La rama verde Eloy Sánchez Rosillo Tusquets Editores Colección Nuevos Textos sagrados Barcelona, 2020 |
ABRIR LOS OJOS
Con persistente voluntad estética, Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948)
ha enriquecido el cauce temporal con un fértil itinerario creador. Del mismo,
da fe el volumen Las cosas como fueron (2018),
una compilación que acoge la escritura lírica desde 1974 hasta 2018, donde anticipaba
algunos inéditos de La rama verde. El
poeta y profesor universitario protagoniza una sabia madurez, inclinada a mantener
abiertos los ojos de la reflexión. Los poemas nacen del atento aprecio a lo
cercano; desde una sensibilidad dispuesta y vigilante, sabe que el discurrir
existencial es azaroso y proclive al contraluz.
Tras la publicación en 2015 de Quien
lo diría y la reedición del ya citado corpus completo, agrupa sesenta y
cuatro poemas en La rama
verde, epígrafe que parece subrayar el primer plano que la naturaleza y sus
elementos adquieren en el ideario poético de Eloy Sánchez Rosillo. Lo exterior despierta
las secretas cadencias del intimismo ensimismado. Propicia, entre los pasos del
vivir, una conversación silenciosa, que fuerza a la conciencia del sujeto a
ampliar límites. Las respiraciones del entorno se hacen costumbre y desplazan sensaciones
hacia las galerías internas de quien percibe. Allí mantienen las constantes
vitales, que mudan en abstracción y pensamiento.
La temporalidad enlaza pasado y presente en
una continua renovación cíclica. En su seno, las secuencias van y vienen,
haciendo de la memoria un organismo proteico que recupera estampas emotivas para
enriquecer las manos del ahora. El paisaje de infancia, en su fragilidad,
perdura. Es un espacio de afirmación y resistencia: “Dentro de la leyenda del
vivir, / que el minucioso olvido / desordena y desdice, / el sueño aquel
primero / de la niñez no se ha desvanecido”.
El
transcurso evocador conforma una colorista superficie en la conciencia; en su quehacer
establece un orden natural de quietud y permanencia que se hace presente desde la
lejanía; el recuerdo crea un percibir cercano y paradójico que propicia el
contraste. Están en las aceras cotidianas los declives de sombras y luces, la
finitud temporalista de lo diario y la compensación de la experiencia, donde lo
contingente se hace categoría y conocimiento.
El hablante lírico verbal no solo insiste en el patrimonio sensorial del
discurrir. Las horas propician la felicidad unánime de estar entre las cosas,
de ser parte de su fervorosa plenitud y de su apacible armonía en la intemperie
y en los aleatorios desprendimientos del tiempo: “Aquí no necesito meditar, / abismarme en
honduras insondables / para llegar al corazón de todo. / hay tanta soledad,
tanta quietud, / que el fondo está a la vista, en lo inmediato. / Clarea la
mañana. / Miro y escucho, huelo, saboreo, / palpo la realidad que se me ofrece
/ como regazo y vínculo. Me extraño de ser yo / y me aparto de mí y de mis
zozobras”.
La mirada interior es amanecida y refuerza la cálida proximidad entre
periplo vital y escritura. En el poema “Hablo aquí del comienzo”, que alcanza
muy altas cotas emotivas, el amor se convierte en semilla de la identidad. Nada
concede más sentido al poema que dejar en sus palabras el cauce amoroso porque
el sentir afecta a la misma condición de ser. El poema es también un renacido
homenaje a la tradición que encarnan las voces de Garcilaso, Machado,
Neruda o Juan Ramón y el firme anhelo de vestir las palabras con la piel
emotiva del sentir. En su pensar a solas, como escribe en “Al mirar lo vivido”
el verso ratifica: “El amor lo era todo, y no lo supe / no lo supe del todo a
cada instante. / Algo mío muy puro lo intuía, / pero yo me ofuscaba en otras
cosas”.
En La rama verde asoma vivo y
pleno un mundo respirable e inmediato que es, al mismo tiempo, hebra frágil y
permanencia, que muestra en su desorden ese azar pautado donde se deshoja la existencia
convertida en lección y elegía. Entre la conciencia y el sentir del tiempo se
establece siempre una distancia corta; en ella el pensamiento busca ese “centro
sereno del asombro”, el pulso elemental de la belleza, la rama verde, el
peciolo auroral de lo que empieza “en un mar tibio y quieto, bajo el sol
estruendoso / y un cielo azul sin mácula”.
JOSÉ LUIS MORANTE
No se puede empezar mejor el año que leyendo esta estupenda reseña de un espléndido libro. Muchas gracias José Luis. Mis mejores deseos para este año en ciernes.
ResponderEliminarGracias por tu ánimo y tu felicitación, querido José Antonio; he querido empezar el año con una de las amanecidas más hermosas de la poesía actual; en ese barullo de listas recomendadas ocuparía los sitios de cabeza; pero la poesía de Eloy desdeña la estridencia; solo mira, dentro y fuera. Y así llega su luz intacta. Que tengas un hermoso tiempo en lo personal y en la escritura. Fuerte abrazo.
EliminarGracias. He disfrutado el libro y la reseña
ResponderEliminarUn fuerte abrazo por tu complicidad lectora, querida Reyes, me encanta esa complicidad con el mundo poético de Eloy Sánchez Rosillo; es una voz esencial.
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