenado mi casa de excelentes títulos... Un gran abrazo y seguimos trabajando juntos.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por leernos y tomarte el tiempo para reseñar títulos de nuestra geografía poética, de una forma tan variada y completa. Valiosa lectura y paisaje nos ofreces. Es maravilloso contar con compañeros que también se empeñan en compartir este gusto por nuestro trabajo. Te dejo un fuerte abrazo, agradecido. Seguimos. Juntos somos más.
ResponderEliminarGracias José Luis por acercarnos con tus análisis la poesía de compañeros que parecen tan interesantes. Como dice el comentario anterior Juntos somos más. Abrazos amigo!!
ResponderEliminarme paso media vida leyendo, querida Luis; la otra media descanso mientras leo: Y un placer encontrar siempre una mirada receptiva y cómplice, como la tuya. Un fuerte abrazo, poeta.
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