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lunes, 8 de julio de 2019

J. M. COETZEE. RELECTURAS

J. M. Coetzee
Fotografía de
Lifestyle



            J. M. COETZEE: UNA ESCRITURA PARA EL DESASOSIEGO

   Cuando se conoce la literatura de John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940)  la aproximación a entregas posteriores provoca inquietud. Se tiene la certeza de que en el interior de su narrativa no hay pausas ni tiempos muertos. Ante el avance accional el lector se convierte en un ser desasosegado que no puede mirar entornos próximos o lejanos con indiferencia.
   Cada libro de Coetzee es una parábola sobre el comportamiento humano, un subrayado oscuro que resalta, con herméticos matices, que el hombre es un descampado en el que encuentran alojamiento actitudes absurdas, las aristas más herrumbrosas de lo sórdido.
   Un buen ejemplo de lo expuesto hasta aquí la podemos hallar en la novela Esperando a los bárbaros que fue publicada en inglés en 1980 y se tradujo por primera vez al castellano en 1989, reeditándose en una colección de bolsillo en febrero de 2003. Unos meses antes, la Academia Sueca le concedía el Premio Nobel de Literatura por su capacidad para escribir relatos que “de innumerables formas reflejan la sorprendente participación de los extraños”. El tema de esta breve entrega ha tenido amplio tratamiento en la tradición; acaso el poema más conocido es el que Konstantino kavafis escribiera en 1904 y que parece ser la fuente directa de inspiración del sudafricano para la síntesis argumental de la novela: en la cotidiana abulia de una comunidad de frontera crece el rumor de una invasión de los nómadas del desierto; para combatir el supuesto peligro se desplaza un ejército, cuyas formas de combatir tienen poco que ver con la legalidad de la autodefensa. En poco tiempo, la presencia continua de los cuerpos armados en aquel enclave de primera línea va a ocasionar la completa aniquilación de un pueblo, no por la beligerancia de los bárbaros, sino por el  nefasto proceder de los militares. Es la sinrazón del poder que no duda en recurrir a los recursos más abyectos y sanguinarios para justificar su dictadura y para tener una razón de combate.
   El protagonista es un magistrado. La elección del sujeto narrativo no es azarosa: él representa la objetividad de la justicia, la imparcialidad y el equilibrio estable entre causas y efectos. Su experiencia aporta sensatez, distanciamiento, blindaje contra muchas vanidades terrenales y la firmeza de un muro contra la segregación racial. Él se va a convertir en el testigo incómodo de los represivos métodos del imperio; la justicia es un ejercicio imposible porque la convivencia y la garantía de la vida social emanan de de la violencia: un amplio ejército de funcionarios practica la alevosía de la maldad. Dan pervivencia a un sistema e imponen una visión uniforme del mundo a extranjeros y extraños. Los funcionarios se convierten en torturadores y en verdugos. Los bárbaros representan otra manera de entender la existencia; lo que desde la civilización se juzga como una depravación de costumbres no es más que el ejercicio de gestos y pautas de conducta ancestrales, trasmitidos de generación en generación. Aceptar el inventario de valores del otro significa renunciar a los cimientos de una identidad milenaria y la no aplicación de códigos de sabiduría celosamente adquiridos. Por tanto, civilización y barbarie son orillas antagónicas que apenas tienen pasadizos comunes y que están condenadas a transitar por surcos paralelos.
   El discurso narrativo arrastra una gran carga simbólica y evidentes analogías con conflictos del pasado y con heridas del mundo contemporáneo. Así pues, queda abierto el espacio para la especulación. En este libro, más que en cualquier otro del autor, asistimos con desasosiego al choque de dos sueños: el sueño del progreso y el sueño del buen salvaje y el resultado no puede ser más desalentador: otra página blanca de la historia con grafía de sangre.
   Otro título reseñable es  El maestro de San Petersburgo. Esta breve novela, se publicó en 1994, y acaso sea uno de los títulos más extraños del escritor surafricano porque se aleja completamente de sus obsesiones temáticas más conocidas para centrarse en una recreación de un mito de la cultura rusa, el novelista ruso Fiador Dostoievski, cima narrativa decimonónica. Son de dominio público las peripecias relevantes de la azarosa biografía de Dostoievski. Hijo de un médico, pertenece por origen familiar a una clase media acomodada; sin embargo sus intereses y escritos demuestran una simpatía exacerbada por los estratos sociales más desfavorecidos, cuya violencia justifica como resultado de un perpetuado sistema opresivo y totalitario. Se integra en grupos radicales hasta ser acusado de conspirador, lo que originó su arresto y una sentencia a muerte, posteriormente conmutada por cuatro años de prisión en Siberia. Sus obras reflejan con intensidad y crudeza el conflicto del hombre consigo mismo y esa dualidad moral siempre presente entre el bien y el mal en los comportamientos de los sujetos cuya regulación escapa a la voluntad individual; de ahí la importancia de lo psicológico. Algunos de estos avatares se incluyen en El maestro de San Petersburgo cuyo tema es el siguiente: Pavel Isaev, hijastro del escritor exiliado, muere a los veintidós años, en circunstancias poco clarass. El padre regresa para buscar información sobre tal muerte y se ve inmerso en la investigación policial, por un lado, y en el laberíntico nudo de relaciones que frecuentaba su hijastro, por otro. El joven parece comprometido en el clima revolucionario que se vive en Rusia en 1869 y se sospecha que integra una célula anarquista, cuyo cabecilla es Nechaev, un hombre de compleja personalidad, capaz de hacer brotar todas las contradicciones del escritor.
   Dostoivski ha escrito desde la perspectiva de los oprimidos, pero el compromiso revolucionario exige la práctica de esas ideas, el verdadero deseo de cambio social implica la puesta en marcha de la voluntad; la unión de voluntad y deseo forja la identidad del renovador y la coherencia del trayecto vital que halla sentido cuando se rebela contra lo establecido. El regreso de Dostoievski a Rusia es sobre todo el retorno al verdadero planteamiento revolucionario que se incubaba en sus mejores ficciones; es la denuncia pública y el abandono de la tranquilidad burguesa.
   El viaje es también el descubrimiento de la verdadera identidad de Pavel. Huérfano de padre desde los siete años, su hijastro nunca aceptó su presencia junto a la madre viuda y su rechazo materno; el tiempo común estuvo lleno de silencios. La muerte a los veintidós años deja la incógnita de la verdadera naturaleza de sus relaciones comunes. ¿Fue un radical, o un hombre sin personalidad arrastrado por el fanatismo de un  líder?
   El retrato de Dostoievski nos deja un escritor abrumado por su propia situación personal y por los agobios del entorno; no es feliz en sus turbulentas relaciones matrimoniales y pesa sobre él una gran deuda económica por el juego. Ha conseguido un notable reconocimiento público, pero son muchos los que esperan de él una definición más firme que condene el sistema que aploma la vida rusa. El escritor es mucho más vulnerable que la fuerza que emana de sus escritos, la belleza de una simple muchacha, el calor de una mujer en el lecho o sus dudas ante el papel público que debe tomar nos hablan de un ser contradictorio, de una mente asediada que solo en la escritura halla cierta paz.
   La organización del relato es sencilla y en algunos momentos adquiere el formato de una novela de misterio en la que abundan los diálogos, que son el mejor referente para arrojar luz sobre el claroscuro de los personajes. J. M. Coetzee traza el retrato psicológico de un hombre tan convulso como el tiempo vivido.
    Estas dos novelas son el quehacer lector de este verano. Aparco sus ensayos críticos y otros títulos que en su día me convulsionaron. Vuelvo a Coetzee, como quien vuelve al mismo mar de todos los veranos.





lunes, 10 de septiembre de 2018

J. M. COETZEE. SIETE CUENTOS MORALES

Siete cuentos morales
J. M. Coetzee
Traducción de
Elena Marengo
Literatura Ramdom House
El Hilo de Aruiadna
Buenos Aires, 2018



MIRADA CREPUSCULAR


   Hay personajes ficcionales que adquieren un perfil tan real en sus apariciones que amplían su espacio literario y exploran otros tramos argumentales. El Premio Nobel J. M. Coetzee publicó en 2003 la novela Elizabeth Costello. Alentaba una ficción narrativa ocupada en primer plano por una escritora anciana, de extrema lucidez intelectual, con un carácter nómada y dispuesto a exponer sin censuras sus pensamientos sobre los animales, cuyos derechos reivindica continuamente; pero sus intereses integran también otros núcleos discursivos como el sexo, la nutrición vegetariana, los desajustes sociales o las preocupaciones profesionales de la escritura. Elizabeth Costello había aparecido por primera vez en La vida de los animales, libro editado en el cierre de siglo; y más tarde en la novela Hombre lento, aparecida en 2005.
  En Siete cuentos morales J. M. Coetzee da un nuevo impulso al personaje para sondear los desajustes de nuestro tiempo en el tramo final de la existencia. Como si plantease una entrega ética, que no oculta su finalidad didáctica, el autor pone en boca de la escritura reflexiones y claves que definen una sociedad a la intemperie.
   El primer relato, fechado en 2017, sorprende por su levedad argumental; solo un apunte sobre el miedo que siente una mujer al acercarse cada día a una verja custodiada por un perro guardián, Una y otra vez siente la misma humillación aflorando en su dermis y aunque intenta hablar con los dueños nada cambia, salvo su modo de mirar el problema; el odio que el perro siente ante su presencia es ahora el mismo odio que ella siente por la ferocidad animal.
   Los libros de relatos suelen componer mosaicos temáticos con piezas sin conexión aparente; por ello “Una historia” recrea una infidelidad amorosa y el afán de normalidad de una rutina doméstica que apenas deja huellas en los afectos. La mujer implicada en esa infidelidad solo siente en cada cita amorosa una culminación del deseo, un placer exento de cualquier consecuencia moral, como si la situación fuera del matrimonio fuera un elemento virtual, un espejismo del cuerpo que deja en sus ojos un destello de alegría permanente. No siente ningún gesto perverso en su actitud, solo la dicha de saberse amada por dos hombres distintos y la posibilidad de dar a cada uno lo mejor de su belleza.
   Solo a partir del tercer cuento aparece de forma expresa Elizabeth Costello; en “Vanidad” la familia se reúne para conmemorar el sesenta y cinco cumpleaños materno. El afecto de todos añade una sombra de sospecha cuando advierten en la protagonista cambios pintorescos en el arreglo y actitudes poco asimilables desde lo previsible. Son solo gestos de autonomía de quien quiere preservar en el tiempo su forma de estar ante el mundo. También en el cuarto relato, “Una mujer que envejece”   retorna su carácter solitario y su reivindicación de una independencia vital en la senectud, cuando la mirada crepuscular se acrecienta y debe elegir entre el proteccionismo filial o la autonomía existencial que aprenda a caminar sin prisas hasta la última costa. No quiere visualizar un futuro tenebroso sino seguir caminado por la senda de la coherencia, con idéntico modo de pensar y sentir.
    El proceso de senectud y derrumbe de la escritora también se palpa en los restantes cuentos. La madre elige una libertad de movimientos que no someta a sus hijos al quehacer piadoso de cuidar sus rarezas, pero los achaques se agrandan.  Eso explica la elección de una aldea castellana de la montana para vivir entre gente desconocida, que emplea su intelecto de forma distinta. El compromiso animalista de Elizabeth no admite la pasividad. Llena su casa de gastos semisalvajes y de un discapacitado rural que por su comportamiento exhibicionista vive alejado de la familia.
   También la última pieza del libro convierte a la identidad animal en núcleo enunciador a través de un relato bifurcado que mezcla apuntes ensayísticos, fragmentos autobiográficos y reflexiones del hijo ocupado en dar sentido a los papeles de la madre, antes de la pérdida del sentido racional de la escritura.
   J. M. Coetzee es un escritor plural. Ha adquirido resonancia internacional a través de sus novelas, pero sus cuentos –mínimos, depurados, exigentes y con interiores afines a los intereses nucleares del escritor- conforman mosaicos de compleja armonía. Seducen por su sobriedad y por mostrar las entrañas de una escritura crítica, que asegura sin paliativos que la realidad es un problema de lacerante irresolución, casi un laberinto hamletiano que casi nunca guarda sitio y hay que saber buscarlo. 




viernes, 18 de octubre de 2013

J. M. COETZEE. DESARRAIGO.

La infancia de Jesús
J. M. Coetzee
traducción de Miguel Temprano García
Mondadori, Barcelona, 2013
 


DESARRAIGO 
 

Nacido en 1940 en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), J. M. Coetzee, en largo interludio, alumbró una narrativa que se hace crónica descarnada de la segregación racial. En sus argumentos ponía ante los ojos comportamientos humanos conflictivos, con grietas y fisuras. Así sucedía en su título más celebrado, Desgracia. Pero su significativo legado, reconocido en 2003 con el Premio Nobel de Literatura, aglutina también autobiografía, ensayos, traducciones y artículos de prensa que trazan un perfil intelectual que no se siente ajeno a la fragilidad de certezas del presente y se hace cargo de una realidad diversa. Ahora retorna a la narrativa con La infancia de Jesús, una novela que emplea como idea central el desarraigo y cuyo título admite una aparente ambigüedad. En un escenario que no se concreta, el libro se asoma a los flujos migratorios que copan titulares y postulan esas contradicciones de la sociedad occidental que muestra rostros enfrentados, de bienestar y miseria.Un hombre maduro y un niño de poco más de cinco años llegan a un país desconocido. Buscan en un centro de acogida mejores condiciones vitales y hallar a la madre biológica del menor para que ambos puedan tener una relación natural. No son parientes, sólo se conocieron en el barco durante el viaje, aunque el pretendido tutor  ha hecho de la búsqueda un deber de conciencia. Los dos protagonizan un laborioso trajinar entre días insulsos, mientras se proporcionan refugio y seguridad. En la tierra de acogida, sólo la caridad escueta de algunos foráneos permite la supervivencia. Las paupérrimas condiciones existenciales se mantienen sin que la esperanza encuentre sitio. En el lugar denominado Novilla, los que están se limitan a proporcionar elementales ejercicios de ayuda social en los que se refleja una resignada conciencia cívica. Y los que llegan borran cualquier huella del pasado, como si sometiesen su identidad a una drástica mutación que hiciese del exilio y del olvido las claves de un impulso regenerativo que no desea repetir las antiguas vivencias. Así, los dos recién llegados comparten destino y van aprendiendo, poco  a poco, a sobrellevar carencias y a reemplazar sus ilusiones por una mansa resignación. Concentran sus energías en el ahora, envueltos en el tejido áspero de lo inmediato. Esperan que la voluntad de cualquier desconocido aliente una mejora, un mínimo logro,  o se abra un tramo temporal de felicidad. Incluso confían que una mujer, Inés,  escuche al corazón y acoja, sin preguntas, al pequeño como si fuese un hijo propio. Pero el acontecer diario no crea ni siquiera el espejismo del hogar, ni proporciona soluciones durables. En cada aurora siguen la inseguridad y la certeza de estar en un umbral que no franqueará ninguna entrada. El tiempo se ha atascado; el extranjero es una mácula que condena a ser marginado y excluido. Los ojos miran alrededor con una turbación honda, nunca encuentran la implicación emocional de quien está al lado. Las marcas fronterizas y los prejuicios no desaparecen.

jueves, 16 de febrero de 2012

UN PERSONAJE DE J. M. COETZEE.

Desgracia
J. M. Coetzee
Mondadori, 2000

   De todo el corpus narrativo de  J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), releo por tercera vez Desgracia, una obra editada en 1999 y publicada en España por Mondadori al año siguiente. Mi preferencia se basa en la entidad de su personaje principal, David Lurie.
   Es un profesor, sin vocación, que ejerce la docencia en Ciudad del Cabo, mientras pospone algunos trabajos de investigación sobre ópera y poesía que pudieran dar a su tedio vital una claridad nueva. Su intuición intelectual no responde y el fracaso de sus dos matrimonios lo ha convertido en un ser solitario y sin expectativas que rompe ocasionalmente el aislamiento con prostitutas y romances esporádicos, sólo impulsados por la fisiología. La relación con una de sus alumnas concluye con el escándalo que provoca la pérdida de su trabajo y la repulsa colectiva. David Lurie no aporta argumentos ni justificaciones, se encierra en un mutismo ególatra y la única salida es el abandono del centro, primero y de la ciudad, más tarde. Lo acepta sin más; el análisis de conciencia le parece un asunto íntimo y no está dispuesto a compartirlo públicamente; tampoco muestra interés por reeducarse y no ha tenido reparo en reconocerse culpable.
   Esa huida propicia el reencuentro con su hija Lucy. También ella tiene una personalidad singular. Lucha por sobrevivir en un hábitat rural de extrema pobreza, laborando la tierra y en un entorno peligroso para una mujer sola. En esa visita se produce el acontecimiento más convulsivo de la novela, una circunstancia que deja huella profunda en cada uno de los dos y que aleja definitivamente a David de su hija.
  Otra vez regresa para encontrarse que nada ha cambiado y que para su antiguo núcleo social, moralista y cínico, sigue siendo un proscrito.
   El otro protagonista principal del libro de Coetzee es Sudáfrica; el país que ha superado la segregación se ve envuelto en un proceso de cambio y mutación que alienta la violencia y el resentimiento, que retrata un colectivo sin valores éticos, primitivo y expuesto a la venganza. En la geografía de Sudáfrica florece la contradicción, como si no se hubiese superado el conflicto de civilizaciones del apartheid que tantos años mantuvo la minoría blanca. La llegada en 1994 de Nelson Mandela al poder abre un tiempo de transición, lleno de claroscuros, con un tejido social descuartizado. En esa etapa -1995-1999- se estructura la cronología de esta novela.
   Desgracia, como casi toda la narrativa del  Premio Nobel de 2003, atenaza porque se construye a partir de la inquietud que tiene el fondo de cualquier existencia; todos somos barro, finito, limitado y el conocimiento de la propia identidad nos depara una angustia incurable, un caminar a la deriva, un esforzado proceso de búsqueda del sentido vital.

sábado, 1 de enero de 2011

EL IDEARIO DE JOSÉ SARAMAGO

Comienza a caminar el nuevo año y madrugo para llevar a mi hija Irene hasta el aeropuerto. En las calles de Rivas, todavía sin sol, algunos noctámbulos vestidos de fiesta esperan la llegada del autobús. El trayecto por la autopista es muy rápido, la despedida breve, y no tardo en acomodarme frente al ordenador. Pero ni siquiera el café espolea la página en blanco del cerebro.
Sobre la mesa los títulos que leo o he leído: Verano, el libro semibiográfico de J. M. Coetzee, dos o tres revistas, y la extensa indagación sobre el pensamiento de José Saramago.



  1. José Saramago en sus palabras
    Edición y selección de Fernando Gómez Aguilera
    Alfaguara, Madrid, 2010

       Para quienes tuvimos la fortuna de asistir al homenaje celebrado en Rivas-Vaciamadrid, el l8 de octubre de 2010, el volumen José Saramago en sus palabras no es sino el justificado pretexto central de aquella convocatoria que por su desarrollo permanecerá mucho tiempo en el recuerdo.
       La edición de Fernando Gómez Aguilera es una amplia muestra de pensamientos personales y literarios entresacada del itinerario creador del portugués y del material perecedero de los medios de comunicación. La multiplicidad de juicios permite esbozar con nitidez el perfil intelectual de una conciencia comprometida con el tiempo histórico que le tocó vivir. Es un legado que conexiona con los ejes vertebradores de la realidad social del yo; no estamos aislados, todos formamos parte de un universo global e interactivo.
       Pocos datos del escritor resultan desconocidos: el origen humilde y campesino en una de las comarcas más pobres de Portugal; la formación primaria y la temprana incorporación a un oficio manual, antes de trabajar primero como traductor y después como redactor y la tardía eclosión de un escritor que sólo en la madurez entrega sus mejores obras y consigue el reconocimiento mundial.
       Pero la literatura es también el trayecto del ciudadano, los encuentros con asuntos comunes. Con todos ellos establece un sutil diálogo. En la cartografía personal hallamos tres nombres geográficos: Azinhaga es el pueblo natal, la tradición del Alentejo y el sustrato rural de los antepasados; Portugal es el país, la lengua y la cultura, también la controvertida relación con la clase política conservadora y con la hostilidad de la iglesia; Lanzarote es el lugar de acogida, la casa hospitalaria en la que vivió con Pilar del Río, el gran amor de su vida y la eficiente colaboradora que veló por los intereses del autor. Sobre la militancia comunista y el rigor crítico se asienta buena parte de su status social. El escritor se posiciona con los humildes y los desfavorecidos porque piensa que “Auschwitz no está cerrado, está abierto y sus chimeneas siguen soltando el humo del crimen que cada día se perpetra contra la humanidad más débil”; el escritor no quiere ser cómplice desde el silencio. Un capítulo singular nos deparan sus convicciones iberistas. Para Saramago la geografía peninsular desde la historia le parece desgajada del resto de Europa, hoy convertida en un territorio especulativo del liberalismo económico. España y Portugal deben orientarse, por tanto, a recuperar lazos con los países de ultramar y a velar por un entendimiento en todos los órdenes con la realidad iberoamericana.
       Los propósitos estéticos de cada entrega ayudan a conocer detonantes argumentales o a ser testigos de la génesis de protagonistas que establecen con el escritor una relación viva y sostenida, en especial sus identidades femeninas, singulares y pujantes.
       José Saramago en sus palabras como libro de cierre es un recapitulatorio que permite formular una ética . Confirma el ideario de una voz que habló siempre alto y claro para condenar la apatía y la inacción de los que no saben que el futuro comienza a construirse en el ahora.