La piel del otro Mar Busquets-Mataix Ediciones Olé Libros Colección Nigredo Valencia, 2021 |
CAMINO Y VUELO
Poeta de amplia trayectoria, narradora, crítica, traductora,
dinamizadora cultural, vicepresidenta de la Plataforma de escritoras del Arco
Mediterráneo, Catedrática de Secundaria y profesora de Lengua Castellana y
Literatura, Mar Busquets-Mataix personifica una voz de estela firme, cuya senda
comienza en la amanecida de los años 90, cuando la poesía de la experiencia era
etiqueta vertebradora de un intermedio poético marcado por el figurativismo
introspectivo. Esa sensibilidad, empeñada en disponer tímpanos a las voces del
pensamiento y la voluntad existencial del sujeto, se hace visible en sus
primeras entregas y se proyecta con una evolución pautada y natural hasta el
presente. Así lo constata La piel del
otro, volumen que aparece en el complejo tiempo ensimismado de la pandemia
gracias a la incansable labor de visualización cultural que impulsa Olé Libros,
la editorial de Toni Alcolea.
La piel del otro cuenta con
un prologuista excepcional, Jaime Siles, quien unifica en su quehacer un legado
poético imprescindible y un bagaje ensayístico de claridad diáfana. La
escritura reflexiva del poeta novísimo plantea de entrada una cuestión de peso,
si los tres libros que aglutina el volumen, La
piel del otro (2017), Candidatas (2019)
y Ángeles son un conjunto unitario
fragmentado que deja en su hilo
conductor un estar testimonial ajustado al discurrir de una misma partitura, o
son espacios discursivos autónomos, trazados hechos con voluntad de cierre. Las
palabras de Jaime Siles no dogmatizan y tantean de forma equidistante las dos
posibilidades, dejando en manos del lector la posible respuesta. Al cabo, el
árbol del lenguaje preserva un intenso territorio germinal de fuentes y
magisterios, una textura en la que afloran interrogaciones en las que el tiempo
se justifica a sí mismo como simple tránsito.
El itinerario orgánico de La piel del otro avanza en tramos muy
breves; la poeta refuerza la autonomía de cada composición y su capacidad para
cobijar la conciencia de extrañeza que pone en la identidad un epitelio de dolor
y distancia, convencido de que el deambular vital solo integra espejismos de
sombras. Los apartados contienen un número mínimo de textos, como si fueran
ondas expandidas que se van acercando al propio centro de ser. Los versos
también exploran la naturaleza cambiante del lenguaje, esa voz que conjura el
dolor y la ausencia y se convierte en construcción de esperanzas y sueños. El poema
argumenta el propósito firme de existir en el que habita siempre el grito de
compromiso, un hollar inquieto en lo que nos conmueve; la certeza de ser al
mismo tiempo esperanza y abismo.
En la búsqueda de una geografía habitable donde instalar el lugar propio
nace la sensación de pertenencia. En el apartado IV “En esta tierra” germina
con fuerza un epitelio sentimental en el que conviven lo desapacible, ese estar
en un paisaje de caminos inciertos, y la necesidad de hacer del sentimiento de
cercanía al otro puerto franco, sustrato cercano.
Desde el libro Candidatas, en la voz del poema adquiere una presencia fuerte el cuerpo y su
celebración; la carne ya no está lastrada por la finitud, como afirma la cita
auroral de María Victoria Atencia: “incendio tras incendio, el cuerpo
prevalece”. Es magma vivo que se expande y borra su transparencia. Uno de los
veneros esenciales de esta entrega es el acopio de sugerentes citas en el que
se resguardan los ecos de Idea Vilariño, Carlos Sahagún, María Beneyto o Raúl
Zurita, entre otros, como pórticos de esa indagación exploratoria de la
escritura en las estructuras profundas del río existencial. La pulsión de las
palabras no requiere más justificación que enlazar existencia y poesía. Y en
esa creencia se va forjando el camino no hollado. La palabra enciende la luz; es
celebración y canto, permanencia de lo
dicho y lo no dicho, pero también fe de vida: “verbo luminoso / que un día nos
naciera” que encuentra su reflejo en cálidos referentes culturales y sombras de
la historia, tan cálidas como Emily Dickinson o Francisca Aguirre, una a una,
tercas candidatas a la luz.
El aserto Ángeles que aglutina
los poemas finales es inevitable asociarlo con la voz poética de Rainer Maria
Rilke para quien el ángel era la intangible presencia en la honda noche que
ampara y resguarda. Son criaturas evanescentes como esas ausencias que inspiran
los sueños de Alejandra Pizarnik. De nuevo, Mar Busquets-Mataix recurre al
legado de las estanterías para moldear sus argumentos. La evocación a la poeta argentina deshilvana el avance del
poema “Criaturas”, mientras la trágica historia de Electra, el personaje de la
mitología griega articula un largo poema fragmentado en torno al amor y la
muerte, los dos ejes orbitales de la trágica historia familiar.
Los textos finales evocan a otro ángel ya en sombra, Guadalupe Grande;
gracias a los poetas se abren las alas de lo imposible para viajar a solas más
allá del invierno, para buscar en el silencio el pulso sencillo de lo esencial.
Para cobijarse en la piel del otro, más allá de la dimensión reducida de la
terca semilla del yo, que pide al tiempo voluntad y espera, camino y vuelo.
JOSÉ LUIS MORANTE
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