jueves, 28 de julio de 2022

PABLO FIDALGO LAREO. LA DEJADEZ

La dejadez
Pablo Fidalgo Lareo
Ediciones Letraversal
Colección Letra Bastarda
España, 2022



SECUENCIAS 


   Asevera Pablo Fidalgo Lareo (1984), en la escueta nota de introducción, que los poemas de La dejadez conforman la crónica de un tiempo biográfico que aproxima el texto al enunciado confesional. Son, afirma, una exploración del yo; el relato de un intervalo vital ubicado en la infancia y en el marco colegial, cuando empieza el descubrimiento de un devenir en soledad, complejo y con muchos rincones en sombra. Este enunciado argumental estaba presente en su poemario Mis padres: Romeo y Julieta (2013), un eficiente cuaderno de campo que configuraba el núcleo familiar desde la mirada de extrañeza de un niño abriendo trayecto por una incontinente senda de azarosas secuencias. Esta nueva entrega aspira a ser una prolongación natural de aquel relato poético.
   También añade el pórtico algunas contingencias llamativas sobre el líquido suelo del presente, como un artículo del diario El País en el que varios exalumnos acusan a una institución educativa gallega de malos tratos y abusos sexuales, un tema complejo, de calado vertical y en plena vigencia informativa. Con tales pertrechos es fácil entender que el libro opte por emplear la primera persona en el sujeto lírico y refuerce de este modo el pacto de credulidad; la proximidad entre periplo biográfico y recreación escritural. En el amanecer del libro se postula un camino de regreso a la memoria, un desandar afectivo causado por la pérdida de raíces familiares y por la orfandad afectiva que implica la pérdida de la casa familiar, lugar casi sagrado que constituye el marco accional de la familia como célula original de convivencia: “Me preguntas si la casa debe ser vendida / y responder esa pregunta me condenaría. / ¿cómo voy a elegir / entre el deseo de tener una casa / y librarme de esa herencia? / ¿Cómo puedo yo defender la casa / y responder a sus demandas? / ¿A qué estoy dispuesto / para ser un buen hijo?”.
   El ámbito reflexivo está estrechamente vinculado con la textura emocional del yo. El presente no es más que un largo viaje de incertidumbres y decepciones, de llamadas de auxilio y ajustes de cuentas. Volver a casa por el camino gris de la memoria es recordar la fragilidad del niño que reclama ayuda, es juzgar el papel de los progenitores y advertir el rastro de pérdidas: “El día que me quedé sin nada / se me dibujó el gesto / de alguien que está encerrado / y no sabe por qué”. En este despojamiento solo el miedo permanece intacto, un miedo denso, un magma que aglutina grietas colegiales, soledad, carencias físicas y una permanente desubicación en lo diario. Sobrevivir es quehacer necesario que invita a buscar salidas de emergencia para romper tanta inacción y dejadez. Pero salir fuera es aceptar la propia herida, explorar el dolor y la renuncia, conocer mejor el cuerpo y sus silencios de isla que busca otras islas donde cobijarse: “Soy lo que no pudo ser. / Esa necesidad absoluta / de cuestionarlo todo. / Esa atención extrema / a que nadie me toque”.
  La voz poética de Pablo Fidalgo Lareo convierte al poema en cuestionamiento y sanación. Las palabras recuerdan intensos soliloquios introspectivos en los que la identidad expande un paisaje sentimental herido. El hablante interpreta su papel y trata de entenderse en ese contexto generacional que debe superar los sedimentos de un tiempo oscuro. La esperanza ha desaparecido; estar requiere una sensibilidad en vigilia, que aliente la posibilidad de un escenario temporal sosegado. En ese caminar hacia adentro, la amanecida es fría y discorde. Solo queda cerrar los ojos, entrar en el bosque y dormir.

JOSÉ LUIS MORANTE



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