La mujer cíclica / Speculum Laia López Manrique Epílogo de Mercedes Roffé La garúa Editorial, Poesía Barcelona, 2022 |
INTROSPECCIONES
Ambos libros preservan su carácter autónomo y singular. La mujer cíclica, en palabras de la autora, “surgió como un esqueje bifurcado y frondoso a partir de un proceso de escritura que abarcó varios tiempos”. Esta ralentización cuaja en una propuesta aforística y fragmentaria, que nace desde la inmersión introspectiva y la síntesis: “Elegí hablar desde una fractura. Desde lo torcido. Desde un umbral que aguarda su propia ingrata resistencia”. En la voz de Laia López Manrique el tiempo es suspensión, espera, insistencia en la oscura soledad del propio cuerpo, acodado junto a la disposición espacial de otros cuerpos, sin intersecciones aparentes. La senda del lenguaje se despliega cuajada de limitaciones umbrías: “Las palabras tienen esa propiedad. Las palabras conducen y desvelan u oscurecen”, “Comprender la voz y no de lo que se escribe”. En la codificación versal no hay un hilo argumental monódico. El poemario emerge con una construcción babélica en la que despuntas claves temáticas en red. Las voces se agitan dentro del grito en una identidad aterida y múltiple en la que confluyen fluencias. Desde ellas, la mujer levanta un mundo de imágenes, retorna al origen o traza itinerarios oscuros y sendas interiores.
El cuerpo es veta nuclear, convertido en realidad matérica, funciona como una casa de sensaciones para alzar una enigmática arquitectura habitable. Los poemas imponen su diversidad combinando en su formato plural la frase concisa y fragmentaria del aforismo, la diligencia reflexiva de la narración, presente en “Mitilene como una infancia”, y el apunte lírico. Así se conforman distintas maneras de hablar de la identidad femenina y la solidificación de sus mutaciones.
El conjunto “Las que abrieron la sombra” integra la perdurable estela de voces femeninas integradas en el canon de la tradición. Cada una de ellas desdeña el discurrir acomodaticio del tiempo y clarifica una actitud de descubrimiento y rebeldía. Así se revela ese empeño de ser en el poema “Irena Dubrokna”: “Soy una mujer que se abalanza / sobre la carne fibrosa / de la vida / la descorre y la tensa / con el ronco fruncido / de los dientes / como ellos la esculpieron / con un ronco fruncido / de la llave “. En ese afán de cumplir un destino están también otras voces fuertes como Alejandra Pizarnik, capaces de quemar la máscara de las apariencias y afrontar la búsqueda de su yo más vivo, la pulsión germinal que se hace desde la revelación y el silencio.
La presencia del yo femenino concluye con “Canción de la mujer desconfiada”, en la que los signos de la memoria testifican el arrastre del tiempo y el papel clarificador del lenguaje para airear presencias y ceniza, el paso de la conciencia para absorber su propio discurso y solventar enlaces relacionales entre cuerpo, lenguaje y subjetividad.
La escritora entiende el segundo libro compilado, Speculum mediante este acotamiento conceptual: “Es, más que un libro, un cuaderno de fragmento e hilachas que tienen por motivo unitario la mirada y sus desplazamientos”. El poema en prosa es la estrategia expresiva elegida para acotar los chispazos de estos recorridos por contextos dispares, de fuerte singularidad y extrañamiento. Los sentidos propagan su vigilia e interiorizan las sensaciones para crear un espacio interior en el que se propagan localizaciones contradictorias. No se trata de describir sino de conformar espacios visuales desde el lenguaje y la experimentación expresiva. Así sucede en “GOD BLESS THE CHILD” un relato telegráfico elaborado con pausas sucesivas que rompen la figuración. El ojo identifica rastros, explora ramificaciones en las que se incorpora también una mirada onírica como en los tres fragmentos larvarios del texto “A COEUR” o escucha la voz intensa del deseo: “Su deseo es su propio objeto / voracidad de animal deshojado y almizcle a cierva en la boca” que sugiere un incontenible carrusel de imágenes.
El mapa urbano barcelonés deposita un callejero habitable, hecho de variaciones para la mirada impaciente, que intenta ubicar presencias orbitales. El pensamiento suma intersecciones y círculos, desgaja lugares en un tumultuoso proceso de evocaciones y longitudes. Las palabras buscan su orientación a tientas, para que todo suceda a través de ellas. Se mueven, buscan su situación en el espacio y se quedan dormidas en su propia extrañeza, en su pactada disolución en el vacío.
La diversidad de asuntos que germina en este volumen doble de Laia López Manrique añade como epílogo una reflexión crítica de Mercedes Roffé. La poeta resalta los cauces de una obra extrema, que se acerca al borde del sentido y enlaza escritura y cuerpo en núcleos de reflexión que “sondean, urden, desglosan” y hacen de la voz poética de Laia López Manrique un registro singular, complejo, no adscrito a etiquetas de grupo, que exige al lector una complicidad vigilante que participe en la búsqueda de sentido, que tantee vislumbres y sombras en el magma orgánico del verso.
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