Ventana de emergencias Ángel Manuel Gómez Espada Huerga y Fierro Editores, Poesía Madrid, 2018 |
SIEMPRE ES LUNES
Codirector de la revista digital El
coloquio de los perros y opositor activo para integrarse en la docencia,
Ángel Manuel Gómez Espada (Murcia, 1972) se incorporó a la poesía en la
amanecida del nuevo siglo con Melodías en
la otra orilla. Casi tres lustros más tardes aparece Cocinar el loto, que sirve de apertura a una etapa creadora en la
que se suceden plaquettes y libros como Postales
en un cajón de galletas, todavía inédito, la reedición de Los hijos de Ulises y el cuaderno Hotel
Baudelaire. Son entregas en las que emana una perspectiva existencial
marcada por la circunstancia histórica, que podría integrarse en el marbete
crítico, siempre difuso en sus límites, “poesía de la conciencia”, o, con mucha
más precisión conceptual, en los esteros del
neorrealismo social, cuyos temas básicos son la habitable frialdad de lo
contemporáneo, tan necesitada de ventanas de emergencia, la objetividad de un
entorno que ha perdido el asombro y marca un tiempo donde siempre es lunes y el
poblado laberinto interior, repleto de sombras e incertidumbres, casi nunca
contagiado por las coordenadas sentimentales.
Ángel Manuel Gómez Espada descubre de inmediato su manera de entender el
hecho literario. Así lo muestran con lapidaria objetividad los dos
poemas-pórtico que sirven como destructores de tópicos. En “visita
inesperada” se recupera un asunto jaleado por la historiografía ensayística: el
concepto de inspiración. Frente al ideal romántico del poeta perdido en la
ensoñación y en las nubes de lo trascendente, el enfoque neoclásico postulaba
una escritura que hace de la razón principio cardinal para regular el vuelo creativo con itinerarios de sencillez y contención. El poeta murciano
concibe el término como una noción íntima en la que habita el concepto de
resistencia personal; la voluntad del sujeto es capaz de mudar las
circunstancias individuales en emoción estética, en un oficio capaz de
“desnudar las dudas”.
El espacio urbano y sus mutaciones se convierte en el líquido amniótico
del poema, pero no para dispersar elementos formales sino para propiciar un
espacio existencial en el que se expande el oxígeno de lo personal. Es un lugar
de encuentro en el que se entrelazan la umbría, los afectos, y ese espejismo
esperanzado que hace del futuro semilla y certidumbre. Pero en él caben también
los desahucios de tantas utopías y los daños colaterales de la crisis que
convirtió a muchas identidades en náufragos incapaces de hallar la tierra
prometida: Nunca busques supervivientes / entre las ruinas. / Podrías encontrar
/ a quien menos te lo esperes. / A ti mismo, / por poner un ejemplo”
El profundo surco de lo cotidiano obliga a diseñar algunas estrategias
de supervivencia. En ellas juegan papeles esenciales la evocación, aunque nunca
idealice esos latidos del tiempo pasado, o las presencias afectivas que dejan
en el hombro con hombro un lugar habitable. La amistad sabe el color del
silencio. Así lo refleja el poema “Reencuentro con amigos” que aborda con
acierto la necesidad de una textura sentimental que propicie anclajes en la
fragmentación de una realidad absorbida por lo erosivo.
El poemario se cierra con una serie ambientada en ese perfil laborable
de la derrota personal en el que van tomando cuerpo incisiones y cortes. Son
las arritmias del existir que tanto contribuyen a cegar los ventanales de la
amanecida.
Concluyo. Una cuestión esencial de la poesía contemporánea es la
construcción del personaje poético. Su moldeo marca el punto del salida del
poema y concede a los versos una naturaleza congruente. En el hablante verbal
de Ángel Manuel Gómez Espada, más allá de las afinidades especulativas entre
biografía y escritura, resalta su mirada crítica y su sentido desmitificador de
la realidad. Alguien mira por la ventana, pero el porvenir no llega nunca.
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