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viernes, 6 de noviembre de 2020

FRANCISCO DÍAZ DE CASTRO. VAMOS A PERDERNOS

Vamos a perdernos
Francisco Díaz de Castro
Fundación José Manuel Lara, Vandalia
Sevilla, 2020


ENCUADRES


   En su recorrido, el discurso creador de Francisco Díaz de Castro (Valencia, 1947)  alienta un itinerario dual, un quehacer de crítica y poesía. Como estudioso de la literatura contemporánea, deja trabajos referenciales sobre el modernismo, la generación del 27, el campo erosionado de posguerra y sobre coetáneos como Carlos Marzal y las voces nucleadas en torno a la otra sentimentalidad. El fluir lírico integra casi una decena de entregas, compilada en balances como Utilidad del humo. 1987-1997 (1997), Sol de niebla (2003), Material para nunca (2011) y Cuestión de tiempo (Poesía 1992-2017).
   La cosecha dibuja una producción coherente y unitaria, leal a unos pocos temas básicos, de sobrios recursos expresivos. Así nace un credo poético sostenido en el tiempo que va añadiendo matices nuevos. Quien aborda el deslizarse por la madurez, en el periplo vital tras la jubilación, consolida una vocación introspectiva que se convierte en ejercicio tenaz. En el alféizar del presente, la caligrafía verbal tantea sentidos, personifica formas de habitar la casa encendida de lo diario a través de las palabras. Desde ese afán de hacer inteligible la dialéctica entre realidad y sujeto llegan las composiciones de Vamos a perdernos.
   La apertura, “Cabo de Gata” recorre un espacio poético que evoca de inmediato a Javier Egea. El hablante lírico testifica y describe un paisaje con el objetivismo de una cámara fotográfica, mientras aflora a plena luz el destino roto del poeta de Granada. Los versos postulan un reportaje cuajado de elementos visuales que añade extrañeza al enunciado argumental y se vuelca en la tarea de diseccionar  los contornos del tiempo.
   El jazz es una clave de escritura compartida por poetas muy próximos, como Joan Margarit, Pere Rovira, o Antonio Jiménez Millán. Está presente en el humus de abundantes textos, “Money jumgle”, “Blood count “, “Lester”, “Duke Ellington, Newport 1956”, “Escuchando a Louis Armstrong”… O en “Lee Konitz en la Sala Europa”, que alza el muro evocador de un espacio sonoro, ya irreal, que fue templo del jazz en las noches de Lleida, en la década de los noventa. Como un homenaje, en este caso al fotógrafo Carlos Pérez Siquier, puede entenderse “Testigo”. Recordamos que Pérez Siquier es activo pionero de la vanguardia fotográfica española, capaz de crear en sus imágenes un acusado interés antropológico, como las series que retratan el humilde barrio de la Chanca en Almería.
   Los poemas, cristales fragmentados de la realidad, vislumbran percepciones reflexivas del entorno, propician horizontes visuales. Más allá de lo aparente, la mirada suma cuadros que se interiorizan, depurados y con una creciente hondura evocadora. En su fluida cadencia, el estar diario convoca hábitos y ese magma que define nuestro tiempo. Se muestra un tejido relacional complejo que abre sitio a la melancolía y, también, al furtivo sentir de la ausencia, que suena a despedida sin retorno.
   Los poemas encarnan un activo dinamismo temático. De cuando en cuando, como si fueran mínimas cesuras formales, Francisco Díaz de Castro recurre al esquema versal del haiku para acentuar la cesura pensativa. El suceder en el instante aporta incisiones de la actualidad política y de una conciencia despierta, empeñada en oír los ecos del ahora y modular efectos emocionales. Desde el marco cercano de la contingencia, un cielo al revés, donde se acoge la carencia y el barro, se buscan respuestas sobre el quehacer escritural; los poemas prodigan trazos que desaparecerán en el silencio, pero constituyen el destino que sostiene. Tras esa inquieta reflexión sobre el para qué del largo viaje de las palabras, la escritura profesa una voluntad de estar en el entorno, más allá de la mudez. Quiere penetrar en los significados como subrayan estas líneas de “Laberintos”: “Escribir, acceder a un laberinto, / tratar de descubrir en ese espejo / el espectro, lo póstumo y sus códigos. / Exprimir la emoción con las palabras / que son del pensamiento, nube rápida / contra el cielo impasible…”.
   En Vamos a perdernos percibimos  la pupila meditativa y la recepción sensorial de ámbitos cotidianos que alertan la voluntad de conocimiento. El quehacer lírico siente los vislumbres de lo transitorio y, sin dramatismos verbales ni ansiedad enunciativa, sondea en lo cercano esas briznas de luz que todavía preservan su fulgor y pujanza.
 
 
 

jueves, 3 de julio de 2014

JOSEP LLUÍS AGUILÓ. MONSTRUOS Y OTROS.

Monstruos y otros
Poesía reunida
Josep Lluís Aguiló
Traducción de Francisco Díaz de Castro
Visor Libros, Madrid, 2014
 
MONSTRUOS Y OTROS

    Traducida al castellano por el poeta, ensayista y profesor universitario Francisco Díaz de Castro, aparece en Visor la poesía completa de Josep Lluís Aguiló (Manacor, Mallorca, 1967) firme propuesta del ámbito lingüístico catalán. No es una recopilación completa; queda fuera, como aclara la nota final, Cants d’arjau, un fruto de amanecida, firmado a los dieciocho años, que se considera muy alejado de la sensibilidad estética actual. Tras su edición, el poeta mantuvo un largo silencio hasta 2004, cuando retorna con La biblioteca secreta, al que siguen La estación de las sombras, Monstruos y Lunario. Estas cuatro entregas del nuevo ciclo son las que aportan todas las composiciones, pero se altera el orden de publicación para que funcione como apertura Monstruos, libro que consiguió en 2005 el Premi Ciutat de Palma.
   La lírica de Monstruos se caracteriza por su tensión narrativa. El poema cuenta una historia, con una palpable cadencia versal que elimina el prosaísmo pero que lo acerca a un trabado microrrelato, como sucede en algunos poemas de Jorge Luis Borges, o en la poesía de autores del setenta como Luis Alberto de Cuenca, con quien también comparte el fondo cultural del poemario, con alusiones a Caronte, el Minotauro, las Moiras, Polifemo… El resultado, sin embargo, nunca es previsible y demuestra imaginación despierta. Sirva de ejemplo el brillante poema de apertura que da voz al cartógrafo judío mallorquí Abraham Cresques, quien dejó una nutrida documentación sobre cartas náuticas y realizó el atlas catalán de 1374.
   Para dar fuerza al hilo argumental de cada composición, Aguiló utiliza con frecuencia el monólogo dramático, esa confesión directa que acrecienta la verosimilitud; sucede en “El holandés errante” y en “El Licántropo”, asuntos con amplio tratamiento literario que desprenden la sensibilidad comunicativa del relato oral y de los estantes más clásicos de la novela juvenil.
  El apartado final hace del arquetipo “monstruo” una presencia persistente en situaciones con un claro enfoque visual. La composición “Despedida a modo de epílogo” clarifica el sentido último del poemario y una de sus posibles lecturas: en cada hombre habita lo diverso; su identidad cobija todos los monstruos posibles, esos desconocidos que conforman el reverso de lo que se aparenta, y afloran hacia el exterior mediante la escritura.
   Cada poeta crea sus antecedentes y en La biblioteca secreta muchos indicios llevan a Borges. El universal argentino llenó sus páginas de laberintos, tigres, espejos, y no ocultó nunca que su patrimonio más personal fueron los libros y la noche. Esa noche en los ojos del maestro que impedía la lectura diaria provocó una estrategia muy bien narrada por Alberto Manguel; fueron muchos los lectores que dejaron su voz para que persistiera la memoria escrita en aquellos ojos cansados. Por su palpable admiración, Josep Lluís Agiló pudo haber sido uno de ellos. En los trazos de tinta de La biblioteca secreta dejan su estela persistentes lecturas; el autor sabe que los libros son puertas que permiten el encuentro diario entre recuerdos y olvidos. Por ellos regresan sombras  como Adán y Eva, Ramón Llull, Giordano Bruno… Al cabo, una biblioteca, según define un poema, no es sino el palacio de la memoria.
   El poemario añade un matiz nuevo en la poesía de Josep Lluís Aguiló: la mirada social; está en los versos que detectan la zona umbría de la condición humana como “Herramientas” y “Paralelismos”, en los que una vez más vuelve a ser cierto esa inclinación del hombre a ser un lobo, a provocar dolor y sufrimiento. Las palabras no son sólo palabras; constatan lo que sucede fuera; hablan también de que la escritura es siempre un horizonte abierto que no precisa más final que el aliento que guía cada verso: la cercana presencia de los sentimientos.
  El tercer título incluido es La estación de las sombras. La entrega apuesta por el intimismo y la proximidad del sujeto verbal, cuya voz en el ahora refleja el cauce manso de lo cotidiano, esas fotografías de lo diario que reflejan los estados de ánimo ante el paisaje habitual. Prosiguen la perfección formal, la lucidez para reflexionar sobre el sentido de lo existencial y el vocabulario coloquial. El acontecer del yo adquiere una mayor relevancia, mientras se mitiga el aporte cultural, aunque el libro se cierra con un poema sobre el sentido de la escritura, “Curso de supervivencia·, y una cita de W. Shakespeare, perteneciente a El sueño de una noche de verano.
   Por último, clausuran el volumen los poemas de Lunario. En él hallamos ciertas similitudes con La biblioteca secreta, aunque exista una mayor autonomía en la disposición poemática. El cauce argumental del libro, como espacio que recupera la emoción de la noche, acoge a los hitos temáticos perdurables: el amor, la muerte, la soledad y esos impactos mínimos que marcan la piel de la existencia y resaltan la fragilidad del ser transitorio y dejan un mejor conocimiento de nuestra propia identidad.
   Las versiones que ha preparado Francisco Díaz de Castro incorporan al castellano la aportación lírica de Josep Lluís Aguiló. El crítico ha preferido evitar cualquier ingerencia en forma de prólogo o epílogo  para conceder a los destinatarios  de Monstruos y otros la última palabra. Deja al lector en el punto de partida: el encuentro a solas, con una poesía natural, rítmica, que destila lecturas y reinterpreta el cauce manso de lo cotidiano. Poesía viva, sensible, bien trabajada en lo formal, con el latido de lo perdurable.
 
 

lunes, 18 de marzo de 2013

MI PADRE.

"Nubes de atardecer", Francisco Díaz de Castro, 2013
Recuerdo de mi padre


Mi padre ponderaba la eficacia
como un tesoro extraño y valiosísimo,
escondido en el vientre de la tierra.
Solía levantarse muy temprano
con el tic-tac grabado en la memoria,
y dilataba oscuro una jornada
que concluía laso y taciturno.
Era su empeño inmune al frío o la canícula.
Por él estuve interno tantos años
con la sola misión de hacerme un hombre.
(Entendamos: un hombre de provecho,
un atinado buscador de logros).
Mas el esfuerzo no valió la pena.
Él no tiene conciencia del fracaso.
Descubrió en la derrota
una patria feliz, compensatoria.

     ( De Causas y efectos, Sevilla, 1997)

domingo, 10 de marzo de 2013

TELARAÑAS.

Fotografía de Francisco Díaz de Castro, 2009


TELARAÑAS:

     (A Juan M. Velázquez, por hacerme sentir un secundario de lujo)

 Soy parte de su vida, me dice, abstraída en la telaraña.

 Amanece. En el cristal de la buhardilla el abrazo tibio de un sol cordial. Se nubla pronto.

Mi calle tiene cara de municipal con cuaderno de multas.

Lluvia sin olor. Entre dos cuerpos un deseo neutral.

Con un buen libro actúo como un pasajero impaciente. No dejo que se duerma.

¿Por qué lo sencillo es siempre tan complicado?
 
Una amistad discreta, con hule de plástico y sopa de sobre.

Cuando me visita la incertidumbre, vacío en el correo la bandeja de entrada. Después coloco en cada mensaje no leído las palabras justas.