Imagen interior que no se desvanece: las pupilas de mi
padre guardaban dentro un sol apagado, una noche en continuo titubeo. Hace unos años escribí este aforismo: “No están fuera ni
dentro. No están”. Y estos días lo recordé por su precisa manera de definir
esas presencias que guardan detrás de su sonrisa una extraña distancia. Nunca
sé si son cercanía o lugar lejano, periferia o centro. Los eventos oficiales en torno al Día Mundial de la Poesía han crecido mucho y extreman ahora el criterio selectivo de los colaboradores. Los independientes y desapercibidos lo tienen duro. Yo, también. Hay fotografías que no concuerdan con la realidad;
ocultan seres deshabitados. Escenarios visuales de Madrid donde pueblan aceras los
zapatos gastados de mi soledad: la cuesta de Claudio Moyano, el palacio de
cristal del Retiro, la calle Toledo, el patio interior del Reina Sofía, El
templo de Debod y el parque del Oeste… Son marcos urbanos que comparten la
melancolía del paseante. Son sitios que hay que merecer; y son muchos los pasos
transitorios que carecen de entidad para perdurar; aunque yo sea un optimista y
vea espejismos en los encuentros. No se requiere una especial clarividencia para saber que
la madurez reblandece cualquier tipo de avidez sexual, pero concede máxima
solidez a la ternura. Esa disparidad en la percepción del otro es una escuela
abierta. Hoy aprendí que hay gente que percibe en una pregunta inocua un golpe
que deja en coma. Insólito y clarificador para mañana: no hay más preguntas. Empleó muchos años en ser un palimsepsto de la estupidez.
Ahora personifica un dato empírico: no todos tenemos el cerebro en la cabeza. Fauna doméstica; esa gente que entiende la amistad como
echarmigas de pan a las carpas y barbos
del Retiro.
(Con sonrisa de nieve)
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