Las demoras José Alcaraz Editorial Comares Colección de Poesía La Veleta Granada, 2023 |
A MEDIO HACER
En el manso tiempo del verano, tan proclive a las inconsistentes lecturas de sombrilla publicitadas por los suplementos literarios, llega la sobria lucidez poética y la capacidad reveladora de José Alcaraz (Cartagena, 1983) con el libro Las demoras. Poeta de impulso creador sosegado, codirector con María del Pilar García del proyecto editorial independiente Balduque y docente en ejercicio, como profesor de Lengua Castellana y Literatura en un centro de Educación Secundaria, José Alcaraz fue distinguido con un accésit del Premio Adonais en 2018 con su entrega El mar en las cenizas. El reconocimiento refrendaba el alcance de un trayecto lírico singular que integra La tabla del uno (2012), Edición anotada de la tristeza, que consiguió en 2013 el V Premio de Poesía Joven RNE, Un sí a nada (2015), Vino para los náufragos, ganador en 2018 del XI Premio de Poesía Antonia Gala, y el ya citado El mar en las cenizas (2019).
Las demoras hace de memoria y sentidos los vértices vertebradores del impulso creativo y sugiere de inmediato sensaciones de brevedad y despojamiento. No solo por la escueta cantidad de composiciones incluidas sino por la tendencia al poema desnudo, a veces monoversal, como si buscara la eficacia expresiva del aforismo. El pensamiento toma conciencia del decurso transitorio y enlaza el plano biográfico con la levedad convencional del estar diario. Con tan contados materiales da voz a una perspectiva verbal intimista y desvela las grietas del vivir percibiendo las cicatrices remansadas en el entorno más próximo. La realidad se muestra honda, sentida e inconsistente. Lejos de ensoñaciones, lo contingente recuerda de continuo que la identidad en un bosquejo a medio hacer, un cúmulo de trazos provisionales que apenas tiene tiempo de adquirir sus dimensiones definitivas.
Con pupila testimonial, el yo poético cristaliza percepciones en el discurrir. Mira dentro y fuera; explora sucesivas evocaciones y recuerdos para que adquieran el sabor de la revelación. Estar es esa suma de días y palabras que reporta el asombro. Tiende la mano ese misterio inadvertido que aposa lo diario. Las palabras tantean, se esfuerzan en comprender un silencio que camina entre la soledad y el tedio transfigurados en impulso vital. La infancia y el niño en la estela lírica de José Alcaraz preservan un resguardo misterioso. Son continuidad y certeza de una primera experiencia cognitiva: “Caes de niño como un fruto, / y a la tierra en que das de bruces / inspiras la ecuación con que atraerte, / hasta el último día, hacia su seno”. El personaje poético adquiere una tangible cercanía con el hablante existencial; parece un reflejo que plasma en materia poética los escenarios del pasado, esos lugares que afloran reiterativos y fuertes, como si fueran las justificaciones necesarias de nuestros actos. Así sucede con el poema “El canal” y su singular tratamiento expresivo basado en la reiteración: “Pasaba el mar por el canal. / Cerca de casa, por el canal. / Los niños lanzábamos piedras al canal. / Era nuestra forma de hablar con el canal. / “
De la indagación confidencial del sujeto lírico nace un recorrido por los pliegues de la memoria. La evocación vislumbra itinerarios esenciales del mapa afectivo, como la casa de los padres. En ella, el deseo del niño de buscar permanencia a lo perecedero con un simple reloj, o los libros que pusieron a resguardo la educación sentimental, disipando las aguas detenidas de sombras y cenizas.
El poema también explora la razón de la escritura, esa voz que habita dentro y busca afecto y compañía, a pesar de ser consciente de que la palabra poética es también una red frágil de signos perecederos y señales de humo que nos van ocultado en la neblina gris del tiempo. El amor se hace rincón y música de temporada, hace de la presencia del otro un cabo firme que ancla el deseo y comparte un estado de luminoso mediodía.
El estar argumental refuerza su semántica con una ligera carga cultural. La erudición está presente en poemas como “Ofelias”, “Para el futuro” o “La voz de Whitman”. Y se diluye en otros pasos poéticos que convierten el poso cultural en periferia y casco antiguo, donde se confunden las pisadas de Homero y Rocío Jurado, o se apunta en la idealización del poeta un retorno a una épica liliputiense que convierte el sueño de las arenas del desierto en simples migajas de bizcocho. Esta aceptación de la realidad y de su fuerza moldeadora de ilusiones y sueños se expresa con contundencia de aforismo en esta “Poética”: “Miro el sol y vuelvo cegado a mi cuaderno”.
Las demoras muestra la íntima relación entre el fluir del pensamiento y la escritura. La poda retórica deja en los versos una ruta emotiva que prefiere la elisión a la disonancia digresiva: la palabra es una secuencia que da fe de vida cuando el afuera engloba el adentro, como si fueran espacios complementarios. Son geografías verbales que dialogan entre sí para mostrar el paisaje interior de un personaje que mira directamente a los ojos del tiempo y al vuelo alto de la evocación, ese pájaro extraño que enlaza pretérito y ahora.
JOSÉ LUIS MORANTE
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