jueves, 7 de marzo de 2024

JACINTO HERRERO ESTEBAN. POESÍA COMPLETA

Poesía completa
Jacinto Herrero Esteban
Prólogo y edición de
Antonio Pascual Pareja
Ediciones de la Institución Gran Duque de Alba
Excma Diputación de Ávila
Ávila, 2023

 

EL VERBO DESNUDO
 
 
   La antología Grito de alcaraván. (La riqueza del alma acrecentada) (Vitrubio, 2006) acoge una amplia muestra del itinerario creador de Jacinto Herrero Esteban (Langa, 1931-Ávila, 2011), seleccionada por José Luis Molina Martínez, responsable también del introito. El liminar subraya aspectos de una poesía a trasmano de cualquier andadura colectiva que tiene como clave definitoria la interioridad trascendente del ser. Ahora, en el arco final de 2023, el paisaje lírico ofrece una panorámica total con  Poesía completa, una obra con prólogo y edición de Antonio Pascual Pareja, que reúne todos los poemarios publicados, un puñado de composiciones anticipado en revistas y no recogidas en libro y añade varios textos recobrados.
   Nacido en la comarca de la Moraña abulense, vasta penillanura machadiana, en el seno de una familia de labradores con numerosa descendencia, pertenece por edad a la celebrada Generación del 50, cuyos componentes principales, nucleados en torno a la Escuela de Barcelona, nunca coincidirán con él en proyectos personales o literarios. Estudia los cursos de bachillerato en Valladolid y, tras pasar por el Seminario Diocesano de Ávila, se ordena sacerdote en 1956. Como tal ejerce en Managua y, a su regreso en 1959, en localidades como Madrigal de las Altas Torres y Monsalupe. Tras obtener la licenciatura en Filología Románica en Madrid se dedica a la docencia durante más de tres décadas.
  Su labor se inicia en 1964, cuando amanece El monte de la loba en la colección El Toro de Granito, que había fundado con su amigo José Luis López Narrillos. En esa entrega los versos de “Inicial” actúan como clarificadora poética: la poesía redime el pasado, recupera un pretérito contingente y lejano que a través de la palabra adquiere un latido germinal, otra palpitación renacida. Los recuerdos acuden hasta el poema porque encuentran en él un refugio que pospone la cita con el olvido. En esta temprana salida el tiempo será núcleo temático vertebrador. En él arde la existencia, hecha memoria y evocación.
  La siguiente colección, Tierra de los conejos (1967), obedece al propósito de indagar en los orígenes de la geografía peninsular, cuando los primeros pobladores de la piel de toro forjan la cultura prerromana y contribuyen a crear rasgos colectivos identitarios. Artífices de un legado ancestral, de esos balbuceos colectivos en la tierra de los conejos va surgiendo una forma de ser. El nosotros habrá de moldear en el discurrir una querencia natural y evocativa de un pasado milenario. El poemario incorpora topónimos como Langa, fiel espejo del ciclo estacionario, o Ávila, que sirve de contraste con otros sitios y despierta en la distancia un sentimiento elegíaco. La nube de lugares de paso conforma un mapa afectivo donde se enlaza paisaje y sujeto. El nomadismo del testigo hace de la palabra un despliegue de itinerarios afectivos.
   Ávila la casa (1969) debe su título a Miguel de Unamuno. En este poemario se glosa una ciudad que suscita en la voz poemática sentimientos contradictorios. Sirve de apertura un soneto de Leopoldo Panero en el que se proyecta una imagen idealizada de la urbe: en su severidad amurallada se encierran cualidades como la pureza, la paz y la quietud. Cada uno de los versos, en lúcido ejercicio de intertextualidad, es retomado en las composiciones del poeta abulense. El libro extrema la preocupación formal y  se utilizan estructuras cerradas; todos los textos del primer apartado son sonetos. Conviene recordar que la estrofa fue empleada profusamente en el paréntesis temporal de la posguerra por los garcilasistas y los poetas sociales como Blas de Otero, José Hierro y Gabriel Celaya, aunque la Generación del medio siglo prefiere el verso libre. Las tres composiciones finales se dedican a su pueblo natal, Langa, cuyo paisaje, una dilatada llanura para la labranza, habita en la memoria revestido de lugar áureo; en él se guardan los rescoldos de un universo afectivo atemporal. La tradición literaria también tiene una fuerte presencia en esta entrega que aglutina algunas composiciones enunciativas y dos traducciones de Salvatore Quasimodo, hechas como homenaje al magisterio y cercanía del poeta italiano.
   En La trampa del cazador (1974) la mirada del primer lector, José Jiménez Lozano, paisano y amistad perenne, sirve de introito. El escritor resalta la huida de cualquier esquema poético al uso. La voz se focaliza en personajes que viven secuencias muy marcadas en el epitelio biográfico, por las que el tránsito vital adquiere un horizonte nuevo tras ese diálogo con los ausentes. El encierro de Juan de Yepes en Toledo, apresado por los frailes calzados opuestos a la reforma carmelita, da pie a un memorable poema que exalta la entereza frente a un tiempo sombrío. Teresa de Ávila protagoniza “Crónica de otoño, 1582” en el trayecto de la vida a la muerte, tras el largo periplo de fundaciones. Hay otras entidades representativas que no tuvieron aceptación social; son perdedores cuyo mérito principal fue ser coherentes con el fluir natural de su pensamiento en circunstancias adversas. En ellas, Miguel de Cervantes alumbró a un iluminado Quijote. En su locura atisba la verdad tras descender a la cueva de Montesinos. En ellas también, llega a puerto Fray Luis de León, privado de libertad por el Santo Oficio. También figurantes son el prisionero Torcuato Tasso, un solitario Francisco de Quevedo, en San Marcos; el desahuciado Luis de Góngora…Una nutrida compañía de vencidos en la noche oscura de la existencia que ha visto la verdad y ha protagonizado un largo viaje interior.
   Poema a poema, asistimos a la admirable conducta de criaturas vulnerables que en su corto vuelo se libraron de las trampas del cazador. A menudo, Jacinto Herrero Esteban les concede voz propia a través del monólogo dramático; otras veces, el hilo argumental elige el enfoque distanciado del narrador omnisciente. Así se trazan instantáneas, bagajes vivenciales que aportan conocimiento y experiencia; las microhistorias sitúan al escritor en un posicionamiento ético al glosar vidas que se realizan al dictado de la conciencia, ajenas a presiones que actúan como inquisidores sociales. Son conductas luminosas que reflejan una fortaleza interior curtida e intocable.
   La primera edición de Solejar de las aves se realiza en Bilbao en 1980. Se limitó a una tirada de un centenar de ejemplares y fue ilustrada por M. A. Espí. Se trata de una muestra poética de amplia simbología donde las aves representan el instante auroral, el comienzo sin encañar de la amanecida existencial. No en vano el solejar define la solana, ese lugar expuesto al sol que invitaba en los pueblos castellanos al laborar femenino del punto y la costura.
   Una fauna diversa y generosa caligrafía el cielo; inspira una poesía descriptiva, que acumula detalles y excusa lo confesional. Los poemas adquieren apariencia de fábulas por su carácter didáctico y la enseñanza moral que trasmiten: “No os dé miedo vivir; sed como ellos”. La curruca recuerda, diminuta y ligera, la fragilidad de la pobreza; la picaza sugiere el talante de quien guía su conducta por el bien personal; la oropéndola en su estar invisible nos deja luz y canto; el negro vuelo de los tordos sugiere la inminencia del dolor. Otras aves que sobrevuelan los versos nos dejan, solitarias o en bandadas, la perfecta simetría de las siluetas en vuelo, ese laborar luminoso que une en su diáspora contra el viento tierra y cielo.
   Aparentemente desgajado del conjunto, el poema “Gaspar Hauser” aborda un asunto calderoniano: la vida es sueño; el sujeto mora en una cárcel en cuya entrada pende el letrero que Dante situara a las puertas del infierno: abandonad toda esperanza; somos Segismundo, reos castigados por el mero hecho de existir. Una nota final del editor aclara que el poema es un homenaje a uno de sus hermanos, fallecido el mismo año que escribió el poema.
    El punto de partida de Los poemas de Ávila (1982)  vuelve a ser la ciudad tutelar, un lugar en presente continuo que nunca perdona los recuerdos. En “Dormida esfinge”, un poema que utiliza el alejandrino, la arquitectura milenaria de Ávila aparece como un inventario de lugares de construcción solemne cuyos muros opacos se hacen símbolo de vacío. El ahora parece solitario y despojado, como si las calles hubieran perdido sus pasos en el pretérito. Las tierras abulenses del valle de Corneja fueron motivo estéticos del pintor Benjamín Palencia, a quien se ciñe el soneto “Tierra de Benjamín” que recuerda su mirada plástica. Los dos textos finales son elegías en las que se resalta un paisaje hospitalario, siempre cerca de una sedentaria melancolía.
   La composición metaliteraria que da título al poemario sirve de inicio a La golondrina en el cabrio (1993). La escritura es un proceso de búsqueda cuyo destinatario es la belleza ideal, aquella que trasciende las formas y colores y permanece oculta a los sentidos. En este título está muy marcada la huella de la tradición. Desde el poema de salida, se destilan referencias al legado cultural, casi siempre centrado en Grecia. Homero tiene un aporte extraordinario. Se suceden nombres literarios: Atenea, Odisea, Lot, Dafne, Dionisos, Sileno… Aunque no faltan los momentos meditativos sobre la condición del hombre: el corto vuelo de los días de infancia, la piedad filial, o la melancolía del solitario que regresa al fondo oscuro del misterio son racimos temáticos de una entrega que muestra un renovado afán por la variedad de asuntos.
   Como en el anterior, en Analecta última (2003) no existe un camino argumental unitario. Los temas son bandos de vencejos que alzan vuelo y muestran una floración de piezas casi autónomas. Se celebra la amistad y el entorno; si “Espí” es un poema sensorial y cromático, que sirve de homenaje al pintor, en “Volver a Langa” se enaltece el territorio de origen.
   Reconocido con el Premio Fray Luis de León, La herida de Odiseo (2005), la estación poética de Jacinto Herrero Esteban evoca la presencia literaria. Arquetipo del ausente, Ulises u Odiseo, el personaje homérico, culmina el regreso. Ya en Ítaca, en la casa  de siempre, indaga en las enseñanzas de lo acontecido. Una cicatriz marca en su piel la huella de un tiempo lejano en el que ejercitaba el valor y el coraje. Le quedan la memoria y el cansancio.
   Extractos de La Odisea sirven de umbral a cada poema. Los versos recrean la paciente labor de Penélope, las aventuras del navegante, la hermosa faz de Nausícaa y nuevos mimbren como el itacense Femio y el feacio Demódoco, habitan los legendarios episodios novelescos. Como síntesis final, el inédito “Grito de alcaraván” concluye la antología. El grito reiterado del alcaraván resume la labor del poeta al recuperar en las horas crepusculares la nitidez de los días. Rebobinar las respuestas escritas en el pasado supone un reencuentro con nuestra identidad.
   En 2009, Bootes niño consume los últimos pasos del poeta. El extraño título alude a una de las constelaciones señaladas por Ptolomeo y sirve al escritor para una breve nota personal que define la entrega como una compilación de recuerdos fotográficos de la infancia. Vuelve el niño encarnado aquellas peculiares tareas del pueblo, como ser boyero y llevar los mansos bueyes al pilón. Es sabido que la tradición cristiana nutre uno de los veneros más fértiles del libro, hasta convertirse en subtema referencial.
   La excelente edición de Antonio Pascual Pareja integra como coda de Poesía completa un completo arsenal de anotaciones para indicar referencias argumentales, variantes textuales y procedencia del material metaliterario. De este modo, el trabajo adquiere la fuerza de una edición canónica que reivindica las coordenadas poéticas del abulense y la calidad de su cuerpo verbal.
   La poesía de Jacinto Herrero Esteban deja una impresión de solidez intelectual y transparencia clásica. Frente a lo explícito biográfico que define la lírica de muchos coetáneos, el autor prefiere entrelazar las líneas subterráneas de la tradición cristiana y humanista y el espacio privado como viaje introspectivo al conocimiento. Son estímulos reflexivos el declinar del tiempo, el lugar propio, las relaciones del hombre con los elementos de la naturaleza y las sombras de identidades reales o imaginarias. Así va formulando su singular dialéctica del ser y el decorado emocional de la existencia. Ejes catalizadores de esa luz misteriosa que habita en el poema y busca indeclinable la belleza.


JOSÉ LUIS MORANTE


 
                                                                                                    



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