Monstruos y otros Poesía reunida Josep Lluís Aguiló Traducción de Francisco Díaz de Castro Visor Libros, Madrid, 2014 |
MONSTRUOS Y OTROS
Traducida al castellano por el poeta, ensayista y profesor universitario
Francisco Díaz de Castro, aparece en Visor la poesía completa de Josep Lluís
Aguiló (Manacor, Mallorca, 1967) firme propuesta del ámbito lingüístico
catalán. No es una recopilación completa; queda fuera, como aclara
la nota final, Cants d’arjau, un fruto
de amanecida, firmado a los dieciocho años, que se considera muy alejado de la
sensibilidad estética actual. Tras su edición, el poeta mantuvo un largo
silencio hasta 2004, cuando retorna con La
biblioteca secreta, al que siguen La
estación de las sombras, Monstruos y
Lunario. Estas cuatro entregas del nuevo ciclo son las que aportan todas
las composiciones, pero se altera el orden de publicación para
que funcione como apertura Monstruos,
libro que consiguió en 2005 el Premi Ciutat de Palma.
La lírica de Monstruos se
caracteriza por su tensión narrativa. El poema cuenta una historia, con una
palpable cadencia versal que elimina el prosaísmo pero que lo acerca a un
trabado microrrelato, como sucede en algunos poemas de Jorge Luis Borges, o en
la poesía de autores del setenta como Luis Alberto de Cuenca, con quien también
comparte el fondo cultural del poemario, con alusiones a Caronte, el Minotauro,
las Moiras, Polifemo… El resultado, sin embargo, nunca es previsible y
demuestra imaginación despierta. Sirva de ejemplo el brillante poema de apertura que da
voz al cartógrafo judío mallorquí Abraham Cresques, quien dejó una nutrida
documentación sobre cartas náuticas y realizó el atlas catalán de 1374.
Para dar fuerza al hilo argumental de cada composición, Aguiló utiliza
con frecuencia el monólogo dramático, esa confesión directa que acrecienta la
verosimilitud; sucede en “El holandés errante” y en “El Licántropo”, asuntos
con amplio tratamiento literario que desprenden la sensibilidad comunicativa
del relato oral y de los estantes más clásicos de la novela juvenil.
El apartado final hace del arquetipo “monstruo” una presencia
persistente en situaciones con un claro enfoque visual. La composición
“Despedida a modo de epílogo” clarifica el sentido último del poemario y una de
sus posibles lecturas: en cada hombre habita lo diverso; su identidad cobija
todos los monstruos posibles, esos desconocidos que conforman el reverso de lo
que se aparenta, y afloran hacia el exterior mediante la escritura.
Cada poeta crea sus
antecedentes y en La biblioteca secreta muchos
indicios llevan a Borges. El universal argentino llenó sus páginas de
laberintos, tigres, espejos, y no ocultó nunca que su patrimonio más personal
fueron los libros y la noche. Esa noche en los ojos del maestro que impedía la
lectura diaria provocó una estrategia muy bien narrada por Alberto Manguel;
fueron muchos los lectores que dejaron su voz para que persistiera la memoria
escrita en aquellos ojos cansados. Por su palpable
admiración, Josep Lluís Agiló pudo haber sido uno de ellos. En los
trazos de tinta de La biblioteca secreta dejan
su estela persistentes lecturas; el autor sabe que los libros son puertas que
permiten el encuentro diario entre recuerdos y olvidos. Por ellos regresan
sombras como Adán y Eva, Ramón Llull,
Giordano Bruno… Al cabo, una biblioteca, según define un poema, no es sino el
palacio de la memoria.
El poemario añade un matiz nuevo en la poesía de Josep Lluís Aguiló: la
mirada social; está en los versos que detectan la zona umbría de la condición
humana como “Herramientas” y “Paralelismos”, en los que una vez más vuelve a
ser cierto esa inclinación del hombre a ser un lobo, a provocar dolor y sufrimiento.
Las palabras no son sólo palabras; constatan lo que sucede fuera; hablan
también de que la escritura es siempre un horizonte abierto que no precisa más
final que el aliento que guía cada verso: la cercana presencia de los sentimientos.
El tercer título incluido es La
estación de las sombras. La entrega apuesta por el intimismo y la
proximidad del sujeto verbal, cuya voz en el ahora refleja el cauce manso de lo
cotidiano, esas fotografías de lo diario que reflejan los estados de ánimo ante
el paisaje habitual. Prosiguen la perfección formal, la lucidez para
reflexionar sobre el sentido de lo existencial y el vocabulario coloquial. El
acontecer del yo adquiere una mayor relevancia, mientras se mitiga el aporte
cultural, aunque el libro se cierra con un poema sobre el sentido de la
escritura, “Curso de supervivencia·, y una cita de W. Shakespeare,
perteneciente a El sueño de una noche de
verano.
Por último, clausuran el volumen los poemas de Lunario. En él hallamos ciertas similitudes con La biblioteca secreta, aunque exista una
mayor autonomía en la disposición poemática. El cauce argumental del libro,
como espacio que recupera la emoción de la noche, acoge a los hitos temáticos
perdurables: el amor, la muerte, la soledad y esos impactos mínimos que marcan
la piel de la existencia y resaltan la fragilidad del ser transitorio y dejan un mejor conocimiento de nuestra propia identidad.
Las versiones que ha preparado Francisco Díaz de Castro
incorporan al castellano la aportación lírica de Josep Lluís Aguiló. El crítico
ha preferido evitar cualquier ingerencia en forma de prólogo o epílogo para conceder a los destinatarios de Monstruos
y otros la última palabra. Deja al lector en el punto de partida: el
encuentro a solas, con una poesía natural, rítmica, que destila lecturas y
reinterpreta el cauce manso de lo cotidiano. Poesía viva, sensible, bien trabajada en lo formal, con el
latido de lo perdurable.
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