Quince días de marzo Enrique Nogueras Prólogo de Juan Carlos Abril Diputación de Granada Colección Genil de Literatura Granada, 2020 |
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En las reflexiones introductorias de Juan Carlos Abril se recuerda el
fuerte entrelazado entre trayecto biográfico y actividad creadora. Ese enlace deja como
estela un ideario estético, cuyos parámetros situacionales se
fortalecen con el discurrir del tiempo. De este modo, el prólogo perfila las
estaciones que han marcado el quehacer creador de Enrique Nogueras (Granada,
1956) donde conviven el ensayo, la traducción desde el rumano y el portugués, y la poesía. Así han ido
apareciendo con sosegada cadencia, los libros de poemas Ore la Mogoşoaia /
Horas de Mogoşoaia, que
amanece en 2013, De la resurrección ,
salida publicada en 2017 y el cuaderno con traslado al portugués Terceira Margem. Conforman el selecto
muestrario de una andadura lírica que recibió en 2019 el Premio del Festival
Internacional de Literatura “Tudor Arghezi” de Târgu Jiu, en Rumanía.
La vocación poética de Enrique Nogueras prosigue con la entrega Quince días de marzo, un poemario dedicado a Rosario Zayas, cuyos textos se escribieron, como recuerda la nota final, casi en su totalidad en 2006, salvo algunos escritos en los dos años siguientes. Estas claves temporales parecen dar fuerza anecdótica a una perspectiva sentimental. También se especifica que el título hace referencia a un tiempo histórico vivencial consumido en marzo de 1991.
En ese contexto de experiencia introspectiva se despliega el poema “Preludio”, que contiene los momentos iniciales del cauce argumental, expresados con estrofas cerradas. Desde el primer paso, la voz poemática de Enrique Nogueras evidencia un fuerte propósito formal. El empleo de esquemas métricos como la décima, la lira y otras estructuras versales aportan a la lectura una intensa cadencia musical; un aliento clásico que acerca el libro al neoculturalismo, tan pleno en otros poetas de Granada como Antonio Carvajal, orfebre mayor del legado tradicional.
Esta inquietud estética emplea un lenguaje coloquial que renueva el aliento comunicativo para trascender el intimismo y distanciarse de lo confesional y de un espacio anímico subjetivo y concreto: “Dicen que es muy cruel / el mes de abril, ya sabes: / hace crecer las violetas y el fango y, sobre todo, / aplasta las promesas que nos brindara marzo”. La mínima extensión de estas piezas iniciales concentra intensidad, despoja veneros digresivos y acerca, en ocasiones, el suelo poemático hacia el aforismo: “Una línea de sombra te saluda: / no la puedes cruzar, pero te salva”. Todo el sustrato argumental busca señales de un destino común y compartido que el tiempo clausura con la certeza de que permanecerá inalterable en la memoria. Así lo ratifica el poema final del apartado: “como yo a ti, no olvides / que en la gloria de marzo durante quince días /durante quince noches, / que son días y las noches todas, / hemos estado para siempre vivos”. En el cauce lírico cristalizan los gastados fragmentos vivenciales de una historia de amor que moldea el recuerdo.
Como si fuese un escueto inventario de soledad, la sección “Coda. O noite, o Rainha!” evoca, con lucidez extraña, la soledad del sujeto; persisten los rescoldos deambulando en el desasosiego: “Somos la moraleja / del relato, los dioses, los juguetes / de una fábula antigua otra vez / siempre, / rota”. Todo el apartado difunde una mirada retrospectiva en la que los versos se hacen vigilantes testigos de la pérdida, de ese caminar por un entorno crepuscular que asemeja un itinerario de niebla y de quietud, disuelto en la grisura. Alguna evocación adquiere el signo de lo personal, como si la conciencia del protagonista textual buscase recuperar significativas incisiones anímicas.
Solo cinco poemas componen el apartado de cierre, “Adenda”, que se abre con citas originales de Novalis y John Keats. Un largo monólogo fragmentario recrea la condición solitaria del sujeto enfrentado a la ausencia. Quien escucha su desamparo interior hace del canto una inmersión en la experiencia como fuente de vida y conocimiento. Las palabras son capaces de dar redención y sentido al discreto cansancio de quien recuerda el mapa irregular de la existencia, abocada a ser la solitaria sombra de un sueño diluido.
La lírica amatoria de Quince días de marzo hace inventario de la levedad fluyente del encuentro sentimental, esa plenitud vivida que un día se transforma en balizas para el recuerdo, en sensaciones que abrieron la geografía del sueño cumplido. La poesía de Enrique Nogueras tienen un gran calado emotivo y una cálida obsesión por perfilar un molde que nunca olvida la plástica del vuelo, ese remontar del verso medido para alcanzar belleza y plenitud.
La vocación poética de Enrique Nogueras prosigue con la entrega Quince días de marzo, un poemario dedicado a Rosario Zayas, cuyos textos se escribieron, como recuerda la nota final, casi en su totalidad en 2006, salvo algunos escritos en los dos años siguientes. Estas claves temporales parecen dar fuerza anecdótica a una perspectiva sentimental. También se especifica que el título hace referencia a un tiempo histórico vivencial consumido en marzo de 1991.
En ese contexto de experiencia introspectiva se despliega el poema “Preludio”, que contiene los momentos iniciales del cauce argumental, expresados con estrofas cerradas. Desde el primer paso, la voz poemática de Enrique Nogueras evidencia un fuerte propósito formal. El empleo de esquemas métricos como la décima, la lira y otras estructuras versales aportan a la lectura una intensa cadencia musical; un aliento clásico que acerca el libro al neoculturalismo, tan pleno en otros poetas de Granada como Antonio Carvajal, orfebre mayor del legado tradicional.
Esta inquietud estética emplea un lenguaje coloquial que renueva el aliento comunicativo para trascender el intimismo y distanciarse de lo confesional y de un espacio anímico subjetivo y concreto: “Dicen que es muy cruel / el mes de abril, ya sabes: / hace crecer las violetas y el fango y, sobre todo, / aplasta las promesas que nos brindara marzo”. La mínima extensión de estas piezas iniciales concentra intensidad, despoja veneros digresivos y acerca, en ocasiones, el suelo poemático hacia el aforismo: “Una línea de sombra te saluda: / no la puedes cruzar, pero te salva”. Todo el sustrato argumental busca señales de un destino común y compartido que el tiempo clausura con la certeza de que permanecerá inalterable en la memoria. Así lo ratifica el poema final del apartado: “como yo a ti, no olvides / que en la gloria de marzo durante quince días /durante quince noches, / que son días y las noches todas, / hemos estado para siempre vivos”. En el cauce lírico cristalizan los gastados fragmentos vivenciales de una historia de amor que moldea el recuerdo.
Como si fuese un escueto inventario de soledad, la sección “Coda. O noite, o Rainha!” evoca, con lucidez extraña, la soledad del sujeto; persisten los rescoldos deambulando en el desasosiego: “Somos la moraleja / del relato, los dioses, los juguetes / de una fábula antigua otra vez / siempre, / rota”. Todo el apartado difunde una mirada retrospectiva en la que los versos se hacen vigilantes testigos de la pérdida, de ese caminar por un entorno crepuscular que asemeja un itinerario de niebla y de quietud, disuelto en la grisura. Alguna evocación adquiere el signo de lo personal, como si la conciencia del protagonista textual buscase recuperar significativas incisiones anímicas.
Solo cinco poemas componen el apartado de cierre, “Adenda”, que se abre con citas originales de Novalis y John Keats. Un largo monólogo fragmentario recrea la condición solitaria del sujeto enfrentado a la ausencia. Quien escucha su desamparo interior hace del canto una inmersión en la experiencia como fuente de vida y conocimiento. Las palabras son capaces de dar redención y sentido al discreto cansancio de quien recuerda el mapa irregular de la existencia, abocada a ser la solitaria sombra de un sueño diluido.
La lírica amatoria de Quince días de marzo hace inventario de la levedad fluyente del encuentro sentimental, esa plenitud vivida que un día se transforma en balizas para el recuerdo, en sensaciones que abrieron la geografía del sueño cumplido. La poesía de Enrique Nogueras tienen un gran calado emotivo y una cálida obsesión por perfilar un molde que nunca olvida la plástica del vuelo, ese remontar del verso medido para alcanzar belleza y plenitud.
te leo
ResponderEliminarno entiendo
pero te sigo leyendo
Querida amiga, un fuerte abrazo y dime que no entiendes que será un placer explicártelo; hoy dejo una reseña de un libro muy hermoso de Enrique Nogueras que cuenta una historia de amor. Son vivencias que permanecen en la memoria. ya sabes que en el blog mezclo textos míos de poesía, relatos y aforismos, y mi trabajo crítico. gracias por tu generosidad lectora.
EliminarHay que leerlo. Sin leerlo no acierto a entender algunas cosas de las que has escrito. Un título más para poner en cola de lectura. Voy a buen ritmo. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, querida amiga, y disculpa mi torpeza crítica si algunas veces no me explico bien. La lectura del libro, querida Carmen, te dejará una estupenda impresión lectora. Fuerte abrazo.
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