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sábado, 3 de diciembre de 2022

TERESA GÓMEZ. PLAZA DE ABASTOS

Plaza de abastos
Teresa Gómez
Prólogos de Ángeles Mora
y Juan Carlos Rodríguez
Fundación José Manuel Lara
Sevilla, 2022 

 

EL QUICIO DE LAS HORAS

 
 
   La poesía contemporánea aglutina una luminosa conjunción de etiquetas que definen, con discutible precisión, los ensanches del género. Así sucede con la expresión machadiana “La otra sentimentalidad”, que nombra el grupo literario nacido en Granada a principios de los años 80, cuyos vértices referenciales más notables, en su comienzos, fueron Álvaro Salvador, Javier Egea y Luis García Montero. Pero la etiqueta adquiría solvencia con otras identidades como Ángeles Mora, Inmaculada Mengíbar y Teresa Gómez (Puebla de Don Fadrique, Granada, 1960), Licenciada en Filología Hispánica y Psicopedagogía. El trayecto personal compendia las publicaciones Subasta en mi ventana (2000), Tu silencio (2004), La espalda de la violinista (2018) y ahora, como definitivo amanecer tras una notable presencia en revistas y algunas antologías, Plaza de abastos, un libro escrito en el primer tramo de los años ochenta y presentado en 1986, aunque destinado muy poco después a soportar un largo paréntesis de silencio.
   En su acercamiento prologal, Ángeles Mora recuerda el clima cultural de la época. Aquella etapa en la que la Universidad de Granada era un hervidero de iniciativas culturales, auspiciadas por magisterios como el profesor Juan Carlos Rodríguez. La lírica de Teresa Gómez sonaba fuerte en lecturas públicas y recitales y había sido reconocida por la revista Olvidos de Granada. Pero sus poemas de viva voz solo tuvieron el apunte de una aparición fugaz, aunque contaran en aquella amanecida temporal con el refrendo presencial de Juan Carlos Rodríguez cuyas palabras sirven ahora como pórtico a esta edición. El investigador y ensayista recalcaba un aspecto clave de Plaza de abastos: la creación de una metafísica del cuerpo, exento y liberado de su condición biográfica.
   Ahora Teresa Gómez desvela el misterio de Plaza de abastos, ese modo de percibir que marca las estratagemas del solitario desde la poesía. Las palabras son intuición del espíritu; profundizan en la realidad y dan cuenta de la experiencia del conocer las fuentes esenciales del sujeto: el amor, el itinerario hacia el otro, la conciencia de la temporalidad y los claros indicios de la contemplación de lo cotidiano.
   En Plaza de abastos los poemas muestran su trabazón interna en torno a cuatro secciones. La del comienzo, “Variaciones sobre un tema inesperado” solo contiene dos composiciones, pero en ellas concurren los rasgos definidores del poemario. La voz confidencial explora de manera directa el cauce sentimental. Abre ventanas al cuerpo, percibe las huellas marcadas en la epidermis de los días que la sensibilidad lírica moldea, en una suerte de registro verbal: “Extendida la arena más allá de las costas / yo sostuve en tu cuerpo una formulación de mi pasado”. El inicio celebratorio de la pulsión amorosa establece en el segundo poema una analogía entre  los pormenores del deseo y el desplazamiento del yo existencial hacia su ineludible destino en la ceniza.
    El campo semántico del apartado “Oferta” se ajusta con destreza al acontecer del hablante en torno a su relación con el latir del cuerpo. El tiempo borra y distancia, pone niebla en las coordenadas del destino: “Son todos estos años de pie frente a la verja, / las preguntas aquellas con la luz apagada / y una explosión de ti a deshora / con un gesto en los ojos / terminantemente prohibido”. Frente a los días quedan los rastros del cansancio, el tacto áspero de un paisaje en el que languidece un callado rumor de besos.
   El conjunto de poemas “Ocasiones” incorpora en el cauce argumental la mirada social. En este tramo destacan poemas de sensibilidad oral mediante el empleo de recursos literarios como la repetición, el juego visual de las grafías y un ritmo de canción que recuerda el folklore. Junto al personaje, cercano permanece un escenario colorista que halla en la percepción de quien contempla un itinerario de retorno. En el avance de “Ocasiones” se muestra un atinado ejemplo de aliento transversal que hace propicio el tiempo para una cosecha de sentimientos diáfanos como el amor, la soledad, el desamparo de la calle –tan certero en el poema “Estado de sitio”- o las fotografías de un tiempo que buscaba esperanza tras la ominosa travesía de la dictadura.
   Se reflexiona en el apartado final “Demanda” sobre el ser de quien recorre el pálpito coral de lo cotidiano en su empeño de definir esperanzas y sacudir el tedio. La caligrafía de la intimidad siempre es el sencillo y eficaz salvavidas diario: “Y ahora llegas tú / con veinticinco mil maneras de acariciar mis dedos / aunque no estés de acuerdo con lo que yo / pensé / del precio de la piña  y la última decisión / que ha tomado el gobierno”.
  Recuerdos y experiencias son señas presenciales presenciales.  Son elementos vivificadores, símbolos plurales de cuyo existir se deducen inflexiones intimistas para animar la caligrafía aleatoria del pasado. El abrazo entre meditación y vivencias conceden al poemario textura meditativa.
  En los poemas de Plaza de abastos el tejido experiencial adquiere una importancia explícita; las evocaciones trasmiten la vigencia activa de la memoria; desde su cercanía se marcan los latidos del presente y las cualidades del entorno, ese contexto urbano marcado por las contingencias del sentir. Este singular encuadre personifica el apoyo en magisterios como Rafael Alberti y su momento creador surrealista. Teresa Gómez deja en Plaza de abastos un tramo escritural intimista, experiencial y evocador, que no olvida la preocupación formal y supera hermetismos y oscuridades para expresar la pulsión tensión de una identidad que camina hacia adentro, para reconocer sus vibraciones, los nuevos signos de la amanecida.


JOSÉ LUIS MORANTE

viernes, 9 de septiembre de 2022

ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN. NOCHE EN PARÍS

Noche en París
Antonio Jiménez Millán
XII Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado
Fundación José Manuel Lara
Colección Vandalia
Sevilla, 2022

SOMBRAS CON LUZ


   La obra poética de Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954) poeta, ensayista, antólogo, editor, traductor y profesor universitario figura por derecho propio en la nómina de autores contemporáneos de relieve. Sus entregas conforman un paisaje verbal donde son coordenadas el retrato ficcional del yo, la conciencia de lo transitorio y la frustración de lo cotidiano por el desmantelamiento de refugios utópicos. Así se ha ido gestando un itinerario que es machadiana palabra en el tiempo y responde a un propósito dialogal, comunicativo. La voz expone, con pausada claridad, el epitelio de incertidumbre de un yo reflexivo y transeúnte, deambulando por una sociedad de valores mudables que requiere un necesario espíritu crítico y un carácter ético, capaz de borrar cualquier acantilado conformista.
  Los poemas de Noche en París, escritos entre 2018 y 2022 y reconocidos con el XII Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, descubren un ámbito temático persistente: la ciudad como despliegue de sensaciones e indicios. El callejero urbano es metáfora temporal y es a la vez el contexto en el que la conciencia se dispone a completar lejanas perspectivas con las cartas marcadas de la experiencia.
  El deambular lírico elige como inicio la composición “Memoria del agua”, cuyo título, como recordarán muchos lectores, coincide con la reciente compilación Memoria del agua. Poemas sobre Granada (2022) en cuyo recorrido se anticipaban inéditos escritos en los dos años anteriores a la soledad pandémica. Las páginas contienen poemas reflexivos, haikus y evocaciones que alojan los pautados movimientos del pensar, el abrazo entre claroscuros y amanecidas.
   El escritor incorpora a su poblado itinerario creador un surtido muestrario formal que fluctúa entre el verso libre, el haiku y los poemas en prosa. Como sugiere el esquema japonés, la contemplación alumbra conocimiento y percepción; la mínima secuencia versal del haiku pone de manifiesto una realidad trascendida, ambigua, a contraluz, cuyo perfil entrelaza belleza y armonía. Esta mirada indagatoria del poeta conecta intervalos diferentes, enlazados en la búsqueda constante de oír rumores en “el rodal del tiempo”. La evocación despereza recuerdos, acaricia el frágil epitelio de la memoria, como sucede en el poema “Una visita a la Alhambra”, dedicado a Joan Margarit y su esposa.
  Los poemas escalonan veredas y sentidos, direcciones que no olvidan nuestra finitud. El tránsito vital no puede desasirse del vacío. Con extraña quietud, la muerte respira cerca; es una puesta de sol que tiende sus brazos para un último encuentro. El discurrir conforma “el saldo triste de un presente en fuga”. El transitar de los días ubica en los sentidos los indicios de un lento desguace; conforma ausencias, acumula nostalgias mientras el personaje verbal se empeña en recorrer las galerías de la incertidumbre.
 La sección “Retratos” recorre la distancia hacia el otro. Con tonos amarillos dibuja poemas habitados por secundarios que un día asomaron a los ventanales de la intimidad para diluirse después en los sombríos laberintos de la nada. Suenan los pasos de Místico López, Bola de Nieve, y Fernando Pessoa, personajes a la intemperie ya casi convertidos en pálidos fantasmas que habitaron un día una cartografía peculiar y única, un marco de representación también ahora convertido  en muro de cristal.
   El apartado que da nombre al libro “Noche en París” suma las prolongadas vigilias que anticipan el viaje. Paris es un entorno real que hace posible la mirada amable y esperanzada del visitante. Pero la ciudad es también un pretérito vivo que regresa desde otro tiempo para buscarse. Como escribiera Ch. Baudelaire “Paris cambia, mas nada en mi melancolía ha cambiado”. Desde esa certeza, el visitante recrea historias de otros moradores deslizando su faz por el mapa de la remembranza. Recordar es alzar un mundo tenue, hecho de retornos y mutaciones, que trae consigo una incierta desintegración.
  El peso enunciativo del poema en prosa deja el exilio de Miguel de Unamuno en Fuerteventura, en 1924, cuando el país soportaba la dictadura de Primo de Rivera y París se convirtió en acogida y protección contra espíritus gregarios y figurantes que ahora, en el manso fluir del presente, se han convertido en sedentarios turistas con cámaras fotográficas. El poeta emplea en sus composiciones movimientos de travelling, frecuentes desplazamientos entre el pretérito y el ahora, para dibujar ambientes de cine negro o para recorrer los barrios más representativos de la urbe. Al cabo, “la memoria puede ser una llaga o un bálsamo”.
   Siempre versátil en la construcción de sus textos, Antonio Jiménez Millán, reúne en “Fragilidad”, un tramo dedicado a Juan Vida, un conjunto de sonetos. La estrofa cerrada suena de nuevo con la armónica cadencia de la rima y la frescura de la inmediata resolución argumental. En estas historias comprimidas se refleja el duermevela de la ciudad y la atmósfera decadente de sus sueños perdidos. Con magnífico cierre el soneto V dibuja esta desidia sensorial: “No es sueño ni ficción: es realidad. / Es una inesperada distopía / que toma la ciudad como escenario. / Se convierte la cámara en vigía, / se queda con el gesto solidario / y la conciencia de fragilidad”.
  La soledad sonora de “Sentimental Mood”, aserto inspirado en la canción In a Sentimental Mood, compuesta por Duke Ellington en 1935, construye un armonioso fondo sonoro, una melodía capaz de cobijar pretéritos en el pentagrama. El jazz –aquella música inolvidable que sonaba en el París de Rayuela-  deja en “Memoria” el sonar descarnado del saxo en el que se refleja “un rastro inolvidable de noches”, el brillo de un instante auroral que no volverá a repetirse. El poeta elabora un inolvidable catálogo con las voces de Edith Piaf, Aute, Janis Joplin, Miguel Ríos o Serrat que suena a homenaje generacional, a espejismos de un tiempo de plenitud y asombro en el que se confunden en la misma emoción inolvidable palabras y música abriendo al tiempo otros itinerarios.
   Noche en Paris alumbra en sus poemas un trabajo de madurez y permanencia. Conjuga estratos anclados que hacen del ahora un espacio transitable y profundo. Su poesía abre surcos en busca del origen, de esa esencia de ser que poco a poco deshuesa el discurrir y aboca a un mundo incierto. Aunque todavía, y como siempre, las palabras alzan sus ramas firmes, su fuerza desvelada, su margen reservado para el vuelo.
 
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 

miércoles, 17 de marzo de 2021

ÍNSULA, nº 889-890 (75 ANIVERSARIO)

Ínsula 889-890
(Revista de Letras y Ciencias Humanas)
Enero-Febrero, 2021
Editora: Arantxa Gómez Sancho
ESPASA, con el apoyo de Fundación José Manuel Lara

 

 Un camino en el tiempo:

 75 aniversario (1946-2021)

 

   Frente al libro, carga potencial de un quehacer único, la revista literaria crece ramificada, es testimonio colectivo de un tiempo. Hace posible la perspectiva global de un momento histórico, donde se entrelazan generaciones coexistentes. En las secciones discurren propuestas plurales, cruces de itinerarios renovados. La revista signa su propio planteamiento, su asiento reservado en los palcos literarios. Y ese lugar ha de ser visible entre unas coordenadas precisas. Naturalmente, no me refiero al dogma cerrado y panfletario, beligerante por principio con otros ideales estéticos.
    La primera página que abre una revista de literatura es la estructura coherente de contenidos y fidelidad de formato. Dicha coherencia crea una tradición, coloniza, cultiva un jardín propio y hace del encuentro una costumbre. Setenta y cinco años cumple la revista Ínsula y la efemérides impulsa el número extraordinario 889- 890. Es un monográfico coordinado por Juan Miguel Sánchez Vigil, María Olivera Zaldúa y Arantxa Gómez Sancho. La editora de Ínsula abre contenidos con palabras de gratitud a todos los que hacen posible  tan abrumadora longevidad. Un demorado caminar, vivido con pasión e intensidad, como recomendaba Horacio, y esa alegría de lo humilde que fue razón de ser en la poesía del gran Joan Margarit.
   Los enfoques críticos recuperan el periplo iconográfico de la literatura española desde la Edad Media hasta el Siglo XX. Del deslumbramiento de las imágenes en el medievo se ocupa Helena Carvajal González, quien subraya la importancia artística y simbólica de libros como Auto de los Reyes Magos y El Cantar de Mío Cid. La fuerza de la ilustración se mantiene y afecta también a los grabados, la literatura jurídica y los manuscritos traducidos, que se personifican con ilustraciones plenas de color y onirismo. 
   José Luis Gonzalo Sánchez-Molero elige como senda exploratoria el retrato literario en el Siglo de Oro. Recuerda que la vuelta del Humanismo al mundo grecorromano facilitó el cultivo del retrato, aunque idealizara rasgos físicos y estuviese repleto de elementos simbólicos. Así cuajaron las prácticas iconográficas del siglo de Oro que añadieron al texto la semblanza visual del autor como tributo a la curiosidad popular. Esta contingencia alentó mucho la imagen singular de los grandes autores de la época. Sería ya en la Ilustración, analizada por Esperanza Guillén, cuando el retrato se pliega a todas las clases sociales, como testifica la obra de Francisco de Goya
   Nace en el siglo XIX un culto fuerte a la personalidad individual, alentado por el peso económico de la burguesía y por la fuerza presencial de estamentos de carácter, como militares, políticos, intelectuales y jerarquía eclesial; posan no solo para exponer rasgos físicos sino la fuerza anímica del carácter o el temple moral. Desde ese enfoque se escribe la aportación de Marta Palenque “Un viaje emotivo por la iconografía de la literatura española decimonónica”. Plantea en sus contenidos una galería de retratos y el marco ambientes en el que se mueven los personajes de ficción. No olvida estudiar la materia visual en periódicos, libros y láminas de folletín, cuyos formatos e iconografías se mantendrán en las revistas satíricas del siglo XX, como recuerda José María de Francisco Olmos.
   La selecta partida visual del siglo XX y los ensayistas que la comentan dan un formato dinámico de las mutaciones intelectuales del periodo y de los personajes de primera línea: Antonio Machado, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, máximas credenciales líricas del siglo, y fotos de grupos, estampas colectivas o eventos literarios que pertenecen al friso expresionista de la memoria común. Del mismo modo, Teodosio Fernández convoca un florilegio de imágenes de las literaturas de Hispanoamérica, que funda un paisaje propio, cuajado de pujante diversidad, donde se fortalece la expansión del idioma, con una heterodoxia empeñada en rebelarse contra lo rutinario.
   Otro acierto pleno es el recorrido por el espacio creativo de las literaturas peninsulares (catalana, gallega, vasca), y la mirada a la pléyade de escritoras que tuvo que lidiar con ese persistente halo de invisibilidad y marginación, sostenido por una organización patriarcal, repleta de asimetrías en la igualdad de géneros. El murmullo de fondo de este número doble de Ínsula recuerda la iconografía literaria de Alfonso, el más persistente hacedor de retratos, cuyo objetivo fotográfico ya forma parte de la mitología bajo aquel sugerente lema práctico: “mirar y ver”.
   Junto al doble número centrado en la aportación visual,  acompaña a esta entrega  un número especial que recupera el formato sábana original. Recuerda una biblioteca ambulante actualizada. Se abre con la palabra evocadora de Arantxa Gómez Sancho, quien en “La resistencia de los materiales” evoca el largo trayecto y el sentido histórico de la publicación, que se complementa con un selecto recorrido por las portadas. Las fotografías adquieren la contundencia de un álbum de la memoria, cuajado de grandes protagonistas literarios de España y Latinoamérica. 
  Tras la atroz debacle de la guerra civil, poco a poco renacen las publicaciones periódicas. Más allá de la dicotomía formalismo o testimonio que representaron Garcilaso y Espadaña en las primeras décadas de la dictadura convivieron  publicaciones como Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos, Dau al Set, o La estafeta literaria. Del tramo histórico de Ínsula entre 1946 y 1970 da cuenta la entrevista por Antonio Núñez con Enrique Canito y José Luis Cano, impulsores de una publicación “orteguiana y liberal” que buscaba superar la quiebra cultural del momento. Sin miedo, rescata voces del exilio y crea puentes entre concepciones estéticas polarizadas o marcadas por una recepción minoritaria, de escasa aportación crítica.
   Del arraigo de la revista en el suelo cultural y del sentido de una cabecera ideológicamente tolerante y comprometida con el legado de la tradición escriben pensadores, filósofos y ensayistas que coinciden en definir la labor de Ínsula como un ámbito intelectual abierto, dispuesto a propiciar conexiones entre escritores españoles y latinoamericanos y recuperar la convivencia creadora silenciada por el franquismo. La selección de poemas publicados en el tiempo, realizada por Marta Agudo, propicia una completa antología en las calles del tiempo, con una coda en prosa de Carmen Laforet, la inolvidable ganadora del Premio Nadal.
   Setenta y cinco años de continuidad certifican un mérito incuestionable. La literatura española del siglo XX no se entendería sin la vitalidad de Ínsula. Sea esta breve síntesis también el homenaje de gratitud de tantos críticos y poetas que han encontrado en el eclecticismo de los materiales publicados un aula de convivencia y conocimiento, un privilegiado mirador al alcance de todos.

JOSÉ LUIS MORANTE
 
 
 


viernes, 6 de noviembre de 2020

FRANCISCO DÍAZ DE CASTRO. VAMOS A PERDERNOS

Vamos a perdernos
Francisco Díaz de Castro
Fundación José Manuel Lara, Vandalia
Sevilla, 2020


ENCUADRES


   En su recorrido, el discurso creador de Francisco Díaz de Castro (Valencia, 1947)  alienta un itinerario dual, un quehacer de crítica y poesía. Como estudioso de la literatura contemporánea, deja trabajos referenciales sobre el modernismo, la generación del 27, el campo erosionado de posguerra y sobre coetáneos como Carlos Marzal y las voces nucleadas en torno a la otra sentimentalidad. El fluir lírico integra casi una decena de entregas, compilada en balances como Utilidad del humo. 1987-1997 (1997), Sol de niebla (2003), Material para nunca (2011) y Cuestión de tiempo (Poesía 1992-2017).
   La cosecha dibuja una producción coherente y unitaria, leal a unos pocos temas básicos, de sobrios recursos expresivos. Así nace un credo poético sostenido en el tiempo que va añadiendo matices nuevos. Quien aborda el deslizarse por la madurez, en el periplo vital tras la jubilación, consolida una vocación introspectiva que se convierte en ejercicio tenaz. En el alféizar del presente, la caligrafía verbal tantea sentidos, personifica formas de habitar la casa encendida de lo diario a través de las palabras. Desde ese afán de hacer inteligible la dialéctica entre realidad y sujeto llegan las composiciones de Vamos a perdernos.
   La apertura, “Cabo de Gata” recorre un espacio poético que evoca de inmediato a Javier Egea. El hablante lírico testifica y describe un paisaje con el objetivismo de una cámara fotográfica, mientras aflora a plena luz el destino roto del poeta de Granada. Los versos postulan un reportaje cuajado de elementos visuales que añade extrañeza al enunciado argumental y se vuelca en la tarea de diseccionar  los contornos del tiempo.
   El jazz es una clave de escritura compartida por poetas muy próximos, como Joan Margarit, Pere Rovira, o Antonio Jiménez Millán. Está presente en el humus de abundantes textos, “Money jumgle”, “Blood count “, “Lester”, “Duke Ellington, Newport 1956”, “Escuchando a Louis Armstrong”… O en “Lee Konitz en la Sala Europa”, que alza el muro evocador de un espacio sonoro, ya irreal, que fue templo del jazz en las noches de Lleida, en la década de los noventa. Como un homenaje, en este caso al fotógrafo Carlos Pérez Siquier, puede entenderse “Testigo”. Recordamos que Pérez Siquier es activo pionero de la vanguardia fotográfica española, capaz de crear en sus imágenes un acusado interés antropológico, como las series que retratan el humilde barrio de la Chanca en Almería.
   Los poemas, cristales fragmentados de la realidad, vislumbran percepciones reflexivas del entorno, propician horizontes visuales. Más allá de lo aparente, la mirada suma cuadros que se interiorizan, depurados y con una creciente hondura evocadora. En su fluida cadencia, el estar diario convoca hábitos y ese magma que define nuestro tiempo. Se muestra un tejido relacional complejo que abre sitio a la melancolía y, también, al furtivo sentir de la ausencia, que suena a despedida sin retorno.
   Los poemas encarnan un activo dinamismo temático. De cuando en cuando, como si fueran mínimas cesuras formales, Francisco Díaz de Castro recurre al esquema versal del haiku para acentuar la cesura pensativa. El suceder en el instante aporta incisiones de la actualidad política y de una conciencia despierta, empeñada en oír los ecos del ahora y modular efectos emocionales. Desde el marco cercano de la contingencia, un cielo al revés, donde se acoge la carencia y el barro, se buscan respuestas sobre el quehacer escritural; los poemas prodigan trazos que desaparecerán en el silencio, pero constituyen el destino que sostiene. Tras esa inquieta reflexión sobre el para qué del largo viaje de las palabras, la escritura profesa una voluntad de estar en el entorno, más allá de la mudez. Quiere penetrar en los significados como subrayan estas líneas de “Laberintos”: “Escribir, acceder a un laberinto, / tratar de descubrir en ese espejo / el espectro, lo póstumo y sus códigos. / Exprimir la emoción con las palabras / que son del pensamiento, nube rápida / contra el cielo impasible…”.
   En Vamos a perdernos percibimos  la pupila meditativa y la recepción sensorial de ámbitos cotidianos que alertan la voluntad de conocimiento. El quehacer lírico siente los vislumbres de lo transitorio y, sin dramatismos verbales ni ansiedad enunciativa, sondea en lo cercano esas briznas de luz que todavía preservan su fulgor y pujanza.
 
 
 

jueves, 27 de febrero de 2014

JAZZ Y POESÍA.

Fruta extraña
Juan Ignacio Guijarro (ed)
Fundación José Manuel Lara
Sevilla, 2013
JAZZ Y POESÍA
 
A Carmen Martínez Cal, por su interés
 
Jazz y poesía. Dos interlocutores cordiales que han protagonizado un incansable diálogo, lleno de enlaces comunicativos. A desvelar esa conversación, con música de fondo y escenario con focos, dedica una minuciosa investigación Juan Ignacio Guijarro, profesor titular de Literatura Inglesa y Norteamericana de la universidad de Sevilla.
La antología Fruta extraña, con el subtítulo Casi un siglo de poesía española de jazz, tiene como apertura un extenso liminar en el que se fijan las coordenadas básicas que definen la evolución del jazz. El género musical completa un recorrido lleno de ondulaciones, desde el ámbito claustrofóbico y marginal del club de barrio hasta la luz a mediodía de la plaza pública. Surgido en Nueva Orleans, en el albor del siglo XX, el jazz es una manifestación artística que poco a poco va copando espacios sociales cada vez más amplios.
Es en el contexto belicista de la primera guerra mundial cuando llega a las principales ciudades europeas. Propicia una revolución sonora que amplía la nómina de músicos norteamericanos con aportaciones autóctonas que suman riqueza y complejidad y fomenta el intercambio artístico entre sensibilidades y contextos diversos.; al mismo tiempo el jazz establece un incansable intercambio de quehaceres con otros lenguajes como el cine o la poesía.
Juan Ignacio Guijarro investiga el decurso cronológico del jazz en nuestro país, señalando artistas relevantes y centros situacionales de una música de creciente prestigio intelectual y cierra el libro con una colección de poemas que toman al jazz como pretexto aglutinador. Ha transcurrido un siglo y aquella música, con aire marginal y minoritario que prodigaba notas de desconfianza, se ha transformado en expresión cultural de honda influencia en el pensamiento cultural de nuestros días. Fruta extraña ratifica que la poesía no se ha quedado al margen, ni en sus aspectos formales ni en sus desarrollos temáticos. Por el contrario la presencia del jazz en los poemas es continua y activa y así prosigue en la década que abre el nuevo siglo.Billie Holliday, aquella vocalista legendaria, definió el jazz como una fruta extraña. Hoy, el paladar siente su pulpa creativa jugosa y digesta, un sabor hecho de tiempo para gustos amplios. Aquel ritmo musical sincopado de origen afroamericano ya es universal. Sabe a poesía.   
 
 

lunes, 26 de noviembre de 2012

NUEVA YORK.

Geometría y angustia
(Poetas españoles en Nueva York)
Edición de Julio Neira
Vandalia, Fundación José Manuel Lara
Sevilla, 2012

El epígrafe Geografía y angustia sirve de título a esta antología, con selección y prólogo del profesor y ensayista Julio Neira. Propone un exhaustivo rastreo de un motivo literario de honda supervivencia en nuestra literatura: Nueva York. Recluidos en su geografía han sido muchos los autores que en los dos últimos siglos han expresado con sus versos perplejidad y alegría, admiración, inquietud desolada y gritos de desgarro.
El análisis de Julio Neira argumenta la consistencia del motivo y su enfoque plural. La historiografía permite recordar que la poesía urbana arranca en el siglo XVIII, definida por las nuevas condiciones ambientales derivadas de la revolución industrial. La ciudad es germen de disonancias y se convierte en lugar de conflicto en el que el sujeto pierde su identidad. Como escribiera Baudelaire el individuo se convierte en un sujeto alienado. La visión neoyorkina suscita una antítesis emocional. De esa mole matérica que mezcla avenida y suburbio, soledad y convivencia cívica, afloran muy diferenciadas perspectivas. A los exteriores neoyorkinos se asoma Juan Ramón Jiménez, cuyo libro Diario de un poeta recién casado es uno de los principales impulsores de un motivo poético que encuentro abundante tratamiento en la generación del 27. Salinas, Lorca, Cernuda o Alberti inciden en su experiencia personal en la metrópolis y alumbran una esclarecedora visión de su estancia. Tras la guerra civil, en la diáspora, Nueva York se convierte en tierra de asilo y allí hallarán refugio muchos republicanos españoles. El paisaje urbano será trasfondo de su literatura. El escenario también será adoptado en la estética camp de los novísimos, con planos cinematográficos, aunque no existe una visión homogénea de la metrópolis, que es siempre una criatura oblicua y vertical, abierta a la sugerencia. La transición política tiene su equivalente en una profusa bifurcación del mapa literario y en la apertura de movimientos y etiquetas que convierten al yo en frecuente destinatario del poema. Aún así, el contexto prevalece; el imaginario neoyorkino subsiste, como una fotografía de interior que marca la expresión de esta ciudad del hombre que  preserva su fascinación y rechazo en la esquina de dos siglos, entre los nombres nuevos que escriben la poesía del siglo XXI. Si Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y José Hierro persisten como los tres grandes iconos del subtema, el editor ha logrado reunir más de un centenar de nombres que tratan el subtema, como si fuera un motivo renovable y esencial.
Vigilia y sueño, la monumental ingeniería de Nueva York encarna con mayor simbolismo los valores cosmopolitas. Sus imágenes, estáticas o trasformadas, siempre permiten comenzar de nuevo, hacer de la ciudad un primer paso, principio y término del viaje.