jueves, 21 de octubre de 2021

JUAN DE BEATRIZ. CANTAR QUÉ

Cantar qué
Juan de Beatriz
XXI Premio de Poesía Emilio Prados
Editorial Pre-Textos
Málaga, Valencia, 2020

CADA DÍA LA LUZ

 

 
   Los buenos pasos iniciales, forjados en el sosiego de la calidad y en el quehacer paciente de las bibliotecas, propician de inmediato un movimiento de traslación hacia la arquitectura central del espacio literario actual. Así sucede con la escritura de Juan de Beatriz (Lorca, 1994), graduado en Filología Hispánica con Máster en Estudios Literarios y Teatrales. En 2018 consiguió el I Premio Internacional de Investigación literaria revista Crátera. Y con su primera entrega poética Cantar qué obtiene  el prestigioso certamen de Poesía Emilio Prados. Son dos excelentes registros de atención para abordar la obra de Juan de Beatriz, becario de la Fundación Antonio Gala en el curso 2020-2021, donde el libro Cantar qué adquirió su definitiva redacción..
   El joven poeta recurre a elementos paratextuales de solidez matérica, con citas de Olvido García Valdés, Hugo Friedrich y José Ángel Valente, cuya perspectiva semántica tiene un claro enlace con la dedicatoria personal del libro: se canta, como advertía Machado, lo que se pierde, y así lo corroboran los dos poetas elegidos. Sirven de balizas orientadoras para un título, Cantar qué, cuyo escueto enunciado ratifica la indefinición que muestra umbrales y amanecidas al yo poético: “Tan solo en éxtasis se aprenden / las más altas lecciones…” De este modo, la entrega poética de Juan de Beatriz apunta firme hacia una concepción de la poesía cercana a la intuición visionaria y la confianza en los estratos simbólicos del poema. Acerca del descubrir  esas claves secretas que hilvanan la esencia interior del poema también insiste la reflexión “Saborear el fruto” de Antonio Gamoneda que ratifica el carácter inefable de la creación, más allá de la senda logística del conocimiento racional.
   Como síntesis del ser esencial de quien escribe, Juan de Beatriz comienza senda con miradas introspectivas hacia el hablante verbal y hacia el magma integrado en la composición, más allá del sedimento argumental y de su condición de estrategia comunicativa. Leemos en el poema en prosa scriptorium: “Sin embargo, a oscuras de sentido, estás cantando, para que lo invisible estalle y cuente su porqué”.
    Si en la senda inicial “cantar qué” prevalecía una cierta preocupación metalingüística que hacía del lenguaje una realidad diseminada en los significados,  la voz reflexiva de “Carne de asombro” amplía el hilo de asuntos y conforma un apartado en el que conviven la reflexión sobre la mirada del sujeto frente a lo aparente, y cómo afecta esa realidad oculta a la propia condición de ser. En el espacio interior del poema se localizan también las incertidumbres de la percepción, la condición transitoria del estar y la presencia del amor como centro neurálgico, tan presente en el poema fragmentado “Cuádruple forma de la ausencia”, un hermoso texto marcado por la ausencia.
   La contemplación del entorno descubre un espacio interior en que se localizan asimetrías y claroscuros, esa piel de la paradoja y la contradicción que esconde la cadencia estacional. Así sucede en la instantánea que cobija el haiku: “Cuántos inviernos / esconden los jardines / en primavera”. El marco de percepciones abriga su condición perecedera en el entorno doméstico donde también encuentre cauce lo vivido, esa memoria que acoge a presencias tangibles como la abuela o las caras de cansancio de lo laborable: “Cada día temprano / un metro en hora punta / es una flecha que lanza ficciones al futuro”.
   La evocación toma la palabra para luchar contra la desmemoria y para comprender la lengua del silencio. Y junto a ese rescate del pretérito y de sus siluetas más afectivas, la pulsión  del amor, tan presente en la sección “Todo lo cóncavo”. En ella el pensamiento como veta nutricia del poema observa y escarba. No se entrega a la mera contemplación sino que clarifica sus interrogaciones: la esperanza, el deseo que desquicia la calma con su urgencia, el otro como justificación existencial. Y el recuerdo tenaz de quien perdura más allá de la ausencia, en hueco, socavón, vacío y ceniza, dando pie a la copla manriqueña o, mejor, dando continuidad al magisterio de Miguel Hernández, por más que el poema deje como umbral unos versos de Abraham Gragera.
   Los poemas finales, que conforman  “Adiós al tiempo de las rosas” se empeñan en abrir un nivel de gratitud al legado literario, recreando el tema de la rosa con el matiz implicado del homenaje afectivo al abuelo. O glosando a la literatura como brizna de permanencia ante la caducidad del existir. La coda “Bolaño me da el tono y cierro Cantar qué”  pone término al poemario con la percepción del lenguaje como un tránsito que solo encuentra su significado en lo inefable, en la negación de lo explícito. Es necesario desandar el lenguaje, asumir que tan solo somos “ceniza en la ceniza” como si la existencia cerrara un círculo orbital, una realidad transcendida
  El yo poemático de Cantar qué dicta la amanecida de un poeta que ubica su voz en en la sugerencia, que hace de la evocación y la memoria una excusa reflexiva sobre las variantes y arritmias del lenguaje, sobre el empeño inútil del canto que tantea en lo oscuro.
 

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