miércoles, 5 de julio de 2023

SILVIA RAMOS. CENIZA Y LUZ

Ceniza y luz
Silvia Ramos
Prólogo de Miguel Ángel Yusta
Editorial Polibea
Colección El Levitador
Madrid, 2023

 

RESTOS EN PIE


  Hay voces que llegan al espacio poético del presente con el paso sosegado de la madurez, cuando la escritura se impone con la contención y el buen sentido de lo necesario. Así sucede con la obra lírica de Silvia Ramos (Huelva, 1972) cuya carta de presentación Poemas de la Medianoche (Libros del Mississippi, 2018) es una amanecida en torno a la condición temporal del sujeto y a ese momento del día que enlaza la claridad del devenir temporal, pleno de realidad, con el umbral de lo nocturno que abre la puerta al sueño y a sus itinerarios oníricos.
  La psicoterapeuta onubense retorna a la poesía con Ceniza y luz (2023) en la excelente colección El Levitador, que coordina el escritor Juan José Martín Ramos. La introducción de Miguel Ángel Yusta recuerda que “la poesía de Silvia Ramos posee una gran fuerza interior en permanente profundización del conocimiento”. Quien abre sus manos al poema elige el epitelio de una sensibilidad lírica para acercarse a la intimidad y percibir la grieta del asombro que nos rodea, la capacidad del sujeto de renacer y convertir su estar diario en epifanía.
  Silvia Ramos abre la senda de Ceniza y luz con la meditación “Silencios”, que elige la prosa poética como estrategia expresiva. El enfoque crepuscular de la composición ubica al ser en un estado de incertidumbre y sombras, lleno de naturalezas muertas, como recuerdos gastados que se desprenden del silencio. Queda el deseo como vigilia que rompe la emplea la voz ensimismada de la introspección para expandir el misterio del cuerpo, esa desnudez que convierte la noche en un incendio.
   La fuerza expresiva del título “Ceniza” que aglutina los poemas del segundo apartado emplea como paratexto una cita de Pablo Neruda que hilvana como hilo argumental la muerte del mundo, convertido en misterioso almacén de cenizas. Los sentidos solo perciben la vastedad del vacío y la identidad del yo poético que se adapta a la textura del entorno; cuando el medio natural es el dolor hay que seguir, convertido en “piel anfibia” y en la silueta gris de algún sueño incumplido.
  La escritora ensaya variantes formales como el haiku encadenado del poema “Muerte”, cuyo cierre retorna al verso libre, o la expresión dubitativa de versos convertidos en reiteradas interrogaciones donde la experiencia personal de un ingreso hospitalario se convierte en motivo que constata la soledad y la ausencia, la experiencia concisa de la pérdida. La ceniza se hace concepto, condensa sensaciones, confunde tiempos, deja esas ascuas calientes de lo que fuera un día.
   La sección “Paisaje” aboga por la necesidad de quien comienza de nuevo con la desnudez precisa de la voluntad. Se acrecienta la poda del poema que advierte de una escritura esencial, mínima, que prefiere el empleo de escuetos recursos expresivos: “Háblale al acantilado del vértigo; / de los días que enmudecen como el paisaje / y van rasgando la voluntad de las noches”. Parecen mínimas las certezas que dan refugio a la identidad: “Siento nostalgia de mi ser / cuando se aleja y pretende olvidarme. / Lo observo levitar, caer lentamente / en un rincón invisible”
   En este caminar hacia dentro del hablante verbal, la paradoja se hace evidente: el tiempo discurre pero la existencia parece inmóvil, como si navegase en el vaivén de un azar invisible que puede cambiar el rumbo en cualquier momento.  Las emociones vagan y se extravían. Mientras el sujeto se pregunta así mismo dónde estará la próxima estación, cuál es el camino que conduce a la última meta: “Me he sentado en un banco a escribir un poema. / Temo llegar con vida a ninguna parte”.
   Silvia Ramos cierra su viaje por el poema con el apartado “Luz”. Igual que un útero paciente que da tiempo y voluntad a la germinación, la bruma emerge desde la densidad de la ceniza para constatar la ontología de ser, el nuevo cauce del recién nacido, un reguero para el manso fluir de las palabras: “Querer apresar la luz / es un fin platónico. / Aspiro a vivir envuelta en fotones, / sentir la plenitud sensorial / y retornar al principio, / cuando aún éramos libres”.  
   Ceniza y luz propone una nítida indagación en la que el sujeto verbal emplea la palabra poética como espacio de reflexión sobre la condición de ser.  Desde esos dos polos, ceniza y luz, que aparentemente proclaman un abismo insalvable, el derrumbe se hace muro para alzar de nuevo un refugio capaz de ensamblar esperanza en el yo fragmentado. Se busca el comienzo como un resplandor que muestra la hospitalidad de la esperanza,  un despertar en plena noche que  hace del sueño amanecida.



JOSÉ LUIS MORANTE







 

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